viernes, 2 de diciembre de 2016

El segundo relicario más importante del mundo está en Madrid


«Es el mejor relicario del mundo, después del que tiene el Santo Padre en Roma, pero ese no es visitable, y el de la Encarnación, sí». Monseñor Joaquín Abad, capellán mayor del Real Monasterio de la Encarnación, no ahorraba este miércoles calificativos para resaltar la importancia de una estancia única en la que se custodian reliquias de más de mil santos, mártires, vírgenes y confesores desde tiempos de la Iglesia primitiva, como santa Inés, hasta los más recientes del siglo XX. Y la colección –dijo– sigue aumentando.
El sacerdote intervino en la presentación del libro El Relicario del Real Monasterio de la Encarnación, editado por Patrimonio Nacional, como broche final a la celebración del IV centenario del monasterio. La mayor parte de sus reliquias y de sus 740 relicarios fueron legadas por la reina Margarita de Austria. La esposa de Felipe III encargó a los mejores arquitectos de la época la construcción de este lugar y se lo encomendó a las agustinas recoletas para que rezaran permanentemente ante esas reliquias. La primera priora fue la propia fundadora de la orden, Mariana de San José, una de las grandes místicas del Siglo de Oro.
Alfredo Pérez de Armiñán, presidente de Patrimonio Nacional, agradeció la labor de custodia que han realizado estas monjas durante cuatro siglos y resaltó los vínculos de varios monasterios con la monarquía española, que aún hoy se mantienen bajo la figura de los Reales Patronatos.
María Leticia Sánchez, responsable de la edición del libro, puso el acento en la enorme riqueza artística de esta colección, a pesar de las pérdida de obras durante la Guerra de la Independencia, la Desamortización y la Guerra Civil. Uno de los problemas con los que se encontró Patrimonio fue que de muchas de las más de 7.000 piezas artísticas que constituyen el conjunto «prácticamente no había documentación». Durante tres años se llevó a cabo una labor de inventario, que ahora se ve coronada con este libro. De todas las piezas que se conservan –confesó Sánchez–, su favorita es una carta de santa Teresa que conservaba la madre Mariana de San José.
Los santos son de carne y hueso
¿Pero cuál es la razón que llevó a conservar todas estas reliquias y exponerlas a la veneración? «Como del Señor no tenemos reliquias, sino solo su sepulcro vacío, los cristianos se han acercado a Tierra Santa como a un quinto evangelio», explicó Joaquín Martín Abad. Eso incluye también a los mártires de los primeros siglos. Los primeros cristianos tomaron sus reliquias para celebrar la Eucaristía, porque nos acercan al primer mártir, que fue Cristo».
Las reliquias de los santos –añadió– nos hacer ver además que «los santos no tienen huesos de santos, como los de las confiterías, sino huesos como los nuestros. Es decir, no están hechos de harina de otro costal. Son como nosotros. Simplemente, al final permanecieron fieles a Nuestro Señor. Y esto significa que también nosotros podemos ser santos».
Ricardo Benjumea
Alfa y Omega

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO SOBRE EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (9,27-31)




La oración es «un grito» que no teme «molestar a Dios», «hacer ruido», como cuando se «llama a una puerta» con insistencia. He aquí, según el Papa Francisco, el significado de la oración dirigida al Señor con espíritu de verdad y con la seguridad de que Él puede escucharla de verdad.

En su homilía, el Papa centró la atención ante todo en una palabra contenida en el pasaje del Evangelio «que nos hace pensar: el grito». Los ciegos, que seguían al Señor, gritaban para ser curados. «También el ciego a la entrada de Jericó gritaba y los amigos del Señor querían hacerle callar», recordó el Santo Padre. Pero ese hombre «pidió una gracia al Señor y la pidió gritando», como diciendo a Jesús: «¡Hazlo! ¡Yo tengo derecho a que Tú hagas esto!».

«El grito es aquí un signo de la oración. Jesús mismo, cuando enseñaba a rezar, decía que se hiciera como un amigo inoportuno que, a medianoche, iba a pedir un trozo de pan y un poco de pasta para los huéspedes». Con insistencia, «como la viuda con el juez corrupto. No lo sé, tal vez esto suena mal, pero rezar es un poco como molestar a Dios para que nos escuche». 

Es el Señor mismo quien lo dice, sugiriendo rezar «como el amigo a medianoche, como la viuda al juez». Por lo tanto, rezar «es atraer los ojos, atraer el corazón de Dios hacia nosotros». Y eso es precisamente lo que hicieron también los leprosos del Evangelio, que se acercaron a Jesús para decirle: «Si Tú quieres, puedes curarnos. Y lo hicieron con una cierta seguridad».

«Así, Jesús nos enseña a rezar». Nosotros, habitualmente presentamos al Señor nuestra petición «una, dos o tres veces, pero no con mucha fuerza: y luego me canso de pedirlo y me olvido de pedirlo». En cambio, los ciegos de los que habla Mateo en el pasaje evangélico «gritaban y no se cansaban de gritar». En efecto, dijo además el Papa, «Jesús nos dice: ¡pedid! Pero también nos dice: ¡Llamad a la puerta! Y quien llama a la puerta hace ruido, incomoda, molesta».

Precisamente «éstas son las palabras que Jesús usa para decirnos cómo debemos rezar». Pero éste es también «el modo de oración de los necesitados que vemos en el Evangelio». Así, los ciegos «se sienten seguros de pedir al Señor la salud», de tal manera que el Señor pregunta: «¿Creéis que yo puedo hacer esto?». Y le responden: «Sí, Señor. ¡Creemos! ¡Estamos seguros!».

He aquí, las dos actitudes de la oración: «es expresión de una necesidad y es segura». La oración «es necesaria siempre. La oración, cuando pedimos algo, es expresión de una necesidad: necesito esto, escúchame Señor». Además, «cuando es auténtica, es segura: escúchame, creo que Tú puedes hacerlo, porque Tú lo has prometido». En efecto, explicó el Pontífice, «la auténtica oración cristiana está cimentada en la promesa de Dios. Él lo ha prometido».Es con esta seguridad que «nosotros decimos al Señor nuestras necesidades. Pero seguros de que Él puede hacerlo».

Por lo demás, cuando rezamos, es el Señor mismo quien nos pregunta: «¿Tú crees que yo puedo hacer esto?». Un interrogante del que brota la pregunta que cada uno debe hacerse a sí mismo: «¿Estoy seguro de que Él puede hacerlo? ¿O rezo un poco pero no sé si Él lo puede hacer?». La respuesta es que «Él puede hacerlo», incluso «el cuándo y el cómo lo hará no lo sabemos». Precisamente «ésta es la seguridad de la oración».

Por lo que se refiere luego a la «necesidad» específica que motiva nuestra oración, es necesario presentarla «con verdad al Señor: soy ciego, Señor, tengo esta necesidad, esta enfermedad, este pecado, este dolor». Así Él «escucha la necesidad, pero escucha que nosotros pedimos su intervención con seguridad».

El Papa Francisco reafirmó, como conclusión, la importancia de pensar siempre «si nuestra oración es expresión de una necesidad y es segura»: es «expresión de una necesidad porque nos decimos la verdad a nosotros mismos», y es «segura porque creemos que el Señor puede hacer lo que pedimos». Fuente: L’Osservatore Romano, 13-12-2013

QUE OS SUCEDA CONFORME A VUESTRA FE




Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,27-31):
En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando:

«Ten compasión de nosotros, hijo de David».

Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo:
«¿Creéis que puedo hacerlo?».

Contestaron:
«Sí, Señor».

Entonces les tocó los ojos, diciendo:
«Que os suceda conforme a vuestra fe».

Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente:
«¡Cuidado con que lo sepa alguien!».

Pero ellos, al salir, hablaron de Él por toda la comarca.
Palabra del Señor

Papa: Reconocer las propias resistencias contra la gracia

Todos tnemos en el corazón resistencias contra la gracia: es necesario encontrarlas y pedir ayuda al Señor, reconociéndonos pecadores. Es la exhortación del Papa en su homilía de la misa matutina celebrada el 1º de diciembre en la capilla de la Casa de Santa Marta, durante la primera semana de Adviento.
Francisco se detuvo a considerar las resistencias escondidas por las palabras vacías, justificativas o acusatorias. El Santo Padre advirtió ante el “gatopardismo espiritual”, o sea la disponibilidad a cambios de fachada, para conservar, oportunistamente intacto, el privilegio de quien dice que todo cambiará para que después no cambie nada.
“Que tu gracia venza las resistencias del pecado”. A partir de esta oración propuesta en la Colecta del día el Pontífice se refirió a las resistencias que impiden ir adelante y que siempre han existido en la vida cristiana. Francisco propuso una distinción entre los diversos tipos de resistencias. Están las “resistencias abiertas, que nacen de la buena voluntad”, como la de Saulo que se resistía a la gracia, pero “convencido de hacer la voluntad de Dios”. Es el mismo Jesús quien le dice que se detenga y Saulo se convierte. “Las resistencias abiertas – dijo el Papa – son sanas”, en el sentido de que “están abiertas a la gracia para convertirse”. Y añadió que, en efecto, todos somos pecadores.
Para el Papa Bergoglio “las resistencias escondidas” son las más peligrosas porque son las que no se dejan ver. “Cada uno de nosotros tiene su propio estilo de resistencia escondida a la gracia”. Pero es necesario encontrarla “y ponerla delante del Señor, a fin de que Él nos purifique”. Es la resistencia de la que Esteban acusaba a los Doctores de la Ley: resistir al Espíritu Santo mientras quería aparecer como si estuvieran buscando la gloria de Dios. A Esteban  decir esto le costó la vida:
“Estas resistencias escondidas, que todos tenemos, ¿de qué naturaleza son? Siempre vienen para detener un proceso de conversión. ¡Siempre! Es detener, no es luchar contra. ¡No, no! Es estar detenido; sonreír, tal vez, pero tú no pasas. Resistir pasivamente, de modo escondido. Cuando hay un proceso de cambio en una institución, en una familia, escucho decir: ‘Pero, hay resistencias allí… ¡Pero gracias a Dios! Porque si no estuvieran, la cosa no sería de Dios. Cuando están estas resistencias es el diablo el que las siembra allí, para que el Señor no vaya adelante”.
El Obispo de Roma se refirió a tres tipos de resistencias escondidas. Está la resistencia de las “palabras vacías”. Y para darla a entender se remontó al Evangelio en el que Jesús afirma que no quien diga “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos. Como en la Parábola de los dos hijos a los que el Padre envía a la viña: uno dice “no”, y después va, mientras el otro dice “sí”, pero no va:
“Decir sí, todo sí, muy diplomáticamente; pero es ‘no, no, no’. Tantas palabras: ‘Sí, sí, sí; ¡cambiaremos todo! ¡Sí!’, para no cambiar nada, ¿no? Allí está el ‘gatopardismo’ espiritual: aquellos que dicen a todo sí, pero que es todo no. Es la resistencia de las palabras vacías”.
Después está la resistencia “de las palabras justificativas”, es decir, cuando una persona se justifica continuamente, “siempre hay una razón para oponer”: “No, eso lo hizo aquel”. Cuando hay tantas justificaciones, “no está el buen perfume de Dios” – dijo el Papa – sino “el feo olor del diablo”. “El cristiano no tiene necesidad de justificarse”, aclaró Francisco. “Ha sido justificado por la Palabra de Dios”. Por tanto – explicó – se trata de resistencia de las palabras “que tratan de justificar mi posición para no seguir aquello que el Señor me indica”.
Y después está la resistencia “de las palabras acusatorias”: cuando se acusan a los demás para no verse a sí mismos, no se tiene necesidad de conversión y así se resiste a la gracia como evidencia la Parábola del fariseo y del publicano. Por tanto  – añadió el Papa Bergoglio al concluir – cuando hay resistencias no hay que tener miedo, sino pedir ayuda al Señor reconociéndose pecadores:
“Yo les diré que no tengan miedo cuando cada uno de ustedes, cada uno de ustedes, encuentra que en su corazón hay resistencias. Pero decirlo claramente al Señor: ‘Mira, Señor, yo trato de cubrir esto, de hacer esto para no dejar entrar tu palabra’. Y decir esta palaba tan bella, ¿no? “Señor, con gran fuerza, socórreme. Que tu gracia venza las resistencias del pecado”. Las resistencias son siempre un fruto del pecado original que nosotros tenemos. ¿Es feo tener resistencias? No, ¡es bello! Lo feo es tomarlo como defensa contra la gracia del Señor. Tener resistencias es normal; es decir: ‘Soy pecador, ¡ayúdame Señor!’. Preparémonos con esta reflexión a la próxima Navidad”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)