Una de las maneras menos efectivas de eliminar nuestras preocupaciones es forzarnos en no pensar en las cosas que nos preocupan.
El consejo de Jesús de poner nuestros corazones en el reino de Dios es algo paradójico. Se le pueda dar la siguiente interpretación: Si quieres preocuparte, preocúpate de algo que merezca la pena. Preocúpate de cosas de más extensión que tu familia, tus amigos o la cita de mañana. Preocúpate de las cosas de Dios: ¡de la verdad, de la vida, de la luz!
Sin embargo, tan pronto ponemos nuestro corazón en estas cosas, nuestra mente deja de dar vueltas, porque entramos en comunión con el que está presente aquí y ahora y está dispuesto a darnos lo que más necesitamos. De este modo la angustia se convierte en oración, y nuestro sentimiento de impotencia se transforma en conciencia de recibir el poder del Espíritu de Dios.
Mientras estemos en este mundo, lleno de tensiones y de presiones, nuestra mente nunca estará libre de inquietudes; pero si nos volvemos continuamente con nuestro corazón y nuestra mente al amor comprensivo de Dios, podremos sonreír a nuestras propias inquietudes y tener los ojos y los oídos abiertos a las visiones y a los sonidos del Reino.
Sin embargo, tan pronto ponemos nuestro corazón en estas cosas, nuestra mente deja de dar vueltas, porque entramos en comunión con el que está presente aquí y ahora y está dispuesto a darnos lo que más necesitamos. De este modo la angustia se convierte en oración, y nuestro sentimiento de impotencia se transforma en conciencia de recibir el poder del Espíritu de Dios.
Mientras estemos en este mundo, lleno de tensiones y de presiones, nuestra mente nunca estará libre de inquietudes; pero si nos volvemos continuamente con nuestro corazón y nuestra mente al amor comprensivo de Dios, podremos sonreír a nuestras propias inquietudes y tener los ojos y los oídos abiertos a las visiones y a los sonidos del Reino.