Un cristiano
no debe andar entre tinieblas, porque allí no está la verdad de Dios, pero si
cae, puede contar con el perdón y la dulzura de Dios, que lo
devuelve a la vida de la Luz. Lo reiteró el Papa Francisco, en su homilía, en
la Santa Misa matutina, que celebró en la Capilla de la Casa de Santa Marta,
reflexionando sobre la primera Carta de San Juan: «La noticia que hemos oído de
Jesucristo y que les anunciamos es ésta: Dios es luz y en Él no hay tinieblas»
(1, 5).
Haciendo
hincapié en las palabras del Apóstol - que con cariño, como si fuera un abuelo
que escribe a sus jóvenes nietos - pone a los creyentes ante la seria
responsabilidad de no tener una doble vida: «luz de fachada y tinieblas
en el corazón», el Papa subrayó, con la misma lectura, que «si decimos que
no hemos pecado, hacemos pasar a Dios por mentiroso». Y recordó la eterna lucha
del hombre contra el pecado y la búsqueda de la gracia:
«Si dices
que estás en comunión con el Señor, entonces camina en la luz. ¡Pero, una doble
vida no! ¡Eso no! Esa mentira que estamos tan acostumbrados a ver, e
incluso a caer en ella ¿no? Decir una cosa y hacer otra ¿no? Siempre la
tentación… Nosotros sabemos de dónde viene la mentira: en la Biblia, Jesús
llama al diablo ‘el padre de la mentira’, el mentiroso. Y por ello, con tanta
dulzura, con tanta mansedumbre, este abuelo le dice a la Iglesia ‘adolescente’:
‘¡No seas mentirosa!’ Tú estás en comunión con Dios, camina en la luz. Haz
obras de luz, no decir una cosa y hacer otra, no tener una doble vida y todo
eso».
Con la Carta
de San Juan, resuena de forma especial la dulzura del Evangelio del día,
destacó el Santo Padre, evocando las palabras de Jesús, que define
‘suave’ su yugo y ‘liviana’ su carga y promete ‘alivio’ a los que están
afligidos y agobiados. Del mismo modo, la llamada de Juan es la de no
pecar, pero si alguien lo ha hecho, que no se desaliente:
«Tenemos un
Paráclito, una palabra, un abogado, un defensor ante el Padre: es Jesucristo,
el Justo. Él nos justifica, Él nos da la gracia. A uno le dan ganas de
decirle a este abuelo que nos aconseja así: ‘Pero ¿no es tan feo tener
pecados?’ ¡Claro, el pecado es feo! Pero si has pecado, ¡mira que te esperan
para perdonarte! ¡Siempre! Porque Él – el Señor – es más grande que nuestros
pecados».
«Ésta es
la misericordia de Dios, es la grandeza de Dios. Sabe que somos ‘nada’, que
sólo de Él mana la fortaleza, y por ello nos espera siempre, dijo una vez más
el Papa:
«Caminemos en
la luz, porque Dios es Luz. No vayamos con un pie en la luz y el otro en las
tinieblas. No hay que ser mentirosos. Y, otra cosa: todos hemos pecado. Nadie
puede decir: ‘Éste es un pecador, ésta es una pecadora. Yo, gracias a Dios, soy
justo’. No, sólo uno es Justo, Aquel que ha pagado por nosotros. Y si alguien
peca, Él nos espera, nos perdona, porque es misericordioso y sabe muy bien de
qué somos plasmados y recuerda que somos polvo. Que la alegría que nos da esta
lectura nos lleve adelante en la sencillez y en la transparencia de la vida
cristiana, sobre todo cuando nos dirigimos al Señor, con la verdad».
(CdM – RV)