Llegue a todos vosotros la voz exultante de la
Iglesia, con las palabras que el antiguo himno pone en labios de María
Magdalena, la primera en encontrar en la mañana de Pascua a Jesús resucitado.
Ella corrió hacia los otros discípulos y, con el corazón sobrecogido, les
anunció: «He visto al Señor» ( Jn 20,18).
Todo cristiano revive la experiencia de María
Magdalena. Es un encuentro que cambia la vida: el encuentro con un hombre
único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos libra
del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos libra de él
radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad.
He aquí
por qué la Magdalena llama a Jesús «mi esperanza»: porque ha sido Él quien la
ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del
mal. «Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra
en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea
plena, eterna, porque es Dios mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en
nuestra humanidad.
Cristo
es esperanza y consuelo de modo particular para las comunidades cristianas que
más pruebas padecen a causa de la fe, por discriminaciones y persecuciones. Y
está presente como fuerza de esperanza a través de su Iglesia, cercano a cada
situación humana de sufrimiento e injusticia.
Benedicto XVI
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Este blog se crea con el objetivo de que todos los que formamos parte de de la comunidad cristiana, podamos expresar nuestras opiniones, consultar nuestras dudas y, sobre todo, ayudarnos unos a otros en este caminar con Jesús y hacia Jesús. Anímate y participa
miércoles, 22 de julio de 2015
Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena.
MARÍA MAGDALENA. De las homilías de san Gregorio Magno , Papa.
María Magdalena, cuando llegó al
sepulcro y no encontró allí el cuerpo del Señor, creyó que alguien se lo había
llevado y así lo comunicó a los discípulos. Ellos fueron también al sepulcro,
miraron dentro y creyeron que era tal como aquella mujer les había dicho. Y
dice el evangelio acerca de ellos; Los discípulos se volvieron a su casa. Y
añade, a continuación: Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando.
Lo que hay que considerar en
estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella
mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían
marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y,
encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que
se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se
había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la
perseverancia en ellas, tal como afirma la voz de aquel que es la Verdad en
persona: El que persevere hasta el final se salvará.
Primero lo buscó, sin
encontrarlo; perseveró luego en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la
dilación, iba aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo
que buscaba. Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación
los enfría, es porque no son o no eran verdaderos deseos. Todo aquel que ha
sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor.
Por esto dice David: Mi alma tiene sed de Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el
rostro de Dios? Idénticos sentimientos expresa la Iglesia cuando dice, en el
Cantar de los cantares: Estoy enferma de amor; y también: Mi alma se derrite.
Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién
buscas? Se le pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su
deseo, ya que, al recordarle a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego
de su amor.
Jesús le dice: «¡María!» Después
de haberla llamado con el nombre genérico de «mujer», sin haber sido
reconocido, la llama ahora por su nombre propio. Es como si le dijera:
«Reconoce a aquel que te reconoce
a ti. Yo te conozco, no de un modo genérico, como a los demás, sino en
especial».
María, al sentirse llamada por su
nombre, reconoce al que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama: «Rabboni»,
es decir: «Maestro», ya que el mismo a quien ella buscaba exteriormente era el
que interiormente la instruía para que lo buscase.
«UNA SOLA ORACIÓN Y UNA SOLA ESPERANZA EN LA CARIDAD Y EN LA SANTA ALEGRÍA»
No os dejéis engañar por
doctrinas extrañas ni por cuentos viejos que no sirven para nada. Porque, si
hasta el presente seguimos viviendo según la ley judaica, confesamos no haber
recibido la gracia. En efecto, los santos profetas vivieron según Jesucristo.
Por eso, justamente fueron perseguidos, inspirados que fueron por su gracia
para convencer plenamente a los incrédulos de que hay un solo Dios, el cual se
habría de manifestar a sí mismo por medio de Jesucristo, su Hijo, que es su
Palabra que procedió del silencio, y que en todo agradó a aquel que lo había
enviado.
Ahora bien, si los que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a una nueva esperanza, no guardando ya el sábado, sino considerando el Domingo como el principio de su vida, pues en ese día amaneció también nuestra vida gracias al Señor y a su muerte, ¿cómo podremos nosotros vivir sin aquel a quien los mismos profetas, discípulos suyos ya en espíritu, esperaban como a su Maestro? Y, por eso, el mismo a quien justamente esperaban, una vez llegado, los resucitó de entre los muertos.
Ahora bien, si los que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a una nueva esperanza, no guardando ya el sábado, sino considerando el Domingo como el principio de su vida, pues en ese día amaneció también nuestra vida gracias al Señor y a su muerte, ¿cómo podremos nosotros vivir sin aquel a quien los mismos profetas, discípulos suyos ya en espíritu, esperaban como a su Maestro? Y, por eso, el mismo a quien justamente esperaban, una vez llegado, los resucitó de entre los muertos.
De la
carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Magnesios
(Caps. 6,1-9,2: Funk 1,195-199)
(Caps. 6,1-9,2: Funk 1,195-199)
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