domingo, 10 de septiembre de 2017

Consuelo Vélez: "Francisco pide un cambio en la vida eclesial, una nueva mirada, un nuevo juicio, un nuevo actuar"


Hay mucho debate en sí el Papa cambia la doctrina o mantiene la continuidad con el magisterio anterior. Los expertos dicen que no cambia la doctrina. Los más tradicionalistas dicen que sí y "se rasgan las vestiduras" (en secreto, muchas veces, para no desentonar porque es sabido que siempre se ha respetado el magisterio pontificio).
Y los que desde siempre han vivido con esa inquietud profética de que la iglesia podría parecerse más a la iglesia de Jesús, no debaten si cambia o no la doctrina, pero si se sienten muy alegres al oír al Papa y al verlo actuar porque su presencia trae otro estilo de Iglesia, trae otra manera de situarse ante el mundo, invita a otra forma de ser y de juzgar, de actuar y de comprometerse.
Francisco habla muy claro pero no es de extrañar que muchos quieran mantener oídos sordos. El Papa dice todo lo contrario de lo que muchos jerarcas y católicos han enfatizado por décadas. En lugar de hablar de la "pureza" de la doctrina, de los ritos, de las tradiciones, se dedica a decir que en la iglesia han de caber TODOS porque la iglesia no es una aduana que impide la entrada a nadie. Además afirma que la rigidez, las seguridades y los apegos -a lo que se cree es la ley de Dios- no es de Dios. Todo esto constituye un cambio real en la manera como algunos jerarcas y no pocos laicos viven la predicación, las actitudes y las costumbres en la iglesia.
Como ya lo dijo Benedicto XVI, no se comienza a ser cristiano por una idea sino por el encuentro con una persona. Esto es el seguimiento de Jesús. Y Francisco recuerda que seguir a Jesús es preguntarse ¿qué es lo que le agrada al Señor? en lugar de escudarse en el cumplimiento de unas normas -que son mediaciones que pueden cambiar como todo lo humano-. Ante esto el Papa propone tres actitudes fundamentales del verdadero seguidor de Jesús: (1) ir a lo esencial (2) renovarse (3) involucrarse.
Para ir a lo esencial se requiere dejar esa mentalidad farisea, apegada a la norma y lejana a la experiencia de Dios. Por lo contrario, lo esencial es escuchar la Palabra y desde ella ver las necesidades de los hermanos que nos reclaman y no podemos dejar de atender.Renovarse respondiendo al llamado del Señor que nos habla a través de sus llagas presentes en la vida de los más pobres y nos invitan a la superación de la violencia buscando caminos de reconciliación y paz.
Involucrarse, saliendo de sí para encontrarse con todos y no impedirle a nadie que entre a la iglesia, no sentirse dueño sino servidor. La manera de involucrarse es haciendo uso del método latinoamericano: ver-juzgar-actuar (el Papa recordó que este método surge con la Conferencia de Medellín en 1968), "sin miopías heredadas" (¿estaría refiriéndose a todo el recelo frente al camino latinoamericano de tantos sectores eclesiales?) para examinar la realidad con los ojos de Jesús y juzgar y actuar desde esa mirada. Todo esto supone un cambio en la vida eclesial. Una nueva mirada, un nuevo juicio. Un nuevo actuar.

En el encuentro con los sacerdotes, religiosos/as, seminaristas y sus familias el Papa ahondó más en este cambio de mentalidad que se exige hoy a la Iglesia. A partir del texto bíblico de la vid y los sarmientos el Papa les propuso tres modos de hacer efectivo el permanecer:
(1) Permanecer tocando la humanidad de Jesús, contemplando la realidad no como juez sino como samaritano, conmovido ante la necesidad de las personas;
(2) Permanecer contemplando su divinidad, a través de las Sagradas Escrituras para conocer a Jesús y saber lo que él quiere de nosotros,
(3) Permanecer en Cristo para vivir en alegría la cual es el mejor testimonio que podemos ofrecer al mundo.
En el fondo, en el mensaje que el Papa quiso dar a los consagrados continuaba insistiendo en lo que él ve como esencial: contemplar a Jesús en la realidad, servirle allí asumiendo todo lo que esta conlleve, encarnar definitivamente la fe en la historia que nos toca vivir. Y en Colombia esta historia nos invita a superar los diluvios de los desencuentros y de las violencias, dando frutos de encuentro y solidaridad.
Sí, el Papa está cambiando la manera de ser iglesia. La manera de vivir el seguimiento. La manera contemplar el mundo. Pero no por un gusto personal sino porque mirando el evangelio de Jesús, quiere zarandear la iglesia para que lo asuma de una vez por todas, para que deje de estar acomodada y dé el primer paso y muchos otros pasos en el auténtico seguimiento.
¿Asumiremos esta propuesta? Sinceramente lo veo difícil. Pero no hay que perder la esperanza, porque el mismo Espíritu que suscitó un Papa venido del fin del mundo que ha vuelto a lo esencial del evangelio puede hacer que la iglesia colombiana, de una vez por todas, asuma el compromiso de construir la paz y la reconciliación, porque entiende que si esto no es evangelizar, ¿qué podría serlo?
Consuelo Vélez, teóloga, Bogotá

Está entre nosotros

Aunque las palabras de Jesús, recogidas por Mateo, son de gran importancia para la vida de las comunidades cristianas, pocas veces atraen la atención de comentaristas y predicadores. Esta es la promesa de Jesús: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
Jesús no está pensando en celebraciones masivas, como las de la plaza de San Pedro en Roma. Aunque solo sean dos o tres, allí está él en medio de ellos. No es necesario que esté presente la jerarquía; no hace falta que sean muchos los reunidos.
Lo importante es que "estén reunidos", no dispersos ni enfrentados: que no vivan descalificándose unos a otros. Lo decisivo es que se reúnan "en su nombre"; que escuchen su llamada, que vivan identificados con su proyecto del reino de Dios. Que Jesús sea el centro de su pequeño grupo.
Esta presencia viva y real de Jesús es la que ha de animar, guiar y sostener a las pequeñas comunidades de sus seguidores. Es Jesús quien ha de alentar su oración, sus celebraciones, proyectos y actividades. Esta presencia es el "secreto" de toda comunidad cristiana viva.
Los cristianos no podemos reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos muchos o, tal vez, pocos. Pero lo importante es que nos reunamos en su nombre, atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo más humano.
Hemos de reavivar la conciencia de que somos comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio, para mantener vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger en nosotros su alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.
El futuro de la fe cristiana entre nosotros dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el Papa Francisco en el Vaticano. Tampoco podemos poner nuestra esperanza en el puñado de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza es Jesucristo.

Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de atraer a los hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva en estos tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de la Iglesia es urgente. Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan decisivo como volver con radicalidad a Jesucristo.
José Antonio Pagola

COMENTARIO AL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO POR EL PAPA FRANCISCO




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo, tomado del capítulo 18 de Mateo, presenta el tema de la corrección fraterna en la comunidad de los creyentes: es decir, cómo debo corregir a otro cristiano cuando hace algo que no está bien. 

Jesús nos enseña que si mi hermano cristiano comete una falta en contra de mí, me ofende, yo debo tener caridad hacia él y, ante todo, hablarle personalmente, explicándole que lo que dijo o hizo no es bueno. 

¿Y si el hermano no me escucha? Jesús sugiere una intervención progresiva: primero, vuelve a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea mayormente consciente del error que cometió; si, con todo, no acoge la exhortación, hay que decirlo a la comunidad; y si no escucha ni siquiera a la comunidad, hay que hacerle notar la fractura y la separación que él mismo ha provocado, menoscabando la comunión con los hermanos en la fe.

Las etapas de este itinerario indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, con el fin de que no se pierda. Es necesario, ante todo, evitar el clamor de la crónica y las habladurías de la comunidad —esto es lo primero, evitar esto—. «Repréndelo estando los dos a solas» (v. 15). 

La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad y atención respecto a quien ha cometido una falta, evitando que las palabras puedan herir y matar al hermano. Porque, vosotros lo sabéis, también las palabras matan. Cuando hablo mal, cuando hago una crítica injusta, cuando «le saco el cuero» a un hermano con mi lengua, esto es matar la fama del otro. También las palabras matan. Pongamos atención en esto. 

Al mismo tiempo, esta discreción de hablarle estando solo tiene el fin de no mortificar inútilmente al pecador. Se habla entre dos, nadie se da cuenta de ello y todo se acaba. A la luz de esta exigencia es como se comprende también la serie sucesiva de intervenciones, que prevé la participación de algunos testigos y luego nada menos que de la comunidad. 

El objetivo es ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa ofendió no sólo a uno, sino a todos. Pero también de ayudarnos a nosotros a liberarnos de la ira o del resentimiento, que sólo hacen daño: esa amargura del corazón que lleva a la ira y al resentimiento y que nos conducen a insultar y agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una agresión. Es feo. ¿Entendido? ¡Nada de insultos! Insultar no es cristiano. 

En realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón. Todos. Jesús, en efecto, nos dijo que no juzguemos. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana, es un servicio mutuo que podemos y debemos prestarnos los unos a los otros. Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz sólo si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La conciencia misma que me hace reconocer el error del otro, antes aún me recuerda que yo mismo me equivoqué y me equivoco muchos veces. 

Por ello, al inicio de cada misa, somos invitados a reconocer ante el Señor que somos pecadores, expresando con las palabra y con los gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Y decimos: «Ten piedad de mí, Señor. Soy pecador. Confieso, Dios omnipotente, mis pecados». Y no decimos: «Señor, ten piedad de este que está a mi lado, o de esta, que son pecadores». ¡No! «¡Ten piedad de mí!». Todos somos pecadores y necesitados del perdón del Señor. 

Es el Espíritu Santo quien habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Es Jesús mismo que nos invita a todos a su mesa, santos y pecadores, recogiéndonos de las encrucijadas de los caminos, de las diversas situaciones de la vida (cf. Mt 22, 9-10). 

Y entre las condiciones que unen a los participantes en la celebración eucarística, dos son fundamentales, dos condiciones para ir bien a misa: todos somos pecadores y a todos Dios da su misericordia. Son dos condiciones que abren de par en par la puerta para entrar bien en la misa. Debemos recordar siempre esto antes de ir al hermano para la corrección fraterna. Pidamos esto por intercesión de la bienaventurada Virgen María.

(Angelus del 7 de septiembre de 2014)

EVANGELIO DE HOY: LA CORRECCIÓN FRATERNA




Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,15-20):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.

Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.

Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.

Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»

Palabra del Señor

El Santo Padre ofrece la Misa en Medellín: "La vida cristiana como discipulado"

Queridos hermanos y hermanas:
En la misa del jueves en Bogotá escuchábamos el llamado de Jesús a sus primeros discípulos; esta parte del Evangelio de Lucas que comenzó con aquella narración, culmina con el llamado a los Doce. ¿Qué recuerdan los evangelistas entre ambos acontecimientos? Que este camino de seguimiento supuso en los primeros seguidores de Jesús mucho esfuerzo de purificación. Algunos preceptos, prohibiciones y mandatos los hacían sentir seguros; cumplir con determinadas prácticas y ritos los dispensaba de una inquietud, la inquietud de preguntarse: ¿Qué es lo que le agrada a nuestro Dios? Jesús, el Señor, les señala que cumplir es caminar detrás Él, y que ese caminar lo ponía frente a leprosos, paralíticos, pecadores. Esas realidades demandaban mucho más que una receta o una norma establecida. Aprendieron que ir detrás de Jesús supone otras prioridades, otras consideraciones para servir a Dios. Para el Señor, también para la primera comunidad, es de suma importancia que quienes nos decimos discípulos no nos aferremos a cierto estilo, a ciertas prácticas que nos acercan más al modo de ser de algunos fariseos de entonces que al de Jesús. La libertad de Jesús se contrapone con la falta de libertad de los doctores de la ley de aquella época, que estaban paralizados por una interpretación y práctica rigorista de la ley. Jesús no se queda en un cumplimento aparentemente «correcto», Él lleva la ley a su plenitud y por eso quiere ponernos en esa dirección, en ese estilo de seguimiento que supone ir a lo esencial, renovarse, involucrarse. Son tres actitudes que tenemos que plasmar en nuestra vida de discípulos.
Lo primero, ir a lo esencial. No quiere decir «romper con todo» romper con aquello que no se acomoda a nosotros, porque tampoco Jesús vino «a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud» (Mt 5,17); ir a lo esencial es más bien ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida. Jesús enseña que la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida. Tampoco nuestro discipulado puede ser motivado simplemente por una costumbre, porque contamos con un certificado de bautismo, sino que debe partir de una viva experiencia de Dios y de su amor. El discipulado no es algo estático, sino un continuo camino hacia Cristo; no es simplemente el apego a la explicitación de una doctrina, sino la experiencia de la presencia amigable, viva y operante del Señor, un permanente aprendizaje por medio de la escucha de su Palabra. Y esa palabra, lo hemos escuchado, se nos impone en las necesidades concretas de nuestros hermanos: será el hambre de los más cercanos en el texto proclamado, o la enfermedad en lo que narra Lucas a continuación.
La segunda palabra, renovarse. Como Jesús «zarandeaba» a los doctores de la ley para que salieran de su rigidez, ahora también la Iglesia es «zarandeada» por el Espíritu para que deje sus comodidades y sus apegos. La renovación no nos debe dar miedo. La Iglesia siempre está en renovación —Ecclesia semper reformanda—.  No se renueva a su antojo, sino que lo hace «firme y bien fundada en la fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia» (Col 1,23). La renovación supone sacrificio y valentía, no para considerarse mejores o más pulcros, sino para responder mejor al llamado del Señor. El Señor del sábado, la razón de ser de todos nuestros mandatos y prescripciones, nos invita a ponderar lo normativo cuando está en juego el seguimiento; cuando sus llagas abiertas, su clamor de hambre y sed de justicia nos interpelan y nos imponen respuestas nuevas. Y en Colombia hay tantas situaciones que reclaman de los discípulos el estilo de vida de Jesús, particularmente el amor convertido en hechos de no violencia, de reconciliación y de paz.
La tercera palabra, involucrarse. Aunque para algunos eso parezca ensuciarse, mancharse. Como David o los suyos que entraron en el Templo porque tenían hambre y los discípulos de Jesús entraron en el sembrado y comieron las espigas, también hoy a nosotros se nos pide crecer en arrojo, en un coraje evangélico que brota de saber que son muchos los que tienen hambre, hambre de Dios, cuanta gente tiene hambre de Dios, hambre de dignidad, porque han sido despojados. Y me pregunto si el hambre de Dios de tanta gente, quizás no venga porque con nuestras actitudes se la hemos despojado. Y, como cristianos, ayudar a que se sacien de Dios; no impedirles o prohibirles ese encuentro. Hermanos, la Iglesia no es una aduana, quiere las puertas abiertas porque el corazón de su Dios está no solo abierto sino traspasado por el Amor que se hizo dolor. No podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de «prohibido el paso», ni considerar que esta parcela es mía, adueñándome de algo que no es absolutamente mío. La Iglesia no es nuestra hermanos, es de Dios; Él es el dueño del templo y del sembrado; todos tienen cabida, todos son invitados a encontrar aquí y entre nosotros su alimento. Todos. Y el que preparó las bodas para su hijo, manda buscar a todos, sanos y enfermos, buenos y malos. Todos. Nosotros somos simples «servidores», (cf. Col 1,23) no podemos ser quienes impidamos ese encuentro. Al contrario, Jesús nos pide, como lo hizo a sus discípulos: «Denles ustedes de comer» (Mt 14,16); este es nuestro servicio. Comer el pan de Dios. Comer el Amor de Dios.  Comer el pan que nos lleva a sobrevivir también. Bien lo entendió Pedro Claver, a quien hoy celebramos en la liturgia y que mañana veneraré en Cartagena. «Esclavo de los negros para siempre» fue su lema de vida, porque comprendió, como discípulo de Jesús, que no podía permanecer indiferente ante el sufrimiento de los más desamparados y ultrajados de su época y que tenía que hacer algo para aliviarlo.
Hermanos y hermanas, la Iglesia en Colombia está llamada a empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros, así como lo señalamos los obispos reunidos en Aparecida. Discípulos que sepan ver, juzgar y actuar, como lo proponía aquel documento latinoamericano que nació aquí en estas tierras (cf. Medellín, 1968). Discípulos misioneros que saben ver, sin miopías heredadas; que examinan la realidad desde los ojos y el corazón de Jesús, y desde ahí, juzgan. Y que arriesgan, que actúan, que se comprometen.
He venido hasta aquí justamente para confirmarlos en la fe y en la esperanza del Evangelio: manténganse firmes y libres en Cristo, firmes y libres en Cristo porque toda firmeza en Cristo nos da libertad. De modo que lo reflejen en todo lo que hagan; asuman con todas sus fuerzas el seguimiento de Jesús, conózcanlo, déjense convocar e instruir por Él, anúncienlo con la mayor alegría.
Pidamos a través de la intercesión de nuestra Madre, Nuestra Señora de la Candelaria, que nos acompañe en nuestro camino de discípulos, para que poniendo nuestra vida en Cristo, seamos siempre misioneros que llevemos la luz y la alegría del Evangelio a todas las gentes. 

(from Vatican Radio)

Medellín: el recorrido del Papa y sus significados explicados por Mons. Tobón Restrepo


"Cuando comenzamos a preparar el itinerario del Papa en los distintos encuentros que iba realizar en las diversas ciudades de Colombia se pensó ciertamente en un encuentro con los consagrados sacerdotes, religiosas, religiosos y seminaristas, pero se dio la importancia a las familias que son el primer seminario y el respaldo permanente de los sacerdotes y de los religiosos. Cuando se hizo la propuesta, fue acogida con entusiasmo por parte de la comisión vaticana, que venía a preparar todas las cosas. Pienso que el Santo Padre luego aprobó que se hiciera de esta manera y se ha venido preparando con un gran entusiasmo para este encuentro del próximo 9 de septiembre". Es Monseñor Ricardo Tobón Restrepo, arzobispo de Medellín quien habla, al responder sobre la elección de incluir a las familias en el encuentro que el Papa mantendrá en el Estadio de la Macarena con el mundo de las vocaciones de la Iglesia.
A él le preguntamos acerca de la imagen que será expuesta durante la celebración de la Santa Misa en el aeropuerto Enrique Olaya Herrera,  aquella de Nuestra Señora de la Candelaria Patrona de Medellín:
"La devoción de Nuestra Señora de la Candelaria es muy antigua en la Iglesia porque es la devoción al misterio de la presentación del Señor, la Virgen que llega al templo de Jerusalén a presentar al niño, y Simeón la saluda diciéndole 'has traído la luz que alumbra todas las naciones'. Por eso llamamos a la Virgen " la Candelaria" es decir, “la de la luz". "Es una imagen que nos ha mostrado la presencia de María desde el comienzo de la Iglesia en esta ciudad, así como estuvo desde el comienzo en Jerusalén con los apóstoles".
Sobre la ahora primera santa colombiana canonizada por el mismo Papa Francisco le preguntamos, cuál es la importancia para los colombianos de esta Santa y particularmente para la ciudad de Medellín:
Santa Laura Montoya es la primera santa colombiana canonizada y ella tuvo su centro de operaciones precisamente aquí en esta ciudad de Medellín. A partir de aquí, ella realizó toda su obra misionera con los indígenas, recorriendo varias regiones del país y extendiendo su comunidad religiosa a las misioneras de Madre Inmaculada de Santa Catalina de Siena, por todas las regiones del país. Aquí fue maestra, desde aquí empezó la obra misionera, aquí vivió sus últimos años, aquí murió. Es por eso que toda esta ciudad está vinculada precisamente a Santa Laura. Ella fue canonizada en el 2013 por el Papa Francisco. Y en este momento en que tenemos un encuentro con sacerdotes, con religiosas, religiosas y seminaristas, tiene un gran significado tener entre nosotros estas reliquias, que nos hablan de una mujer que vivió plenamente su consagración a Dios desde el bautismo, que luego se consagró a Dios también en la vida religiosa y en la vida apostólica para servir a los más desfavorecidos en ese momento, es decir, los indígenas. La presencia de Santa Laura y de sus reliquias en este centro de eventos de la Macarena junto al Sucesor de Pedro es una repetida invitación a la fe, a la santidad, al compromiso apostólico, a la comunión eclesial.
Se habla de la presencia de personas privadas de su libertad durante la Eucaristía que el Santo Padre ofrecerá en el aeropuerto. ¿Es así?
Sí. En el aeropuerto Olaya Herrera en donde tendremos esta Eucaristía del Santo Padre, esperamos unas 800.000 o millón de personas, pero en las primeras filas estará un gran grupo de enfermos con sus acompañantes, y también unos jóvenes que tienen como unos procesos de rehabilitación. Igualmente estará presente un grupo de internos de las cárceles que hemos querido traer como un signo y como un llamamiento a toda la comunidad de lo que ellos significan. Ellos, para nosotros, son de alguna manera la presencia del Señor, la presencia de Cristo.
Otra de las actividades será la visita al hogar San José. ¿Qué nos puede decir sobre cómo se llevará este encuentro?
Bueno, pues estamos muy contentos por la visita que hace el Santo Padre al hogar San José. La arquidiócesis de Medellín tiene siete hogares en los que ha recogido niños y niñas sin hogar o sin los recursos suficientes para una buena formación, y por lo tanto durante más de 100 años en estos hogares se ha prestado acompañamiento y ayuda a los niños y niñas desfavorecidos.
Creo que el amor de la visita del Papa es una voz de aliento hecho a tantas personas generosas, y un llamamiento a la sociedad para cuidar a los niños y a las niñas, para servir a los más pobres. Y algo muy interesante es que estas casas también se sostienen con las ayudas de los pobres. Muchas personas sin grandes recursos nos dan una pequeña ofrenda mensual y con eso nosotros vamos sosteniendo a todos estos niños que el Papa podrá conocer y ver.
El encuentro con ellos es muy sencillo: simplemente un canto, las palabras del director y también un testimonio de alguna de las niñas que viven allí; y finalmente el saludo y la bendición del Santo Padre.
Medellín un semillero de vocaciones: ¿cómo se ha pensado la liturgia durante la visita del Papa?
En el aeropuerto Olaya Herrera tendremos una Eucaristía solemne presidida por el Sucesor de Pedro. En el momento en el que hay una expresión mayor de la comunión eclesial hemos cuidado toda la celebración: sencilla como le gusta al Papa Francisco, pero muy digna, muy solemne, con unos cantos compuestos aquí mismo en Medellín muy hermosos, y con la participación fervorosa de la gente. Hemos insistido sobre todo en que la misa sea un momento en el que todos miramos la cercanía y la presencia de Dios, que sintamos la palabra de Dios que nos habla y nos dice que todos debemos comprometernos a ser discípulos y misioneros de Cristo, porque será éste el tema que el Papa va a desarrollar. En la Liturgia de la Macarena se trata de un encuentro en el donde, después de los testimonios y de la lectura del Evangelio, el Papa tendrá una alocución dirigida a todos los consagrados y a las familias que estemos allí reunidos. Todo será muy sobrio, muy digno, pero todo resultará de gran belleza y sobre todo lleno de la emoción, del fervor, del amor de la gente que espera con gran alegría al Santo padre.


(from Vatican Radio)