domingo, 4 de octubre de 2015

CREADOS A IMAGEN DE DIOS

Siempre me parece extraño que el Creador se dé cuenta, después de crear al hombre, de su necesidad de que lo colocara en medio del jardín y de que le encomendara la tarea de poner nombre a las cosas y de relacionarse con otro ser semejante. Y Dios, al ver que Adán se aburría y que estaba triste, dice, según el texto bíblico: -«No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude» (Gn 2, 18).
Sin duda que estamos ante uno de los pasajes más ricos para introducirnos en el estudio de la antropología, pues nos revela el anhelo insaciable del corazón humano en relación con su sed de amor y su necesidad de ser amado.
La biología marca una ley complementaria, que se realiza en el trato del varón y de la mujer. “Al principio de la creación, Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” (Mc 10,9)
La Biblia consagra la relación matrimonial como vocación sagrada. De tal forma que cuando Dios quiere revelar a su pueblo el amor que le tiene, tomará la imagen de los esponsales, como la más próxima a la verdad del amor divino: “Dios es amor”. “Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa” (sal 127).
Sin embargo, teniendo en cuenta la afirmación del autor de la Carta a los Hebreos - “Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte” (Hbr 2, 9)-, desde la afirmación que leemos en el relato bíblico de la creación, de que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, siendo el rostro del Hijo único de Dios el modelo en el que se fijó el Creador para hacer al ser humano, cabe intuir que la soledad que experimentó Adán no era por error divino, sino huella de la imagen del que elevado en la Cruz no tiene otra relación posible que su Padre.
Aunque el matrimonio es vocación bendecida por Dios, pero a su vez, las relaciones humanas dejan experimentar el límite de la soledad, que no puede complementar ni la tarea de poner nombre a las cosas -ejercicio de dominio-, ni la alteridad semejante. Solo Dios es complementariedad gozosa y plena.
En la soledad del primer hombre se detecta la razón de la experiencia agustiniana: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Y de la enseñanza teresiana: “Solo Dios basta”.
Ángel Moreno de Buenafuente


Acoged a los pequeños

El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un trasfondo de gran importancia para los seguidores de Jesús. Según el relato de Marcos, algunos tratan de acercar a Jesús a unos niños y niñas que corretean por allí. Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al parecer, era una creencia popular.
Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Pretenden levantar un cerco en torno a Jesús. Se atribuyen el poder de decidir quiénes pueden llegar hasta Jesús y quiénes no. Se interponen entre él y los más pequeños, frágiles y necesitados de aquella sociedad. En vez de facilitar su acceso a Jesús, lo obstaculizan.
Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes, ha puesto en el centro del grupo a un niño para que aprendan bien que son los pequeños los que han de ser el centro de atención y cuidado de sus discípulos. Se han olvidado de cómo lo ha abrazado delante de todos, invitándoles a acogerlos en su nombre y con su mismo cariño.
Jesús se indigna. Aquel comportamiento de sus discípulos es intolerable. Enfadado, les da dos órdenes: «Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis». ¿Quién les ha enseñado a actuar de una manera tan contraria a su Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús.
La razón es muy profunda pues obedece a los designios del Padre: «De los que son como ellos es el reino de Dios». En el reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros.
El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por personas fuertes y poderosas que se imponen a los demás desde arriba. En su comunidad se necesitan hombres y mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir, abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados.
El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde estos se convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de Dios, la sociedad humana que quiere el Padre.

 José Antonio Pagola

Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre

 Lectura del santo evangelio según san Marcos 10, 2-16
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba:
«¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»

Él les replicó:
«¿Qué os ha mandado Moisés?»

Contestaron: 
«Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»

Jesús les dijo:
«Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo: 
«Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

Palabra del Señor.