Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy iniciamos las catequesis sobre la misericordia según la perspectiva bíblica, para aprender sobre la misericordia al escuchar aquello que Dios mismo nos enseña con su Palabra. Iniciamos por el Antiguo Testamento, que nos prepara y nos conduce a la revelación plena de Jesucristo, en el cual se realiza la revelación de la misericordia del Padre.
En las Sagradas Escrituras, el Señor es
presentado como “Dios misericordioso”. Este es
su nombre, a través del cual nos revela, por así decir, su rostro y su
corazón. Él mismo, como narra el Libro del Éxodo, revelándose a Moisés se
autodefinió como: «El Señor, Dios misericordioso y bondadoso,
lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad» (34,6). También
en otros textos encontramos esta fórmula, con alguna variación, pero siempre la
insistencia está puesta en la misericordia y en el amor de Dios que no se cansa
nunca de perdonar (cfr Gn 4,2; Gl 2,13; Sal 86,15;
103,8; 145,8; Ne 9,17). Veamos juntos, una
por una, estas palabras de la Sagrada Escritura que nos hablan de Dios.
El Señor es “misericordioso”:
esta palabra evoca una actitud de ternura como la de una madre con su hijo. De
hecho, el término hebreo usado en la Biblia hace pensar a las vísceras o
también en el vientre materno. Por eso, la imagen que sugiere es aquella de un
Dios que se conmueve y se enternece por nosotros como una
madre cuando toma en brazos a su niño, deseosa sólo de amar, proteger, ayudar,
lista a donar todo, incluso a sí misma. Esa es la imagen que sugiere este
término. Un amor, por lo tanto, que se puede definir en sentido bueno
“visceral”.
Después está escrito que el Señor es “bondadoso”, en el sentido que hace gracia, tiene
compasión y, en su grandeza, se inclina sobre quien es débil y pobre, siempre listo para acoger, comprender, perdonar. Es
como el padre de la parábola del Evangelio de Lucas (cfr Lc15,11-32): un padre que no se cierra en el
resentimiento por el abandono del hijo menor, sino al contrario continúa a
esperarlo, lo ha generado, y después corre a su encuentro y lo abraza, no lo
deja ni siquiera terminar su confesión, como si le cubriera la boca, qué grande
es el amor y la alegría por haberlo reencontrado; y después va también a llamar
al hijo mayor, que está indignado y no quiere hacer fiesta, el hijo que ha
permanecido siempre en la casa, pero viviendo como un siervo más que como un
hijo, y también sobre él el padre se inclina, lo invita a entrar, busca abrir
su corazón al amor, para que ninguno quede excluso de la fiesta de la misericordia.
La misericordia es una fiesta.
De este Dios misericordioso se dice
también que es “lento para enojarse”, literalmente,
“largo de respiro”, es decir, con el respiro amplio de la paciencia y de la capacidad de soportar. Dios sabe esperar,
sus tiempos no son aquellos impacientes de los hombres; Es como un sabio
agricultor que sabe esperar, da tiempo a la buena semilla para que crezca, a
pesar de la cizaña (cfr Mt 13,24-30).
Y por último, el Señor se proclama “grande en el amor y en la fidelidad”. ¡Qué hermosa es
esta definición de Dios! Aquí está todo. Porque Dios es grande y poderoso, pero
esta grandeza y poder se despliegan en el amarnos, nosotros así pequeños, así
incapaces. La palabra “amor”, aquí utilizada, indica el afecto, la gracia, la bondad. No es un amor de
telenovela. Es el amor que da el primer paso, que no depende de los méritos
humanos sino de una inmensa gratuidad. Es la solicitud divina que nada la puede
detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado, vencer el mal
y perdonarlo.
Una “fidelidad” sin
límites: he aquí la última palabra de la revelación de Dios a Moisés. La
fidelidad de Dios nunca falla, porque el Señor es el Custodio que, como dice el
Salmo, no se adormenta sino que vigila continuamente sobre nosotros para
llevarnos a la vida:
«El no dejará que resbale tu pie:
¡tu guardián no duerme!
No, no duerme ni dormita
el guardián de Israel.
[...]
El Señor te protegerá de todo mal
y cuidará tu vida.
El te protegerá en la partida y el regreso,
ahora y para siempre» (121,3-4.7-8).
Y este Dios misericordioso es fiel en su
misericordia. Y Pablo dice algo bello: si tú, delante a Él, no eres fiel, Él
permanecerá fiel porque no puede renegarse a sí mismo, la fidelidad en la
misericordia es el ser de Dios. Y por esto Dios es totalmente y siempre
confiable. Una presencia sólida y estable. Es esta la certeza de nuestra fe. Y
luego, en este Jubileo de la Misericordia, confiemos totalmente en Él, y
experimentemos la alegría de ser amados por este “Dios misericordioso y
bondadoso, lento para enojarse y grande en el amor y en la fidelidad”.
(Traducción por Mercedes De La Torre –
Radio Vaticano).