sábado, 13 de mayo de 2017

Fátima en los dramas de la historia


Una peculiaridad llamativa de Fátima es su inserción en los dramas de la historia, tanto a nivel individual, nacional y geopolítico. En ocasiones recurre a un lenguaje y visiones de carácter apocalíptico que suscitan una curiosidad morbosa, alimentada por la referencia a los secretos desvelados o incluso no desvelados. Esto le sigue dando una actualidad sorprendente
Resulta necesaria una lectura teológica que haga ver su sentido en el conjunto y en la lógica del misterio cristiano. Solo ahí se puede captar el sentido de la mariofanía y de los testigos, de los tres pastorcillos.
Ante todo hay que afirmar que la Virgen, protagonista del acontecimiento, es la que se encuentra en la gloria del Hijo resucitado, en cuanto asunta en cuerpo y alma en los cielos. Ella misma dice el 13 de mayo: «Soy del cielo». Por ello sorprende y atrae por su belleza, por la luminosidad que irradia. No se puede entender el acontecimiento de Fátima si se independiza del acontecimiento pascual.
Desde su situación glorificada prolonga su actuación terrena: había sido discípula fiel de Jesús con corazón abierto a las necesidades de todos. Ahora, en el tiempo de la Iglesia, se hace presente con actitud maternal hacia sus hijos peregrinos. Así, sirve a los designios de misericordia de la Trinidad en un mundo que se debate en la permanente lucha entre el bien y el mal, un mal que muestra su monstruosidad en manifestaciones muy diversas.
Los pastorcillos tienen una experiencia profundamente teologal que podemos calificar como mística: envueltos por el esplendor del amor de Dios se sienten en el «umbral del cielo», seducidos por la nueva creación por la realidad transfigurada, que ven reflejada de modo especial en el corazón de María. La fe, la esperanza, la caridad, se hacen gesto radical de adoración, de gusto, de encanto, por estar junto a Dios. Quedan constituidos como testigos de la fuerza seductora y transformadora de Dios.
Profetas del efecto destructor del mal
Precisamente desde esa profunda experiencia mística son especialmente sensibles ante la situación de quienes no creen, no esperan y no aman. El pecado, dice Lucía, es una laguna en el amor. Eso es el infierno, la monstruosidad del mal que ofende a Dios y hace sufrir a los seres humanos, y que incluso puede llegar a la persecución de los cristianos y del Papa (como dice la tercera parte del secreto).
Por eso el místico se hace profeta, para denunciar las máscaras y los efectos destructores del mal: la guerra mundial que es la expresión de poderes económicos y políticos en conflicto, la inestabilidad que se vive en el propio país por enfrentamientos ideológicos, las aberraciones del comunismo y del nazismo, la producción y el tráfico de armas, la soberbia de quienes quieren dominar el mundo… El mal también repercute en la vida personal de los pastorcillos: incomprensiones, persecución, experiencia de la cárcel…
Frente a esa prepotencia del mal, el amor muestra una potencia mayor: la misericordia. Aquí está el núcleo del mensaje de Fátima: la misericordia resiste el mal, le pone freno y lo vence. Porque proclama que no tiene la última palabra. Por eso la Virgen de Fátima despierta y alimenta los anhelos de paz.
Los pastorcillos, cada uno a su manera, asumen como su misión servir los designios de misericordia de la Trinidad, que ven condensados en los Corazones de Jesús y de María. A pesar del sufrimiento que ello implique. Ahí radica la solemnidad y seriedad de la espiritualidad de Fátima. Por un lado denuncian los mecanismos del mal y piden conversión, penitencia y oración. Por otro lado, asumen la actitud de intercesión y reparación, porque no se puede abandonar al otro en su desgracia y tampoco se puede dejar al otro clausurado en su culpa porque es un peso excesivo.
Por eso el mensaje de Fátima es, ante todo, una bendición, una garantía de esperanza: más allá del mal, a pesar del mal, la misericordia (el corazón inmaculado de María) triunfará. Y por ello es una interpelación a nuestras conciencias para que descubramos la tarea de esta hora histórica: salir de la indiferencia ante tanto sufrimiento, respetar la memoria de todas las víctimas, no dejar que nuestro corazón se someta a la banalización del mal. Así el amor, como misericordia, triunfa en los dramas de la historia.
Eloy Bueno de la Fuente
Catedrático de la Facultad de Teología de Burgos. Impartió una ponencia con el mismo título del artículo en la Facultad de Teología de San Dámaso el pasado 3 de mayo
Alfa y Omega

13 de mayo: Nuestra Señora de Fátima


Es una advocación de la Virgen Santísima a la que está ligado de una manera inseparable el «secreto», y a este, notables influencias en acontecimientos ideológicos, morales, políticos, sociológicos y espirituales del hombre a lo largo del siglo XX.
Todo comenzó en una aldea de Portugal, concretamente en el municipio de Vila Nova de Ourém, dentro de la diócesis de Leiria. Los protagonistas de esta historia fueron tres pastorcillos: Lucía dos Santos –de diez años– y sus dos primos, Francisco Marto y Jacinta, algo menores que ella. Por tres veces, a lo largo del año 1916, tuvieron apariciones de un ángel en la colina del Cabeço y en el huerto de Lucía. Pero, dentro de lo extraordinario, si todo hubiera quedado en esto, no habría estado el mundo pendiente de Fátima ni de lo que dijeran o hicieran aquellos niños pastores. Lo realmente llamativo –un verdadero trallazo para la nación portuguesa y a través de ella para el mundo– fueron las seis apariciones de la Virgen Santísima desde el 13 de mayo hasta el 13 de octubre del año 1917.
El 13 de mayo, los tres niños pastoreaban los rebaños de sus padres a unos dos kilómetros de Aljustrel, en el lugar llamado Cova de Iria. El sol está en su cenit, es medio día. De repente se vieron sorprendidos y deslumbrados por una explosión de luz; piensan que es un relámpago y, en previsión de una próxima tormenta, se disponen a reunir al rebaño, pero una nueva explosión luminosa les detiene. A la derecha, sobre una encina, en el centro de una gran aureola que también les envuelve a ellos, ven a una señora muy bella y más brillante que el sol. Les promete que no les hará daño, responde a algunas preguntas de Lucía, les revela algunos secretos y les pide su presencia todos los días 13 hasta octubre con la promesa de revelarles quién es ella, qué quiere de ellos y qué espera de los tres. Solo ha hablado Lucía, Jacinta ha visto y escuchado, Francisco solo vio.
El día 13 de octubre hay sesenta mil personas en el mismo lugar. Llueve torrencialmente, pero todos aguantan y ni los enfermos se van de aquel lodazal. Acompañando a los niños, se reza el rosario, se pide perdón, se suplican favores y todos esperan anhelantes. En esta aparición dirá la bella señora que es «La Señora del Rosario», y lo que pide es un cambio de vida para no ofender más con pecados a su Divino Hijo; ruega que se rece el rosario y que se haga penitencia; promete el fin de la guerra si los hombres se convierten. También el signo prometido llegó. A la voz de Lucía «Miren el sol», se apartaron las nubes, apareció el sol, se secó al instante lo mojado, el disco luminoso comenzó a girar vertiginosamente sobre sí mismo lanzando haces de luz en todas direcciones, mudando el color y el tono; el firmamento, los árboles, las rocas y la masa de gente presente aparecen varias veces teñidos de rojo, de verde, de amarillo, de azul o de violeta en un fenómeno que duró de dos a tres minutos. El sol se detiene para comenzar de nuevo su danza luminosa más intensa y deslumbrante con mayor movimiento y colorido. Y así, varias veces se repitió el espectacular e inaudito movimiento solar por espacio de unos diez minutos.
Entre mayo y octubre, la Señora pidió a los tres pastorcillos el rezo del rosario, frecuentes mortificaciones por los muchos pecados de los hombres que ofenden tanto a Dios, y para lograr la conversión de los pecadores. Les afirmó la pronta muerte de Francisco y de Jacinta –Lucía se quedaría algún tiempo más para ser el instrumento que difundiera en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón–. Aprendieron de la Señora la jaculatoria: «Jesús, perdónanos; líbranos del fuego del infierno; lleva a todas las almas al Cielo, principalmente a los que más lo necesitan» para recitarla siempre detrás del Gloria. Y por la Señora también conocieron el «secreto» que a nadie debían decir.
El Portugal de la época, incrédulo y perseguidor de la religión, se sintió zarandeado por tres niños que, sin sabiduría ni fuerza, iban arrastrando cada día 13 a cientos y luego miles de personas que rezaban, se arrepentían, pedían por los pecadores, y miraban sin ver sobre el carrasco en donde los videntes hablaban, escuchaban y veían a la Señora. Las numerosas curaciones milagrosas contribuyeron a que Cova de Iria fuera el comienzo de un reflorecimiento mariano que llevaba al mayor milagro: a una transformación religiosa y moral de la nación portuguesa.
El obispo José Alves Correia de Silva decidió autorizar el culto a Nuestra Señora de Fátima en el año 1930. En 1946 coronó solemnemente la imagen de la Virgen el cardenal Masela. Fátima recibió el 13 de octubre del año 1951 a un millón de peregrinos para la clausura del Año Santo. El papa Pablo VI peregrinó a Fátima el 13 de mayo de 1967. Otro 13 de mayo, el del año 2000, celebrando la Iglesia universal el Gran Jubileo del comienzo del Tercer Milenio de la Redención, han sido beatificados en Fátima por el papa Juan Pablo II los dos pastorcillos, Francisco y Jacinta, estando presente la tercera de las videntes, Lucía, aún viva y con buen humor.
¿El «secreto»? Ah, sí. Lo puso por escrito Lucía con permiso del Cielo y por pura obediencia. Hablaba de la visión que tuvieron del infierno, de la futura guerra mundial, de la conversión de Rusia –los pastorcillos pensaban entonces que esta debía ser una señora muy mala–, de una multitud de mártires cristianos, de la masacre de muchos sacerdotes y obispos, y hasta de un «obispo vestido de blanco» que caía ensangrentado por odio a la fe.
¿Sabes que el «muro de Berlín» –bastión emblemático de la cultura atea– se derrumbó solo a pocos meses de que el Papa polaco consagrara a la Iglesia y al mundo al Inmaculado Corazón de María en Czestochowa, después de haber recabado el consentimiento al episcopado católico?
¿Sabes que la Virgen de Fátima tiene en su corona –fue un agradecido regalo papal– la bala que estuvo a punto de matar a Juan Pablo II en el intento de asesinato del año 1981 en la Plaza de San Pedro?
¿Sabes que el mensaje central de Fátima –conversión, rosario, penitencia por los pecados, conversión de los pecadores– conserva toda su fuerza y vigor?
Archimadrid.org

Quien me ha visto a mí ha visto al Padre


Lectura del santo Evangelio según san Juan 14,7-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mi, hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mi. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mi, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».
Palabra del Señor.

VÍDEO DEL PAPA FRANCISCO EN LA BENDICIÓN DE LOS CIRIOS Y REZO DEL ROSARIO

Oración del Papa Francisco a Nuestra Señora del Rosario de Fátima

«Salve Reina,
Bienaventurada Virgen de Fátima,
Señora del Corazón Inmaculado,
refugio y camino que conduce a Dios.
Peregrino de la Luz que procede de tus manos,
doy gracias a Dios Padre que, siempre y en todo lugar, interviene en la historia del hombre;
peregrino de la Paz que tú anuncias en este lugar,
alabo a Cristo, nuestra paz, y le imploro para el mundo la concordia entre todos los pueblos;
peregrino de la Esperanza que el Espíritu anima,
vengo como profeta y mensajero para lavar los pies a todos, entorno a la misma mesa que nos une.
¡Salve, Madre de Misericordia,
Señora de la blanca túnica!
En este lugar, desde el que hace cien años
manifestaste a todo el mundo los designios de la misericordia de nuestro Dios,
miro tu túnica de luz
y, como obispo vestido de blanco,
tengo presente a todos aquellos que,
vestidos con la blancura bautismal,
quieren vivir en Dios
y recitan los misterios de Cristo para obtener la paz.
¡Salve, vida y dulzura,
salve, esperanza nuestra,
Oh Virgen Peregrina, oh Reina Universal!
Desde lo más profundo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
mira los gozos del ser humano
cuando peregrina hacia la Patria Celeste.
Desde lo más profundo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
mira los dolores de la familia humana
que gime y llora en este valle de lágrimas.
Desde lo más íntimo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
adórnanos con el fulgor de las joyas de tu corona
y haznos peregrinos como tú fuiste peregrina.
Con tu sonrisa virginal,
acrecienta la alegría de la Iglesia de Cristo.
Con tu mirada de dulzura,
fortalece la esperanza de los hijos de Dios.
Con tus manos orantes que elevas al Señor,
une a todos en una única familia humana.
¡Oh clemente, oh piadosa,
Oh dulce Virgen María,
Reina del Rosario de Fátima!
Haz que sigamos el ejemplo de los beatos Francisco y Jacinta,
y de todos los que se entregan al anuncio del Evangelio.
Recorreremos, así, todas las rutas,
seremos peregrinos de todos los caminos,
derribaremos todos los muros
y superaremos todas las fronteras,
yendo a todas las periferias,
para revelar allí la justicia y la paz de Dios.
Seremos, con la alegría del Evangelio, la Iglesia vestida de blanco,
de un candor blanqueado en la sangre del Cordero
derramada también hoy en todas las guerras que destruyen el mundo en que vivimos.
Y así seremos, como tú, imagen de la columna refulgente
que ilumina los caminos del mundo,
manifestando a todos que Dios existe,
que Dios está,
que Dios habita en medio de su pueblo,
ayer, hoy y por toda la eternidad.
¡Salve, Madre del Señor,
Virgen María, Reina del Rosario de Fátima!
Bendita entre todas las mujeres,
eres la imagen de la Iglesia vestida de luz pascual,
eres el orgullo de nuestro pueblo,
eres el triunfo frente a los ataques del mal.
Profecía del Amor misericordioso del Padre,
Maestra del Anuncio de la Buena Noticia del Hijo,
Signo del Fuego ardiente del Espíritu Santo,
enséñanos, en este valle de alegrías y de dolores,
las verdades eternas que el Padre revela a los pequeños.
Muéstranos la fuerza de tu manto protector.
En tu Corazón Inmaculado,
sé el refugio de los pecadores
y el camino que conduce a Dios.
Unido a mis hermanos,
en la Fe, la Esperanza y el Amor,
me entrego a Ti.
Unido a mis hermanos, por ti, me consagro a Dios,
Oh Virgen del Rosario de Fátima.
Y cuando al final me veré envuelto por la Luz que nos viene de tus manos,
daré gloria al Señor por los siglos de los siglos.
Amén»

Ante la Virgen de Fátima, el Papa peregrino de esperanza y de paz para el mundo

El Papa Francisco pidió para el mundo la concordia entre los pueblos, y le encomendó al Corazón Inmaculado de la Virgen de Fátima las alegrías y dolores de la familia humana, rogando asimismo por la Iglesia de Cristo.
En la víspera de la celebración de los cien años de cuando la Madre de Dios bajó de los cielos, en Cova de Iría, el Obispo de Roma se detuvo en homenaje orante ante la Reina del Rosario, en la Capilla de las Apariciones.
Acompañado por  el intenso fervor y devoción de los peregrinos de tantas partes del mundo,  que abarrotaron la explanada del Santuario portugués y sus alrededores, el Santo Padre le dirigió una oración a la Virgen de Fátima, «refugio y camino que nos conduce a Dios». Colocó bajo el Manto de María y le consagró el anhelo de seguir el ejemplo de los pastorcitos Francisco y Jacinta, el día antes de canonizarlos, y de los que se entregan al mensaje del Evangelio, para peregrinar por todos los caminos, derrumbar muros, vencer fronteras y llegar a todas las periferias, revelando la justicia y la paz de Dios.
Siguiendo las huellas de sus Predecesores, la del Papa Bergoglio es la sexta peregrinación del Sucesor de Pedro al Santuario mariano de Fátima. La primera, fue la del Beato Pablo VI, en 1967, en el 50 aniversario de las apariciones a los tres pastorcitos, Lucía, Francisco y Jacinta.
San Juan Pablo II peregrinó a Fátima tres veces. En 1982, un año después del atentado en la Plaza de San Pedro; en 1991 y en el Gran Jubileo del 2000, cuando beatificó a Francisco y Jacinta. Beatificación que conmemoró en 2010, Benedicto XVI peregrinando al mismo Santuario de María en Cova de Iría.
(CdM – RV)