Jn 20, 19-23
Quizás aquellas primeras comunidades se
reunieran "al anochecer del día primero de la semana" (domingo), para
recordar la "cena del Señor", o vivir la "fracción del
pan". Pero, teniendo eso en cuenta, me parece, no solo legítimo, sino
enriquecedor, aproximarnos a una lectura simbólica del texto.
"Al anochecer": cuando todo se
vuelve oscuro en nuestra vida. Quizás porque se ha removido algo emocional, que
tiene que ver con necesidades muy antiguas –aunque sean inconscientes- o con
miedos a los que somos particularmente sensibles. Por lo que sea, todo parece,
de pronto, nublarse. Como si nuestras anteriores certezas o seguridades
hubieran también desaparecido.
Sin embargo, es "el día primero de
la semana", es decir, el día de la creación, cuanto todo
se hace nuevo. No es extraño que ambas sensaciones contradictorias convivan:
hay oscuridad y confusión, pero existe, de fondo, una certeza inamovible que,
aunque sea quedamente, nos va diciendo: "todo está bien", "yo
hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5).
Con todo, incluso a pesar de la certeza de
fondo, no es raro que la oscuridad y el malestar emocional nos lleven a
mantener "las puertas cerradas". En realidad, la
"cerrazón" de las personas, así como su aparente dureza, no es sino
un signo de vulnerabilidad. De manera que podría establecerse la siguiente
ecuación: a mayor dureza manifiesta, mayor vulnerabilidad escondida.
El miedo es siempre mal consejero, porque
fácilmente deforma nuestra visión de la realidad. Sin apenas darnos cuenta,
constituye un filtro que nos impide ver las cosas tal como son. Hasta el punto
de que, como dice una frase atribuida a Martin Heidegger, "hemos
olvidado cómo aparecería el mundo a los ojos de una persona que no hubiera
conocido el miedo".
Con todo, aunque necesitemos ayuda, también
podemos tomar distancia de nuestros propios miedos. No para reprimirlos ni
negarlos –lo cual siempre resulta contraproducente-, sino para, aceptándolos y
aun abrazándolos, no reducirnos a ellos. Acallar la mente, observar los miedos
sin dejarnos identificar con ellos, nos permite escuchar otra "voz"
más profunda, aquella que nos asegura: "Paz contigo"; tu
identidad más profunda es, y siempre será, Paz.
En realidad, "Jesús" es otro
nombre de nuestra verdadera identidad. Desde la perspectiva no-dual, todos
somos no-dos, el único "Yo Soy". Y la voz que escuchamos en esos
niveles más profundos siempre viene de él, del único Fondo de lo Real, que las
religiones han nombrado como Dios (y que, en el cristianismo, en particular, se
ha nombrado como "Jesucristo").
Por eso, basta escuchar esa "voz" que
nace de nuestro Fondo común y compartido para que notemos cómo nuestra vida se
empieza a transformar. Y de pronto experimentamos como que el "aliento"
vuelve a nosotros. Un aliento –nuestro mismo y compartido Espíritu- que disipa
la oscuridad y nos capacita para convivir con nuestros miedos.
Es probable que sigamos percibiendo el
"doble nivel": el de nuestro yo particular –con sus necesidades y sus
miedos- y el de nuestra verdadera identidad o "Yo Soy", pero habremos
descubierto que no se sitúan en pie de igualdad. Y que, al anclarnos en el
"Yo Soy", en el Espíritu que somos –la Consciencia ilimitada-, todo
empieza a ser percibido de modo diferente. La visión cambia radicalmente
cuando, en lugar de mirar nuestra vida desde la perspectiva del yo atemorizado
–no existe ningún yo que no se halle bajo el temor-, lo hacemos desde el
Espíritu que somos, donde nos sabemos siempre a salvo.
Y ese Espíritu es, entre otras cosas, "perdón".
Porque sabe que todo el mal que hacemos y nos hacemos es fruto únicamente de la
ignorancia. Y sabe además que lo que llamamos "yo" es solo una
ficción. Por tanto, no hay nadie herido, nada que
perdonar ni alguien que deba ser perdonado.
Lo que ocurre es que esto nunca lo podremos ver
mientras nos mantengamos en la mente, identificados con el yo. Esta visión
únicamente es perceptible desde nuestra verdadera identidad; desde la
"mirada" amplia que ha trascendido la miope visión egoica; desde el
Espíritu que somos.
Autor: Autor: Enrique Martínez Lozano
Autor: Autor: Enrique Martínez Lozano