martes, 30 de octubre de 2012

El cuidado espiritual


Todos nos maravillamos de los milagros que realizaba Jesús. ¡Y cuántas veces le hemos pedido la curación de alguna enfermedad, nuestra o de alguna persona a la que queremos!

Sin duda, las enfermedades de aquella época eran difíciles de curar. No contaban con los medios actuales de diagnosis y terapias. No había salas de operaciones con la higiene que conocemos hoy, ni ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales. Todo eso ha venido con el progreso técnico, médico y farmacológico.

Parece como si Dios hubiera dejado en manos de los médicos el cuidado del cuerpo para poder dedicar a los sacerdotes, sus más íntimos colaboradores, a la tarea más importante: el cuidado espiritual. Es increíble recuperar la vida de gracia y de intimidad con Dios. Es maravilloso ver nacer a Cristo cada día en la Eucaristía.

Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si pudiéramos contemplarla. Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos. Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra transformación en el mundo espiritual. Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final, un día podremos ver con claridad, sin misterios, la grandeza de cada alma humana.
Catholic.net

miércoles, 24 de octubre de 2012

Las distintas miradas de Jesús


"La mirada de Jesús es una mirada profunda, penetrante, de comprensión, de afecto, de ternura, de atención singular. Y nosotros podremos tal vez recordar ese momento, distinto para cada uno, en el que hemos comprendido que Jesús había puesto su mirada en nosotros; para unos sucede en los primeros años, para otros de adolescentes y para otros de jóvenes. Es el momento en el que hemos sentido que algo distinto se movía dentro de nosotros, que el Señor se interesaba por nosotros, que nos miraba y nos llamaba precisamente a nosotros."
Cardenal Martini

Analicemos  algunas miradas  de Jesús que nos describen los evangelios:
Por ejemplo, el caso del joven rico, "“Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". (Mc 10,21).  ¿Cómo pudo el joven rico resistirse a esa mirada de amor?

Otra vez su mirada está cargada de tristeza y de rabia: En el caso de la curación en sábado del hombre que tenía una mano paralizada, la mirada de Jesús a los fariseos: "Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". Él la extendió y su mano quedó curada". (Mc, 3,5)

A Zaqueo lo mira con simpatía y encanto seductor: «Cuando Jesús llegó a aquel lugar mirando hacia arriba, le vio y le dijo: "Baja enseguida, Zaqueo, porque hoy quiero hospedarme en tu casa"» (Lc 19, 5).

¡Cómo  miraría Jesús a Mateo!, para que dejando toda la recaudación sobre la mesa te siguiera sin titubear.

Y a Natanael: "Felipe encontró a Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a Aquél de quien hablan Moisés y los profetas; es Jesús, hijo de José de Nazaret". Natanael le respondió: ¿Puede venir algo bueno de Nazaret?"- "Ven y verás", le contestó Felipe. Jesús al ver venir a Natanael , dijo de él: "Este es un verdadero israelita en quien no hay doblez".- "¿De cuándo a acá me conoces?", le preguntó Natanael. Y Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te hablara, cuando estabas bajo la higuera, Yo te vi".- "Maestro" le respondió Natanael, "¡Tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el rey de Israel!". Jesús le dijo: "¡Porque te dije que te vi bajo la higuera crees! Verás cosas mucho más grandes". (S. Juan I. 45-50).

En el caso de la viuda generosa, su mirada está llena de penetración y admiración: «Levantando los ojos, miraba a los ricos que echaban sus ofrendas... Vio también a una viuda muy pobre que echaba dos blancas...» (Lc 21, 1-2).

¿Y cómo miraría Jesús, con qué compasiva ternura, a la prostituta arrepentida: «¿Ves a esta mujer» (Lc 7, 44); a la mujer adúltera: «Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer» (Jn 8,10); al paralítico de Cafarnaúm y a sus ayudantes: «Al ver Jesús la fe de ellos» (Mc 2, S); a la humilde hemorroísa: «Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: "Ten ánimo, hija"» (Mt 9, 22); a la pobre mujer encorvada: «Cuando Jesús la vio, la llamó y dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad" (Lc 13, 12); a las muchedumbres hambrientas de pan: «Y vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos» (Mc 6, 34), o hambrientas de su palabra: «Y alzando los ojos... decía: "Bienaventurados..." (Lc 6, 20); a las piadosas mujeres que le seguían camino del Calvario: «Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: "Hijas de Jerusalén...» (Lc 23, 28);
mirada de compasión y pena la que dirigió a la ciudad de Jerusalén:
«Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella» (Lc 19, 41).
Tu mirada con lágrimas de tristeza por Jerusalén, destino trágico del descreimiento orgulloso... que no ha sabido acogerte porque se ha cerrado a tu Mensaje de Salvación.

Miradas de ternura y acogimiento hacia el pecador arrepentido, mirada fulminante hacia el perverso obstinado, hacia el injusto engreído y despiadado con los más pobres...
La mirada directa no miente, solo la mirada esquiva es engañosa, y tu, Señor, siempre has mirado de frente, incluso a tus verdugos, a los que te acusaban, a los que te abofeteaban, a los que te clavaban al madero mientras implorabas al Padre su perdón.

Destaquemos, en fin, dos últimas miradas. La mirada más generosa y entregada que conocemos: «Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: "Madre, he ahí a tu hijo". Después dijo al discípulo: "He ahí a tu madre". (Jn 19, 26-27). ¡Cuánto salimos ganando después de esta mirada! Y la mirada profunda y transformadora que dirigió a su discípulo Pedro después de sus caídas y que le arrancó las lágrimas más hermosas de su vida: "Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro, y recordó Pedro... Y, saliendo fuera, lloró amargamente" (Lc 2 61-62).

Nos quedamos con esta mirada que regaló Jesús a Pedro. Que él nos mire así a nosotros, para que nos haga ver mejor nuestros pecados, para que seamos capaces de llorarlos y, sobre todo, para que aprendamos a amar a Jesús de la misma manera que le amaba Pedro.

jueves, 18 de octubre de 2012

San Lucas Evangelista


Breves notas en las Cartas de San Pablo son las únicas noticias que la Sagrada Escritura nos presenta sobre San Lucas, el solícito investigador de la buena noticia y autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. Por sus apuntes de viaje, es decir, por las páginas de los Hechos en los que San Lucas habla en primera persona, podemos reconstruir parte de su actividad misionera. Fue compañero y discípulo de los apóstoles. El historiador Eusebio subraya: “... tuvo relaciones con todos los apóstoles, y fue muy solícito”. De esta sensibilidad y disponibilidad suyas hacia el prójimo nos da testimonio el mismo San Pablo, unido a él por grande amistad. En la carta a los Colosenses leemos: “Os saluda Lucas, médico amado...”.

La profesión médica nos hace suponer que él se dedicó mucho tiempo al estudio. Su formación cultural se nota también por el estilo de sus libros: su Evangelio está escrito en un griego sencillo, limpio y bello, rico en términos que los otros tres evangelistas no tienen. 

Hay que hacer otra consideración sobre su Evangelio, a más del hecho estilístico e historiográfico: Lucas es el evangelista que mejor que lo otros nos pintó la humana fisonomía del Redentor, su mansedumbre, sus atenciones para con los pobres y los marginados, las mujeres y lo pecadores arrepentidos. Es el biógrafo de la Virgen y de la infancia de Jesús. Es el evangelista de la Navidad. Los Hechos de los Apóstoles y el tercer Evangelio nos hacen ver el temperamento de San Lucas, hombre conciliador, discreto, dueño de sí mismo; suaviza o calla expresiones que hubieran podido herir a algún lector, con tal que esto no vaya en perjuicio de la verdad histórica.

Al revelarnos los íntimos secretos de la Anunciación, de la Visitación, de la Navidad, él nos hace entender que conoció personalmente a la Virgen. Algún exégeta avanza la hipótesis de que fue la Virgen María misma quien le transcribió el himno del “Magnificat”, que ella elevó a Dios en un momento de exultación en el encuentro con la prima Isabel. En efecto, Lucas nos advierte que hizo muchas investigaciones y buscó informaciones respecto de la vida de Jesús con los que fueron testigos oculares.

Un escrito del siglo II, el Prólogo antimarcionista del Evangelio de Lucas, sintetiza el perfil biográfico del modo siguiente: “Lucas, un sirio de Antioquía, de profesión médico, discípulo de los apóstoles, más tarde siguió a San Pablo hasta su confesión (martirio). Sirvió incondicionalmente al Señor, no se casó ni tuvo hijos. Murió a la edad de 84 años en Beocia, lleno de Espíritu Santo”. Recientes estudios concuerdan con esta versión.
¿Quieres saber más? Consulta ewtn
De Catholic.net

El Reino de Dios según Jesús

Jesús vivió en un tiempo en el que el pueblo judío estaba en "alerta máxima" esperando la inminente llegada de un Mesías que restaurara el reino tanto tiempo esperado, o reino de Dios.

Los esenios se habían retirado al desierto para purificarse y estar preparados para el acontecimiento. Juan Bautista esperaba que el juicio de Dios descendiera sobre Israel. Las personas comunes y sencillas esperaban y oraban  para que Israel fuera liberada de los romanos. Los dos discípulos que caminan hacia Emaús dicen que habían esperado que Jesús fuera el liberador de Israel (Lc 24,21).

Jesús dio un vuelco a tales expectativas. Él tenía una idea muy diferente de lo que el reino de Dios en la tierra  podría significar, y la razón es que veía a Dios de una manera diferente, no como un emperador o como un dictador benevolente. Jesús había llegado a experimentar a Dios como un padre amoroso, su abbá.

La imagen de Jesús del reino o reinado de Dios era la de una familia feliz y llena de amor, que tiene a Dios como un padre amoroso; no la de un imperio conquistador y opresor.

La actitud de Jesús hacia la familia no era nada convencional: "Si alguien viene conmigo y no odia a su padre, madre, esposa, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío". (Lc 14, 26). Lo que él quería decir, obviamente, era "y no deja de preferir......".
En otras palabras, uno no puede ser miembro del reino-como familia de Dios, si sigue dando preferencia a su propia familia convencional.

Jesús quiere salir de las limitaciones de la familia de los parientes próximos para formar la familia más amplia del reino de Dios.

Jesús habló del reino de Dios no como un acontecimiento futuro. El reino de Dios es una realidad presente. Ya ha llegado a nosotros. No tenemos que esperar signos y portentos. Podemos detectar el dedo de Dios en lo que ya está sucediendo (Lc 11, 20). La comunidad o familia de Dios es como la levadura que actúa ya en el mundo (Mc 13,33 par). Es un grano de mostaza que crecerá y se convertirá en algo más grande.

Lo que estamos esperando ya ha llegado. Esto no significa que tengamos que renunciar a la esperanza de un mundo mejor. Lo importante es comprender que la semilla o embrión de ese mundo futuro está ya en medio de nosotros..
Del  libro "Jesús, hoy" de Albert Nolan


lunes, 15 de octubre de 2012

El fuego de Cristo. Benedicto XVI


El Papa Benedicto XVI dijo que el fuego de Cristo, que hoy vive, no es un fuego destructor, sino uno que da luz y calor, que transforma a la Iglesia que navega "en medio de tempestades que la acechan".

Así lo señaló el Santo Padre desde el balcón de su estudio dirigiéndose a los numerosos participantes de la procesión de antorchas organizada por la Acción Católica Italiana (ACI), en colaboración con la diócesis de Roma, con motivo de la apertura del Año de la Fe y del 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II.
"Buenas noches a todos y gracias por haber venido. Hace cincuenta años, este mismo día, yo también estaba en esta plaza, mirando a esta ventana a la que se asomó el Papa bueno, el Beato Juan XXIII, que pronunció palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras que salían del corazón", saludó el Santo Padre.

Benedicto XVI recordó luego que "éramos felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran Concilio ecuménico se había inaugurado; estábamos seguros de que llegaba una primavera para la Iglesia, una nueva Pentecostés, con una presencia nueva y fuerte de la gracia liberadora del Evangelio".
"Hoy también somos felices, tenemos la alegría en nuestro corazón, pero podríamos decir que es una alegría, quizás, más sobria, una alegría humilde. En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales, que pueden transformarse en estructuras del pecado".

El Papa reconoció luego que "hemos visto que en el campo del Señor también hay siempre cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro también hay peces podridos".
"Hemos visto que la fragilidad humana también está presente en la Iglesia, que la barca de la Iglesia también navega con viento contrario, en medio de tempestades que la acechan y, a veces, hemos pensado: ‘el Señor duerme y se ha olvidado de nosotros’".

"Esta es una parte de las experiencias de estos cincuenta años, pero también hemos tenido una experiencia nueva de la presencia del Señor, de su bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no es un fuego devorador o destructor; es un fuego silencioso, es una pequeña llama de bondad y verdad que transforma, que da luz y calor".

El Santo Padre expresó también que "el Señor no nos olvida. Hoy también, a su manera, humildemente, el Señor está presente y calienta los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan al mundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios".

"Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy, y podemos ser felices también ahora porque su bondad no se apaga ¡Hoy también es fuerte!".
"Al final, me atrevo a hacer mías las palabras inolvidables del papa Juan: ‘Id a vuestras casas, dad un beso a los niños y decidles que es un beso del Papa’", concluyó.
VATICANO, 12 Oct. 12 / 10:04 am (ACI/EWTN Noticias).

viernes, 12 de octubre de 2012

Concilio vaticano II


"Carácter misionero de la Iglesia
17. Como el Padre envió al Hijo, así el Hijo envió a los Apóstoles (cf. Jn., 20,21), diciendo: "Id y enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt., 28,19-20). 

Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con la encomienda de llevarla hasta el fin de la tierra (cf. Act., 1,8). De aquí que haga suyas las palabras del Apóstol: " ¡Ay de mí si no evangelizara! " (1Cor., 9,16), por lo que se preocupa incansablemente de enviar evangelizadores hasta que queden plenamente establecidas nuevas Iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora. 
Por eso se ve impulsada por el Espíritu Santo a poner todos los medios para que se cumpla efectivamente el plan de Dios, que puso a Cristo como principio de salvación para todo el mundo. predicando el Evangelio, mueve a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los dispone para el bautismo, los arranca de la servidumbre del error y de la idolatría y los incorpora a Cristo, para que crezcan hasta la plenitud por la caridad hacia El. 

Con su obra consigue que todo lo bueno que haya depositado en la mente y en el corazón de estos hombres, en los ritos y en las culturas de estos pueblos, no solamente no desaparezca, sino que cobre vigor y se eleve y se perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre. Sobre todos los discípulos de Cristo pesa la obligación de propagar la fe según su propia condición de vida. 

Pero aunque cualquiera puede bautizar a los creyentes, es, no obstante, propio del sacerdote el consumar la edificación del Cuerpo de Cristo por el sacrificio eucarístico, realizando las palabras de Dios dichas por el profeta: "Desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi nombre una oblación pura" (Mal., 1,11). 

Así, pues ora y trabaja a un tiempo la Iglesia, para que la totalidad del mundo se incorpore al Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre universal."


Jesús dio la misma dignidad a las mujeres que a los varones

Jesús se negó a considerar que las mujeres y los niños tuvieran menos importancia o fueran inferiores. Esto volvió del revés a una sociedad en la que los niños y las mujeres ocupaban uno de los últimos escalones.

Una de las formas en que Jesús volvió del revés su mundo consistió en conceder a las mujeres exactamente el mismo valor y la misma dignidad que a los varones. Destacó entre sus contemporáneos como el único maestro que podía contar con mujeres entre sus amigos y discípulos.

Se nos habla de María de Betania, a quien él animó a que se sentara a sus pies como un discípulo (Lc 10, 38-42). Su estrecha amistad con María Magdalena, a quién enseñó y con quien habló de muchas cosas.

El hecho de que se mezclara tan libremente con las mujeres, especialmente con las que eran conocidas como prostitutas, era un verdadero escándalo (Lc 7, 39; Mt 11, 19). Lo único que no le importaba a Jesús era su reputación.

Lo que sí que le preocupaba era la manera en que las prostitutas y las mujeres sorprendidas en adulterio eran tratadas en aquella sociedad. Ellas, y no los varones, eran acusadas y condenadas como pecadoras. La prostitución y el adulterio no son posibles si no hay demanda por parte de los varones y si éstos no proporcionan el dinero.

¿Por qué se echa siempre la culpa a las mujeres?. La posición de Jesús queda bellamente ilustrada en la escena en que salva a la mujer acusada de adulterio de los hombres que querían apedrearla (Jn, 8, 1-11)
Por Albert Nolan en el libro "Jesús, hoy"


Discurso de la Luna - Concilio Vaticano II

miércoles, 10 de octubre de 2012

Trasmitir al mundo la pasión por Cristo



La pasión por comunicar Cristo al mundo y la conciencia de que Dios actúa en la Iglesia han sido los puntos claves del breve discurso que Benedicto XVI ha dirigido esta mañana a los Padres sinodales en la apertura del Sínodo dedicado a la Nueva evangelización y la transmisión de la fe. 

Las preguntas sobre si Dios es una hipótesis, una realidad, o no lo es -dijo el Papa- son hoy tan actuales como antaño. Con el Evangelio, Dios ha roto su silencio; nos ha hablado y ha entrado en la historia. Jesús es su palabra; el Dios que demuestra que nos ama y que sufre con nosotros hasta la muerte para resucitar después. 

Ésta, prosiguió el pontífice, es la respuesta de la Iglesia a ese gran interrogante. Pero la cuestión es también, cómo se puede comunicar esa realidad a la humanidad de nuestra época para que aprenda la salvación. Ahora bien, la Iglesia no se hace a sí misma; puede solamente dar a conocer lo que Dios ha hecho. La Iglesia, observó el Santo Padre, no comienza con nuestro hacer, sino con el hacer y el hablar de Dios.º 

Después de recordar que los apóstoles recibieron el Espíritu Santo, reunidos en oración en el cenáculo en Pentecostés, Benedicto XVI explicó que no era una simple formalidad el hecho de que cada asamblea sinodal comenzase con una plegaria, sino una demostración de la certeza de que la iniciativa viene siempre de Dios, que nosotros podemos implorarla y que, con Dios, la Iglesia puede solamente cooperar. 

Tras esta toma de conciencia, el segundo paso es el de la “confesión”, el testimonio, incluso en situaciones que impliquen graves peligros. Este testimonio en momentos difíciles es, precisamente, una garantía de credibilidad ya que implica la disponibilidad a dar la vida por aquello en que se cree. 

La confesión necesita también de una forma visible, de un `ropaje`. Este es, dijo el Papa, la caridad, la fuerza más grande que debe hacer latir el corazón de cada cristiano. La fe concluyó, tiene que transformarse en nosotros en llama de amor, que encienda nuestro ser y se propague al prójimo. Esta es la esencia de la evangelización.  

lunes, 8 de octubre de 2012

Hablar con Dios como un niño


Juan Pablo I, el Papa de la eterna sonrisa, dijo una vez: “Personalmente, cuando hablo solo con Dios y la Virgen, más que adulto prefiero sentirme niño. 

La mitra, el solideo, el anillo desaparecen; mando de vacaciones al adulto y también al obispo, para abandonarme a la ternura espontánea que tiene un niño delante de papá y mamá. 

El rosario, oración simple y fácil, a su vez, me ayuda a ser niño y no me avergüenzo de ello en absoluto”.

Esta semana te invito a rezar el Rosario con la candidez e inocencia de un pequeño niño que se abandona en los brazos de sus padres... y con la certeza de que no hay un lugar donde podamos estar más seguros y felices, presentemos a Dios nuestras intenciones, esperándolo todo de Él...

Tengo sed de Ti

Hablar con el Señor

Buenas tardes Señor, hoy he venido a tu casa, como tantos otros días, para estar contigo, hablar contigo, contarte mis cosas, o simplemente mirarte y perderme en tu amor. Pero hoy necesito sentirte más a mi lado, no sé que me pasa pero te necesito cerca, muy cerca. 

Vengo también a pedirte perdón, por mi egoísmo, por mirarme sobre todo a mí, por estar demasiado pendiente de mis problemas, de mis tristezas y olvidarme de los problemas de mis hermanos.

Señor, yo sé que me amas, sé que diste la vida por mí, sé que en la Eucaristía tú te das como alimento, yo te tomo y te siento en mi corazón. Pero Señor, no sé porqué no es suficiente, necesito sentirte más cerca  todavía,   necesito que estés siempre conmigo, 
¿ es egoísmo ?, ¿no sé amarte ?, ¿me falta fe?.

Quizás me falta fe y por eso no siento tu amor en cada momento, yo necesito ese amor. Señor aumenta mi fe y ayúdame, cuando te siento a mi lado no me hace falta nada más, también quisiera que los demás te conozcan y te amen, quiero que mis hermanos sientan también tu amor. Señor, ayúdame a dar ejemplo con mis obras, ayúdame a amar a los demás como tú me has enseñado.
H. Carmen

Sacerdotes

domingo, 7 de octubre de 2012

Jesús volvió el mundo del revés

Jesús no fue un reformador. No propuso algunas mejoras de las creencias y las prácticas religiosas de su tiempo, a la manera de un remiendo en un vestido viejo. 

Jesús volvió el mundo, tanto judío como gentil, del revés. Esto no significa que fuera un típico revolucionario en el sentido político de la palabra. Él no quería simplemente reemplazar a quienes estaban en el poder por otros que aún no estaban en el poder.

Él pretendía algo más radical que eso. Tomó todos los valores de su tiempo, en toda su variedad, y los volvió del revés. Estuvo empeñado en una revolución social, no en una revolución política; una revolución social que exigía una profunda conversión espiritual.

"Una revolución  social es la que vuelve del revés las relaciones sociales entre las personas en una sociedad. Una revolución política es la que cambia las relaciones de poder en una sociedad derrocando un gobierno y reemplazándolo por otro".

Jesús se vio a sí mismo como un profeta cuya misión inmediata era la introducción de una revolución social.
Albert Nolan  del libro Jesús, hoy. 

Jesús Eucaristía

miércoles, 3 de octubre de 2012

Bienes materiales al servicio del bien común, por Benedicto XVI



El Santo Padre se asomó ayer a mediodía al balcón del patio interior de Castel Gandolfo para rezar el Ángelus con los fieles allí reunidos. 

El Papa comentó el evangelio de San Marcos que narra que un hombre que no era discípulo de Jesús expulsaba a los demonios en nombre suyo. El apóstol Juan quiere impedirlo pero Cristo no permite que lo haga, al contrario, “aprovecha esa ocasión para enseñar a sus discípulos que Dios puede obrar cosas buenas e incluso prodigiosas también fuera de su círculo y que se puede colaborar en la causa del Reino de Dios de muchas formas”. 

“Por eso los miembros de la Iglesia -continuó el pontífice- no deben tener celos, sino alegrarse cuando alguien, externo a la comunidad, obra el bien en nombre de Cristo siempre que lo haga con intención recta y respeto. 

También, dentro de la misma Iglesia puede suceder que a veces cueste trabajo valorar y apreciar, en espíritu de comunión profunda, las cosas buenas debidas a varias realidades eclesiales. En cambio, todos tenemos que ser siempre capaces de apreciarnos y estimarnos unos a otros, alabando al Señor, por la infinita fantasía con que actúa en la Iglesia y en el mundo”. 

Después, Benedicto XVI, comentó la carta de Santiago en que “resuena la invectiva del apóstol contra los ricos deshonestos que depositan su seguridad en las riquezas acumuladas a fuerza de abusos (...) Sus palabras, mientras nos alertan del vano afán por los bienes materiales, constituyen un fuerte llamamiento a usarlos en perspectiva de la solidaridad y del bien común, obrando siempre con equidad y moralidad en todos los ámbitos”. 

martes, 2 de octubre de 2012

Nuestro ángel de la guarda

Muchos tienen la costumbre de hablar con su ángel de la guarda. Le piden ayuda para resolver un problema familiar, para encontrar un estacionamiento, para no ser engañados en las compras, para dar un consejo acertado a un amigo, para consolar a los abuelos, a los padres o a los hijos.

Otros tienen al ángel de la guarda un poco olvidado. Quizá escucharon, de niños, que existe, que nos cuida, que nos ayuda en las mil aventuras de la vida. Recordarán, tal vez, haber visto el dibujo de un niño que camina, cogido de la mano, junto a un ángel grande y bello. Pero desde hace tiempo tienen al ángel “aparcado”, en el baúl de los recuerdos.

De grandes es normal que hablemos a los niños de su ángel de la guarda. Nos sería de provecho pensar también en nuestro ángel que está a nuestro lado y nos ayuda de mil modos.

Es verdad: Dios es el centro de nuestro amor, y a veces no tenemos mucho tiempo para pensar en los espíritus angélicos. Podemos, sin embargo, ver a nuestro ángel de la guarda no como una “devoción privada” ni como un residuo de la niñez, sino como un regalo del mismo Dios, que ha querido hacernos partícipes, ya en la tierra, de la compañía de una creatura celeste que contempla ese rostro del Padre que tanto anhelamos.

Necesitamos renovar nuestro trato afectuoso y sencillo, como el de los niños que poseen el Reino de los cielos (cf. Mt 19,14), con el propio ángel de la guarda. Para darle las gracias por su ayuda constante, por su protección, por su cariño. Para sentirnos, a través de él, más cerca de Dios. Para recordar que cada uno de nosotros tiene un alma preciosa, magnífica, infinitamente amada, invitada a llegar un día al cielo, al lugar donde el Amor y la Armonía lo son todo para todos. Para pedirle ayuda en un momento de prueba o ante las mil aventuras de la vida.

Necesitamos repetir, o aprender de cero, esa oración que la Iglesia, desde hace siglos, nos ha enseñado para dirigirnos a nuestro ángel de la guarda: 

Ángel del Señor, que eres mi custodio,
puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti,
ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día.
Amén
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P. Fernando Pascual