Dentro de muy pocos días el Papa Francisco nos va a dar a conocer una nueva Encíclica sobre Ecología. Y este viernes celebramos en toda la Iglesia la fiesta del Sagrado Corazón. ¿Qué tienen que ver aparentemente cuestiones tan diferentes como son una Encíclica sobre Ecología y la fiesta del Sagrado Corazón? Os he de decir que mucho. Los cristianos decimos en el Credo así: “Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador de cielo y tierra, de todo lo visible e invisible”. En la Biblia, en sus primeras páginas, se nos dice que el hombre y la mujer fueron creados y puestos en la tierra por Dios para que cultivasen y custodiasen la tierra (cf. Gn 2, 15). ¿Cómo ser cultivadores y custodios? No se puede hacer más que con amor, atención, pasión y dedicación. Contemplando el corazón de Cristo, descubrimos los rasgos que hacen posible cultivar y custodiar, y así hacer ver, con obras y palabras, las huellas de la bondad, de la belleza y de Dios en todo lo creado. Ello nos hace abrir nuestra vida a la alabanza y a la oración, con el salmista: “Del Señor es la tierra y cuanto la llena, / el orbe y todos sus habitantes: / él la fundó sobre los mares, / él la afianzó sobre los ríos. / ¿Quién puede subir al monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro?/ El hombre de manos inocentes y puro corazón, / que no confía en los ídolos/ ni jura contra el prójimo en falso. / Ese recibirá la bendición del Señor, /le hará justicia el Dios de salvación. / Esta es la generación que busca al Señor, / que busca tu rostro, Dios de Jacob. (Sal 24, 1-6).
Defender la creación. No hay que hacerlo por ser útil para nosotros, sino por sí misma. La creación es un don del Creador. Toda ella tiene las huellas de Dios. La familia humana necesita tener “casa”. Esa “casa” es la tierra en la que habitamos. Y Dios nos encarga mantenerla, cuidarla, habitarla con creatividad y responsabilidad. Y para ello es necesario que el ser humano -centro de la creación- tenga el Corazón de Cristo. Con ello quiero decir que la tierra no sea considerada de manera egoísta, para intereses de grupo, pues todos los hombres tienen derecho a obtener el beneficio que nos hace ser cada día más personas, y por tanto, con un corazón con las medidas del corazón de Cristo, que ama, promueve, alienta, regala misericordia, hace partícipes a todos, no descarta a nadie, crea la cultura del encuentro. Todos los hombres hemos de estar incluidos en el destino universal de los bienes de la creación. El desarrollo y el equilibrio ecológico en todas las dimensiones, también la ecología humana, hay que buscarlo entre todos, de tal manera que fortalecer la alianza entre el ser humano y el medio ambiente solamente es posible si los hombres somos reflejo del amor de Dios. Para ello, hagamos trasplante de corazón.
Jesucristo nos enseña que descuidar el medio ambiente en el que Dios ha querido que los hombres vivamos alcanza a toda la tierra y a todos los hombres. El descuido ecológico ambiental y humano daña la convivencia humana y traiciona la dignidad del hombre, violando los derechos más fundamentales de la persona. Todos estamos llamados a proveer y salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana que nos hará vivir la ecología ambiental. Esto solo se puede realizar si el hombre hace un trasplante de corazón, acogiendo en su vida el Corazón de Cristo. No puedo ni debo entrar en cuestiones técnicas, pero sí ofrecer el impulso que nos lleve a asumir responsabilidades y dar respuestas. Por eso os invito a redescubrir el rostro del Creador y nuestra responsabilidad ante Él por su creación. Él nos ha dado unas capacidades para asumir un estilo de vida que marque una manera nueva de relacionarnos los hombres y de vivir en este jardín que hizo Dios para nosotros, que es todo lo creado.
Abordemos siempre el problema ecológico desde Dios. Fue el Espíritu creador quien creó todo lo que existe y lo renueva sin cesar, como nos lo dicen las primeras páginas del libro del Génesis. La fe en el Espíritu creador pertenece al contenido esencial del Credo cristiano. Las ciencias modernas de la naturaleza nos dicen que la materia tiene una estructura matemática que está llena de espíritu, está estructurada inteligentemente. Nosotros creemos que esta estructura inteligente procede del Espíritu creador y que nos lo dio a nosotros. Aquí está el fundamento de nuestra responsabilidad respecto a la tierra y al hombre. Nada de lo creado es propiedad nuestra, nada podemos explotar según intereses y deseos personales o de grupo. En el corazón de Jesucristo, Dios manifiesta al hombre unas orientaciones a las que debemos atenernos como administradores que somos de la creación. La Iglesia tiene que explicar el credo cristiano en su integridad, transmitir el mensaje de salvación que incluye cultivar y custodiar la creación, es decir, defender la tierra, el agua, el aire que son dones que pertenecen a todos, pero también debe proteger al ser humano contra la destrucción de sí mismo. La fe en Dios Cr eador y la atención que tiene que tener el ser humano nos lo regala Cristo cuando dejamos que su Corazón entre en nosotros. Entonces no hay autodestrucción del hombre ni destrucción de la obra de Dios.
Defender la creación y al hombre mismo nos hace ver que ecología humana y ecología ambiental han de ser un compromiso de todos los cristianos. El problema decisivo está en la capacidad moral de una ecología global que también respeta la vida desde el inicio hasta la muerte natural. No se puede defender la ecología ambiental y destruir la ecología humana. El libro de la naturaleza es uno e indivisible en todo lo que concierne al desarrollo humano integral. Urge hacer trasplante de corazón.
Con gran afecto, os bendice:
+Carlos, Arzobispo de Madrid