No recogéis a las descarriadas,
ni buscáis a las perdidas. En este mundo andamos siempre entre las manos de los
ladrones y los dientes de los lobos feroces y, a causa de estos peligros
nuestros, os rogamos que oréis. Además, las ovejas son obstinadas. Cuando se
extravían y las buscamos, nos dicen, para su error y perdición, que no tienen
nada que ver con nosotros: "¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos
buscáis?" Como si el hecho de que anden errantes y en peligro de perdición
no fuera precisamente la causa de que vayamos tras de ellas y las busquemos.
"Si ando errante —dicen—, si estoy perdida, ¿para qué me quieres? ¿Para
qué me buscas?" Te quiero hacer volver precisamente porque andas
extraviada; quiero encontrarte porque te has perdido.
"¡Pero
si yo quiero andar así, quiero así mi perdición! ¿De veras así quieres
extraviarte, así quieres perderte? Pues tanto menos lo quiero yo. Me atrevo a
decirlo, estoy dispuesto a seguir siendo inoportuno. Oigo al Apóstol que dice:
Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo. ¿A quiénes insistiré a
tiempo, y a quiénes a destiempo? A tiempo, a los que quieren escuchar; a
destiempo, a quienes no quieren. Soy tan inoportuno que me atrevo a decir:
"Tú quieres extraviarte, quieres perderte, pero yo no quiero." Y, en
definitiva, no lo quiere tampoco aquel a quien yo temo. Si yo lo quisiera,
escucha lo que dice, escucha su increpación: No recogéis a las descarriadas,
buscáis a las perdidas. ¿Voy a temerte más a ti que a mí mismo? Todos tendremos
que comparecer ante el tribunal de Cristo.
De manera que seguiré llamando a
las que andan errantes y buscando a las perdidas. Lo haré, quieras o no
quieras. Y, aunque en mi búsqueda me desgarren las zarzas del bosque, no dejaré
de introducirme en todos los escondrijos, no dejaré de indagar en todas las
matas; mientras el Señor a quien temo me dé fuerzas, andaré de un lado a otro
sin cesar. Llamaré mil veces a la errante, buscaré a la que se halla a punto de
perecer. Si no quieres que sufra, no te alejes, no te expongas a la perdición.
No tiene importancia lo que yo sufra por tus extravíos y tus riesgos. Lo que
temo es llegar a matar a la oveja sana, si te descuido a ti. Pues oye lo que se
dice a continuación: Matáis las ovejas más gordas. Si olvido a la que se
extravía y se expone a la perdición, la que está sana sentirá también la
tentación de extraviarse y de ponerse en peligro.
Del sermón de san Agustín,
obispo, sobre los pastores (Sermón 46,14-15: CCL 41, 541-542)
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