domingo, 29 de enero de 2017

Los niños de Roma con el Papa por la paz

Renovándose, también en 2017, la tradicional peregrinación de la Caravana de la Paz, los chicos y chicas de la Diócesis del Papa llegaron a la Plaza de San Pedro, acompañados por sus padres y educadores. Y una vez más, una niña y un niño se asomaron al lado del Papa Francisco, a la ventana del estudio privado pontificio para proclamar su mensaje.
Después de la oración a la Madre de Dios, el Papa Francisco recordó la 64 Jornada mundial de los enfermos de lepra, con un llamamiento a atender a los que padecen esta enfermedad y a luchar contra la discriminación.
El Obispo de Roma reiteró su cercanía, una vez más, a las poblaciones de Italia central -  que siguen sufriendo las consecuencias del terremoto y del mal tiempo - y pidió que reciban el apoyo de las instituciones y la solidaridad de todos.
«Queridos hermanos y hermanas
Se celebra hoy la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad, aunque en disminución, es aún una de las más temidas  y afecta a los más pobres y marginados. Es importante luchar contra esta enfermedad, pero también contra las discriminaciones que genera. Aliento a cuantos están comprometidos en socorrer y en la reinserción social de las personas afectadas por la lepra, por las cuales aseguramos nuestra oración.
Quisiera renovar también mi cercanía a las poblaciones de Italia central que siguen sufriendo las consecuencias del terremoto y de las difíciles condiciones atmosféricas. Que no falte a estos nuestros hermanos y hermanas el apoyo de las instituciones y de la solidaridad de todos.
Me dirijo ahora a ustedes, chicos y chicas de la Acción Católica, de las parroquias y de las escuelas católicas de Roma.
También este año, acompañados por el Cardenal Vicario, han venido para culminar la Caravana de la Paz, cuyo lema es Rodeados de Paz. Gracias por vuestra presencia y por vuestro generoso empeño en construir una sociedad de paz.
Escuchemos el mensaje que leerán vuestros amigos, aquí a mi lado…»
Luego, como símbolo de paz, se soltaron y dejaron volar numerosos globos de colores
(CdM – RV)
(from Vatican Radio)

“Las Bienaventuranzas: camino hacia el Reino de Dios”, el Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este domingo nos hace meditar sobre las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5,1-12a), que abren el gran discurso llamado el “de la montaña”, la “magna charta” del Nuevo Testamento. Jesús manifiesta la voluntad de Dios de llevar a los hombres a la felicidad. Este mensaje estaba ya presente en la predicación de los profetas: Dios está cerca de los pobres y de los oprimidos y los libera de cuantos los maltratan. Pero en esta predicación, Jesús sigue un camino particular: comienza con el término “bienaventurados”, es decir, felices; prosigue con la indicación de la condición para ser ello; y concluye haciendo una promesa. El motivo de la bienaventuranza, es decir, de la felicidad, no está en la condición pedida – «pobres de espíritu», «afligidos», «los que tienen hambre y sed de justicia», «perseguidos»… – sino en la sucesiva promesa, de recibirlo con fe como don de Dios. Se parte de la condición de dificultad para abrirse al don de Dios y acceder al mundo nuevo, el «reino» anunciado por Jesús. No es un mecanismo automático, sino un camino de vida de seguimiento del Señor, por la cual la realidad de dificultad y de aflicción es vista en una perspectiva nueva y experimentada según la conversión que se actúa. No se es bienaventurado si no se ha convertido, en grado de apreciar y vivir los dones de Dios.
Me detengo en la primera bienaventuranza: «Felices los pobres de espíritu, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos» (v. 4). El pobre de espíritu es aquel que ha asumido los sentimientos y las actitudes de los pobres que en su condición no se rebelan, sino saben ser humildes, dóciles, disponibles a la gracia de Dios. La felicidad de los pobres – de los pobres de espíritu – tiene una doble dimensión: en relación a los bienes y en relación a Dios. En relación a los bienes, a los bienes materiales, esta pobreza de espíritu es sobriedad: no necesariamente renuncia, sino capacidad de gustar lo esencial, de compartir; capacidad de renovar cada día la maravilla por la bondad de las cosas, sin opacarse en el consumo voraz. Más tengo, más quiero; más tengo, más quiero: este es el consumo voraz. Y esto mata el alma. Y el hombre o la mujer que hacen esto, que tienen esta actitud “más tengo, más quiero”, no son felices y no llegaran a la felicidad. En relación a Dios es alabanza y reconocimiento que el mundo es bendición y que en su origen está el amor creador del Padre. Pero es también apertura a Él, docilidad a su señoría: ¡Él es el Señor, es Él el grande, yo no soy grande porque tengo muchas cosas! Es Él el que ha querido el mundo para todos los hombres y lo ha querido para que los hombres sean felices.
El pobre de espíritu es el cristiano que no confía en sí mismo, en sus riquezas materiales, no se obstina en sus propias opiniones, sino escucha con respeto y sigue con gusto las decisiones de los demás. ¡Si en nuestras comunidades existieran más pobres de espíritu, existirían menos divisiones, contrastes y polémicas! La humildad, como la caridad, es una virtud esencial para la convivencia en las comunidades cristianas. Los pobres, en este sentido evangélico, se presentan como aquellos que tienen despierta la meta del Reino de los cielos, haciendo entrever que éste es anticipado en germen en la comunidad fraterna, que prefiere el compartir al poseer. Esto quisiera subrayarlo: preferir el compartir al poseer. Siempre tener el corazón y las manos así, no así. Cuando el corazón es así, es un corazón cerrado: que ni siquiera sabe cómo amar. Cuando el corazón es así, va por el camino del amor.
La Virgen María, modelo y primicia de los pobres de espíritu porque totalmente dócil a la voluntad del Señor, nos ayude a abandonarnos a Dios, rico en misericordia, para que nos colme de sus dones, especialmente de la abundancia de su perdón.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)

CÓDIGOS DE FELICIDAD



Hoy se nos ofrece como mensaje evangélico uno de los textos más emblemáticos, el discurso de Jesús, que pronunció en el monte, a la manera mosaica, dando a conocer el nuevo código. Es en una composición un tanto paralela a la promulgación de los mandamientos.
No obstante las proposiciones de felicidad que hace Jesús, la manera de comprender mejor sus palabras es si las interpretamos como la revelación de su propia identidad. Porque si leemos las bienaventuranzas como títulos de bendición, al margen de la vida de Jesús, se hacen totalmente violentas y extrañas. ¿Quién se atreve a decirle al que sufre que está siendo bendecido?
Solo cuando contemplamos que Aquel que tuvo hambre y se dio en comida - “Tomad y comed” -, que quien tuvo sed se dio a Sí mismo como bebida - “Tomad y bebed” - , que el despojado de todo fue quien nos revistió con su túnica, y el que lloró nos ofreció consuelo…, solo entonces nos podemos sentir ungidos con la posibilidad de asociarnos a la entrega del Maestro y gozar del privilegio de ser de sus discípulos.
He comprendido que Jesús es el Bienaventurado, el que vivió la entrega total y el mayor anonadamiento, pero no como código ético, sino como desbordamiento de amor. Se hizo pobre para enriquecernos a todos.
Y creo que la forma de hacer el bien para no humillar con nuestra acción generosa, no es otra que desde las bienaventuranzas. Es fácil, aunque sea inconscientemente, ejercer las obras de misericordia con protagonismo, como apropiándonos de la situación con instinto vanidoso. Hasta cabe que mentalmente pasemos factura por el bien que hemos hecho.
Hoy Jesús nos enseña la clave evangélica de hacer el bien, no como quien se presenta benefactor, sino como quien camina menesteroso, necesitado y humilde. Esta es la consiga que da hoy el profeta Sofonías: “Buscad al Señor los humildes que cumplís sus mandamientos”. Y el salmita subraya: “El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos”.
Una prueba de cómo y por qué hacemos las cosas es el grado de alegría interior que sentimos, aun en el caso de que no obtengamos el resultado deseado, ni el cumplimiento de nuestros proyectos. En los contratiempos, san Francisco nos invita a la verdadera alegría, que se sustenta solo en Dios.
Ángel Moreno de Buenafuente

Una Iglesia más evangélica

Al formular las bienaventuranzas, Mateo, a diferencia de Lucas, se preocupa de trazar los rasgos que han de caracterizar a los seguidores de Jesús. De ahí la importancia que tienen para nosotros en estos tiempos en que la Iglesia ha de ir encontrando su propio estilo de vida en medio de una sociedad secularizada.
No es posible proponer la Buena Noticia de Jesús de cualquier forma. El Evangelio solo se difunde desde actitudes evangélicas. Las bienaventuranzas nos indican el espíritu que ha de inspirar la actuación de la Iglesia mientras peregrina hacia el Padre. Las hemos de escuchar en actitud de conversión personal y comunitaria. Solo así hemos de caminar hacia el futuro.
Dichosa la Iglesia «pobre de espíritu» y de corazón sencillo, que actúa sin prepotencia ni arrogancia, sin riquezas ni esplendor, sostenida por la autoridad humilde de Jesús. De ella es el reino de Dios.
Dichosa la Iglesia que «llora» con los que lloran y sufre al ser despojada de privilegios y poder, pues podrá compartir mejor la suerte de los perdedores y también el destino de Jesús. Un día será consolada por Dios.
Dichosa la Iglesia que renuncia a imponerse por la fuerza, la coacción o el sometimiento, practicando siempre la mansedumbre de su Maestro y Señor. Heredará un día la tierra prometida.
Dichosa la Iglesia que tiene «hambre y sed de justicia» dentro de sí misma y para el mundo entero, pues buscará su propia conversión y trabajará por una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos. Su anhelo será saciado por Dios.
Dichosa la Iglesia compasiva que renuncia al rigorismo y prefiere la misericordia antes que los sacrificios, pues acogerá a los pecadores y no les ocultará la Buena Noticia de Jesús. Ella alcanzará de Dios misericordia.
Dichosa la Iglesia de «corazón limpio» y conducta transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el secretismo o la ambigüedad, pues caminará en la verdad de Jesús. Un día verá a Dios.
Dichosa la Iglesia que «trabaja por la paz» y lucha contra las guerras, que aúna los corazones y siembra concordia, pues contagiará la paz de Jesús que el mundo no puede dar. Ella será hija de Dios.
Dichosa la Iglesia que sufre hostilidad y persecución a causa de la justicia sin rehuir el martirio, pues sabrá llorar con las víctimas y conocerá la cruz de Jesús. De ella es el reino de Dios.
La sociedad actual necesita conocer comunidades cristianas marcadas por este espíritu de las bienaventuranzas. Solo una Iglesia evangélica tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.
José Antonio Pagola

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12a



En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:

«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor.