Dichoso tú si Cristo llama a tu puerta. Nuestra puerta es la fe que, si es sólida, defiende toda la casa. Por esa puerta entra Cristo. Por eso, la Iglesia dice en el Cantar de los cantares: Oigo la voz de mi amado que llama a la puerta. Escucha al que llama, escucha al que desea entrar: ¡Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi perfecta! Que mi cabeza está cubierta de rocío y mis bucles del relente de la noche.
Fíjate en que momento el Dios Verbo llama a tu puerta: cuando su cabeza está cubierta del rocío de la noche. Porque él se digna visitar a los que están sometidos a prueba y a tentaciones a fin de que ninguno sucumba, vencido por las dificultades. Su cabeza está cubierta de rocío o gotas de agua cuando su su cuerpo está penando.
Es entonces cuando hay que velar por temor a que, cuando el Esposo venga, no se vaya porque ha encontrado cerrada la puerta de casa.
En efecto, si duermes y tu corazón no está en vela, él se aleja antes de llamar; si tu corazón está en vela, él llama y te pide que la abras la puerta..
Nosotros, pues, disponemos de la puerta de nuestra alma, y disponemos también de las puertas sobre las cuales se ha escrito: ¡Portones, alzad los dinteles, que se alcen antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria!.
San Ambrosio