martes, 31 de mayo de 2016

EL SEÑOR ES MI DIOS Y SALVADOR, CONFIARÉ Y NO TEMERÉ

Is 12,2-3.4bcd.5-6

Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel

El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
Él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.

Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel

Dad gracias al Señor,
invocad su Nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su Nombre es excelso.

Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel

Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión: 
«Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.»

Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel

COMENTARIO AL EVANGELIO SEGÚ SAN LUCAS 1,39-56, POR EL PAPA FRANCISCO:



El Evangelio de hoy nos presenta a María, que, inmediatamente después de haber concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, va a visitar a su anciana pariente Isabel, quien también milagrosamente espera un hijo. 

En este encuentro lleno del Espíritu Santo, María expresa su alegría con el cántico del Magníficat, porque ha tomado plena conciencia del significado de las grandes cosas que están sucediendo en su vida: a través de ella se llega al cumplimiento de toda la espera de su pueblo.

Pero el Evangelio nos muestra también cuál es el motivo más profundo de la grandeza de María y de su dicha: el motivo es la fe. De hecho, Isabel la saluda con estas palabras: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). 

La fe es el corazón de toda la historia de María; ella es la creyente, la gran creyente; ella sabe —y lo dice— que en la historia pesa la violencia de los prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios. Aún así, María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres, sino que los socorre con misericordia, con atención, derribando a los poderosos de sus tronos, dispersando a los orgullosos en las tramas de sus corazones. Esta es la fe de nuestra madre, esta es la fe de María.

… Las «cosas grandes» hechas en Ella por el Todopoderoso nos tocan profundamente, nos hablan de nuestro viaje en la vida, nos recuerdan la meta que nos espera: la casa del Padre. Nuestra vida, vista a la luz de María asunta al Cielo, no es un deambular sin sentido, sino una peregrinación que, aun con todas sus incertidumbres y sufrimientos, tiene una meta segura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor.

Mientras tanto, mientras transcurre la vida, Dios hace resplandecer para su pueblo, todavía peregrino sobre la tierra, un signo de consuelo y de segura esperanza. Ese signo tiene un rostro, ese signo tiene un nombre: el rostro luminoso de la Madre del Señor, el nombre bendito de María, la llena de gracia, bendita porque ella creyó en la palabra del Señor: ¡la gran creyente! 

Como miembros de la Iglesia, estamos destinados a compartir la gloria de nuestra Madre, porque, gracias a Dios, también nosotros creemos en el sacrificio de Cristo en la cruz y, mediante el Bautismo, somos introducidos en este misterio de salvación.

Hoy todos juntos le rezamos para que, mientras se desarrolla nuestro camino en esta tierra, Ella vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, nos despeje el camino, nos indique la meta, y nos muestre después de este exilio a Jesús, el fruto bendito de su vientre. Y decimos juntos: Oh clemente, oh pía, oh dulce Virgen María. 
(Papa Francisco, Ángelus del 5 de agosto de 2015)

LA MISERICORDIA DE DIOS SE EXTIENDE DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN

Evangelio según San Lucas 1,39-56. 

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. 

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: 

"¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.

Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". 

María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz". 
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! 

Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. 

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. 

Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. 

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. 

Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". 

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa. 

¿ME ACUERDO DE LAS MARAVILLAS QUE EL SEÑOR HA HECHO EN MI VIDA?

En su camino de fe, la Iglesia y cada cristiano deben estar atentos a no encerrarse en un sistema de normas, sino que deben dejar espacio a la “memoria” de los dones recibidos por Dios, al dinamismo de la “profecía” y al horizonte de la “esperanza”. 

El Papa Francisco resumió con estas tres palabras su homilía de la Misa de la mañana, celebrada en la capilla de la Casa se Santa Marta.

El andamiaje de la ley que todo delimita y el soplo liberador de la profecía que impulsa más allá de los confines. En la vida de la fe – advirtió el Pontífice – el exceso de confianza en la norma puede sofocar el valor de la memoria y el dinamismo del Espíritu.

Jesús, en el pasaje evangélico del día, demuestra este asunto a los escribas y a los fariseos – que querrían hacerlo callar – con la parábola de los viñadores homicidas. El dueño plantó una viña bien organizada y se la encomendó a los campesinos; pero ellos deciden rebelarse, pegando y matando a los siervos que aquel patrón envía para pedir la cosecha que le corresponde. 

El culmen del drama es el asesinato del único hijo del patrón, hecho que habría permitido, según pensaban injustamente los campesinos, que se quedaran con toda la herencia.

Casuística y libertad

El Santo Padre afirmó que asesinar a los siervos y al hijo – imagen de los profetas de la Biblia y de Cristo – muestra a “un pueblo encerrado en sí mismo, que no se abre a las promesas de Dios, que no espera las promesas de Dios.

Y dijo que se trata de un pueblo “sin memoria, sin profecía y sin esperanza”. A la vez que añadió que a los jefes del pueblo les interesa levantar un muro de leyes, “un sistema jurídico cerrado”, y nada más:

“La memoria no interesa. La profecía: mejor que no vengan los profetas. ¿Y la esperanza? Cada uno la verá. Este es el sistema: doctores de la ley, teólogos que siempre van por la vía de la casuística y no permiten la libertad del Espíritu Santo; no reconocen el don de Dios, el don del Espíritu y enjaulan al Espíritu, porque no permiten la profecía en la esperanza”.

“Este es el sistema religioso al que habla Jesús. ‘Un sistema – come dice la Primera Lectura – de corrupción, de mundanidad y de concupiscencia’, tal como San Pedro dice en la Primera Lectura”.

La memoria nos hace libres


El Santo Padre afirmó que la esencia de las tres tentaciones que Jesús sufrió en el desierto es similar: el diablo le tentó para que perdiera la memoria de su misión, no diera lugar a la profecía y prefiriese la seguridad en lugar de la esperanza.

“A esta gente Jesús les reprocha, porque conocía la tentación: ‘Ustedes van por medio mundo para conseguir un prosélito y cuando lo encuentran, lo hacen esclavo’. ¡Este pueblo tan organizado, esta Iglesia tan organizada hace esclavos! 

Y así se entiende la reacción de Pablo cuando habla de la esclavitud de la ley y de la libertad que te da la gracia. Un pueblo es libre, una Iglesia es libre cuando hace memoria, cuando deja lugar a los profetas, cuando no pierde la esperanza”.

¿Corazón abierto o enjaulado?

El Obispo de Roma subrayó que la viña bien organizada es “la imagen del pueblo de Dios, la imagen de la Iglesia y también la imagen de nuestra alma”, de la que el Padre se ocupa siempre con “tanto amor y tanta ternura”. Rebelarse a Él es como para los viñadores homicidas, “perder la memoria del don” recibido por Dios, mientras “para recordar y no equivocarse en el camino” es importante “volver siempre a las raíces”:

“¿Yo tengo memoria de las maravillas que el Señor ha hecho en mi vida? ¿Tengo memoria de los dones del Señor? ¿Yo soy capaz de abrir el corazón a los profetas, es decir al que me dice ‘esto no va, debes ir hacia allá; ve adelante, corre el riesgo’? Esto hacen los profetas… ¿Yo estoy abierto a eso o soy temeroso y prefiero encerrarme en la jaula de la ley?

Y al final: ¿yo tengo esperanza en las promesas de Dios, como tuvo nuestro padre Abraham, que salió de su tierra sin saber a dónde iba, sólo porque esperaba en Dios? Nos hará bien hacernos estas tres preguntas…”.