jueves, 9 de junio de 2011

DIOS ES EL DIOS DE LA PAZ. SAN FRANCISCO DE SALES

Como el amor sólo mora en la paz, cuidad de conservar la santa tranquilidad de corazón.

Todos los pensamientos que nos causan inquietud y agitación del alma no son en absoluto de Dios, que es el Príncipe de la Paz. Son tentaciones del enemigo y, por consiguiente, hay que rechazarlas y no tomarlas en cuenta.

Sobre todo, es preciso vivir pacíficamente. Aunque nos llegue el dolor, interior o exterior, debemos recibirlo pacíficamente. Si nos llega la alegría, es preciso recibirla pacíficamente sin estremecernos de gozo. ¿Hay que huir del mal? Hay que hacerlo pacíficamente, sin preocuparnos, porque, de otro modo, al huir podríamos caer y proporcionar al enemigo el placer de matarnos. Hay que hacer el bien, hay que hacerlo pacíficamente, pues afanándonos, cometeríamos numerosas faltas. Hay que vivir pacíficamente


PAZ Y HUMILDAD

La paz nace de la humildad.
Nada nos altera como el amor propio y la estima que tenemos de nosotros mismos. ¿Qué significa si no el hecho de que nos sorprendamos, nos sintamos confusos e impacientes cuando caemos en alguna imperfección o en algún pecado? Indudablemente, creíamos ser buenos, firmes y sólidos; y, en consecuencia, cuando comprobamos que no hay nada de eso y que hemos dado con nuestros huesos en el suelo, nos sentimos engañados, y en consecuencia alterados, ofendidos e inquietos. Si supiéramos bien quienes somos, en lugar de sentimos sorprendidos por vernos por los suelos, nos sorprenderíamos de poder permanecer en pie.

PAZ ANTE NUESTROS DEFECTOS

Es preciso aborrecer nuestros defectos, pero con un aborrecimiento tranquilo y pacífico, no con un odio despechado e inquieto; hay que tener paciencia al descubrirlos y sacar el provecho de un santo desprecio de nosotros mismos. Si no es así, vuestras imperfecciones, que veis sutilmente, os inquietarán aún más sutilmente, y a causa de esto se mantienen, pues no hay nada que conserve más nuestras taras que la inquietud y la prisa por arrancarlas.

San Francisco de Sales. Del libro "La paz interior" de Jacques Philippe