lunes, 6 de noviembre de 2017

Papa Francisco: Ser “hombres de la vida y no de la muerte”


“La fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna enraizada en la unión con Cristo resucitado”, ha dicho el Papa Francisco.
A las 11:30 horas de esta mañana, en el Altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco ha presidido la Santa Misa en sufragio de los cardenales y obispos fallecidos este año.
«Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (42,3). “Son palabras poéticas que expresan de manera conmovedora nuestra espera vigilante y sedienta del amor, de la belleza, de la felicidad y de la sabiduría de Dios”, ha explicado el Papa.
Estas palabras del Salmo –ha aclarado el Santo Padre– se habían quedado grabadas en el alma de nuestros hermanos cardenales y obispos que hoy recordamos. “Damos gracias por su servicio generoso al Evangelio y a la Iglesia” y ha añadido que Dios es fiel y nuestra esperanza en Él no es inútil.
Sigue el texto de la homilía del Papa:
Homilía del Papa Francisco
La celebración de hoy nos pone una vez más frente a la realidad de la muerte, haciendo que también se reavive en nosotros el dolor por la separación de las personas que han estado cerca de nosotros, y nos han ayudado; pero la liturgia alimenta sobre todo nuestra esperanza por ellos y por nosotros mismos.
La primera lectura expresa una firme esperanza en la resurrección de los justos: «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza e ignominia perpetua» (12,2). Los que duermen en el polvo, es decir, en la tierra, son obviamente los muertos, y el despertar de la muerte no es en sí mismo un retorno a la vida: algunos despertarán para la vida eterna, otros para vergüenza eterna. La muerte hace definitiva la «encrucijada» que ya está ante nosotros aquí, en este mundo: la senda de la vida, es decir, con Dios, o la senda de la muerte, es decir, lejos de Él. Esos «muchos» que resucitarán para la vida eterna son los «muchos» por los que Cristo ha derramado su sangre. Son esa muchedumbre que, gracias a la bondad misericordiosa de Dios, experimenta la realidad de la vida que no acaba, la victoria completa sobre la muerte a través de la resurrección.
En el Evangelio, Jesús fortalece nuestra esperanza, cuando dice: « Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). Estas palabras remiten al sacrificio de Cristo en la cruz. Él aceptó la muerte para salvar a los hombres que el Padre le había entregado y que estaban muertos en la esclavitud del pecado. Jesús se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su amor rompió el yugo de la muerte y nos abrió las puertas de la vida. Con su cuerpo y su sangre nos alimenta y nos une a su amor fiel, que lleva en sí la esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. En virtud de este vínculo divino de la caridad de Cristo, sabemos que la comunión con los muertos no es simplemente un deseo, una imaginación, sino que se vuelve real.
La fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna enraizada en la unión con Cristo resucitado.
Esta esperanza, que la Palabra de Dios reaviva en nosotros, nos ayuda a tener una actitud de confianza frente a la muerte: en efecto, Jesús nos ha mostrado que esta no es la última palabra, sino que el amor misericordioso del Padre nos transfigura y nos hace vivir en comunión eterna con Él. Una característica fundamental del cristiano es el sentido de la espera palpitante del encuentro final con Dios. Lo hemos reafirmado hace poco en el Salmo Responsable: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (42,3). Son palabras poéticas que expresan de manera conmovedora nuestra espera vigilante y sedienta del amor, de la belleza, de la felicidad y de la sabiduría de Dios.
Estas palabras del Salmo se habían quedado grabadas en el alma de nuestros hermanos cardenales y obispos que hoy recordamos: nos han dejado después de haber servido a la Iglesia y al pueblo que se les confió con la mirada puesta en la eternidad. Por tanto, damos gracias por su servicio generoso al Evangelio y a la Iglesia, al mismo tiempo que nos parece oírles repetir con el Apóstol: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Sí, no defrauda. Dios es fiel y nuestra esperanza en Él no es inútil. Invoquemos para ellos la intercesión materna de María Santísima, para que participen en el banquete eterno, que con fe y amor gustaron ya durante su peregrinación terrena.
ZENIT

Video del Papa: “Testimoniar el Evangelio en Asia”

Carta del arzobispo de Madrid: Un encuentro que lo cambia todo


Conozco muchas vidas de santos, he leído mucho sobre ellos, y he llegado a la conclusión de que en todos hay unas dimensiones humanas que nacen de la visión del hombre que nos regala Jesucristo: la personal y comunitaria; la espiritual; la intelectual; y la misionera
Este mes de noviembre celebramos la fiesta de Todos los Santos, hombres y mujeres de todas las edades, niños, jóvenes, adultos, ancianos que se dejaron llenar la vida por la fuerza del Espíritu Santo y de la Palabra; en diversas circunstancias, esto los llevó a contagiar a sus contemporáneos y a los que vivimos hoy de Jesucristo, haciendo posible que viésemos obras del Señor expresamente manifestadas en sus vidas. Ellos reconocieron la verdad del ser humano en Cristo, creyeron en Él como su Salvador, vieron que solo el seguimiento de su persona daba pleno significado a sus vidas y, entrando por caminos diversos al encuentro de los hombres, siguieron sus pasos. Escucharon aquellas palabras que un día Mateo, el recaudador de impuestos, escuchó: «Sígueme».
La presencia de Cristo Resucitado fue un factor imprescindible de su vida entregada y de todo su proceso de prestarla para que el rostro del Señor se manifestase. De acuerdo con el desarrollo de sus personas, por la edad que tenían, por las circunstancias en las que vivieron, por la pasión que el Señor ponía en su corazón, describieron con su propia sangre una página del Evangelio que los llevaba siempre a salir de sí mismos e ir a los demás en medio de las exigencias de la historia.
¿Cómo era su vida? Aunque formulada y vivida desde diversas realidades y épocas, en todos se dan unas dimensiones que ellos, en nombre de Jesucristo, nos animan a cultivar siempre. Conozco muchas vidas de santos, he leído mucho sobre ellos, y he llegado a la conclusión de que en todos hay unas dimensiones humanas que nacen de la visión del hombre que nos regala Jesucristo: la personal y comunitaria; la espiritual; la intelectual, y la misionera. Deseo hacer alguna reflexión sobre cada una de ellas:
Dimensión personal y comunitaria: todos los santos han asumido su propia historia y la historia de su tiempo para acercar a Jesucristo. Han sabido vivir esta dimensión en un mundo plural, siempre con gran equilibrio, fortaleza y enorme serenidad a pesar de las dificultades que tuvieran y con una gran libertad interior. Son personalidades que maduraron en contacto con la realidad y siempre abiertas a la misión en el tiempo que les tocó vivir.
Dimensión espiritual: ¡qué atractivo tiene contemplar en los santos esta dimensión! Siempre les ha conducido a Jesús, es la que da fundamento, raíces y vida. Tienen una experiencia profunda de Dios que los lleva a un encuentro radical con Jesucristo y a una maduración profunda de entrega absoluta de sus vidas. El Señor se encarga de dar diversos carismas que se arraigan en sus personas en su camino de vida y de servicio propuesto por Jesucristo, al que dan un estilo personal, con una adhesión sincera realizada desde la fe, haciéndolo como la Virgen María; que tuvo que pasar por los caminos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de Jesucristo, el Maestro y el Señor.
Dimensión intelectual: ¡qué fuerza y potencia da a la razón de los santos el encuentro con Jesucristo! Les hace ver el profundo significado que tiene la realidad cuando el ser humano se abre a Dios. Ellos piensan con la luz que les da la fe y ven la verdad de lo que hay que hacer con la profundidad que da a la inteligencia quien nos ha dicho que es el Camino, la Verdad y la Vida. En los santos entendemos la novedad que trae el encuentro con Jesucristo para dialogar con la realidad y con la cultura.
Dimensión misionera: Cristo ha sido quien ha movido a los santos a anunciarlo de todas las maneras, en los ambientes diversos en los que el Señor los situó. En todos los lugares que estaban y en todas las ocasiones en las que se movían sus vidas eran discípulos misioneros. Ellos nos hacen ver que el mejor servicio que se puede hacer al mundo está en la proyección que nuestras vidas alcanzan cuando, a partir del encuentro con Cristo, salimos y presentamos un estilo y modo de vivir atrayente, que comunica vida, que nos compromete en la transformación del mundo con responsabilidad, que hace que despierte nuestra vida con inquietud hacia los más necesitados, hacia los alejados, hacia los que no conocen al Señor y desconocen lo que Él hace en nuestras vidas cuando le dejamos entrar en ellas.
Irradiar la fe a los demás
Los santos nos enseñan que, para vivir esas dimensiones que los llevaron a la santidad de modos diferentes, se requiere un encuentro con Jesucristo que nos haga:
1. Reconocerlo: Dios nos ha mostrado cómo nos ama en Jesucristo y nosotros respondemos con ese mismo amor construyendo la fraternidad desde la donación, el perdón, la renuncia y la ayuda al hermano. Un amor que se nos muestra en el Hijo de Dios que se hizo hombre, muerto y resucitado. Que ofrece la salvación a todos los hombres como un don de la gracia y de la misericordia de Dios. Una salvación que se realiza en la comunión con el único Absoluto, Dios, que se nos ha revelado y manifestado en Cristo, que comienza en esta vida y tiene su cumplimiento en la eternidad. ¿Reconoces al Señor que te ama? ¿Te reconoces en el Señor, en su amor?
2. Acogerlo-interiorizarlo: descubrir en Cristo la Buena Noticia, descubrir y vivir lo que nos dice el libro del Apocalipsis [«He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5)], requiere acoger conscientemente e interiorizar la novedad que trae a nuestra vida el Bautismo y vivir la vida según el Evangelio. Esto cambia nuestra vida, nos hace dar una versión nueva a la misma: convierte nuestra conciencia, las actividades en las que estamos, nuestras vidas y los ambientes concretos en los que nos movemos.
3. Anunciarlo: a Cristo hay que proclamarlo mediante el testimonio, desde la capacidad de comprensión y de aceptación, de comunión de vida y de destino con los demás, en la solidaridad con los esfuerzos de todos en todo aquello que existe de noble y bueno, irradiando con espontaneidad la fe que lleva valores más allá de los corrientes, que hace posible que los que rodean se pregunten ¿por qué son así? ¿Por qué viven de esta manera? ¿Quién los inspira? ¿Por qué están de nuestra parte, con nosotros? Pero también hay que hacer un anuncio explícito, claro e inequívoco de Jesucristo: de su nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas, reino y misterio.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro, arzobispo de Madrid
Alfa y Omega

'María, causa de nuestra alegría' - Fiesta de la Almudena 2017

No invites a tus amigos, sino a pobres y lisiados


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 14, 12-14
En aquel tiempo, Jesús dijo a uno de los principales fariseos que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».
Palabra del Señor.

ÁNGELUS DEL PAPA: SEAMOS MANSOS Y HUMILDES DE CORAZÓN COMO JESÚS SIN BUSCAR HONORES

Como Jesús, que es manso y humilde de corazón, así debemos ser sus discípulos. Lo dijo el Papa Francisco al reflexionar en el XXXI domingo del tiempo ordinario sobre el Evangelio del día, ambientado en los últimos días de la vida del Señor en Jerusalén.
En sus últimos días el Maestro denuncia abiertamente algunos comportamientos negativos de los escribas y los fariseos, «Les gusta ocupar los primeros puestos en las comidas y los primeros asientos en las sinagogas; que los salude la gente por la calle y los llamen maestros » (vv.6-7), expresa el Señor. De este pasaje evangélico partió el Santo Padre para reflexionar haciendo el punto en algunos defectos frecuentes de las personas que detentan una autoridad, como aquel de exigir de los demás cosas,que inclusive pueden ser justas, pero que ellos no practican en primera persona.
De este modo el Obispo de Roma recordó que los discípulos de Jesús no debemos buscar títulos de honor, de autoridad o supremacía, sino que entre nosotros debe haber una actitud de hermanos. Y añadió, asimismo, que "si hemos recibido cualidades de nuestro Padre Celestial, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharlas para nuestra satisfacción personal".
El mal ejercicio de la autoridad – dijo también el Papa - no permite que la gente crezca, y crea un clima de desconfianza y hostilidad, mientras que, en cambio, la autoridad debería tomar precisamente su fuerza del buen ejemplo, que sirva para ayudar a los demás a practicar lo que es justo y debido, y para sostener en las pruebas a quienes se encuentran en el camino del bien.