lunes, 7 de julio de 2014

MIRAR DESDE EL ESPÍRITU

Jn 20, 19-23
Quizás aquellas primeras comunidades se reunieran "al anochecer del día primero de la semana" (domingo), para recordar la "cena del Señor", o vivir la "fracción del pan". Pero, teniendo eso en cuenta, me parece, no solo legítimo, sino enriquecedor, aproximarnos a una lectura simbólica del texto.

"Al anochecer": cuando todo se vuelve oscuro en nuestra vida. Quizás porque se ha removido algo emocional, que tiene que ver con necesidades muy antiguas –aunque sean inconscientes- o con miedos a los que somos particularmente sensibles. Por lo que sea, todo parece, de pronto, nublarse. Como si nuestras anteriores certezas o seguridades hubieran también desaparecido.

Sin embargo, es "el día primero de la semana", es decir, el día de la creación, cuanto todo se hace nuevo. No es extraño que ambas sensaciones contradictorias convivan: hay oscuridad y confusión, pero existe, de fondo, una certeza inamovible que, aunque sea quedamente, nos va diciendo: "todo está bien", "yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5).
Con todo, incluso a pesar de la certeza de fondo, no es raro que la oscuridad y el malestar emocional nos lleven a mantener "las puertas cerradas". En realidad, la "cerrazón" de las personas, así como su aparente dureza, no es sino un signo de vulnerabilidad. De manera que podría establecerse la siguiente ecuación: a mayor dureza manifiesta, mayor vulnerabilidad escondida.

El miedo es siempre mal consejero, porque fácilmente deforma nuestra visión de la realidad. Sin apenas darnos cuenta, constituye un filtro que nos impide ver las cosas tal como son. Hasta el punto de que, como dice una frase atribuida a Martin Heidegger, "hemos olvidado cómo aparecería el mundo a los ojos de una persona que no hubiera conocido el miedo".

Con todo, aunque necesitemos ayuda, también podemos tomar distancia de nuestros propios miedos. No para reprimirlos ni negarlos –lo cual siempre resulta contraproducente-, sino para, aceptándolos y aun abrazándolos, no reducirnos a ellos. Acallar la mente, observar los miedos sin dejarnos identificar con ellos, nos permite escuchar otra "voz" más profunda, aquella que nos asegura: "Paz contigo"; tu identidad más profunda es, y siempre será, Paz.
En realidad, "Jesús" es otro nombre de nuestra verdadera identidad. Desde la perspectiva no-dual, todos somos no-dos, el único "Yo Soy". Y la voz que escuchamos en esos niveles más profundos siempre viene de él, del único Fondo de lo Real, que las religiones han nombrado como Dios (y que, en el cristianismo, en particular, se ha nombrado como "Jesucristo").
Por eso, basta escuchar esa "voz" que nace de nuestro Fondo común y compartido para que notemos cómo nuestra vida se empieza a transformar. Y de pronto experimentamos como que el "aliento" vuelve a nosotros. Un aliento –nuestro mismo y compartido Espíritu- que disipa la oscuridad y nos capacita para convivir con nuestros miedos.

Es probable que sigamos percibiendo el "doble nivel": el de nuestro yo particular –con sus necesidades y sus miedos- y el de nuestra verdadera identidad o "Yo Soy", pero habremos descubierto que no se sitúan en pie de igualdad. Y que, al anclarnos en el "Yo Soy", en el Espíritu que somos –la Consciencia ilimitada-, todo empieza a ser percibido de modo diferente. La visión cambia radicalmente cuando, en lugar de mirar nuestra vida desde la perspectiva del yo atemorizado –no existe ningún yo que no se halle bajo el temor-, lo hacemos desde el Espíritu que somos, donde nos sabemos siempre a salvo.

Y ese Espíritu es, entre otras cosas, "perdón". Porque sabe que todo el mal que hacemos y nos hacemos es fruto únicamente de la ignorancia. Y sabe además que lo que llamamos "yo" es solo una ficción. Por tanto, no hay nadie herido, nada que perdonar ni alguien que deba ser perdonado.
Lo que ocurre es que esto nunca lo podremos ver mientras nos mantengamos en la mente, identificados con el yo. Esta visión únicamente es perceptible desde nuestra verdadera identidad; desde la "mirada" amplia que ha trascendido la miope visión egoica; desde el Espíritu que somos.
Autor: Autor: Enrique Martínez Lozano

San Fermín

La leyenda de San Fermín surgió aproximadamente allá por el siglo IX en localidad francesa de Amiens, capital de Picardía, y desde allí llegó algún siglo más tarde, hacía el siglo XII, a Pamplona, convirtiéndose en un santo de devoción para cientos de pamploneses. Recientemente una tesis elaborada por el historiador Roldan Jimeno, hijo del prestigioso historiador pamplonés Jimeno Jurío, ha refrendado la conclusión a la que llegaron en 1970 varios historiadores de la capital navarra y arqueólogos de Amiens, quienes, realizando trabajos de investigación por separado, concluyeron que la historia de San Fermín no tenía base histórica alguna. A pesar de ello, Amiens y Pamplona sigue rindiendo culto a este santo y miles de personas en el mundo han oído hablar de él a través de las fiestas de San Fermín.

LA LEYENDA DE AMIENS

Cuenta la leyenda que Firmus, un senador que vivía en tiempos de los emperadores Diocleciano y Maximiano, era gobernador general de la región y tenía un hijo llamado Fermín. Así se recoge en uno de los primeros textos que se conocen acerca de la leyenda de San Fermín, el del escritor Jacobo de Voragine titulado "La leyenda dorada" y que data de 1264. Al parecer, Firmus confió la educación de su hijo al presbítero Honesto, quien envió a Fermín a realizar sus estudios a Tolosa y pidió al arzobispo de la localidad que le ordenase sacerdote para que pudiese predicar la fe cristiana. Así lo hizo y Fermín volvió a Pamplona a evangelizar, consagrado ya como obispo, donde permaneció hasta los 31 años, tras lo cual se marchó a las Galias.

Primero estuvo en Agen, luego en la comarca de Beauvais y por último llegó a Amiens, donde, tras soportar la persecución romana convirtió, según cuenta la leyenda, en tan sólo cuarenta días a cerca de tres mil personas. Parece ser que a los gobernadores romanos no les hizo especial gracia y, tras detenerlo y encerrarlo en la cárcel, lo degollaron secretamente un 25 de septiembre -fecha actual en la que se celebra su martirio-.

Esta leyenda recogida en el texto de Jacobo Vorágine fue creada en la Alta Edad Medía en una localidad francesa llamada Amiens, capital de Picardía, situada a unos 150 km. de París. Aunque no existe una fecha exacta, los primeros datos históricos se sitúan en el siglo IX. Por aquel entonces, tal y como nos cuenta el historiador Roldan Jimeno "a la hora de elegir el santo que cristianizaría a la ciudad era muy normal escoger un personaje extranjero que diese cierto toque exótico y relevante a la urbe. En Amiens escogieron a Fermín porque era vascón y romano a la vez y les resultó bastante atractivo. A partir de entonces crearon una historia que ha ido variando con el tiempo, a medida que ha sido transmitida de generación en generación y se han hecho nuevas aportaciones".

La leyenda llegó a Pamplona por primera vez hacia el siglo XII, cuando el entonces arzobispo de Pamplona, Pedro de París, tuvo noticia de ella y trajo consigo una reliquia que se depositó en el altar de la catedral de Pamplona. Con el tiempo el culto se fue extendiendo a toda Navarra. Para los habitantes de Pamplona tener conocimiento de un santo que, además, se suponía que había sido el primer arzobispo de Pamplona fue un auténtico hallazgo y alteraron parte de la historia francesa, adelantando la evangelización de la capital navarra al siglo I, dato que contradecía la fecha de la leyenda de Amiens que la situaba en el siglo III.
Distintos cronistas navarros recogieron esta versión y la fueron adornando cada vez más. Con el paso del tiempo el culto a San Fermín se fue acrecentando en las dos localidades, pero con particularidades locales. En el siglo XVIII se dieron a conocer La "Actas sinceras" de Miguel Joseph de Maceda, que mostraban la versión pamplonesa de la leyenda. Algún tiempo más tarde cuando el texto llegó a Amiens se suscitó una gran polémica respecto a la fecha, ya que la tradición pamplonesa decía que San Fermín había vivido en el siglo I y la de Amiens en el III. Finalmente decidieron fundir ambas tradiciones, que fueron recogidas en un libro.


SIN BASE HISTORICA

Ya en el siglo XX, en la década de los 70, el bibliotecario de la catedral de Pamplona, José Goñi Gaztanbide, después de investigar sobre el tema llegó a la conclusión de que la historia de San Fermín era "legendaria e inverosímil", ya que no disponía de base histórica alguna. Posteriormente el historiador J.M. Jimeno Jurío realizó un exhaustivo trabajo de investigación que confirmó tales sospechas. Por aquel entonces se creó cierto debate que no trascendió más allá del ámbito científico y más tarde otros autores dieron la razón a estos dos estudiosos. La reciente tesis de Roldan Jimeno ha vuelto a corroborar dichas afirmaciones. "Uno de los datos clave que ha ayudado a ver que se trataba, como en otras ocasiones, de una leyenda sin base histórica ha sido situar la historia en los siglos I (Pamplona) y III (Amiens). En el caso de Pamplona la Cristianización no llegó hasta el siglo III y en Amiens tuvo lugar, incluso, algunos siglos más tarde.

Además, hasta el siglo XII no hay en Pamplona ninguna referencia clara respecto al santo". Junto a ello, el hecho de que San Fermín no tuviese ninguna iglesia, ni ermita a su nombre contribuyó a confirmar dicha teoría. "No es lógico que un arzobispo de una ciudad como Pamplona no registre ninguna iglesia o ermita a su nombre hasta el siglo XVII. En Pamplona la primera iglesia que lleva su nombre se construyó en la Milagrosa en la década de los 50 del pasado siglo y las primeras ermitas son del siglo XVII" dice Roldan.

A pesar de la crítica hagiográfica puesta en marcha por la Iglesia Católica durante el Concilio de Trento en el siglo XVI, en la que se pudo comprobar que la vida de varios santos carecía de fundamento histórico, la iglesia todavía no se ha pronunciado respecto al santo navarro. "Ha habido varios santos que han sido declarados apócrifos por la Iglesia Católica como, por ejemplo, San Cristóbal y el hecho no ha tenido demasiada trascendencia, aunque con otros, al tratarse de santos locales, como San Fermín, es la propia diócesis quien tiene que pronunciarse al respecto. Luego también está la respuesta de la gente".

Actualmente tanto en Pamplona como en Amiens el culto a San Fermín sigue atrayendo a cientos de personas y las fiestas que se celebran en su honor en la capital navarra congregan cada año a miles de visitantes de todas parte del mundo, que, a falta de conocer su historia, han oído hablar alguna vez del patrono de Navarra.
Fuente: sanfermin.com