Una peculiaridad llamativa de Fátima es su inserción en los dramas de la historia, tanto a nivel individual, nacional y geopolítico. En ocasiones recurre a un lenguaje y visiones de carácter apocalíptico que suscitan una curiosidad morbosa, alimentada por la referencia a los secretos desvelados o incluso no desvelados. Esto le sigue dando una actualidad sorprendente
Resulta necesaria una lectura teológica que haga ver su sentido en el conjunto y en la lógica del misterio cristiano. Solo ahí se puede captar el sentido de la mariofanía y de los testigos, de los tres pastorcillos.
Ante todo hay que afirmar que la Virgen, protagonista del acontecimiento, es la que se encuentra en la gloria del Hijo resucitado, en cuanto asunta en cuerpo y alma en los cielos. Ella misma dice el 13 de mayo: «Soy del cielo». Por ello sorprende y atrae por su belleza, por la luminosidad que irradia. No se puede entender el acontecimiento de Fátima si se independiza del acontecimiento pascual.
Desde su situación glorificada prolonga su actuación terrena: había sido discípula fiel de Jesús con corazón abierto a las necesidades de todos. Ahora, en el tiempo de la Iglesia, se hace presente con actitud maternal hacia sus hijos peregrinos. Así, sirve a los designios de misericordia de la Trinidad en un mundo que se debate en la permanente lucha entre el bien y el mal, un mal que muestra su monstruosidad en manifestaciones muy diversas.
Los pastorcillos tienen una experiencia profundamente teologal que podemos calificar como mística: envueltos por el esplendor del amor de Dios se sienten en el «umbral del cielo», seducidos por la nueva creación por la realidad transfigurada, que ven reflejada de modo especial en el corazón de María. La fe, la esperanza, la caridad, se hacen gesto radical de adoración, de gusto, de encanto, por estar junto a Dios. Quedan constituidos como testigos de la fuerza seductora y transformadora de Dios.
Profetas del efecto destructor del mal
Precisamente desde esa profunda experiencia mística son especialmente sensibles ante la situación de quienes no creen, no esperan y no aman. El pecado, dice Lucía, es una laguna en el amor. Eso es el infierno, la monstruosidad del mal que ofende a Dios y hace sufrir a los seres humanos, y que incluso puede llegar a la persecución de los cristianos y del Papa (como dice la tercera parte del secreto).
Por eso el místico se hace profeta, para denunciar las máscaras y los efectos destructores del mal: la guerra mundial que es la expresión de poderes económicos y políticos en conflicto, la inestabilidad que se vive en el propio país por enfrentamientos ideológicos, las aberraciones del comunismo y del nazismo, la producción y el tráfico de armas, la soberbia de quienes quieren dominar el mundo… El mal también repercute en la vida personal de los pastorcillos: incomprensiones, persecución, experiencia de la cárcel…
Frente a esa prepotencia del mal, el amor muestra una potencia mayor: la misericordia. Aquí está el núcleo del mensaje de Fátima: la misericordia resiste el mal, le pone freno y lo vence. Porque proclama que no tiene la última palabra. Por eso la Virgen de Fátima despierta y alimenta los anhelos de paz.
Los pastorcillos, cada uno a su manera, asumen como su misión servir los designios de misericordia de la Trinidad, que ven condensados en los Corazones de Jesús y de María. A pesar del sufrimiento que ello implique. Ahí radica la solemnidad y seriedad de la espiritualidad de Fátima. Por un lado denuncian los mecanismos del mal y piden conversión, penitencia y oración. Por otro lado, asumen la actitud de intercesión y reparación, porque no se puede abandonar al otro en su desgracia y tampoco se puede dejar al otro clausurado en su culpa porque es un peso excesivo.
Por eso el mensaje de Fátima es, ante todo, una bendición, una garantía de esperanza: más allá del mal, a pesar del mal, la misericordia (el corazón inmaculado de María) triunfará. Y por ello es una interpelación a nuestras conciencias para que descubramos la tarea de esta hora histórica: salir de la indiferencia ante tanto sufrimiento, respetar la memoria de todas las víctimas, no dejar que nuestro corazón se someta a la banalización del mal. Así el amor, como misericordia, triunfa en los dramas de la historia.
Eloy Bueno de la Fuente
Catedrático de la Facultad de Teología de Burgos. Impartió una ponencia con el mismo título del artículo en la Facultad de Teología de San Dámaso el pasado 3 de mayo
Catedrático de la Facultad de Teología de Burgos. Impartió una ponencia con el mismo título del artículo en la Facultad de Teología de San Dámaso el pasado 3 de mayo
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