martes, 30 de junio de 2015

María, Pedro y Pablo: son nuestros compañeros de viaje en la búsqueda de Dios

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Como saben, la Iglesia universal celebra hoy la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, pero se la vive con una alegría especial en la Iglesia de Roma, porque en su testimonio, sellado con la sangre, tiene sus propios cimientos. Roma siente especial afecto y reconocimiento por estos hombres de Dios, que vinieron de una tierra lejana a anunciar, a costa de su vida, aquel Evangelio de Cristo al que se había dedicado totalmente.
La gloriosa herencia de estos dos Apóstoles es motivo de orgullo espiritual para Roma y, al mismo tiempo, es una llamada a vivir las virtudes cristianas, de modo particular la fe y la caridad: la fe en Jesús cual Mesías e Hijo de Dios, que Pedro profesó primero y que Pablo anunció a la gente; y la caridad, que che esta Iglesia está llamada a servir con horizonte universal.
En la oración del Ángelus, en el recuerdo de los santos Pedro y Pablo, asociamos el de María, imagen viva de la Iglesia, esposa de Cristo, que los dos Apóstoles “fecundaron con su sangre” (Antífona de ingreso de la Misa del día).
Pedro conoció personalmente a María y en su diálogo con ella, especialmente en los días que precedieron Pentecostés (Cfr. Hch 1, 14), pudo profundizar el conocimiento del misterio de Cristo. Pablo, al anunciar el cumplimiento del designio salvífico “en la plenitud de los tiempos”, no dejó de recordar a la “mujer” de la que el Hijo de Dios había nacido en el tiempo (Cfr. Ga 4, 4).
En la evangelización de los dos Apóstoles aquí, en Roma, también están las raíces de la profunda y secular devoción de los romanos a la Virgen, invocada especialmente come Salus Populi Romani.
María, Pedro y Pablo: son nuestros compañeros de viaje en la búsqueda de Dios; son nuestras guías en el camino de la fe y de la santidad; ellos nos impulsan hacia Jesús, para hacer todo lo que Él nos pide. Invoquemos su ayuda a fin de que nuestro corazón esté siempre abierto a las sugerencias del Espíritu Santo y al encuentro con los hermanos.
En la celebración Eucarística, que tuvo lugar esta mañana en la Basílica de San Pedro, he bendecido los Palios de los Arzobispos Metropolitanos nombrados en el último año, procedentes de varias partes del mundo. Renuevo mi saludo y mis felicitaciones a ellos, a sus familiares y a cuantos los acompañan en esta significativa circunstancia, y deseo que el Palio, además de acrecentar los lazos de comunión con la Sede de Pedro, sea un aliciente para un servicio cada vez más generoso a las personas encomendadas a su cuidado pastoral.
En la misma liturgia, tuve el placer de saludar a los Miembros de la Delegación que ha venido a Roma en nombre del Patriarca Ecuménico, el amadísimo hermano Bartolomé I, para participar, como cada año, en la fiesta de los santos Pedro y Pablo. También esta presencia es signo de los vínculos fraternos existentes entre nuestras Iglesias. Recemos para que se refuerce entre nosotros el camino de la unidad.

Nuestra oración hoy es sobre todo por la ciudad de Roma, por su bienestar espiritual y material, para que la gracia divina sostenga a todo el pueblo romano, a fin de que viva en plenitud la fe cristiana, que testimoniaron con intrépido ardor los santos Pedro y Pablo. Que interceda por nosotros la Santísima Virgen, Reina de los Apóstoles.

Tengo ante los ojos, Señor, tu bondad.



Sal 25, 2-3. 9-10. 11-12 
Tengo ante los ojos, Señor, tu bondad.
Escrútame, Señor, ponme a prueba, 
sondea mis entrañas y mi corazón, 
porque tengo ante los ojos tu bondad, 
y camino en tu verdad.
Tengo ante los ojos, Señor, tu bondad.
No arrebates mi alma con los pecadores, 
ni mi vida con los sanguinarios, 
que en su izquierda llevan infamias, 
y su derecha está llena de sobornos.
Tengo ante los ojos, Señor, tu bondad.
Yo, en cambio, camino en la integridad; 
sálvame, ten misericordia de mí. 
Mi pie se mantiene en el camino llano; 
en la asamblea bendeciré al Señor.

Tengo ante los ojos, Señor, tu bondad.

Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma

Lectura del santo evangelio según san Mateo 8, 23-27
En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.
De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole:
-«¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo:
-«¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados:
-«¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!»

Palabra del Señor

lunes, 29 de junio de 2015

Oración, fe y testimonio de Cristo: llamada del Papa a los metropolitanos y obispos del mundo

Enseñen a rezar rezando, anuncien la fe creyendo, den testimonio con la vida: no se avergüencen del Nombre de Cristo y de su Cruz
«¡También ustedes sean ángeles y mensajeros de caridad para los más necesitados!»
(RV).- Junto con el palio, el Papa Francisco quiso confiar a los 46 Arzobispos Metropolitanos, nombrados este año, una llamada a la oración, a la fe y al testimonio.
Sin olvidar «las atroces, inhumanas e inexplicables persecucionesque desgraciadamente perduran todavía hoy en muchas partes del mundo, a menudo bajo la mirada y el silencio de todos», el Obispos de Roma quiso «venerar la valentía de los Apóstoles y de la primera comunidad cristiana, la valentía para llevar adelante la obra de la evangelización, sin miedo a la muerte y al martirio, en el contexto social del imperio pagano; venerar su vida cristiana que,  para nosotros creyentes de hoy, constituye una fuerte llamada a la oración, a la fe y al testimonio».
El Papa Francisco, presidiendo la celebración de la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, patronos principales de la Iglesia de Roma, destacó en su homilía que el palio entregado a los Arzobispos Metropolitanos «es un signo que representa a la oveja que el pastor lleva sobre sus hombros como CristoBuen Pastor» y es «signo litúrgico de la comuniónque une a la Sede de Pedro y su Sucesor con los metropolitanos y, a través de ellos, con los demás obispos del mundo»  (Benedicto XVI, Ángelus, 29 junio 2005).
El Santo Padre recordó  asimismo que «la Iglesia los quiere hombres de oración, maestros de oración, que enseñen al pueblo que les ha sido confiado por el Señor que la liberación de toda cautividad es solamente obra de Dios y fruto de la oración, que Dios, en el momento oportuno, envía a su ángel para salvarnos de las muchas esclavitudes y de las innumerables cadenas mundanas».
«Cuántas fuerzas, a lo largo de la historia, han intentado – y siguen intentando – acabar con la Iglesia, desde fuera y desde dentro, pero todas ellas pasan y la Iglesia sigue viva y fecunda», señaló el Sucesor de Pedro e hizo hincapié en que la Iglesia es del Señor
Y recordando que «la Iglesia los quiere hombres de fe, maestros de fe, que enseñen a los fieles a no tener miedo de los muchos Herodes que los afligen con persecuciones, con cruces de todo tipo», reiteró que «ningún Herodes es capaz de apagar la luz de la esperanza, de la fe y de la caridad de quien cree en Cristo».
«La Iglesia los quiere hombres de testimonio». «No hay testimonio sin una vida coherente. Hoy no se necesita tanto maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del Nombre de Cristo y de su Cruz, ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo, a ejemplo de Pedro y Pablo y de tantos otros testigos a lo largo de toda la historia de la Iglesia, testigos que, aun perteneciendo a diversas confesiones cristianas, han contribuido a manifestar y a hacer crecer el único Cuerpo de Cristo».
En este contexto, el Obispo de Roma destacó con mucho agrado la presencia de la «Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, enviada por el querido hermano Bartolomé I».

"Jesús nos dice: 'Tú eres mi hijo, mi hija, tú estás curado, yo perdono todo, yo curo a todos y a todo'

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy presenta el relato de la resurrección de una niña de doce años, hija de uno de los jefes de la sinagoga, el cual se arroja a los pies de Jesús y le suplica: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva" (Mc 5, 23). En esta oración sentimos la preocupación de todo padre por la vida y por el bien de sus hijos. Pero sentimos también la gran fe que aquel hombre tiene en Jesús. Y cuando llega la noticia que la niña ha muerto, Jesús le dice: "No temas, basta que creas" (v. 36). ¡Da coraje esta palabra de Jesús! Y también la dice a nosotros tantas veces: "No temas, solamente ten fe". Una vez entrado en la casa, el Señor hizo salir a toda la gente que llora y grita y se dirige a la niña muerta, diciendo: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!" (v. 41). E inmediatamente la niña se levantó y comenzó a caminar. Aquí se ve el poder absoluto de Jesús sobre la muerte, que para Él es como un sueño del cual nos puede despertar. ¡Jesús ha vencido la muerte, y tiene también poder sobre la muerte física!

Al interno de este relato, el Evangelista introduce otro episodio: la curación de una mujer que desde hacía doce años sufría de pérdidas de sangre. A causa de esta enfermedad que según la cultura del tiempo la hacía "impura", ella debía evitar todo contacto humano: pobrecita, estaba condenada a una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio a la multitud que sigue a Jesús, dijo a sí misma: "Con sólo tocar su manto quedaré curada" (v. 28). Y así sucedió: la necesidad de ser liberada la empujó a probar y la fe "arranca", por así decir, al Señor la curación. Quién cree "toca" a Jesús y toma de Él la gracia que salva. La fe es esto: tocar a Jesús y tomar de Él la gracia que salva. Nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos problemas. Jesús se da cuenta y en medio a la gente, busca el rostro de aquella mujer. Ella se adelanta temblorosa y Él le dice: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad" (v. 34). Es la voz del Padre celestial que habla en Jesús: "¡Hija, no estás condenada, no estás excluida, eres mi hija!" Y cada vez que Jesús se acerca a nosotros, cuando nosotros vamos hacia Él con la fe, escuchamos esto del Padre: "Hijo, tú eres mi hijo, tú eres mi hija, tú te has curado, tú estás curada. Yo perdono a todos y todo. Yo curo todo y a todos".

Estos dos episodios - una curación y una resurrección - tienen un único centro: la fe. El mensaje es claro, y se puede resumir en una pregunta: ¿creemos que Jesús - una pregunta que nos hacemos nosotros - nos puede curar y nos puede despertar de la muerte? Todo el Evangelio está escrito en la luz de esta fe: Jesús ha resucitado, ha vencido la muerte, y por esta victoria suya también nosotros resucitaremos. Esta fe, que para los primeros cristianos era segura, puede empañarse y hacerse incierta, al punto que algunos confunden resurrección con reencarnación. Pero la Palabra de Dios de este domingo nos invita a vivir en la certeza de la resurrección: Jesús es el Señor, Jesús tiene poder sobre el mal y sobre la muerte, y quiere llevarnos a la casa del Padre, en donde reina la vida. Y allí nos encontraremos todos, todos los que estamos en la plaza hoy, nos encontraremos en la casa del Padre, en la vida que Jesús nos dará.
La Resurrección de Cristo actúa en la historia como principio de renovación y de esperanza. Cualquier persona que está desesperada y cansada hasta la muerte, si se confía en Jesús y en su amor puede recomenzar a vivir. También recomenzar una nueva vida, cambiar vida es un modo de resurgir, de resucitar. La fe es una fuerza de vida, da plenitud a nuestra humanidad; y quien cree en Cristo se debe reconocer porque promueve la vida en toda situación, para hacer experimentar a todos, especialmente a los más débiles, el amor de Dios que libera y salva.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, el don de una fe fuerte y valerosa, que nos empuje a ser difusores de esperanza y de vida entre nuestros hermanos.

Gracias por el ministerio del Papa

Celebramos mañana ( en este caso hoy )  la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo. La fe cristiana se fundamenta en el testimonio de los Apóstoles. Jesús escogió a los Doce "para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar". Los Apóstoles entregaron su vida al anuncio de la buena nueva del Reino, y coronaron su trabajo apostólico con el martirio.
Los apóstoles Pedro y Pablo son las dos columnas de la Iglesia: Pedro, el líder en la confesión de la fe; Pablo, el que la puso a plena luz. Pedro instituyó la primera Iglesia con el resto de Israel. Pablo evangelizó a los otros pueblos llamados a la fe. Esto es lo que expresa el prefacio de la solemnidad de estos dos apóstoles.
El apóstol Pedro fue uno de los primeros llamados por Jesús y siempre ocupa un lugar preeminente en los evangelios. Esta primacía la pone de relieve el Señor con estas palabras que le dirigió: "Tú eres Pedro. Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.” El ministerio de Pedro proviene de la voluntad de Jesús, que quiso que él y sus sucesores fueran instrumentos a través de los cuales el Espíritu Santo constituye y mantiene la unidad de la Iglesia.
Al Papa le corresponde mantener y promover la unidad con Jesucristo de todos los pastores y fieles reunidos en las Iglesias particulares; es decir, el hecho de mantenerse en la fidelidad íntegra e incondicional a la palabra de Cristo, a sus sacramentos, al mandamiento nuevo del amor. Esto significa que todos deben seguirle indefectiblemente para que la Iglesia extendida de Oriente a Occidente pueda dar un testimonio unánime del Evangelio para la salvación de todos los hombres. Por ello, en la persona del Papa se visibiliza a Cristo de modo eminente, como buen pastor de toda la Iglesia.
Los cristianos tenemos que agradecer al Señor el ministerio de Pedro y de sus sucesores y acoger con un profundo sentido eclesial y con reconocimiento el servicio que ofrece a pastores y fieles el actual sucesor de Pedro, el Papa Francisco.
Francisco tiene la costumbre de pedir a menudo a todos los miembros de la Iglesia que roguemos por él y por las intenciones de su ministerio como obispo de Roma y responsable de la comunión de todas las Iglesias diocesanas del mundo. A mí muchas veces me ha dicho que pida a los diocesanos que recen por él. Si siempre lo tenemos que hacer, sobre todo cuando se menciona su nombre en la oración eucarística de cada misa, mucho más debemos hacerlo en el día dedicado cada año a recordar y orar por el sucesor de san Pedro.
† Lluís Martínez Sistach

Cardenal arzobispo de Barcelona

Francisco condena los atentados de Túnez, Francia y Kuwait

El Papa, "profundamente apenado" por los ataques de los integristas islámicos
El Papa Francisco ha expresado su dolor por los atentados de este viernes 26 de junio en Túnez, Francia y Kuwait a través de tres diversos telegramas, firmados por el cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin.
Dirigiéndose a los Nuncios Apostólicos, el Pontífice "condena nuevamente la violencia que genera tanto sufrimiento y pide al Señor el don de la paz, invocando la bendición divina sobre las familias de las víctimas, tanto francesas como tunecinas".
"Profundamente apenado ante la noticia de la de la trágica pérdida de vidas humanas y de los heridos causados por el ataque contra una mezquita de Kuwait City", el Papa "ofrece sus fervientes oraciones por las víctimas y por todos aquellos que lloran".
Lamentando "tales actos bárbaros", el Santo Padre pide que se transmita su cercanía espiritual a las familias afectadas por este momento de dolor y alienta al pueblo de Kuwait a no desanimarse de frente al mal, invocando sobre la nación "el amor consolador y curativo del Omnipotente".
Fuente: Religión digital

HERIDAS SECRETAS



No conocemos su nombre. Es una mujer insignificante, perdida en medio del gentío que sigue a Jesús. No se atreve a hablar con él como Jairo, el jefe de la sinagoga, que ha conseguido que Jesús se dirija hacia su casa. Ella no podrá tener nunca esa suerte.

Nadie sabe que es una mujer marcada por una enfermedad secreta. Los maestros de la Leyle han enseñado a mirarse como una mujer «impura», mientras tenga pérdidas de sangre. Se pasado muchos años buscando un curador, pero nadie ha logrado sanarla. ¿Dónde podrá encontrar la salud que necesita para vivir con dignidad?

Muchas personas viven entre nosotros experiencias parecidas. Humilladas por heridas secretas que nadie conoce, sin fuerzas para confiar a alguien su «enfermedad», buscan ayuda, paz y consuelo sin saber dónde encontrarlos. Se sienten culpables cuando muchas veces solo son víctimas.
Personas buenas que se sienten indignas de  acercarse a recibir a Cristo en la comunión; cristianos piadosos que han vivido sufriendo de manera insana porque se les enseñó a ver como sucio, humillante y pecaminoso todo lo relacionado con el sexo; creyentes que, al final de su vida, no saben cómo romper la cadena de confesiones y comuniones supuestamente sacrílegas... ¿No podrán conocer nunca la paz?

Según el relato, la mujer enferma «oye hablar de Jesús» e intuye que está ante alguien que puede arrancar la «impureza»  de su cuerpo y de su vida entera. Jesús no habla de dignidad o indignidad. Su mensaje habla de amor. Su persona irradia fuerza curadora.
La mujer busca su propio camino para encontrarse con Jesús. No se siente con fuerzas para mirarle a los ojos: se acercará por detrás. Le da vergüenza hablarle de su enfermedad: actuará calladamente. No puede tocarlo físicamente: le tocará solo el manto. No importa. No importa nada. Para sentirse limpia basta esa confianza grande en Jesús.

Lo dice él mismo. Esta mujer no se ha de avergonzar ante nadie. Lo que ha hecho no es malo. Es un gesto de fe. Jesús tiene sus caminos para curar heridas secretas, y decir a quienes lo buscan: «Hija, hijo, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».
Con frecuencia, las mujeres son también hoy las que con su fe en Jesús y su aliento evangélico sostienen la vida de nuestras comunidades cristianas."

José Antonio Pagola

sábado, 27 de junio de 2015

Homilía del Papa: la Iglesia es comunidad si se acerca a los últimos

Los cristianos deben acercarse y tender la mano a aquellos a los que la sociedad tiende a excluir, como hizo Jesús con los marginados de su tiempo. Y esto hace de la Iglesia unaverdadera “comunidad”. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
El bien no se hace desde lejos
Jesús fue el primero que se “ensució las manos acercándose” a los excluidos de su tiempo. Se “ensució las manos” tocando a los leprosos, por ejemplo, curándolos. Y enseñando así a la Iglesia “que no se puede hacer comunidad sin cercanía”. El Papa Francisco centró su homilía en el protagonista del breve pasaje del Evangelio del día: un enfermo de lepra que se postra ante Jesús y se anima a decirle: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Y Jesús lo toca y lo cura.
Jesús tiende la mano al excluido
El milagro – observó el Papa – se produce ante los ojos de los doctores de la ley para los cuales, en cambio, el leproso era un “impuro”. Y afirmó que “la lepra era una condena de por vida” y que “curar a un leproso era tan difícil como resucitar a un muerto”, razón por la cual eran marginados. Jesús, en cambio, tiende la mano al excluido y demuestra el valor fundamental de una palabra, “cercanía”:
“No se puede hacer comunidad sin cercanía. No se puede hacer la paz sin cercanía. No se puede hacer el bien sin acercarse. Jesús podía decirle: ‘¡Que te cures!’. No: se acercó y lo tocó. ¡Es más! En el momento en que Jesús tocó al impuro se volvió impuro. Y éste es el misterio de Jesús: tomar sobré si nuestras suciedades, nuestras cosas impuras. Pablo lo dice bien: ‘Siendo igual a Dios, no estimó un bien irrenunciable esta divinidad; se rebajó a sí mismo’. Y después Pablo va más allá: ‘Se hizo pecado’. Jesús se hizo pecado. Jesús se ha excluido, ha tomado sobre sí la impuridad para acercarse a nosotros”.
Jesús incluye
El pasaje del Evangelio contiene también la invitación que Jesús hace al leproso curado: “No se lo digas a nadie; ve, en cambio, a mostrarte al sacerdote y presenta la oferta establecida por Moisés como testimonio para ellos”. El Papa subrayó que para Jesús, además de la proximidad, en esto es fundamental la inclusión:
“Tantas veces pienso que sea, no digo imposible, pero muy difícil hacer el bien sin ensuciarse las manos. Y Jesús se ensució. Cercanía. Y además va más allá. Le dijo: ‘Ve a lo de los sacerdotes y haz lo que  se debe hacer cuando un leproso es curado’. A aquel que estaba excluido de la vida social, Jesús lo incluye: incluye en la Iglesia, incluye en la sociedad… ‘Vete para que todas las cosas sean como deben ser’. Jesús no margina jamás a nadie. Se margina a sí mismo para incluir a los marginados, para incluirnos a nosotros, pecadores, marginados, con su vida”.
Cercanía quiere decir tender la mano
El Papa puso de relieve el estupor que Jesús suscita con sus afirmaciones y con sus gestos. “Cuánta gente – comentó el Santo Padre  – siguió a Jesús en aquel momento” y “sigue a Jesús en la historia porque se siente maravillada al oírle hablar”:
“Cuánta gente mira desde lejos y no entiende, no le interesa… Cuánta gente mira desde lejos pero con corazón malo, para poner a prueba a Jesús, para criticarlo, para condenarlo…  Y cuánta gente mira desde lejos  porque no tiene el coraje que ha tenido éste, ¡pero tiene tantas ganas de acercarse! Y en ese caso, Jesús ha tendido la mano, primero, pero en su ser, ha tendido la mano a todos, haciéndose uno de nosotros, como nosotros: pecador como nosotros pero sin pecado, pero sucio con nuestros pecados. Y ésta es la cercanía cristiana”.
Es una “bella palabra la de la cercanía”, concluyó Francisco. E invitó a hacer un examen de conciencia: “¿Yo sé acercarme?”. ¿“Tengo ánimo, tengo fuerza, tengo coraje de tocar a los marginados?”.
Una pregunta – dijo –  que también tiene que ver con “la Iglesia, las parroquias, las comunidades, los consagrados, los obispos, los sacerdotes, todos”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).


jueves, 25 de junio de 2015

Papa: No a los pastores que hablan demasiado y escuchan poco

La gente sabe cuándo un pastor tiene esa coherencia que le da autoridad. Es uno de los pasajes de la homilía del Papa Francisco durante la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, centrada en la distinción entre los verdaderos predicadores delEvangelio y los “pseudo profetas”.
El pueblo sigue maravillado a Jesús porque Él enseña como uno que tiene autoridad y no como los escribas. Desarrollando su reflexión a partir del pasaje del Evangelio del día el Santo Padre observó que la gente percibe, sabe, “cuando un sacerdote, un obispo, un catequista o un cristiano tiene esa coherencia que le da autoridad”. Jesús – dijo el Papa – “pone en guardia a sus discípulos” ante los “falsos profetas”. Y después les explicó cómo hacer para comprender “dónde están los verdaderos profetas y dónde los pseudo profetas”; “dónde están los verdaderos predicadores del Evangelio y dónde los que predican un Evangelio que no es Evangelio”.
Hablar, hacer y escuchar
El Papa también afirmó que hay tres palabras-clave para entender esto: “Hablar, hacer y escuchar”. Ante todo – advirtió retomando la admonición de Jesús – “No cualquiera que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos”:
“Estos hablan, hacen, pero les falta otra actitud, que es precisamente la base, que es precisamente el fundamento del hablar, del hacer: les falta escuchar. Por tanto, prosigue Jesús: ‘Quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica: el binomio hablar-hacer no es suficiente… nos engaña, tantas veces nos engaña. Y Jesús cambia y dice: el binomio es el otro, escuchar y hacer, poner en práctica: ‘Quien escucha mis palabras y las pone en práctica será semejante a un hombre sabio que ha construido su casa sobre la roca’”.
Estar atentos ante los “pseudo profetas”
En cambio – prosiguió diciendo el Papa – “el que escucha las palabras pero no las hace suyas, las deja pasar, es decir no escucha seriamente y no las pone en práctica, será como aquel que edifica su casa sobre la arena”. Y – añadió –  “conocemos el resultado”:
“Cuando Jesús pone en guardia a la gente de los ‘pseudo profetas’, dice: ‘Por sus frutos los conocerán’. Y aquí, de su actitud: tantas palabras, hablan, hacen prodigios, hacen cosas grandes pero no tienen el corazón abierto para escuchar la Palabra de Dios, tienen miedo del silencio de la palabra de Dios y estos son los ‘pseudo cristianos’, los ‘pseudo pastores’. Es  verdad, hacen cosas buenas, es verdad, pero les falta la roca”.
Los pastores mundanos hablan demasiado y escuchan poco
Les falta – especificó Francisco – “la roca del amor de Dios, la roca de la Palabra de Dios”. Y sin esta roca –  advirtió – “no pueden profetizar, no pueden construir: aparentan, porque al final todo se derrumba”. “Son  – dijo el Santo Padre  – los  ‘pseudo pastores’, los pastores mundanos; también los pastores o los cristianos que hablan demasiado, tienen miedo del silencio, quizá hacen demasiado”. Pero no son capaces de escuchar, hacen lo que dicen, hacen de lo propio, pero no de Dios”:
“Recordemos estas tres palabras, son un signo: hacer, escuchar, hablar. Uno que sólo habla y hace, no es un verdadero profeta, no es un verdadero cristiano, y al final se derrumbará todo: no está sobre la roca del amor de Dios, no está firme como la roca. Uno que sabe escuchar y de la escucha hace, con la fuerza de la palabra de otro, no de la propia, ese permanece firme. Si bien sea una persona humilde, que no parece importante, ¡pero cuántos de estos grandes hay en la Iglesia! ¡Cuántos obispos grandes, cuántos sacerdotes grandes, cuántos fieles grandes que saben escuchar y de la escucha hacen!”
Un ejemplo de nuestros días – dijo también el Papa –  es la Madre Teresa de Calcuta que “no hablaba, y en el silencio ha sabido escuchar” y “¡ha hecho tanto! No se derrumbó ni ella, ni su obra”. “Los grandes – añadió Francisco  – saben escuchar y de la escucha hacen porque su confianza y su fuerza está en la roca del amor de Jesucristo”.
“Que la debilidad de Jesús, que de fuerte se hizo débil para hacernos fuertes  –concluyó el Papa – nos acompañe en esta celebración y nos enseñe a escuchar y a hacer de la escucha, no de nuestras palabras”.

(María Fernanda Bernasconi - RV)