En mi casa, junto al escritorio y la computadora, tengo un pequeño
reclinatorio donde me arrodillo a hablar con el Señor… y aunque en mi
estudio hay varios crucifijos, íconos e imágenes de Jesús y María, lo que
cuelga frente al reclinatorio es una serigrafía de un Jesús pordiosero, que se
resguarda de la lluvia mientras pide limosna. Es un Jesús con unos ojos
penetrantes –dulces y a la misma vez, profundos– en los que me sumerjo mientras
hago mis oraciones. En la parte de abajo, el artista escribió el título de la
obra: “¿y si fuera Yo?”
La vida del cristiano es un constante encontrarse con
Jesús. Le encontramos en los sacramentos, en la Eucaristía, en la Escritura.
También le encontramos en el silencio, en la oración, en la naturaleza. Pero lo
que más nos cuesta y que el Señor nos pide con más insistencia es que le
encontremos en el prójimo, especialmente en aquel que sufre y que más necesita
de nuestra ayuda.
La parábola de Lázaro y el rico, que la liturgia nos
presenta hoy, es una denuncia social. El rico, el que tiene bienes, los tiene
porque Dios se los ha permitido. Pero esos bienes no son solamente para su
disfrute sino que, como dijo el beato Juan Pablo II en varias ocasiones, sobre
ellos pesa una gran hipoteca social. Dicho de otra manera, lo que tenemos –sea
mucho o poco– lo tenemos para compartirlo con los demás. El pecado del rico es
su indiferencia ante el dolor y la necesidad de Lázaro. Es ver su sufrimiento
día tras día, ver cómo moría poco a poco sin que él moviera un dedo por
ayudarlo.
Esta enseñanza de Jesús debería ser aún más
importante, más radical y más urgente para nosotros. Jesús se ha hecho vida en
el mundo, ya no se trata de una historia sobre dos hombres, sino de nuestro
encuentro personal con el dolor del que sufre… y de una realidad que, como
cristianos, no podemos rechazar: ése podría ser Jesús.
En este día te invito a mirar más allá de lo evidente,
y a ver en tu hermano al Jesús que sufre, que necesita y que espera por ti.
Fuente: Tengo sed de Ti