domingo, 24 de enero de 2016

AÑO DE GRACIA

El papa Francisco nos lo viene recordando copiosamente este Año de Gracia, año de Misericordia. Fundándose en el Evangelio que hoy se proclama, anunció este Año de Gracia, Año Santo. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»
El tiempo del Adviento y de la Navidad es suficientemente fuerte, y las celebraciones litúrgicas se han centrado en los misterios del advenimiento, nacimiento y manifestación de Jesucristo.
Al llegar el Tiempo Ordinario, la Palabra de este domingo nos recuerda de manera más viva la doble invitación que nos ha hecho el Papa: mediante las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales a lucrarnos de las gracias especiales del Año Santo, y a ser mediación y mano alargada de la bondad de Dios para los que más puedan necesitar ayuda.
Como si la liturgia quisiera mantenernos en clima festivo a pesar de haber vivido, tan recientemente, la Navidad, nos invita, en clave del Año de Gracia, a gustar de la bondad del Señor: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»
¡Cómo consuelan las palabras de Francisco, que no son sino eco de la alegría del Evangelio! El salmista nos hace repetir: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.” La vida que se experimenta cuando nos dejamos consolar por Jesucristo, quien en la sinagoga de Nazaret proclama sus señas de identidad, que son la ternura, la compasión, la proximidad a todos los que sufren.

Hay un gozo que se desprende de nuestra identidad de bautizados, por sabernos miembros de la familia de Dios. San Pablo afirma algo que en su tiempo era verdaderamente revolucionario: “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”.
La dignidad de la persona viene ofrecida por el don bautismal, y originalmente por la voluntad del Creador de hacernos a todos a imagen de su Hijo.
No dejemos pasar el Año de Gracia del Señor. Las circunstancias sociales, familiares y personales nos ofrecen tanto la posibilidad de para acogernos a la misericordia del Señor, como de ser signo de su amor en nuestro entorno.
Ángel  Moreno de Buenafuente



En la misma dirección

Antes de comenzar a narrar la actividad de Jesús, Lucas quiere dejar muy claro a sus lectores cuál es la pasión que impulsa al Profeta de Galilea y cuál es la meta de toda su actuación. Los cristianos han de saber en qué dirección empuja a Jesús el Espíritu de Dios, pues seguirlo es precisamente caminar en su misma dirección.
Lucas describe con todo detalle lo que hace Jesús en la sinagoga de su pueblo: se pone de pie, recibe el libro sagrado, busca él mismo un pasaje de Isaías, lee el texto, cierra el libro, lo devuelve y se sienta. Todos han de escuchar con atención las palabras escogidas por Jesús pues exponen la tarea a la que se siente enviado por Dios.
Sorprendentemente, el texto no habla de organizar una religión más perfecta o de implantar un culto más digno, sino de comunicar liberación, esperanza, luz y gracia a los más pobres y desgraciados. Esto es lo que lee. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Al terminar, les dice: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
El Espíritu de Dios está en Jesús enviándolo a los pobres, orientando toda su vida hacia los más necesitados, oprimidos y humillados. En esta dirección hemos de trabajar sus seguidores. Esta es la orientación que Dios, encarnado en Jesús, quiere imprimir a la historia humana. Los últimos han de ser los primeros en conocer esa vida más digna, liberada y dichosa que Dios quiere ya desde ahora para todos sus hijos e hijas.
No lo hemos de olvidar. La «opción por los pobres» no es un invento de unos teólogos del siglo veinte, ni una moda puesta en circulación después del Vaticano II. Es la opción del Espíritu de Dios que anima la vida entera de Jesús, y que sus seguidores hemos de introducir en la historia humana. Lo decía Pablo VI: es un deber de la Iglesia «ayudar a que nazca la liberación... y hacer que sea total».
No es posible vivir y anunciar a Jesucristo si no es desde la defensa de los últimos y la solidaridad con los excluidos. Si lo que hacemos y proclamamos desde la Iglesia de Jesús no es captado como algo bueno y liberador por los que más sufren, ¿qué evangelio estamos predicando? ¿A qué Jesús estamos siguiendo? ¿Qué espiritualidad estamos promoviendo? Dicho de manera clara: ¿qué impresión tenemos en la iglesia actual? ¿Estamos caminando en la misma dirección que Jesús?
José Antonio Pagola

COMENTARIO AL EVANGELIO DE HOY DE SAN JUAN PABLO II:


“El Señor me ha ungido". Estas palabras se refieren, ante todo, a la misión mesiánica de Jesús, consagrado por virtud del Espíritu Santo y convertido en sumo y eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, sellada con su sangre. Todas las prefiguraciones del sacerdocio del Antiguo Testamento encuentran su realización en Jesús, único y definitivo mediador entre Dios y los hombres.

"Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Así comenta Jesús, en la sinagoga de Nazaret, el anuncio profético de Isaías. Afirma que Él es el ungido del Señor, a quien el Padre ha enviado para traer a los hombres la liberación de sus pecados y anunciar la buena nueva a los pobres y a los afligidos. Él es el que ha venido para proclamar el tiempo de la gracia y de la misericordia. 

El Apóstol, en la carta a los Colosenses, afirma que Cristo, "primogénito de toda la creación" (Col 1, 15) es "el primogénito de entre los muertos" (Col 1, 18). Acogiendo la llamada del Padre a asumir la condición humana, trae consigo el soplo de la vida nueva y da la salvación a todos los que creen en Él.

También nosotros, como las personas presentes en la sinagoga de Nazaret, tenemos la mirada fija en el Redentor, que "ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1, 6). Si cada bautizado participa de su sacerdocio real y profético "para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios" (1 P 2, 5), los presbíteros están llamados a compartir su oblación de modo especial. Están llamados a vivirla en el servicio al sacerdocio común de los fieles. 
(San Juan Pablo II, homilía del 28 de marzo de 2002, Jueves Santo)

El Espíritu del Señor está sobre mi, porque él me ha ungido


Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo después he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.

Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mi, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor.»

Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que le ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:

- «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.»
Palabra del Señor.