lunes, 6 de febrero de 2017

Francisco: «No basta con ser un buen samaritano: hay que cambiar el sistema económico»



«La diosa fortuna es cada vez más la nueva divinidad» y está destruyendo millones de familias en todo el mundo, dice el Papa al recibir a los participantes en un congreso focolar sobre economía de comunión
La economía de comunión no puede quedarse solo en el ámbito de los fococares. «Dónenla a todos, y antes que nada a los pobres y los jóvenes, que son aquellos que más tienen necesidad», dijo el Papa este sábado a los participantes en el Congreso Internacional sobre Economía de Comunión organizado por el movimiento fundado por Chiara Lubich.
Francisco hizo notar que, para la cultura actual, economía y comunión son conceptos opuestos. Y agradeció a las empresas que siguen el modelo focolar que hayan «iniciado un profundo cambio en el modo de ver y vivir la empresa».
Sin embargo, esto ya no basta. La economía de comunión, si quiere ser fiel a su carisma, añadió el Papa, no debe solo curar a las víctimas, sino construir un sistema más justo. Hoy es necesario cambiar las reglas del juego del sistema económico-social. «Imitar al buen samaritano del Evangelio no es suficiente», enfatizó Francisco. «Un empresario que es solamente un buen samaritano cumple solamente la mitad de su deber: cura a las víctimas de hoy, pero no reduce a aquellas de mañana».
«El principal problema ético del capitalismo es la creación de descartados a los que después quiere esconder», aseguró el Pontífice. Y como ejemplo ilustrativo puso el ejemplo de «las casas de juego», que «financian programas para ayudar a los ludópatas que ellos mismos crean».
Es necesario pasar de una economía que mata a otra que permite vivir, porque comparte, incluye a los pobres, usa los provechos para crear comunión. Para eso es necesario liberarse de la idolatría del dinero. Porque «el dinero es importante para la vida», pero se hace de él un ídolo cuando se le convierte en un fin en sí mismo. «La avaricia, que no por casualidad es un vicio capital, es pecado de idolatría porque la acumulación de dinero en sí mismo se convierte en el fin del propio actuar», afirmó Francisco. «La diosa fortuna es cada vez más la nueva divinidad» y está destruyendo millones de familias en todo el mundo.
Alfa y Omega

6 de febrero: san Pablo Miki y los mártires del Japón


En 1587, Hideyoshi, por entonces mandamás de Japón, publicó el primer edicto de prohibición del cristianismo, lo que conllevaba la expulsión de los misioneros -jesuitas, franciscanos y laicos- que, siguiendo la senda de San Francisco Javier, llevaban ya un tiempo evangelizando por tierras niponas. Diez años después, en Nagasaki, ciudad a la que fueron llevados veintiséis de ellos desde Kyoto, el encargado de aplicarla era Terazawa Hazaburo, hermano del gobernador de la ciudad.
En las primeras horas de la mañana del 5 de febrero de 1597, ya estaban preparadas las cruces sobre las que iban a ser martirizados los misioneros. La amistad que unía a Hazaburo con el jesuita Pablo Miki, uno de los futuros mártires, permitió retrasar levemente la ejecución. Un momento que fue aprovechado por otros dos jesuitas, los padres Pasio y Rodríguez, atender a los condenados antes de que muriesen.
Fue la única concesión. Pocos minutos después, comenzó la crucifixión de los veintiséis, que estaban clavados a sus respectivas cruces con unas anillas de hierro en las manos, los pies y el cuello y atados por una cuerda. Desde sus cruces, no dejaron de alabar a Dios con alegría. Cuando estaban todos listos, los soldados hicieron caer las cruces sobre las fosas previstas al respecto.
Delante se había erigido la tabla en la que estaba escrita la sentencia: «Por cuanto estos hombres vinieron de Filipinas con el título de embajadores y se quedaron en Miyako (Kyoto) predicando la ley de los cristianos que yo prohibí rigurosamente los años pasado, mando que sean ajusticiados junto con los japoneses que se hicieron de su ley…»
J.M. Ballester Esquivias (@jmbe12)

Alfa y Omega

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (6,53-56)




La primera lectura de hoy (Génesis 1, 1-19, la creación del mundo) nos lleva a pensar, a meditar sobre los trabajos de Dios: Dios trabaja. Algunos teólogos medievales explicaban: primero Dios, el creador, crea el universo, crea los cielos, la tierra, los seres vivos. Él crea. El trabajo de creación. 

Sin embargo, «la creación no termina: Él continuamente sostiene lo que ha creado, obra para sostener lo que ha creado para que siga adelante».

Precisamente en el Evangelio de san Marcos (6, 53-56), «vemos “la otra creación” de Dios», o sea, «la de Jesús que viene a “re-crear” lo que había sido destruido por el pecado». Y «vemos a Jesús entre la gente». 

Escribe en efecto san Marcos: «Apenas desembarcaron, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas; y los que lo tocaban se curaban». 

Es «la “re-creación”», y precisamente «la liturgia expresa el alma de la Iglesia en esto, cuando nos hace decir una hermosa oración: “Oh Dios, Tú que maravillosamente creaste el universo, y más maravillosamente lo recreaste en la redención”». Por lo tanto, «esta “segunda creación” es más maravillosa que la primera, este segundo trabajo es más maravilloso».

Está también «otro trabajo: el trabajo de la perseverancia en la fe, que Jesús dice que lo realiza el Espíritu Santo: “Yo os enviaré al Paráclito y Él os enseñará y os recordará, os hará recordar lo que os he dicho”». Es «el trabajo del Espíritu dentro de nosotros, para hacer viva la palabra de Jesús, para conservar la creación, para garantizar que esta creación no muera». Por lo tanto, «la presencia del Espíritu ahí, que hace viva la primera y la segunda creación».

En definitiva «Dios trabaja, sigue trabajando y nosotros podemos preguntarnos cómo debemos responder a esta creación de Dios, que nace del amor porque Él trabaja por amor». 

Así, «a la “primera creación” debemos responder con la responsabilidad que el Señor nos da: “la tierra es vuestra, llevadla adelante, hacedla crecer”». Por eso, «también para nosotros está la responsabilidad de hacer crecer la tierra, de hacer crecer la creación, de custodiarla y hacerla crecer según sus leyes: somos señores de la creación, no dueños». Y no debemos «adueñarnos de la creación, sino llevarla adelante, fiel a sus leyes». Precisamente «esta es la primera respuesta al trabajo de Dios: trabajar para custodiar la creación, para hacerla fructificar».

De hecho, «un cristiano que no custodia la creación, que no la hacer crecer, es un cristiano que no le importa el trabajo de Dios, ese trabajo nacido del amor de Dios por nosotros». Y «esta es la primera respuesta a la primera creación: custodiar la creación, hacerla crecer».

Pero «¿cómo respondemos “a la segunda creación”? El apóstol Pablo nos dice una palabra justa, que es la verdadera respuesta: “dejaos reconciliar con Dios”». Se trata de «esa actitud interior abierta para ir continuamente por el camino de la reconciliación interior, de la reconciliación comunitaria, porque la reconciliación es obra de Cristo». 

Y Pablo dice también: «Dios ha reconciliado al mundo en Cristo». Y «esta es la segunda respuesta». Por lo tanto «a la “segunda creación” decimos: “Sí, debemos dejarnos reconciliar con el Señor”».

«Y ¿cómo respondemos al trabajo que hace el Espíritu Santo en nosotros, de recordarnos las palabras de Jesús, de explicarnos, de hacernos entender lo que Jesús dijo?». Fue precisamente «Pablo quien dijo» que no entristeciéramos «al Espíritu Santo que está en vosotros: estad atentos, es vuestro huesped, está dentro de vosotros, trabaja dentro de vosotros. No entristezcáis al Espíritu Santo». 

Y esto «porque creemos en un Dios personal. Dios es persona: es persona Padre, persona Hijo y persona Espíritu Santo». Por lo demás, «los tres están implicados en estra creación, en esta recreación, en esta perseverancia en la re-creación». Así, «a los tres respondemos: custodiar y hacer crecer la creación, dejarnos reconciliar con Jesús, con Dios en Jesús, en Cristo, todos los días, y no entristecer al Espíritu Santo, no expulsarlo: es el huesped de nuestro corazón, el que nos acompaña, nos hace crecer».

«El Señor nos dé la gracia de entender que Él está obrando; y nos dé la gracia de responder justamente a este trabajo de amor».
(Papa Francisco, homilía en Santa Marta del 9 de febrero de 2015

LOS QUE TOCABAN EL MANTO DE JESÚS SE CURABAN



Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,53-56):

En aquel tiempo, terminada la travesía, Jesús y sus discípulos llegaron a Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas. 

En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban.

Palabra del Señor

"Jesús nos invita a ser un reflejo de su luz, a través del testimonio de las buenas obras", el Papa en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos la liturgia nos propone el así llamado Discurso de la montaña, en el Evangelio de Mateo. Después de haber presentado, el domingo pasado, las Bienaventuranzas, hoy pone en evidencia las palabras de Jesús que describen la misión de sus discípulos en el mundo (cfr. Mt 5,13-16). Él utiliza las metáforas de la sal y de la luz, y sus palabras están dirigidas a los discípulos de todo tiempo, por lo tanto, también a nosotros.
Jesús nos invita a ser un reflejo de su luz, a través del testimonio de las obras buenas. Y dice: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”. (Mt 5,16). Estas palabras subrayan que nosotros somos reconocibles como verdaderos discípulos de Aquél que es Luz del mundo, no en las palabras, sino por nuestras obras.  En efecto, es sobre todo nuestro comportamiento que  - en el bien y en el mal – deja un signo en los demás. Por lo tanto, tenemos una tarea y una responsabilidad por el don recibido: la luz de la fe, que está en nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo, no debemos retenerla como si fuera de nuestra propiedad. En cambio, estamos llamados a hacerla resplandecer en el mundo, a donarla a los demás mediante las obras buenas. ¡Y cuánto tiene necesidad el mundo de la luz del Evangelio que transforma, cura y garantiza la salvación a quien lo recibe! Esta luz nosotros debemos llevarla con nuestras obras buenas.
La luz de nuestra fe, donándose, no se apaga sino que se refuerza. En cambio puede debilitarse si no la alimentamos con el amor y con las obras de caridad. Así la imagen de la luz se encuentra con aquella de la sal. En efecto, la página evangélica nos dice que, como discípulos de Cristo somos también “sal de la tierra” (v. 13). La sal es un elemento que mientras da sabor, preserva el alimento de la alteración y de la corrupción – ¡en los tiempos de Jesús no había heladeras! Por lo tanto, la misión de los cristianos en la sociedad es aquella de dar “sabor” a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado y, al mismo tiempo, mantener lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo, de la envidia, de la maledicencia, y demás. Estos gérmenes arruinan el tejido de nuestras comunidades, que deben en cambio resplandecer como lugares de acogida, de solidaridad y de reconciliación. Para cumplir esta misión es necesario que nosotros mismos, en primer lugar, seamos liberados de la degeneración corruptiva de los influjos mundanos, contrarios a Cristo y al Evangelio; y esta purificación no termina nunca, debe ser realizada continuamente, hay que hacerla todos los días.
Cada uno de nosotros está llamado a ser luz y sal en el proprio ambiente de la vida cotidiana, perseverando en la tarea de regenerar la realidad humana en el espíritu del Evangelio y en la perspectiva de Reino de Dios. Que nos sea siempre de ayuda la protección de María Santísima, primera discípula de Jesús y modelo de los creyentes que viven cada día en la historia, su vocación y misión. Nuestra Madre, nos ayude a dejarnos siempre purificar e iluminar por el Señor, para transformarnos también en “sal de la tierra” y “luz del mundo”.
Palabras del Papa después de rezar a la Madre de Dios:
Queridos hermanos y hermanas,
hoy, en Italia, se celebra la Jornada por la Vida, sobre el tema “Mujeres y hombres por la vida en la huella de Santa Teresa de Calcuta”. Me uno a los Obispos italianos en el desear una valerosa acción educativa en favor de la vida humana. Cada vida es sagrada. Llevemos adelante la cultura de la vida como respuesta a la lógica del descarte y al descenso demográfico; estemos cercanos y juntos recemos por los niños que están en peligro por la interrupción del embarazo, como también por las personas que están en el final de la vida: cada vida es sagrada. Para que nadie sea dejado solo y el amor defienda el sentido de la vida. Recordemos las palabras de Madre Teresa: “¡La vida es belleza, admírala; la vida es vida, defiéndela!” Ya sea con el niño que está por nacer, que con la persona que está cercana a morir: ¡cada vida es sagrada!
Saludo a todos aquellos que trabajan por la Vida, a los docentes de las Universidades romanas y a quienes colaboran en la formación de las nuevas generaciones, para que sean capaces de construir una sociedad acogedora y digna de toda persona.
Saludo a todos los peregrinos, las familias, los grupos parroquiales y las asociaciones procedentes de diversas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de Viena, Granada, Melilla, Acquaviva delle Fonti y Bari; así como a los estudiantes de Penafiel (Portugal) y Badajoz (España).
A todos les deseo un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual, Radio Vaticano)