miércoles, 19 de octubre de 2016

El nuevo general de los Jesuitas: queremos ayudar a una humanidad herida



El nuevo prepósito general de la Compañía de Jesús, el padre Arturo Sosa Abascal, tuvo este martes un primer encuentro con la prensa, en la curia de la Compañía de Jesús, ubicada a pocos pasos del Vaticano. Participaron en la misma el padre Federico Lombardi, nombrado asistente ad Providentiam y Consejero general y el padre Patrick Mulemi, SJ, director de la Oficina de Comunicaciones y portavoz de la Curia General.
El padre Sosa señaló la gran amistad que tiene desde hace años con el papa Francisco y añadió que logra comunicarse fácilmente con él y en profundidad.
Señaló además que la 36 Congregación General la cual se está desarrollando bajo el lema “Remando Mar adentro”, proseguirá para elegir el órgano de gobierno que ayudará al prepósito en su misión.
El nuevo propósito general no señaló el programa de gobierno porque “el trabajo inicia hoy, las etapas serán establecidas en un futuro próximo, así como el equipo de gobierno y los asistentes”. Una cosa es segura: “no se pone en discusión el sentido de nuestra misión, el servicio de la fe y la promoción de la justicia, teniendo presente la diversidad cultural y la importancia del diálogo”.
Entre los objetivos prioritarios figura el servicio a la fe y la formación intelectual, así como contribuir a la reconciliación en tantas áreas del mundo en donde existe división. Y esto es uno de los desafíos que debe enfrentar la Compañía de Jesús, dijo.
Añadió que esperan poder contribuir “al menos con un pequeño esfuerzo a la reconciliación entre los hombres, que al mismo tiempo es reconciliación con Dios y con el Creado”.
Respondiendo sobre su país, Venezuela, el padre Sosa señaló la voluntad de su pueblo de vivir en paz, sin más violencia. Y consideró que la gestión monopolista del petróleo por parte del Estado es un obstáculo a un desarrollo pleno de la democracia.
En otras de las preguntas el padre Sosa respondió que se encuentra sereno en el nuevo encargo, que siente la ayuda de sus hermanos y especialmente del Señor, porque “La Compañía de Jesús es Suya” y por lo tanto “no nos faltará su ayuda”.
Sobre la expresión ‘el papa negro’, señaló que no le gusta, porque justamente ellos están llamados a servir al Santo Padre y a los obispos.
Señaló también que los prepósitos generales lo son por toda la vida, aunque pueden renunciar como lo hicieron los tres últimos cuando se sintieron sin fuerzas. Añadió que para ellos es importante seguir la exhortación del papa Francisco, de ser ‘una Iglesia en salida’. Al concluir el nuevo prepósito señaló la importancia de la comunicación en la evangelización.
La Congregación inició el 2 de octubre, participan 212 religiosos en representación de los jesuitas provenientes de los cinco continentes y además de elegir al nuevo prepósito general, se encuentra en una nueva fase.
ZENIT

19 de octubre: san Pedro de Alcántara, presbítero


Extremadura hierve en deseos de conquista y evangelización del Nuevo Mundo. Es en toda España un tiempo de lumbreras, de santos, todo son grandezas y aires de contrarreforma. Pedro de Alcántara es un religioso franciscano, que introdujo en su orden reformas importantes organizando definitivamente a los franciscanos en España.
Nació en la Extremadura alta (España), en Alcántara, de familia noble, en 1494. Sus padres son don Pedro Garabito –un conocido jurisconsulto– y Doña María Villela de Sanabria.
Estudió gramática en su ciudad natal y a los 14 años fue a Salamanca para iniciar los estudios de filosofía. De descanso en Alcántara vio a dos franciscanos que caminaban descalzos y se fue tras ellos. Solo tenía 16 años. Tomó el hábito, en 1515, en el convento de Majarretes que pertenecía a la austerísima provincia franciscana de san Gabriel, junto a Valencia de Alcántara, cercano a la frontera portuguesa. Fue enviado a fundar un convento en Badajoz del que fue superior poco después.
Se ordenó sacerdote en 1524. Nombrado provincial en 1538 impulsó la renovación de su orden.
Tan aferrado está a vivir según los criterios de Dios que no se para a pensar si su proceder agrada al mundo, ni si se adapta a sus criterios; tampoco se queda en lo meramente prudente cuando se trata de asuntos del alma propia o ajena. Una de las facetas de su singular camino hacia Dios está basada en el total y absoluto sometimiento del «hermano» cuerpo.
Avasallador en la acción. Desde los 25 años que le hicieron superior por obediencia, no para. Es predicador, misionero, consejero, confesor, director de almas ignorantes y de sabios predicadores, atiende a nobles y a reyes, le consultan obispo y muestra preocupación por los niños.
El Papa Julio III le autorizó a fundar conventos reformados que se conocen como alcantarinos. En 1556 dio comienzo a su fundación propia en el convento de El Pedroso, extendiéndose por Galicia, Castilla, Valencia y más tarde China, Filipinas y América.
Se distinguió por la penitencia y austeridad consigo mismo, hasta extremos que hoy parecen increíbles. Fiel al espíritu de san Francisco que pone toda su afición en identificarse con Cristo crucificado, saca de la penitencia las fuerzas espirituales que necesita: Nunca miró a nadie a la cara. Durante cuarenta años dispuso tener hora y media al día de sueño, y eso, o sentado en el suelo, o en hueco donde no cabía ni estirado ni de pie, y con un leño como cabecera. Comía de tres en tres días legumbres o verduras con pan seco y negro; alguna etapa la pasó alimentándose solo después de ocho días. Penitencia corporal hasta la sangre, para domar al «hermano asno», como gustaba llamar a su cuerpo. Así no extraña que, por flaco, pareciera un muerto salido del sepulcro, ni que Teresa dijera que parecía estar hecho de raíces de árboles.
A pesar de esto, se distingue por la extremada cortesía, modales finos y dulzura con los demás. Muestra una extremada delicadeza y sensibilidad con los sufrimientos de los otros, en especial con sus frailes, a los que alguna vez alimentó de modo milagroso.
Desde el inicio de la conversación, los que trataron con él se sentían atraídos por su afabilidad. Su extrema pobreza no estaba reñida con la limpieza de ropa que él mismo lava, cose o remienda. Sabe cultivar la amistad y ser amable en el trato. Personajes contemporáneos suyos de primera línea gozaron de su compañía y recurrieron a él en sus problemas: Francisco de Borja, que llamaba su «paraíso» al convento de El Pedroso, Juan de Ribera, Carlos V y su hija Juana, que quisieron tomarlo por confesor, Teresa de Jesús, a quien aconseja y alienta en su reforma del carmelo y que le admiraba por su buen juicio y por su ascetismo; también los reyes de Portugal le veneraban y le ayudaron en sus empresas.
Estuvo dotado de una inteligencia fuera de lo común con memoria privilegiada que le facilitó dominar la Sagrada Escritura.
Como místico no le faltaron arrobos y ensimismamientos en la oración que llamaron éxtasis. Sus biógrafos no ocultan que más de una vez cruzó ríos andando sobre el agua, que curó enfermos de modo milagroso y que profetizó. Pero no fue fácil la fidelidad. Tentaciones fuertes carnales tuvo que resolver de modo expedito –muy adecuado a su concepción de la ascética– revolcándose desnudo en nieve o hielo y arrojándose sin ropa a zarzas y espinos.
Murió en el convento de Arenas el 18 de octubre de 1562. A partir de entonces, el pueblo se llamó Arenas de San Pedro.
En 1669 fue canonizado.
Su vida santa, plena de mortificación y penitencia, señala dónde está la fuerza para la santidad propia y para la de los demás. Por más que en la época actual sea considerada la mortificación y la penitencia como un tabú, como algo detestable de lo que hay que huir, o como práctica perteneciente a épocas pasadas, el estilo propio del Evangelio es para siempre camino imperecedero.
Cuando falta, solo queda la oscuridad por más que relumbren los artificios obsoletos de siempre con formas nuevas.
Archimadrid.org

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (12,39-48)





“Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!

En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús habla a sus discípulos del comportamiento a seguir en vista del encuentro final con Él, y explica cómo la espera de este encuentro debe impulsarnos a llevar una vida rica de obras buenas. 

Entre otras cosas dice «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni destruye la polilla» (v. 33). Es una invitación a dar valor a la limosna como obra de misericordia, a no depositar nuestra confianza en los bienes efímeros, a usar las cosas sin apego y egoísmo sino según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor. 

Nosotros podemos estar muy pegados al dinero, tener muchas cosas, pero al final no las podemos llevar con nosotros. Recordad que «el sudario no tiene bolsillos».

La enseñanza de Jesús continúa con tres breves parábolas sobre el tema de la vigilancia. Esto es importante: la vigilancia, estar atentos, permanecer vigilantes en la vida. La primera es la parábola de los siervos que esperan por la noche el regreso de su señor. «Dichosos los siervos que el Señor al venir encuentre despiertos» (v. 37): es la felicidad de esperar con fe al Señor, del estar preparados con actitud de servicio. 

Él está presente cada día, llama a la puerta de nuestro corazón. Y será bienaventurado quien le abra, porque tendrá una gran recompensa: es más, el Señor mismo se hará siervo de sus siervos —es una bonita recompensa— en el gran banquete de su Reino pasará Él mismo a servirles. 

Con esta parábola, ambientada por la noche, Jesús presenta la vida como una vigilia de espera laboriosa, preludio del día luminoso de la eternidad. Para poder participar se necesita estar preparado, despierto y comprometido con el servicio a los demás, con la tranquilizadora perspectiva de que «desde allí» no seremos nosotros los que sirvamos a Dios, sino que será Él mismo quien nos acoja en su mesa. 

Pensándolo bien, esto ocurre ya cada vez que encontramos al Señor en la oración, o también sirviendo a los pobres, y sobre todo en la Eucaristía, donde Él prepara un banquete para nutrirnos de su Palabra y de su Cuerpo.

La segunda parábola tiene como imagen la llegada imprevisible del ladrón. Este hecho exige una vigilancia; efectivamente Jesús exhorta: «También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (v. 40). El discípulo es quien espera al Señor y su Reino. 

El Evangelio aclara esta perspectiva con la tercera parábola: el administrador de una casa después de la salida del señor. En la primera escena, el administrador sigue fielmente sus deberes y recibe su recompensa. 

En la segunda escena, el administrador abusa de su autoridad y golpea a los siervos, por lo que, al regreso imprevisto del señor, será castigado. Esta escena describe una situación frecuente también en nuestros días: tantas injusticias, violencias y maldades cotidianas nacen de la idea de comportarnos como dueños de la vida de los demás. Tenemos un solo dueño al cual no le gusta hacerse llamar «dueño» sino «Padre». Todos nosotros somos siervos, pecadores e hijos: Él es el único Padre.

Jesús nos recuerda hoy que la espera de la beatitud eterna no nos dispensa del compromiso de hacer más justo y más habitable el mundo. Es más, justamente nuestra esperanza de poseer el Reino en la eternidad nos impulsa a trabajar para mejorar las condiciones de la vida terrena, especialmente de los hermanos más débiles.

Que la Virgen María nos ayude a no ser personas y comunidades resignadas con el presente, o peor aún, nostálgicas del pasado, sino orientadas hacia el futuro de Dios, hacia el encuentro con Él, nuestra vida y nuestra esperanza”.
(Papa Francisco, Ángelus del 7-8-2016)

ESTAD PREPARADOS, PORQUE A LA HORA QUE MENOS PENSÉIS VIENE EL SEÑOR




Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,39-48):


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, p
orque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»

Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»

El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? 

Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. 

Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. 

El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

Palabra del Señor

Papa: Pastores que sean fieles al Señor y jamás amargados

 El buen pastor que sigue a Jesús y no el poder, el dinero o los acuerdos, incluso si ha sido abandonado por todos, tendrá siempre al Señor a su lado, se sentirá desolado pero jamás amargado. Lo afirmó el Papa en su homilía de la misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Al comentar la Segunda Carta a Timoteo, el Santo Padre se detuvo a considerar lo que experimentaron los Apóstoles, quienes, al igual que San Pablo en la fase conclusiva de su vida, sintieron la soledad en la dificultad: fueron despojados, víctimas del encarnizamiento, abandonados, y piden algo para sí mismos como mendicantes:
“Sólo, mendicante, víctima del encarnizamiento, abandonado. Pero es el gran Pablo, ¡el que ha oído la voz del Señor, la llamada del Señor! Aquel que fue de una parte a otra, que sufrió tantas cosas y tantas pruebas por la predicación del Evangelio, el que hizo comprender a los Apóstoles que el Señor quería que también los Gentiles entraran en la Iglesia. El gran Pablo que en la oración subió hasta el Séptimo Cielo y oyó coas que nadie había oído antes: el gran Pablo, allí, en aquella pequeña habitación de una casa, aquí, en Roma, en espera de cómo terminaría esta lucha dentro de la Iglesia entre las partes, entre la rigidez de los judaizantes y aquellos discípulos fieles a él. Y así termina la vida del gran Pablo, en la desolación: no en el resentimiento y en la amargura, sino con la desolación interior”.
Así le sucedió a Pedro y al gran Juan Bautista, que “en la celda, solo y angustiado”, envía a sus discípulos a preguntar a Jesús si es Él el Mesías, y termina degollado “por el capricho de una bailarina y la venganza de una adúltera”. Lo mismo le sucedió a Maximiliano Kolbe, “que había hecho un movimiento apostólico en todo el mundo y tantas cosas grandes” y murió en la celda de un campo de concentración.
“El apóstol, cuando es fiel – subrayó el Papa Francisco – no espera otro fin que el mismo de Jesús”. Pero el Señor permanece cerca de él, “no lo deja y allí encuentra su fuerza”. Así muere Pablo. “Ésta es la Ley del Evangelio: si la semilla de trigo no muere, no da fruto”. Después viene la resurrección. Un teólogo de los primeros siglos decía que la sangre de los mártires es la semilla de los cristianos:
“Morir así como mártires, como testigos de Jesús es la semilla que muere y da fruto y llena la tierra de nuevos cristianos. Cuando el pastor vive así no está amargado: quizás sienta desolación, pero tiene aquella certeza de que el Señor está junto a él. Pero cuando el pastor, en su vida, se  ocupa de otras cosas que no son los fieles – por ejemplo, está apegado al poder, está apegado al dinero, está apegado a los acuerdos, está apegado a tantas cosas – al final no estará solo, quizás estarán los sobrinos, que esperan que muera para ver qué cosa pueden llevarse”.
El Obispo de Roma concluyó su homilía diciendo textualmente:
“Cuando voy a visitar la casa para sacerdotes ancianos encuentro a tantos de estos buenos, buenos, que han dado la vida por los fieles. Y están allí, enfermos, paralíticos, en silla de ruedas, pero inmediatamente se ve aquella sonrisa. ‘Está bien, Seño; está bien, Señor’, porque sienten al Señor muy cerca de ellos. Y también aquellos ojos brillantes que tienen y preguntan: ‘¿Cómo va la Iglesia? ¿Cómo va la diócesis? ¿Cómo van las vocaciones?’. Hasta el final, porque son padres, porque han dado la vida por los demás. Volvamos a Pablo. Solo, mendicante, víctima del encarnizamiento, abandonado por todos, menos que por el Señor Jesús: ‘¡Sólo el Señor está cerca de mí!’. Y el buen pastor, el pastor debe tener esta seguridad: si él va por el camino de Jesús, el Señor estará cerca de él hasta el final. Recemos por los pastores que están en el final de su vida y que están esperando que el Señor se los lleve con Él. Y recemos para que el Señor les dé la fuerza, el consuelo y la seguridad de que, aunque se sientan enfermos e incluso solos, el Señor está con ellos, cerca de ellos. Que el Señor les dé a ellos la fuerza”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)