El papa Francisco nos lo viene
recordando copiosamente este Año de Gracia, año de Misericordia. Fundándose en
el Evangelio que hoy se proclama, anunció este Año de Gracia, Año Santo. «El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para
anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y
a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año
de gracia del Señor.»
El
tiempo del Adviento y de la Navidad es suficientemente fuerte, y las
celebraciones litúrgicas se han centrado en los misterios del advenimiento,
nacimiento y manifestación de Jesucristo.
Al
llegar el Tiempo Ordinario, la Palabra de este domingo nos recuerda de manera
más viva la doble invitación que nos ha hecho el Papa: mediante las obras de
misericordia, tanto corporales como espirituales a lucrarnos de las gracias
especiales del Año Santo, y a ser mediación y mano alargada de la bondad de
Dios para los que más puedan necesitar ayuda.
Como
si la liturgia quisiera mantenernos en clima festivo a pesar de haber vivido,
tan recientemente, la Navidad, nos invita, en clave del Año de Gracia, a gustar
de la bondad del Señor: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad
porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis
tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»
¡Cómo consuelan las palabras de Francisco, que no son sino eco de la alegría
del Evangelio! El salmista nos hace repetir: “Tus palabras, Señor, son espíritu
y vida.” La vida que se experimenta cuando nos dejamos consolar por Jesucristo,
quien en la sinagoga de Nazaret proclama sus señas de identidad, que son la
ternura, la compasión, la proximidad a todos los que sufren.
Hay un
gozo que se desprende de nuestra identidad de bautizados, por sabernos miembros
de la familia de Dios. San Pablo afirma algo que en su tiempo era
verdaderamente revolucionario: “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres,
hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu”.
La dignidad de la persona viene ofrecida por el don bautismal, y originalmente
por la voluntad del Creador de hacernos a todos a imagen de su Hijo.
No dejemos pasar el Año de Gracia del Señor. Las circunstancias sociales,
familiares y personales nos ofrecen tanto la posibilidad de para acogernos a la
misericordia del Señor, como de ser signo de su amor en nuestro entorno.
Ángel Moreno de Buenafuente