El misterio que hoy
celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos en el monte Tabor. En efecto,
después de haberles hablado, mientras iba con ellos, acerca del reino y de su
segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que quizá no estaban muy convencidos de lo que les había
anunciado acerca del reino, y deseando infundir en sus corazones una firmísima
e íntima convicción, de modo que por lo presente creyeran en lo futuro, realizó
ante sus ojos aquella admirable manifestación, en el monte Tabor, como una
imagen prefigurativa del reino de los cielos.
Era como si les dijese: "El tiempo que ha de
transcurrir antes de que se realicen mis predicciones no ha de ser motivo de
que vuestra fe se debilite, y, por esto, ahora mismo, en el tiempo presente, os
aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al
Hijo del hombre con la gloria de su Padre."
Y el evangelista, para mostrar que el poder de
Cristo estaba en armonía con su voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó
consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a una
montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el
sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron
Moisés y Elías conversando con él.
Éstas son las maravillas de la presente solemnidad,
éste es el misterio, saludable para nosotros, que ahora se ha cumplido en la
montaña, ya que ahora nos reúne la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de
Cristo.
Del sermón de Anastasio
Sinaíta, obispo, en el día de la Transfiguración del Señor (Núms. 6-10:
Mélanges d'archéologie et d'histoire 67 (1955), 241-244)