Queridos
hermanos y hermanas:
Siguiendo la serie de catequesis sobre la familia, hoy quisiera
hablarles de los hijos como don de Dios para
los padres y la sociedad.
Un hijo es amado por ser hijo:
no porque sea bello, sano, bueno; no porque piense igual que yo, o encarne mis deseos. Todos hemos sido hijos. Ser hijos nos permite descubrir
la dimensión gratuita del amor, de ser amados antes de haber hecho nada para
merecerlo, antes de saber hablar o pensar, e incluso antes de venir al mundo.Es
una experiencia fundamental para conocer el amor de Dios, fuente última de este
auténtico milagro. Además, este amor nos da fuerza para afrontar la vida sin
miedo, construir un mundo nuevo, ser mejores cada día sin arrogancia y sin
presunción.
El cuarto mandamiento que nos pide “honrar al padre y a la madre” está a la base de cualquier otro
tipo de respeto entre los hombres. Una sociedad que descarta a sus mayoreses
una sociedad sin dignidad, pierde sus raíces y se marchita; una sociedad que no
se rodea de hijos, que los considera un problema, que los considera un peso, no
tiene futuro.
La concepción de los
hijos debe ser responsable, pero el simple hecho de tener
muchos hijos no puede ser visto como una decisión irresponsable.
La vida rejuvenece y cobra nuevas fuerzas multiplicándose.
Los hijos crecen compartiendo alegrías y sacrificios. En el sucederse de las
generaciones se realiza el designio amoroso de Dios sobre la humanidad.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en especial a los
fieles de Mallorca, acompañados de su Obispo, Mons. Javier Salinas Viñals, así como a los grupos provenientes de España,
Colombia, Argentina, México y otros países latinoamericanos.
Que la Inmaculada Virgen María, Nuestra Señora de Lourdes, nos conceda a todos sus hijos
consuelo y fortaleza para crecer en el amor y caminar juntos hasta la meta del
cielo. Muchas gracias.