Queridos
hermanos y hermanas, feliz Navidad.
Cristo nos ha nacido, exultemos en el día de nuestra salvación.
Abramos nuestros corazones para recibir la gracia de este día,
que es Él mismo: Jesús es el «día» luminoso que surgió en el horizonte de la
humanidad. El día de la misericordia, en el cual Dios Padre ha revelado a la
humanidad su inmensa ternura. Día de luz que disipa las tinieblas del miedo y
de la angustia. Día de paz, en el que es posible encontrarse, dialogar, sobre
todo, reconciliarse. Día de alegría: una «gran alegría» para los pequeños y los
humildes, para todo el pueblo (cf. Lc 2,10).
En este día, ha nacido de la Virgen María Jesús, el Salvador. El
pesebre nos muestra la «señal» que Dios nos ha dado: «un niño recién nacido
envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Como los pastores de
Belén, también nosotros vamos a ver esta señal, este acontecimiento que cada
año se renueva en la Iglesia. La Navidad es un acontecimiento que se renueva en
cada familia, en cada parroquia, en cada comunidad que acoge el amor de Dios
encarnado en Jesucristo. Como María, la Iglesia muestra a todos la «señal» de
Dios: el niño que ella ha llevado en su seno y ha dado a luz, pero que es el
Hijo del Altísimo, porque «proviene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Por eso es
el Salvador, porque es el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo
(cf. Jn 1,29). Junto a los pastores, postrémonos ante el Cordero, adoremos la
Bondad de Dios hecha carne, y dejemos que las lágrimas del arrepentimiento
llenen nuestros ojos y laven nuestro corazón.
Sólo Él, sólo Él nos puede salvar. Sólo la misericordia de Dios
puede liberar a la humanidad de tantas formas de mal, a veces monstruosas, que
el egoísmo genera en ella. La gracia de Dios puede convertir los corazones y
abrir nuevas perspectivas para realidades humanamente insuperables.
Donde nace Dios, nace la esperanza. Donde nace Dios, nace la
paz. Y donde nace la paz, no hay lugar para el odio ni para la guerra. Sin
embargo, precisamente allí donde el Hijo de Dios vino al mundo, continúan las
tensiones y las violencias y la paz queda como un don que se debe pedir y
construir. Que los israelíes y palestinos puedan retomar el diálogo directo y
alcanzar un entendimiento que permita a los dos pueblos convivir en armonía,
superando un conflicto que les enfrenta desde hace tanto tiempo, con graves
consecuencias para toda la región.
Pidamos al Señor que el acuerdo alcanzado en el seno de las
Naciones Unidas logre cuanto antes acallar el fragor de las armas en Siria y
remediar la gravísima situación humanitaria de la población extenuada. Es
igualmente urgente que el acuerdo sobre Libia encuentre el apoyo de todos, para
que se superen las graves divisiones y violencias que afligen el país. Que toda
la Comunidad internacional ponga su atención de manera unánime en que cesen las
atrocidades que, tanto en estos países como también en Irak, Yemen y en el
África subsahariana, causan todavía numerosas víctimas, provocan enormes
sufrimientos y no respetan ni siquiera el patrimonio histórico y cultural de
pueblos enteros. Quiero recordar también a cuantos han sido golpeados por los
atroces actos terroristas, particularmente en las recientes masacres sucedidas
en los cielos de Egipto, en Beirut, París, Bamako y Túnez.
Que el Niño Jesús les dé consuelo y fuerza a nuestros hermanos,
perseguidos por causa de su fe en distintas partes del mundo.
Pidamos Paz y concordia para las queridas poblaciones de la
República Democrática del Congo, de Burundi y del Sudán del Sur para que,
mediante el diálogo, se refuerce el compromiso común en vista de la edificación
de sociedades civiles animadas por un sincero espíritu de reconciliación y de
comprensión recíproca.
Que la Navidad lleve la verdadera paz también a Ucrania, ofrezca
alivio a quienes padecen las consecuencias del conflicto e inspire la voluntad
de llevar a término los acuerdos tomados, para restablecer la concordia en todo
el país.
Que la alegría de este día ilumine los esfuerzos del pueblo
colombiano para que, animado por la esperanza, continúe buscando con tesón la
anhelada paz.
Donde nace Dios, nace la esperanza¸ y donde nace la esperanza,
las personas encuentran la dignidad. Sin embargo, todavía hoy muchos hombres y
mujeres son privados de su dignidad humana y, como el Niño Jesús, sufren el
frío, la pobreza y el rechazo de los hombres. Que hoy llegue nuestra cercanía a
los más indefensos, sobre todo a los niños soldado, a las mujeres que padecen
violencia, a las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico.
Que no falte nuestro consuelo a cuantos huyen de la miseria y de
la guerra, viajando en condiciones muchas veces inhumanas y con serio peligro
de su vida. Que sean recompensados con abundantes bendiciones todos aquellos,
personas privadas o Estados, que trabajan con generosidad para socorrer y
acoger a los numerosos emigrantes y refugiados, ayudándoles a construir un
futuro digno para ellos y para sus seres queridos, y a integrarse dentro de las
sociedades que los reciben.
Que en este día de fiesta, el Señor vuelva a dar esperanza a
cuantos no tienen trabajo, que son muchos, y sostenga el compromiso de quienes
tienen responsabilidades públicas en el campo político y económico para que se
empeñen en buscar el bien común y tutelar la dignidad toda vida humana.
Donde nace Dios, florece la misericordia. Este es el don más
precioso que Dios nos da, particularmente en este año jubilar, en el que estamos
llamados a descubrir la ternura que nuestro Padre celestial tiene con cada uno
de nosotros. Que el Señor conceda, especialmente a los presos, la experiencia
de su amor misericordioso que sana las heridas y vence el mal.
Y de este modo, hoy todos juntos exultemos en el día de nuestra
salvación. Contemplando el portal de Belén, fijemos la mirada en los brazos de
Jesús que nos muestran el abrazo misericordioso de Dios, mientras escuchamos el
gemido del Niño que nos susurra: «Por mis hermanos y compañeros voy a decir:
“La paz contigo”» (Sal 121 [122], 8).
Después
del mensaje Urbi et Orbi el
Papa dedicó unas palabras a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro y a
los que le siguieron por los medios de comunicación:
A ustedes, queridos hermanos y hermanas, llegados de diferentes
partes del mundo en esta Plaza, y a los que desde diversos países están
conectados con la radio, la televisión y los otros medios de comunicación, les
envío mi cordial felicitación.
Es la Navidad del Año Santo de la Misericordia, por eso deseo a
todo que puedan acoger en su propia vida la misericordia de Dios, que
Jesucristo nos ha donado, por ser misericordiosos con nuestros hermanos. ¡Así
haremos crecer la paz!
¡Feliz Navidad!