miércoles, 13 de septiembre de 2017

«¿Puede ser que la fe surja del gesto de ese hombre sentado a la mesa con nosotros?»


Tras la visita del cardenal Osoro a la prisión de Soto del Real, Pedro escribe este testimonio: «Jamás hubiera podido imaginar que a mis 65 años un hombre vestido con una sotana negra y un fajín rojo despertara en mi la convicción de que hay Alguien que me quiere como soy. ¿Puede ser posible que la fe surja por casualidad?, ¿que surja de unas palabras y el gesto de ese hombre [el cardenal Osoro] de sentarse a la mesa con nosotros y comer la misma comida en una bandeja como la nuestra?
He vivido sin creer en nada, solo pensando en mí y en el dinero, convencido de que era feliz estafando a la gente. He estado en la cárcel varias veces; ahora llevo 15 meses de una condena de tres años. En ninguna de las prisiones en las que he estado he sentido atracción por lo religioso. Esta vez, por su forma de ser cercana y sencilla, he hablado algún día con Paulino, el capellán de Soto. El 26 de julio me pudo la curiosidad y cuando dijeron que había “encuentro con el señor cardenal” salí a ver qué era eso. Estábamos unos 150 en salón de actos. Algo pasó cuando escuche sus primeras palabras, que decía que había puesto en su Twitter: “Hoy visito a unos grandes amigos en Soto del Real”. Enseguida me pregunté: ¿Yo soy uno de ellos? Me pareció extraño que me llamara amigo sin conocerme. Algo estaba pasando. Mi corazón empezaba a latir fuerte y mi mente parecía decirme que hasta ahora no había sido feliz.
Nos entregó un dibujo en el que aparecía una barca que se hunde y unas manos tendidas, y nos dijo: “El que está en la barca somos cada uno de nosotros y las manos tendidas son las de Dios. Cuando todo se hunde queda Dios, que es el único que nunca falla, siempre está para levantarnos del lugar en el que estamos caídos”. Estas palabras encendieron en mí una luz. Ese Dios ¿también me puede levantar a mí, que nunca he creído en Él? Y meditando desde ese día he llegado a la conclusión de que sí, de que Dios me ama. Quiero ser otro. Por eso he comenzado a ir a Misa y le pido a Dios “dejar de robar y estafar, y tender, como tú, mi mano al que me necesite”».
Paulino Alonso
Capellán de la cárcel de Soto del Real. Madrid
Alfa y Omega

Encuentran huesos de san Pedro en una antigua iglesia de Roma




Miraron dentro de unas vasijas de barro, y allí estaban: unos operarios han encontrado huesos atribuidos a san Pedro y a los primeros Papas durante los trabajos de restauración de la iglesia de Santa María in Capella, en el barrio del Trastévere, de cerca de 1.000 años de antigüedad



Según la información de la cadena de televisión italiana RAI 1, los huesos aparecieron cuando un trabajador descubrió una gran losa de mármol junto al altar, que hasta le fecha permanecía cerrado por problemas estructurales. Encontró detrás unas vasijas de la era romana con inscripciones indicando que guardaban restos no solo de san Pedro, sino también de varios Papas de la Iglesia primitiva –Félix, Calixto y Cornelio–, junto a los de cuatro mártires de los primeros siglos.
La existencia de estas reliquias era conocida, pues la iglesia alberga una inscripción en piedra que afirmaba que en el templo se conservaban estos restos, junto a un fragmento de un vestido de la Virgen María, pero hasta la fecha se desconocía su localización exacta.

De momento, las reliquias han sido trasladadas al Vaticano para su posterior estudio, «y arrojaría mucha luz sobre su origen si su ADN pudiera ser comparado con el de los restos de san Pedro que se conservan allí», ha dicho el diácono de la iglesia, Massimiliano Floridi.
No se sabe con certeza cómo han podido acabar estas reliquias en Santa María in Capella, una iglesia consagrada en el año 1090, pero se especula que podrían haber sido trasladadas allí por el Papa Urbano II en los años en los que arreciaba la polémica con el antipapa Clemente III. Quizá por seguridad Urbano se llevó las reliquias a una iglesia más vinculada él como la del Trastévere.
Juan Luis Vázquez (con información de The Telegraph)
Alfa y Omega

13 de septiembre: san Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia


En Dialogus historicus de Paladio, obispo de Hierápolis, encontramos datos de su vida y también en otras fuentes históricas del mismo siglo V, pero el principal arranque de documentación está en sus propios escritos. Es uno de los Padres de la Iglesia Oriental que poseyó una elocuencia fuera de lo común y difícilmente igualable que le valió el apelativo de Crisóstomo –«boca de oro»– con el que ha pasado a la historia, que lo considera como uno de los más grandes oradores de la humanidad. El Papa san Pío V lo declaró Doctor de la Iglesia en el año 1568.
Nació en Antioquía alrededor del año 350. Su padre era cristiano y posiblemente latino; se llamaba Secundo y era uno de los generales de la armada de Siria; su madre, Antusa, de ascendencia griega, se tuvo que ocupar de la educación de Juan casi en exclusiva, por la muerte prematura de su esposo; pero lo hizo con gran esmero y responsabilidad, poniéndolo en manos de los mejores maestros. Quizá heredó de su madre la ternura, la persuasión y la firme defensa de los derechos de Dios; y también es posible que de su padre tomara algunas características que le hicieron hombre brusco, violento y nada diplomático. A este carácter suyo se atribuyen las desdichas que se abatieron sobre él en la Constantinopla que hervía de intrigas, lujos y vanidades, cuando sonó su voz sin contemplaciones, sin miedo.
Estudió filosofía en la escuela de Andragathius y retórica con el sofista Libanios. Fue la oportunidad de relacionarse con Teodoro, futuro obispo de Mopsuestia, y con Máximo, que más tarde sería obispo de Seleucia, en Isauria.
A los 18 años comienza a sentir aprecio por la doctrina sagrada que profesan los católicos; por eso quiso acompañar al confesor de la fe Melecio de Armenia en sus frecuentes viajes. Recibió el bautismo, después de un largo tiempo de preparación, cuando Juan tenía 21 años, y en Antioquía lo nombraron lector, que debía tener a su cargo la narración de las Escrituras Santas en las asambleas litúrgicas.
El nuevo converso sintió la voz de la soledad y se retiró al silencio del desierto porque, antes de hablar de Dios, hay que aprender a callar y a escucharle; dos años vivió en una cueva con mucha oración; pero el poco dormir e intenso estudio del testamento de Cristo hicieron que su salud se quebrantara y se viera en la necesidad de dejar aquel estilo de vida y regresar a Antioquía; ahora le confiere el obispo Melecio el diaconado y, desde el año 386, es el sacerdote que durante 12 años ilumina a la Iglesia de Antioquía con su doctrina, mostrándose en todo momento como modelo ejemplar para el clero.
Murió Nectario, el obispo de Constantinopla, el año 397, y a la sede le salieron muchos novios. Pero eligieron, nombraron y consagraron obispo a Juan; lo hizo Teófilo, el patriarca de Alejandría, en el mes de febrero del 398.
Entre sus actividades como pastor, se dedicó preferentemente a la atención del clero que estaba necesitado de reforma: no eran infrecuentes los clérigos y diáconos cuya conducta sabía a escándalo para el resto de los fieles por su afición a la avaricia y a la lujuria. Tuvo que armarse de fortaleza para deponer de sus funciones a algunos colaboradores directos que se mostraban recalcitrantes impenitentes. No aceptó los dispendios, enredos y mal gobierno en que estaba sumida la administración de los bienes económicos de la Iglesia o del propio obispo. Fundó un hospital para la atención de peregrinos y de los pobres. Se ocupó de las viudas, dedicó su tiempo a la pastoral directa con sus fieles en lo que se refiere a la catequesis, la administración de los sacramentos y al cuidado en lo tocante a la dignidad del culto.
No tardó en hacerse notar la envidia –el vicio de los mediocres– incluida la de sus colegas en el episcopado.
Echando leña al fuego, supieron aprovechar –entre los intrigantes estaba también Teófilo de Alejandría, que no había sabido aguantar el tirón de ser pospuesto para la sede de Constantinopla– el conflicto que se originó entre la emperatriz Eudoxia y el Patriarca. Este, sin pelos en la lengua, había recriminado en público, delante de la corte imperial, los frecuentes abusos de poder y dejaba en su predicación bien claro el peligro que encierra para el alma el afán de riquezas; no se quedó mudo a la hora de criticar el desenfrenado lujo y el despilfarro, que era como quitar el pan a los pobres; censuraba los modos de vivir no cristianos que se introducían suave y sutilmente en el palacio del emperador. El asunto terminó con la deposición de Crisóstomo y su destierro en el 404 a Bitinia; regresará a petición de la misma emperatriz, hasta la nueva expulsión en la noche de Pascua del mismo año, sin que le dejaran terminar –por la violencia de las armas– el bautismo de los trescientos catecúmenos que estaban dispuestos y preparados. Esta vez lo desterraron a Cúcuso, en Armenia. Pero como la relativa proximidad provoca espontáneas peregrinaciones de gente que quiere ver y oír al santo, llega una nueva orden imperial que manda un traslado forzoso a Pitio, que es lugar más lejano. No pudo llegar; murió, yendo de camino, en Cumana.
Su cuerpo se trasladó a Constantinopla y lo enterraron en la iglesia de los Apóstoles.
La herencia teológica que deja en sus obras escritas no es sistemática. Entre sus numerosísimas homilías pueden distinguirse las que tienen como desarrollo un tema bíblico, comentando la Sagrada Escritura. Otras son apologéticas, contra los errores de los herejes. Algunas tienen un marcado fin catequético litúrgico. También se conservan bastantes de sus panegíricos y otros discursos circunstanciales, algún tratado teológico y multitud de cartas.
En la iconografía bizantina se le representa con un pergamino en la mano del que mana un río cuyas aguas beben los fieles. Su emblema es una colmena de abeja que simboliza a su elocuencia, dulce como la miel.
Archimadrid.org

El sacerdote que cura los cuerpos y las almas en Ruanda


A su padre lo mataron cuando él tenía 7 años, y su madre murió durante el genocidio que devastó Ruanda en 1994. «Vi cómo hermanos en la fe mataban a otros hermanos en la fe en mi propia parroquia. Hasta mis parroquianos me querían matar a mí». Desde entonces, Ubald Rugirangoga predica en su país la liberación del perdón, organizando retiros con víctimas, y también con los perpetradores de la masacre que se llevó 45.000 vidas en tres días. En 1991 recibió el don de intercesión por la sanación de los enfermos, con numerosas curaciones físicas y espirituales. Ha estado en Madrid invitado por una comunidad carismática para predicar el retiro Jesús sana hoy. «Soy un cura feliz. El perdón me ha hecho libre», dice
Usted afirma haber recibido en 1991 el don de sanación. ¿Qué es exactamente?
Empecé a rezar por los enfermos en 1987, a raíz de una epidemia de disentería que hubo en mi parroquia y que provocó muchos muertos. Yo tenía miedo de contagiarme y de enfermar cuando rezaba por ellos, pero pensé con mucha fuerza: «¡Tenemos que rezar!», y al cabo de un mes de orar todos juntos en mi parroquia la enfermedad desapareció. ¿Fueron las medicinas? ¿Fue la oración? Yo solo sé que ahí nació dentro de mí el interés en rezar por los enfermos. Formé un grupo de nueve personas que empezamos a rezar cada jueves por los enfermos, con mucha fe y convicción.
En 1991 vino un nuevo don: en la acción de gracias después de una Eucaristía vi venir hacia mí la imagen de un pie izquierdo con heridas. Luego, una mano derecha, junto a una voz que me decía que alguien sufría del codo. Luego, la imagen de un trasero de alguien lleno de heridas. Y luego el vientre de una mujer embarazada, y la voz diciéndome que una mujer tenía miedo al embarazo. Por último, la voz me dijo que había alguien allí que pensaba que daba igual rezar o no rezar. Todas esas imágenes y voces vinieron a mí.
¿Qué significaba todo eso?
Entonces pregunté si alguien allí sufría del pie izquierdo, y un hombre dijo: «Yo», y le pedí: «Prueba a andar», y entonces se levantó y dijo: «¡Ya no me duele!». Después pregunté si alguien padecía de su codo derecho, y un hombre se levantó y dijo que se había curado de repente. Después pregunté si alguien tenía heridas en su trasero y una mujer se levantó del suelo, porque no podía sentarse, y al cabo de tres días las heridas habían desaparecido; ella no se lo creía. Luego pregunté si alguna mujer estaba embarazada y tenía algún problema; una mujer se levantó y dijo que ella había tenido dos hijos pero luego llevaba siete años sin tenerlos, porque había perdido dos hijos, y este no creía que iba a nacer vivo; yo le dije que sí iba a nacer vivo. Y así fue.
¿Y la persona a la que le daba igual rezar o no rezar?
Pregunté por ella también, y se levantó una mujer. Su hijo de 5 años estaba enfermo, con una llaga en una pierna, y el médico le dijo que debía amputarla porque la herida llegaba ya al hueso. Ella quiso rezar y le pidió a su marido que la acompañara, pero él no quiso. Todo eso la deprimió y entonces ella perdió la esperanza en la curación de su hijo, pensaba que la oración no iba a solucionar nada. Pero ella vino a rezar ese día, y al cabo de tres días la herida de su hijo estaba completamente curada.
¿Cómo se lo tomó?
Estaba sorprendido. Yo tengo la convicción de que todo esto viene de Jesús. Eran imágenes, voces, que de repente llegaban a mí cuando rezaba, y la gente se curaba. Todo era nuevo para mí. Decidí consultar con mi obispo, y me recordó que el libro de los Hechos cuenta que también Pedro veía imágenes que le ayudaban en su ministerio. Así que me dio la autorización para llevar a cabo este don.
¿Desde entonces ha sido testigo de curaciones físicas?
Sí, muchas, incluso aquí en Madrid. En el retiro en el que acabo de participar me impresionó una doctora que padecía de un problema en su cabeza y dijo que se le había curado. En otra ocasión, en Estados Unidos, estaba yo rezando en adoración ante el Santísimo, y me vino la imagen de una chica en una silla de ruedas. Por la tarde estaba en un retiro, ¡y vi a la chica que había visto por la mañana! Recé por ella y me fui, y después invité a quien padeciera de alguna parálisis a que se levantara. Ella no se lo creyó en ese momento, pero luego, cuando ya estaba en la sacristía escuché voces fuera: la chica se había levantado de su silla de ruedas.
¡Es Jesús! Él es el que cura. Todo lo que hago es en el nombre de Jesús. Él es el que quiere curar a todas estas personas.
Padre Ubald, también hay heridas interiores, en el espíritu…
Toda curación física está encaminada a una curación espiritual. Cuando ves a alguien que ha recibido una curación, eso aumenta tu fe. Esas curaciones te hacen creer más.
Y también hay sanaciones que pasan por el perdón, porque el odio es una herida muy grande. Pero, al perdonar, las personas se curan y recuperan la paz. Mi misión principal es llevar a la gente a Jesús, llevar a la gente a la fe, a creer en Él, a creer que después de esta vida hay otra. Él es la Verdad, Él está vivo, lo que dice es la verdad.
¿Por qué no hay entonces más curaciones, para que haya más gente que pueda creer?
Es por nosotros. Si nosotros no rezamos por las curaciones, no habrá curaciones.
Usted experimentó en su propia vida el genocidio que hubo en Ruanda. ¿Es posible sanar también esas heridas?
Sí es posible. Yo mismo no tengo ningún odio. El hombre que mató a mi madre durante el genocidio de 1994 es ahora mi amigo; él vino un día a pedirme perdón, y yo lloré, le abracé y le dije: «En el nombre de Jesús, te perdono». Me he hecho cargo de sus dos hijos y les he pagado los estudios.
Uno de sus hijos no podía perdonar a su padre por lo que había hecho. Había matado a muchas personas, y ahora… Yo le dije: «Ven, y recemos juntos», y le pedí que perdonase de corazón. Él lloraba cuando decía: «Perdono a mi padre…».
Esto debe ser difícil de entender para muchos en su país…
Predicar el perdón me ha traído problemas, Dios mío. A veces la gente no lo entiende. Pero para mí el odio es el mal, y lo vencemos con el perdón y siendo misericordiosos. Solo así se puede parar la violencia.
Otro ejemplo: un hombre mató a otro, y el hijo de la víctima se casó con la hija del verdugo. Esa chica, cuando me escuchó predicar el perdón y dar mi testimonio, quiso hacer algo. Ella sabía que su padre había matado a un hombre y había dejado viuda a su mujer, y entonces fue a verla y acabó viviendo con ella, ayudándola en todo. El hijo de aquella viuda, que pudo escapar del genocidio, llegó un día a casa de su madre y se encontró con la hija del asesino de su padre. «¿Qué hace esa chica aquí? Su padre ha matado a papá», dijo enfadado. Pero la madre defendió a la chica: «Es una buena chica, es amable, me cuida mucho». Con el tiempo, él se dio cuenta de la bondad de la chica y cómo cuidaba de su madre, y acabó casándose con ella. Yo bendije su matrimonio y hoy tienen tres maravillosos hijos.
¿Y qué pasó con el padre de ella?
Cuando salió de la cárcel su hija preparó la reconciliación entre ambas familias. Recibió el perdón de la mujer y de su hijo, y él mismo decía: «Soy feliz. Yo quité la vida, y ahora mi hija me la está dando. Yo di muerte y ella da vida». Ahora es un abuelo orgulloso de sus nietos.
Dirige en Ruanda el centro El secreto de la paz. ¿Cuál es ese secreto?
¡El secreto de la paz es el perdón! Este es un centro en el que rezamos por la sanación de las personas. En mi país hay muchas heridos y lo primero que hacemos es escucharlos. Hacemos una escucha cristiana, porque muchos vienen con mucha ansiedad. La gente necesita alguien que los escuche, porque si no se vuelven locos. Pero si tienes alguien que te escucha, entonces compartes el dolor de tu corazón, curas tus heridas. Fundé una congregación llamada Misioneros de la Paz, con ramas masculina y femenina, y también con laicos, como un gran familia, y el carisma que tienen es el de la escucha: acoger y escuchar a las personas, y confortarlas.
¿Qué ocurre cuando uno quiere perdonar pero no puede?
Si no perdonas al alguien, entonces estarás llevando a esa persona encima, como un gran peso, toda tu vida. No perdonar es una forma de morir. Tienes que perdonar, para ser libre, para dormir bien, para no llevar ese peso siempre… Y si no puedes, al menos reza por ello, pídele a Jesús ese don, porque sin Jesús perdonar es imposible. Él lo hace.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Alfa y Omega

Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 6, 20-26
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!.
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre!.
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!.
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
Palabra del Señor.

«Un pueblo que es capaz de tener hijos y mostrarlos con orgullo es un pueblo que tiene futuro», dijo el Papa en la catequesis

 «La misericordia y la verdad se han encontrado, la justicia y la paz se han besado». (Sal 85,11) Con este verso del salmo 85 el Papa Francisco se refirió a lo vivido el pasado viernes en Colombia, durante su viaje apostólico, en el encuentro por la Paz y la Reconciliación del país: “estas palabras proféticas llenas de gracia las vimos encarnadas en las historias de los testigos, que hablaron en nombre de muchos que a partir de sus heridas, con la gracia de Cristo, salieron de sí mismos y se abrieron al encuentro, al perdón, a la reconciliación”, dijo en la catequesis en italiano.
Un viaje, este vigésimo viaje internacional y quinto del Papa Francisco en un país latinoamericano, en el que el pontífice afirmó haber sentido la continuidad con los dos Papas que visitaron Colombia en precedencia, el Beato Pablo VI en 1968 y san Juan Pablo II en 1986. “Una continuidad – expresó -fuertemente animada por el Espíritu, que guía los pasos del Pueblo de Dios en los caminos de la historia”.
“En la catequesis de hoy deseo hacerles partícipes de mi reciente Viaje Apostólico a Colombia. En primer lugar, quiero agradecer desde aquí al Presidente por su invitación a visitar ese país, a las Autoridades y a todos cuantos han colaborado para hacerlo posible, y muy especialmente al pueblo colombiano por su acogida, su alegría y su afecto. El lema del Viaje era «Demos el primer paso», y miraba al proceso de reconciliación que vive hoy Colombia para poder salir de 50 años de conflicto interno. Con mi visita he querido bendecir el esfuerzo de ese pueblo, confirmarlo en la fe y en la esperanza, y recibir su testimonio, que es una riqueza para mi ministerio y para toda la Iglesia”.
El Santo Padre se refirió a las fuertes raíces cristianas de  Colombia y manifestó la evidencia del obrar del maligno, que “quiso dividir el pueblo para destruir la obra de Dios”. Pero destacó además “que el amor de Cristo y su misericordia infinita es más fuerte del pecado y de la muerte”, y este viaje “ha sido llevar la bendición de Cristo y la de la Iglesia, sobre el deseo de vida y de paz que brota del corazón de la nación”.
Sucesivamente hizo un recorrido por las distintas etapas de su viaje, comenzando por Bogotá, en donde el primer encuentro fue aquel con las autoridades, seguido por el encuentro con los jóvenes y los obispos:
“He podido contemplar los deseos de paz y de vida de tantos niños y jóvenes, en quienes exulta la esperanza. He podido encontrar también a los Obispos de esta nación y a los representantes del CELAM, para alentar su labor. En la etapa culminante de mi viaje, Villavicencio, hemos oído el conmovedor testimonio de los mártires y hemos visto el cuerpo mutilado del Cristo de Bojayá, esto nos ha recordado que la paz se funda, ante todo, sobre la sangre de testigos del amor, de la verdad, de la justicia y de la fe. En Medellín Cartagena, el tema ha trascendido a la misión y al servicio, con ejemplos insignes de vocación y de seguimiento de Jesús, que hoy como ayer se entregan a los más pobres y se consagran a la promoción humana integral”.
“Un pueblo alegre entre los muchos sufrimientos, un pueblo con esperanza”. Así definió el Papa Francisco la hermana nación de Colombia, y repitió aquello que dijo en la conferencia de prensa en el avión, que tanto lo impactó de las ciudades que visitó: el ver entre las multitudes, a los papás y las mamás que alzaban  a sus niños para que el Papa los bendijera, que hacían ver los propios hijos como diciendo “éste es nuestro orgullo, ésta es nuestra esperanza”. “Un pueblo – afirmó el Papa - capaz de tener hijos y de hacerlos ver con orgullo, es un pueblo que tiene futuro”.
“Confío a todos a la Virgen de Chiquinquirá, que ella pueda ayudarnos a dar el primer paso hacia un mundo más justo y en paz. Que Dios los bendiga”, concluyó. 
(Griselda Mutual - Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)

Papa: con María, llevar al mundo la paz de la Cruz de Cristo

 El ruego del Papa Francisco en la víspera de la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
En su primera audiencia general después de su regreso del Viaje Apostólico a Colombia, el Papa deseó a los numerosos peregrinos de tantas partes del mundo, que su peregrinación a Roma fortalezca en todos «la fe en Jesucristo, que nos llama a dar el primer paso hacia nuestros hermanos y hermanas que están en la necesidad».
El mensaje de amor de la Cruz, en la cordial bienvenida del Obispo de Roma a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Oriente Medio, a los polacos y también en su aliento y bendición a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados:
«Queridos hermanos y hermanas, mañana celebraremos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Recuerden siempre que por medio de la Cruz de Cristo es derrotado el maligno y vencida la muerte, nos es donada la vida y restituida la esperanza. Sepan descubrir y acoger siempre este mensaje de amor y de salvación de la Cruz de Jesús. Que el Señor los bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos y les agradezco por el apoyo que me brindaron con su oración durante mi Viaje Apostólico a Colombia. La Fiesta de la Exaltación de la Cruz, que celebramos mañana, nos recuerda que el camino a la santidad pasa por la Cruz. En esta perspectiva hay que mirar todo sufrimiento: la enfermedad, las injusticias, la pobreza y los fracasos. Que la Cruz sea para nosotros fuente de purificación, de vida y de fortaleza en el espíritu. Llevando con Cristo nuestras cruces cotidianas y las dificultades, aprendamos de Él la capacidad de comprender y aceptar la voluntad de Dios. Los bendigo de corazón.
Dirijo un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Mañana se celebra la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Queridos jóvenes, fortalezcan su diálogo con Dios, difundiendo su luz y su paz; queridos enfermos, encuentren conforto en la cruz del Señor Jesús, que prosigue su obra de redención en la vida de todo hombre; y, ustedes, recién casados, esfuércense en mantener una relación constante con Cristo Crucificado, con el fin de que su amor sea cada vez más verdadero, fecundo y duradero».
En su saludo a los peregrinos de habla alemana, el Papa recordó la misión de los discípulos de Cristo:
«Cristo es nuestra paz y reconciliación. Como discípulos suyos, siempre debemos estar listos para dar el primer paso llevando su amor. Así podemos ser verdaderamente sal, luz y levadura en el mundo. Que el Espíritu Santo nos ayude con su gracia».
Con su oración, el Papa expresó su dolor y cercanía ante las inundaciones que en días pasados se produjeron en Italia, en particular en la región de Toscana, debido a lluvias torrenciales, dejando 8 víctimas mortales y cuantiosos daños materiales:
«Dirijo mi pensamiento y expreso mi cercanía espiritual a cuantos sufren por el aluvión que azotó el territorio de Livorno. Oremos por los que han muerto, por los heridos, por sus familiares y por cuantos están en la prueba».
(CdM – RV)
(from Vatican Radio)

El padre Tom Uzhunnalil, liberado

El misionero salesiano indio, Thomas Uzhunnalil, que llevaba más de año y medio secuestrado en Yemen, ha sido liberado. Según aseguran medios del país hindú, el religioso se encuentra en Muscat, Omán.
El P. Uzhunnalil fue secuestrado por un comando de hombres armados el 4 de marzo de 2016, durante un ataque a la casa de las Misioneras de la Caridad en Adén, Yemen, donde murieron 16 personas, entre ellas 4 religiosas.
En las próximas horas se esperan declaraciones oficiales de las autoridades indias y de la Inspectoría Salesiana de Bangalore, a la que pertenece el P. Uzhunnalil.
Desde el 4 de marzo de 2016 que el padre Tom, oriundo de Kerala (sur de la India) está prisionero de un grupo yihadista, muy probablemente vinculado al Estado islámico, que asaltó el hogar para enfermos y ancianos de las Misioneras de la Caridad en Adén, en el sur de Yemen.
En el ataque fueron asesinadas cuatro monjas de la Madre Teresa y otras 12 personas, que estaban presentes en el centro. La única religiosa que sobrevivió a la matanza perpetrada "por motivos religiosos" fue sor Sally, superiora de la casa, que en el momento de producirse la incursión se hallaba dentro del instituto.

Las autoridades indias habían subrayado este verano su "preocupación" por la seguridad del padre Tom, aunque aseguraba que tenían confirmación de que seguía vivo, y trabajaban por una liberación que, finalmente, y a la espera de la confirmación oficial, se ha producido.
Jesús Bastante