“La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más
seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos,
programamos, planificamos nuestra vida... Y esto nos sucede también con Dios...
nos resulta difícil abandonarnos a Él... dejando que el Espíritu Santo anime,
guíe nuestra vida, tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos
saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados... para abrirnos a los
suyos.
Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece
su novedad, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen,
construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a
una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la
libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con
valentía para anunciar el Evangelio.
No es la novedad por la novedad, la
búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en
nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente
nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque
Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos: ¿Estamos abiertos a
las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu
Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios
nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la
capacidad de respuesta?”.
En la
Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo.... Sólo Él
puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo
tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que
pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en
nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que
queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por
imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos
guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan
conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la
Iglesia... la eclesialidad es una característica fundamental para los
cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me
trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son peligrosos. Cuando
nos aventuramos a ir más allá... de la doctrina y de la Comunidad eclesial, y
no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo”.
Como último punto, el Papa ha observado que “los teólogos antiguos decían: el
alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla
la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del
Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo
nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una
Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos
impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la
bondad del Evangelio... . El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que
sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que
llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El
Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga...
Es el Espíritu Paráclito, el “Consolador”, que da el valor para recorrer los
caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el
horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de
Jesucristo”.