«Es el mejor relicario del mundo, después del que tiene el Santo Padre en Roma, pero ese no es visitable, y el de la Encarnación, sí». Monseñor Joaquín Abad, capellán mayor del Real Monasterio de la Encarnación, no ahorraba este miércoles calificativos para resaltar la importancia de una estancia única en la que se custodian reliquias de más de mil santos, mártires, vírgenes y confesores desde tiempos de la Iglesia primitiva, como santa Inés, hasta los más recientes del siglo XX. Y la colección –dijo– sigue aumentando.
El sacerdote intervino en la presentación del libro El Relicario del Real Monasterio de la Encarnación, editado por Patrimonio Nacional, como broche final a la celebración del IV centenario del monasterio. La mayor parte de sus reliquias y de sus 740 relicarios fueron legadas por la reina Margarita de Austria. La esposa de Felipe III encargó a los mejores arquitectos de la época la construcción de este lugar y se lo encomendó a las agustinas recoletas para que rezaran permanentemente ante esas reliquias. La primera priora fue la propia fundadora de la orden, Mariana de San José, una de las grandes místicas del Siglo de Oro.
Alfredo Pérez de Armiñán, presidente de Patrimonio Nacional, agradeció la labor de custodia que han realizado estas monjas durante cuatro siglos y resaltó los vínculos de varios monasterios con la monarquía española, que aún hoy se mantienen bajo la figura de los Reales Patronatos.
María Leticia Sánchez, responsable de la edición del libro, puso el acento en la enorme riqueza artística de esta colección, a pesar de las pérdida de obras durante la Guerra de la Independencia, la Desamortización y la Guerra Civil. Uno de los problemas con los que se encontró Patrimonio fue que de muchas de las más de 7.000 piezas artísticas que constituyen el conjunto «prácticamente no había documentación». Durante tres años se llevó a cabo una labor de inventario, que ahora se ve coronada con este libro. De todas las piezas que se conservan –confesó Sánchez–, su favorita es una carta de santa Teresa que conservaba la madre Mariana de San José.
Los santos son de carne y hueso
¿Pero cuál es la razón que llevó a conservar todas estas reliquias y exponerlas a la veneración? «Como del Señor no tenemos reliquias, sino solo su sepulcro vacío, los cristianos se han acercado a Tierra Santa como a un quinto evangelio», explicó Joaquín Martín Abad. Eso incluye también a los mártires de los primeros siglos. Los primeros cristianos tomaron sus reliquias para celebrar la Eucaristía, porque nos acercan al primer mártir, que fue Cristo».
Las reliquias de los santos –añadió– nos hacer ver además que «los santos no tienen huesos de santos, como los de las confiterías, sino huesos como los nuestros. Es decir, no están hechos de harina de otro costal. Son como nosotros. Simplemente, al final permanecieron fieles a Nuestro Señor. Y esto significa que también nosotros podemos ser santos».
Ricardo Benjumea
Alfa y Omega