viernes, 9 de enero de 2015

Corazones endurecidos

Un corazón endurecido no logra comprender ni siquiera los más grandes milagros. Pero, «¿cómo se endurece un corazón?». Se lo preguntó el Papa Francisco durante la mesa celebrada el viernes 9 de enero en Santa Marta.
Los discípulos, se lee en el pasaje litúrgico del Evangelio de san Marcos (6, 45-52), «no habían comprendido lo de los panes, porque tenían su corazón endurecido». Eso que, explicó el Papa Francisco, «eran los apóstoles, los más íntimos de Jesús. Pero no entendían». E incluso habiendo asistido al milagro, incluso habiendo «visto que esa gente —más de cinco mil— había comido con cinco panes» no comprendieron. «¿Por qué? Porque su corazón estaba endurecido».
Muchas veces Jesús «habla en el Evangelio de la dureza del corazón», reprende al «pueblo de dura cerviz», llora sobre Jerusalén «que no comprendió quién era Él». El Señor se confronta con esta dureza: «tiene un gran trabajo Jesús —destacó el Papa— para hacer más dócil este corazón, para formarlo sin durezas, para hacerlo afable». Un «trabajo» que continúa después de la resurrección con los discípulos de Emaús y muchos otros.
«Pero —se preguntó el Pontífice—, ¿cómo se endurece un corazón? ¿Cómo es posible que esta gente, que estaba siempre con Jesús, todos los días, que lo escuchaba, lo veía... tenía un corazón endurecido. ¿Cómo puede un corazón llegar a ser así?». Y relató: «Ayer le pregunté a mi secretario: Dime, ¿cómo se endurece un corazón? Él me ayudó a pensar un poco en esto». De aquí la indicación de una serie de circunstancias con las que cada uno puede confrontar la propia experiencia personal.
Ante todo, dijo el Papa Francisco, el corazón «se endurece por experiencias dolorosas, por experiencias duras». Es la situación de quienes «vivieron una experiencia muy dolorosa y no quieren entrar en otra aventura». Es precisamente lo que sucedió a los discípulos de Emaús tras la resurrección, de quienes el Pontífice imaginó las consideraciones: «“Hay demasiado, demasiado ruido, pero marchémonos un poco lejos, porque...” —Porque, ¿qué? —“Eh, nosotros esperábamos que este fuese el Mesías, pero no lo era, yo no quiero ilusionarme otra vez, no quiero hacerme ilusiones”».
He aquí el corazón endurecido por una «experiencia de dolor». Lo mismo sucede a Tomás: «No, no, yo no creo. Si no pongo el dedo allí, no creo». El corazón de los discípulos era duro «porque habían sufrido». Y al respecto el Papa Francisco recordó un dicho popular argentino: «El que se quema con leche, ve la vaca y llora». O sea, explicó, «es la experiencia dolorosa que nos reprime abrir el corazón».
Otro motivo que endurece el corazón es también «la cerrazón en sí mismo: construir un mundo en sí mismo». Sucede cuando el hombre está «cerrado en sí mismo, en su comunidad o en su parroquia». Se trata de una cerrazón que «puede dar vueltas alrededor de muchas cosas»: del «orgullo, la suficiencia, de pensar que yo soy mejor que los demás» o también «de la vanidad». Precisó el Papa: «Existen el hombre y la mujer “espejo”, que están cerrados en sí mismos por mirarse a sí mismos, continuamente»: se podrían definir «narcisistas religiosos». Estos «tienen el corazón duro, porque son cerrados, no son abiertos. Y buscan defenderse con estos muros que construyen a su alrededor».
Existe además un ulterior motivo que endurece el corazón: la inseguridad. Es lo que experimenta quien piensa: «Yo no me siento seguro y busco dónde aferrarme para estar seguro». Esta actitud es típica de la gente «que está muy apegada a la letra de la ley». Sucedía, explicó el Pontífice, «con los fariseos, los saduceos y los doctores de la ley de la época de Jesús». Quienes objetaban: «Pero la ley dice esto, dice esto hasta aquí...», y así «hacían otro mandamiento»; al final, «pobrecillos, se cargaban 300-400 mandamientos y se sentían seguros».
En realidad, hizo notar el Papa Francisco, todas estas «son personas seguras, pero como está seguro un hombre o una mujer en la celda de una cárcel detrás de las rejas: es una seguridad sin libertad». Mientras que es precisamente la libertad lo que «vino a traernos Jesús». San Pablo, por ejemplo, riñe a Santiago y también a Pedro «porque no aceptan la libertad que nos trajo Jesús».
He aquí, entonces, la respuesta a la pregunta inicial: «¿Cómo se endurece un corazón?». El corazón, en efecto, «cuando se endurece, no es libre y si no es libre es porque no ama». Un concepto expresado en la primera lectura de la liturgia del día (1 Juan 4, 11-18), donde el apóstol habla del «amor perfecto» que «aleja el temor». En efecto, «en el amor no hay temor, porque el temor supone un castigo y quien teme no es perfecto en el amor. No es libre. Siempre tiene el temor que suceda algo doloroso, triste», que nos haga «ir mal por la vida o arriesgar la salvación eterna». En realidad, son sólo «imaginaciones», porque ese corazón sencillamente «no ama». El corazón de los discípulos, explicó el Papa, «estaba endurecido porque todavía no habían aprendido a amar».
Entonces nos podemos preguntar: «¿Quién nos enseña a amar? ¿Quién nos libera de esta dureza?» Puede hacerlo «solamente el Espíritu Santo», aclaró el Papa Francisco precisando: «Tú puedes hacer mil cursos de catequesis, mil cursos de espiritualidad, mil cursos de yoga, zen y todas estas cosas. Pero todo esto nunca podrá darte la libertad de hijo». Sólo el Espíritu Santo «mueve tu corazón para decir “padre”»; sólo Él «es capaz de aplastar, de romper esta dureza del corazón» y hacerlo «dócil al Señor. Dócil a la libertad del amor». No por casualidad el corazón de los discípulos permaneció «endurecido hasta el día de la Ascensión», cuando dijeron al Señor: «Ahora tendrá lugar la revolución y llega el reino». En realidad «no entendían nada». Y «sólo cuando vino el Espíritu Santo, las cosas cambiaron».
Por ello, concluyó el Pontífice, «pidamos al Señor la gracia de tener un corazón dócil: que Él nos salve de la esclavitud del corazón endurecido» y «nos lleve hacia adelante en esa hermosa libertad del amor perfecto, la libertad de los hijos de Dios, la que sólo puede dar el Espíritu Santo».


Señor, ella está muy cerca de ver tu Rostro.

Señor, ella  está muy cerca de Ti . Nuestra amiga nos va dejando para acercarse a Ti, su amado, sé que la vas a recibir con los brazos muy, muy abiertos. 

Ha sido y sigue siendo un ejemplo en nuestra parroquia, ha sido un ejemplo en nuestras vidas. Ha sido un referente, un ejemplo para tantas personas..., un ejemplo para mi.

Señor, te pido que el tránsito sea rápido, porque ella está deseando estar a tu lado,  es lo que más quiere, estar contigo y nosotros sus amigos, su familia, queremos que no sufra y que pronto esté viendo Tu Rostro.

Tu sabes Señor, cómo ha llevado su enfermedad, con una entereza envidiable, ¡ cómo se veía que era tu hija muy amada !. 

Y cuando te pida por nosotros, seguro que lo hará, escúchale, es una mujer sabia, es una mujer buena, es una discípula tuya y de las mejores.

Gracias Señor por tu bondad y tu misericordia.


Hija de Carmen

El amor, camino para conocer a Dios, Francisco en su homilía

 Dios nos precede siempre en el amor. Es uno de los pasajes de la homilía del Papa Francisco de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. También a esta primera celebración del Año Nuevo asistió, como es costumbre, un grupo de fieles. El Pontífice subrayó que el amor cristiano está hecho de obras concretas, y no de palabras. Y reafirmó que para conocer a Dios no basta el intelecto, sino que es necesario el amor.
Sólo por el camino del amor se conoce a Dios
En estos días después de Navidad – dijo Francisco – la palabra clave en la liturgia es “manifestación”. Jesús se manifiesta: en la fiesta de la Epifanía, en el Bautismo y también en las bodas de Caná. Pero – se preguntó el Papa – “¿cómo podemos conocer a Dios?”. Y afirmó que es precisamente éste el tema del que parte el Apóstol Juan en la Primera Lectura, subrayando que para conocer a Dios nuestro “intelecto”, “la razón” es “insuficiente”. Dios – añadió –  “se conoce totalmente en el encuentro con Él y para este encuentro la razón no basta”. Se necesita algo más:
“¡Dios es amor! Y sólo por el camino del amor tú puedes conocer a Dios. Amor razonable, acompañado por la razón. ¡Pero amor! ‘¿Y cómo puedo amar lo que no conozco?'; 'Ama a aquellos que tienes cerca'. Y ésta es la doctrina de dos Mandamientos: El más importante es amar a Dios, porque Él es amor; Pero el segundo es amar al prójimo, pero para llegar al primero debemos subir por los escalones del segundo: es decir a través del amor al prójimo llegamos a conocer a Dios, que es amor. Sólo amando razonablemente, pero amando, podemos llegar a este amor”.
El amor de Dios no es una telenovela
He aquí porqué –  exhortó Francisco –  debemos amarnos unos a otros, porque “el amor es de Dios” y “quien ama ha sido generado por Dios”. Y añadió que para conocer a Dios es necesario amar:
“Quien ama conoce a Dios; quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Pero no amor de telenovela. ¡No, no! Amor sólido, fuerte; amor eterno, amor que se manifiesta – la palabra de estos días, manifestación –  su Hijo, que ha venido para salvarnos. Amor concreto; amor de obras y no de palabras. Para conocer a Dios se necesita toda una vida; un camino, un camino de amor, de conocimiento, de amor por el prójimo, de amor por los que nos odian, de amor por todos”.
El amor de Dios es como la flor del almendro
De este modo Francisco observó que no hemos sido nosotros, sino que ha sido “Él quien nos ha amado a nosotros y ha enviado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados”. En la persona de Jesús –  fue la reflexión del Pontífice –  “podemos contemplar el amor de Dios” y siguiendo su ejemplo “llegamos – escalón por escalón – al amor de Dios, al conocimiento de Dios que es amor”.
Aludiendo al profeta Jeremías, el Papa dijo que el amor de Dios nos “precede”, nos ama primero aún antes de que nosotros lo busquemos. El amor de Dios – subrayó el Papa – es como “la flor del almendro”, que es el primer árbol que florece en primavera. El Señor  “nos ama primero”, “siempre tendremos esta sorpresa”. Y observó que “cuando nos acercamos a Dios a través de las obras de caridad, la oración, en la Comunión, en la Palabra de Dios”, “vemos que Él está allí primero, esperándonos, así nos ama”.
El amor de Dios nos espera siempre
El Papa dirigió de este modo su pensamiento al Evangelio del día que narra la multiplicación de los panes y de los peces por parte de Jesús. El Señor – afirmó –  “tuvo compasión” de la tanta gente que había ido a escucharlo, porque “eran ovejas desorientadas, que no tenían pastor”. Y destacó que hoy tanta gente está “desorientada” en nuestras ciudades y naciones. Por esta razón Jesús les enseña la doctrina y la gente lo escucha. Después,  cuando se hace tarde y pide que les den de comer, los discípulos responden “un poco nerviosos”. Una vez más –  comentó el Papa –  Dios ha llegado “primero, y los discípulos no habían entendido nada”:
“Así es el amor de Dios: siempre nos espera, siempre nos sorprende. Es el Padre, es nuestro Padre que nos ama tanto, que siempre está dispuesto a perdonarnos. ¡Siempre! No una vez, setenta veces siete. ¡Siempre! Come un padre lleno de amor y para conocer a este Dios que es amor, debemos subir por el escalón del amor hacia el prójimo, por las obras de caridad, por las obras de misericordia, que el Señor nos ha enseñado. Que el Señor, en estos días en que la Iglesia nos hace pensar en la manifestación de Dios, nos de la gracia de conocerlo por el camino del amor”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).

Quien ama a Dios es libre, dijo el Papa en su homilía

 Sólo el Espíritu Santo vuelve el corazón dócil a Dios y a la libertad. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. Y añadió que los dolores de la vida pueden hacer que una persona se encierre en sí misma, mientras el amor la hace libre.
Una sesión de yoga jamás podrá enseñar a un corazón a “sentir” la paternidad de Dios, ni un curso de espiritualidad zen lo volverá más libre para amar. Este poder sólo lo tiene el Espíritu Santo. El Papa meditó sobre el episodio del Evangelio de Marcos – el que sigue a la multiplicación de los panes y de los peces en el que los Discípulos se asustan al ver a Jesús que camina hacia ellos sobre el agua – y que concluye con una consideración acerca del porqué de aquel susto: los Apóstoles no habían comprendido el milagro de los panes porque “su corazón estaba endurecido”.

Vida dura y murallas de protección

Un corazón puede ser de piedra por tantos motivos, observó Francisco. Por ejemplo, a causa de “experiencias dolorosas”. Sucede a los discípulos de Emaús, temerosos de hacerse ilusiones “otra vez”. Sucede a Tomás que rechaza creer en la Resurrección de Jesús. El Pontífice también indicó que “otro motivo que endurece el corazón es la cerrazón en sí mismo”:


“Hacer un mundo en sí mismo, cerrado. En sí mismo, en su comunidad o en su parroquia, pero siempre cerrazón. Y la cerrazón puede girar en torno a tantas cosas: pensemos en el orgullo, en la suficiencia, pensar que yo soy mejor que los demás, también en la vanidad, ¿no? Existen el hombre y la mujer espejo, que están encerrados en sí mismos para verse a sí mismo continuamente, ¿no? Estos narcisistas religiosos, ¿no? Tienen el corazón duro, porque están cerrados, no están abiertos. Y tratan de defenderse con estos muros que crean a su alrededor”.

La seguridad de la prisión

También está quien se atrinchera detrás de la ley, aferrándose a la “letra” a lo que establecen los mandamientos. Aquí – afirmó el Papa – lo que endurece el corazón es un problema de “falta de seguridad”. Y quien busca solidez en lo que dicta la ley está seguro –  añadió Francisco con un poco de ironía –  como “un hombre o una mujer en la celda de una cárcel detrás de los barrotes: es una seguridad sin libertad”. Es decir, lo opuesto de lo que “vino a traernos Jesús, la libertad”:
“El corazón, cuando se endurece, no es libre y si no es libre es porque no ama: así terminaba el Apóstol Juan en la primera Lectura. El amor perfecto disipa el temor: en el amor no hay temor, porque el temor supone un castigo y quien teme no es perfecto en el amor. No es libre. Siempre tiene temor de que suceda algo doloroso, triste. Que me vaya mal en la vida o que ponga en peligro mi salvación eterna…  Tantas imaginaciones porque no ama. Quien no ama no es libre. Y su corazón estaba endurecido, porque aún no habían aprendido a amar”.

El Espíritu vuelve libres y dóciles

Entonces, se preguntó Francisco: “¿Quién nos enseña a amar? ¿Quién nos libera de esta dureza?”. Y su respuesta fue:
“Tú puedes hacer mil cursos de catequesis, mil cursos de espiritualidad, mil cursos de yoga, zen y todas estas cosas. Pero todo esto jamás será capaz de darte la libertad de hijo. Es sólo el Espíritu Santo quien mueve tu corazón para decir ‘Padre’. Sólo el Espíritu Santo es capaz de disipar, de romper esta dureza del corazón y hacer un corazón… ¿blando?… No sé, no me gusta la palabra… “Dócil”. Dócil al Señor. Dócil a la libertad del amor”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS Y EL TERROR EN EL MUNDO. De Willigis Jäger

Hoy día sabemos que la consciencia origina una energía a-causal que provoca y dirige también procesos físicos y psíquicos. En otras palabras: campos inmateriales son capaces de poner en movimiento procesos materiales en el cerebro humano y en el cuerpo. Más claro aún, las emociones y los pensamientos pueden materializarse.

Gracias a la biología molecular sabemos que las emociones, mediante los neurotransmisores, se pasean por el cuerpo, haciendo que enferme o se cure. El odio y las agresiones comienzan en nuestros corazones. Nos enferman a nosotros y a la comunidad humana.

Los buenos deseos, la benevolencia y el amor crean campos que ayudan, curan y ordenan. Las oraciones son buenos deseos. No surten efecto porque en algún lugar elevado haya un Dios que conceda algo porque se hayan rezado tres “Padres nuestros”, sino que la Realidad originaria Dios ha previsto que la estructura básica de la evolución se alimente de esa energía.

Guerra, refugiados, violaciones, asesinatos. ¿Hay alguna respuesta para todo esto? Sí, hay una respuesta, pero ésta no proviene de la política, sino de la profundidad de nuestro corazón, que puede ser un nido de maldades o un lugar de paz y de amor.

El amor auténtico no actúa de otro modo porque experimenta la unidad de la vida y se infligiría a sí mismo el mal que hace a otro. Ese amor abraza también a los adversarios, a los que nos odian, a los talibanes, a Osama Bin Laden, a los heridos, a las mujeres violadas y a los niños hambrientos. Abraza asimismo, a un presidente desorientado y a las víctimas de los atentados terroristas contra las torres de Nueva York. Pero no tiene nada que ver con compasión sentimental, se trata del Fondo originario mismo. El Fondo originario es amor. ¿Cómo se manifiesta este amor?

Quiero leeros un párrafo de un texto para que veáis lo que Jesús aconsejaba en una situación parecida. Le tocó vivir en una época en la que Israel estaba ocupado por los romanos. Había terroristas que se sublevaron. Conocemos el nombre de uno de ellos: Barrabás. Jesús no le siguió; es más, fue intercambiado por él más adelante cuando ambos fueron detenidos. Jesús murió en su lugar. Cuando Barrabás se sublevó, Jesús predicó lo siguiente: “Pero yo os digo a los que me escucháis; Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo no se lo reclames” (Lc 6,27)

Nuestro sentido común nos dice que esto es un idealismo erróneo. Se suele decir: “pensad en los campos de concentración, pensad en Afganistán, en los atentados terroristas, en el terror en nuestro mundo. Ningún orden social se puede basar en ese tipo de ética, los malvados se aprovecharían siempre y nos dominarían. Una sociedad basada en estos principios no funciona”.

Sin embargo, Jesús nos dice “Amad a vuestros enemigos, haced el bien, a los que os odien. Bendecid a los que os maldigan; rogad por los que os maltraten. Al que te hiera en una mejilla preséntale también la otra, y al que te quite el manto, déjale también tu túnica”. Así sólo habla alguien que ha experimentado la unidad con todos los seres, porque ha experimentado que “el otro” no existe. Se ofrece a sí mismo la túnica y el manto.

Jesús está hablando aquí del desarrollo humano, de cómo rompemos las fronteras de la individualidad que nos aprisiona. Y nos lo muestra con ejemplos. Únicamente ese amor será capaz de presentar la otra mejilla, únicamente él será capaz de dar la túnica cuando se nos pide el manto. Pero esta postura no sería auténtica si proviniera del “buen comportamiento” o del “debes” y “tienes que”.

Quien no sea capaz de transcender su limitación personal, quien sea incapaz de abrirse al otro, no se comporta de acuerdo con la evolución, y cae enfermo. La estructura básica del cosmos es auto transcendencia. El científico Charon no tuvo reparos en utilizar el término “amor” en este contexto: amor, la estructura básica de la evolución. Nuestra sociedad está enferma de narcisismo; no es capaz de abrirse a lo Uno y a la totalidad. Ya no se comporta de acuerdo con la evolución. Aquí es donde se encuentra el origen del terrorismo y de la guerra.

¿Qué podemos contraponer a ello? Estoy plenamente convencido de que las revoluciones y el terrorismo no comienzan con las barricadas ni con las bombas, sino en el campo energético que crean las personas con su odio y sus agresiones.

Y viceversa: estoy convencido de que solamente se eliminarán del mundo el terrorismo, el odio y las agresiones mediante las energías de la paz y el amor.

Los conceptos anteriores nos sirven para explicar el significado de la oración y de los buenos deseos, y la eficacia de los pensamientos de paz y del lenguaje conciliador.

El cambio del mundo no comienza con leyes y, mucho menos, con guerras, comienza en nuestro fuero interno. Los ermitaños lo han sabido siempre, y nuestro camino contemplativo nos lo recuerda constantemente: “Nunca estas sentado solo. El cosmos entero está sentado”. El “efecto mariposa” comienza en tu cojín, comienza en tus pensamientos y sentimientos, y puede afectar al mundo entero.

Días atrás estuvimos hablando de la necesidad de volver a activar las energías femeninas que se han ido perdiendo en los últimos siglos. Hay que despertar en nosotros esas energías: cuidar, curar, intuir, compadecer, contemplar, sentir, ser afectuoso, entregarse, y amar.

El amor nos convierte en personas. Somos responsables de lo que irradia en nosotros. De nosotros siempre emana algo: benevolencia, compasión, rechazo, odio. El amor no comienza con la palabra y el abrazo; comienza en nuestros pensamientos y sentimientos. Quien ama es como Dios, dice san Juan, porque “Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él (1Jn 4, 16). “Quien ama, proviene de Dios y conoce a Dios”.


Despertemos ahora las energías del amor. Se convertirán en campos de ayuda y de curación que, en el momento adecuado y en cada caso concreto, se transformarán en actuaciones de ayuda y apoyo.

(Con ocasión del 11 de septiembre de 2001)

DECIDIDOS A SER LIBRES Y A GENERAR LIBERTAD. POR DON CARLOS OSORO, ARZOBISPO DE MADRID.

Quiero acercarme a vosotros para deciros con todas mis fuerzas dónde está la novedad del Año Nuevo. ¡Qué fuerza tiene para nuestra vida, y para la vida de todos los hombres, descubrir dónde está la novedad! ¡Cuántas veces decimos feliz Año Nuevo! Pero muchas veces nos quedamos en unos nuevos días que comienzan y en cómo va pasando la vida, casi sin darnos cuenta. La novedad del Año que comienza es que Jesucristo está con nosotros. No estamos solos. Dios nos acompaña, es más, va delante de nosotros. Nos ha revelado su rostro, y por Él hemos conocido quién es Dios y quiénes somos nosotros. Por eso os digo a todos vosotros también esas palabras que tantas veces nos decimos, pero os las acerco con este contenido: ¡Feliz Año Nuevo! Lo nuevo surge porque Dios vino a esta historia, se hizo Hombre: “la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”. De ahí también el título y el contenido del Mensaje que el Papa Francisco nos ha regalado en la XLVIII Jornada Mundial de la Paz: “No esclavos, sino hermanos”. El año nuevo se convierte en una llamada a renovar nuestra adhesión absoluta y total a Dios, y en él a todos los hombres. “Decididos a ser libres y generar libertad”.

   Entremos al comenzar el año experimentando que el Señor nos bendice, que ilumina nuestro rostro con su Rostro, que nos hace conocer los caminos que tenemos que seguir los hombres para experimentar y dar la paz y la salvación a todos, que hemos de contar con alegría que es Dios quien da la justicia verdadera y que hace posible que los pueblos vivan con rectitud y no haciéndose esclavos los hombres unos de otros. Ello nos manifiesta la urgencia de hacer que todos los hombres conozcan la alegría del Evangelio, que es el mismo Jesucristo. En conocerlo y acogerlo en nosotros está el presente y el futuro de la libertad de los hombres. Escuchemos de Él el proyecto de Dios sobre la humanidad. Es un proyecto en el que la vida de discípulos de Cristo nos hace nacer de nuevo y regenera siempre la fraternidad entre los hombres. Globalicemos la fraternidad y no la división y el desencuentro. Una fraternidad que se expresa en la multiplicidad y en la diferencia. Volvamos nuestra mirada a Jesucristo, contemplemos su rostro. ¡Qué maravilla es poder descubrir a los primeros cristianos entre los que se encontraban judíos y griegos, esclavos y libres hombres y mujeres! (cf. 1 Co 12, 13; Ga 3, 28). Entre los primeros cristianos había diversidad de origen, diversidad de condición social, pero no disminuía entre ellos la dignidad de cada uno, que era la misma, ni excluirían a nadie de la pertenencia al pueblo de Dios.

   Pensemos por un momento en la multiplicidad de rostros de esclavitud que existen a nuestro alrededor, también en estos momentos de la historia humana: oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores de la vida económico-social, entre tantos emigrantes que sufren condiciones de vida que impiden vivir con la dignidad que todo ser humano por ser hijo de Dios tiene. Pensemos también en las personas que están obligadas a ejercer la prostitución, entre los cuales se encuentran también menores. Es necesario anunciar la alegría del Evangelio, entre otras cosas para hacer ver las causas profundas de la esclavitud que viven tantas personas. Todos los hombres y mujeres de buena voluntad sabemos que especialmente la raíz de las esclavitudes está en una concepción de la persona recortada y construida a nuestro gusto o según nuestros intereses, a la que en vez de ver “como imagen y semejanza de Dios”, tratamos como un objeto.

Y esa falsa concepción trae la corrupción del corazón humano, que sabemos se corrompe cuando se aleja de Dios y, por ello, de los demás, que en vez de verlos como hermanos, los ve como contrincantes o enemigos. “Decididos a ser libres y engendrar libertad”. La corrupción del corazón trae pobreza, subdesarrollo, exclusión, envidias, enfrentamientos, odios, el que me sobren los que no piensan como yo. El corazón siempre se corrompe cuando los hombres y las mujeres estamos dispuestos a cualquier cosa para ser nosotros los beneficiados de todo. Hagamos un compromiso real por derrotar la esclavitud y por estar “decididos a ser libres y generar libertad”. Esta decisión pasa necesariamente por entregar la alegría del Evangelio, que es globalizar la fraternidad, no la esclavitud o la indiferencia. ¿Cómo  hacer posible esto?:

            1) Déjate bendecir por Dios. Dejarnos bendecir, proteger e iluminar por el Señor. El Señor nos habla también a nosotros hoy: Él se ha fijado en nosotros, nos ha mirado, nos ha amado, se ha hecho hombre por nosotros, nos ha mostrado su rostro, nos ha regalado el rostro humano verdadero, es el rostro que construye, alimenta, proyecta y diseña una manera de ser y de estar en el mundo.
            2) No ignores que eres hijo de Dios y, por ello, hermano de todos los hombres. Sabernos hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos de todos los hombres. Esto es lo que nos ha revelado nuestro Señor Jesucristo: que somos hijos y, por ello, hermanos.
            3) Conserva como María y medita todas las cosas en tu corazón. Conservar como María en su silencio admirable y contemplativo a Dios mismo. María está ante el misterio, llena de luz y de amor, de fe y esperanza, de amor y donación. María vive desde la interioridad, que en definitiva es saber escuchar y vivir la Palabra que da vida a nuestro corazón y a los hombres. En el centro de su vida puso a Dios como prioridad y de primera necesidad para estar “decididos a ser libres y generar libertad”. Si Dios está ausente, la vida personal y social enferma.
            Con gran afecto, os bendice:
+Carlos, Arzobispo de Madrid



¿Qué es el Castillo de las Moradas teresianas?

El mismo nombre de “moradas”, utilizado con tanta frecuencia por Teresa, está reclamando origen bíblico, pues ya en el mismo comienzo, la autora cita el texto de Juan (1M1,1): “En la casa de mi Padre hay mucha moradas” (Jn 14,2). Es probable que en un primer momento Teresa lo entienda como la parte reservada de un castillo, una estancia. Y así utilizará también a lo largo de la narración esa imagen. Pero, si se observa con atención, esta representación pasa a un plano secundario, porque las connotaciones bíblicas la van absorbiendo. Pero, además, es que Teresa, apenas comienza, infunde tal dinamismo a esta palabra que la enmarca en su más genuino sentido de Sagrada Escritura.
En efecto, Juan entiende la palabra morada como una derivación del verbo griego “meno”, vocablo que utiliza para significar la relación permanente, vital y sin interrupción entre Jesús y el Padre, Jesús y nosotros, y a veces también entre el Padre y nosotros (14,23). Dinamismo teológico muy teresiano también. Por tanto, podemos decir que Teresa asume para su obra esa categoría tan significativa del IV Evangelio. Desde este punto de vista, todo el libro de Moradas ya cobra un cariz bíblico. En algún sentido podíamos decir que las Moradas son un comentario al texto joaneo antes recordado. Pasaje que, por otra parte, ha tenido un largo significado en la dogmática de la Iglesia y en la tradición espiritual. Teresa, como sabemos, ha concentrado en el fondo de la persona la entera historia de salvación, sobre todo la evangélica. Baste de momento notar que en el centro del alma tiene lugar el matrimonio espiritual (7M 2,1-3). La casa del Padre con sus muchas moradas se va a hallar en lo más hondo del ser humano, en el corazón del hombre y de la mujer.
El contenido de las moradas del Padre se prosigue luego en Juan en el Apocalipsis (21,10-23), en el que morada es la ciudad entera. Así parece que Teresa entiende también las suyas. De hecho algunos de los elementos que componen su visión del alma están tomados de esa ciudad escatológica y encantada de que habla el discípulo de Jesús (1M 2,1).
Veamos el texto: “Un castillo todo de un diamante o muy claro cristal a donde hay mucho aposentos. Así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo, un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites” (1M 1,1).
El alma es un castillo, dice Teresa. Piénsese que entonces en el castillo se concentraba una ciudad entera. Podemos decir, pues, que el castillo en la mente de Teresa es una pequeña y preciosa ciudad; esa ciudad es el alma donde mora el Señor. En última instancia, la ciudad celestial que Teresa tenía “in mente” es la descrita por Juan, la ciudad que viene de arriba, vestida de novia (Ap 21,9-12). No olvidemos que las moradas se dirigen a preparar el matrimonio con Cristo, en el centro del alma (7M 2,1-3), donde hemos dicho que se sitúa la ciudad, venida de lo alto, de Dios, donde mora Cristo y la Trinidad.

Los fundamentos de la ciudad teresiana vienen descritos con trazos bíblicos. El primer recuerdo de Teresa es para el Génesis (1,26). Y mientras en Vida, en los dos capítulos primeros, nos presentará de forma velada la creación, la tentación y la caída, aquí va a hacer referencia al alma, imagen de Dios (Gn 1,26). Por tanto, una realidad muy rica y llena de misterios, de moradas (Jn 14,2) o, mejor, de posibilidades de acoger a Dios. Ese ser imagen de Dios, le va a dar capacidad de Dios, de llenarse de él, de estar constituida desde su esencialidad para él. El alma es un espacio para el Señor. Dios nos creó para la relación con él. Las moradas son capacidades dinámicas esencialmente abiertas para ser plenificadas. Esa posibilidad de relación la apoya Teresa en Proverbios 8,31, que presenta a un Dios que tiene sus delicias en estar entre los hombres. La palabra deleite también puede hacer referencia al Génesis: “Un paraíso de delicias” (3,23-24), según algunas traducción de la palabra hebrea “Edén”, y era como se traducía este texto en los libros de piedad del siglo XVI.
Otro texto teresiano nos ayuda también a recomponer la imagen que ella está persiguiendo: “Qué será ver este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida, que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida que es Dios, cuando cae en pecado mortal: no hay tinieblas más tenebrosas ni cosa tan oscura y negra que no lo esté mucho más” (1M 2,1). Este pasaje es paralelo con V 40,5, que en seguida consideraremos, en el que habla de una experiencia de Cristo en su alma. Pero antes, no olvidemos que Teresa dice que en ese centro interior hay un sol (Ap 2,7; 21,23) y una fuente (Gn 2,6). El árbol de vida hace alusión o al Génesis, árbol de la vida, o al salmo (1,3) o quizás más al Apocalipsis (22,1). Sea como fuere, el imaginario es bíblico, y, sin duda, está desplazando la idea de castillo. Del castillo Teresa ha dado el salto de inmediato a la ciudad de Jerusalén, y de las estancias del castillo medieval, a las moradas del cuarto evangelio ola Jerusalén celestial del Apocalipsis.
Así es la contemplación teresiana dela Biblia. Se trata de una asunción profunda de las categorías de las Escrituras de tal manera, que quedan perfectamente incorporadas a su discurso, aunque ella muchas veces no lo perciba. El sol de la ciudad celestial, ahora lucirá en la morada del alma. De esta forma la antropología teresiana se reconstruye desde las perspectivas escatológicas de la Escritura. Y Teresa realiza este milagro de forma natural, casi sin pretenderlo, por conexiones de su yo hebreo y místico con los textos inspirados que ella pretende vivir de forma total.
Lo primero que se observa en esta comprensión teresiana del yo es su capacidad de asumir los símbolos y conectarlos. La percepción inmediata es una ciudad humana, el castillo, que es donde ella veía que vivían los reyes y las élites de la sociedad; pero eso sólo es la plataforma que la proyecta a otra ciudad y a otro Rey, y da el salto a la Bibliay en seguida busca allí los ámbitos donde se desenvuelve la vida de Dios con los hombres, el cielo. El cielo es el lugar donde se halla Dios; y ella ha descubierto que ese Dios habita el centro del hombre. Así lo pudo contemplar un día en una de sus famosas visiones: “Estando una vez en las horas con todas, de presto se recogió mi alma y parecióme ser como un espejo claro toda, sin haber espaldas ni lado ni alto ni bajo que no estuviese toda clara, y en el centro de ella se me representó Cristo nuestro Señor, como le suelo ver. Parecíame en todas las partes de mi alma le veía claro como en un espejo, y también este espejo –yo no sé decir cómo- se esculpía todo en el mismo Señor por una comunicación que yo no sabré decir, muy amorosa” (V 40,5).
Esta Belleza es patrimonio de todo ser humano. El pecado lo único que hace es oscurecerlo y entenebrecerlo, pero la realidad siempre permanece. El texto continúa: “Dióse me a entender que estar un alma en pecado mortal es cubrirse este espejo de gran niebla y quedar muy negro, y así no se puede representar ni ver este Señor, aunque esté siempre presente dándonos el ser”, (Cf. V 40,5). En un texto paralelo de Moradas podemos leer:”Qué será ver este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida, que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios, cuando cae en pecado mortal. No hay tinieblas más tenebrosas ni cosa tan oscura y negra, que no lo esté mucho más. No queráis más saber de que, con estarse el mismo Sol que le daba tanto resplandor y hermosura todavía en el centro de su alma, es como si allí no estuviese para participar de El, como el cristal para resplandecer en él el sol” (1M 2,1).
Sin duda, el castillo de Moradas reproduce la experiencia que nos narra en Vida 40,5. Comparando los textos citados, se evidencia que desde un punto de vista literario-espiritual, el sol, la fuente y la luz simbolizan la presencia de Cristo en el alma, espejo o cristal. La meta consiste en que a través del seguimiento de Cristo la persona se identifique con él, es decir, alcance el centro de sí misma. Teresa lo describe así: “Aparécese el Señor en este centro del alma sin visión imaginaria sino intelectual –aunque más delicada que las dichas-, como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo:«Pax vobix»” (7M 2,3). Aparece una nueva figura: el Cenáculo. En moradas quintas (1,13) nos hablará de la bodega del Cantar, que identifica con el centro del alma, aludiendo también al cenáculo. Por eso no e extraño que escriba en Fundaciones: “En aquella eternidad adonde son las moradas conforme al amor con que hemos imitado la vida de nuestro buen Jesús” (14,5).

Para Teresa el centro del castillo donde se halla el Rey viene identificado con el centro del yo humano, con el paraíso del Génesis. La bodega del Cantar, el Cenáculo, las moradas de Juan y la ciudad del Apocalipsis. Por consiguiente, el Rey del Castillo, es el Esposo del Cantar, el Cristo Resucitado del Cenáculo, el Hijo de las Moradas de Juan, y el Rey (Cordero) del Apocalipsis. También al Paraíso del Génesis, por cuanto hemos visto Teresa lo cristologiza.

Por el P. Secundino Castro, Carmelita descalzo

EL PAPA FRANCISCO SOBRE EL ATENTADO DE PARÍS: LA VIOLENCIA HOMICIDA ES ABOMINABLE Y NO SE JUSTIFICA JAMÁS

Queridos amigos, como sabrán, ayer tres terroristas entraron en la sede de un semanario francés y asesinaron a 12 personas e hirieron a otras 11. 

El Papa Francisco ha expresado su firme condena por este atentado. Así lo ha referido en un comunicado el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi:

“El Santo Padre expresa la más firme condena por el horrible atentado que ha sacudido esta mañana la ciudad de París con un alto número de víctimas, sembrando la muerte, hundiendo en la consternación a la entera sociedad francesa, turbando profundamente a todas las personas amantes de la paz, mucho más allá de los confines de Francia.

El Papa participa con la oración al sufrimiento de los heridos y de las familias de los difuntos y exhorta a todos a oponerse con todo medio a la difusión del odio y de toda forma de violencia, física y moral, que destruye la vida humana, viola la dignidad de las personas, mina radicalmente el bien fundamental de la convivencia pacífica entre las personas y los pueblos, no obstante las diferencias de nacionalidad, de religión y de cultura.

Cualquiera sea la motivación, la violencia homicida es abominable, no es jamás justificable, la vida y la dignidad de todos deben ser garantizados y tutelados con decisión, toda instigación al odio debe ser rechazada, el respeto del otro debe ser cultivado.

El Papa expresa su cercanía, su solidaridad espiritual y su apoyo a todos aquellos que, según sus diversas responsabilidades, continúan a empeñarse con constancia por la paz, la justicia y el derecho, para curar en profundidad los origines y las causas del odio, en este momento doloroso y dramático, en Francia y el toda parte del mundo marcada por tensiones y violencias”.