La Cuaresma
es tiempo propicio para pedir al Señor, «para cada uno de nosotros y para toda
la Iglesia», la «conversión a la misericordia de Jesús». Demasiadas veces, en
efecto, los cristianos «son especialistas en cerrar las puertas a las
personas» que, debilitadas por la vida y por sus errores, estarían, en cambio,
dispuestas a recomenzar, «personas a las cuales el Espíritu Santo mueve el
corazón para seguir adelante».
En el Evangelio de san Juan (5, 1-16) se narra acerca de una piscina —«llamada
en hebreo Betesda»— caracterizada por «cinco soportales, bajo los cuales
estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos». En ese sitio, en
efecto, «había una tradición» según la cual «de vez en cuando bajaba del cielo
un ángel» a mover las aguas, y los enfermos «que se tiraban allí» en ese
momento «quedaban curados».
Por ello, explicó el Pontífice, «había tanta gente». Y, así, se encontraba
también en ese sitio «un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho
años». Estaba allí esperando y Jesús le preguntó: «¿Quieres quedar sano?». El
enfermo respondió: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se
remueve el agua, cuando viene el ángel. Para cuando llego yo, otro se se me ha
adelantado».
«Es la acedia la que hacía que estuviese triste, que sea perezoso», destacó. Otra
persona, en efecto, hubiese «buscado el camino para llegar a tiempo, como el
ciego en Jericó, que gritaba, gritaba, y querían hacerle callar y gritaba más
fuerte: encontró el camino». Pero él, postrado por la enfermedad desde hacía
treinta y ocho años, «no tenía ganas de curarse», no tenía «fuerzas».
Al mismo tiempo, tenía «amargura en el alma: “Pero el otro llega antes que yo y
a mí me dejan a un lado”». Y tenía «también un poco de resentimiento». Era «de
verdad un alma triste, derrotada, derrotada por la vida».
«Jesús tiene misericordia» de este hombre y lo invita: «Levántate. Levántate,
acabemos esta historia; toma tu camilla y echa a andar». El Papa Francisco
describió la siguiente escena: «Y al momento el hombre quedó sano, tomó su
camilla y echó a andar. Pero estaba tan enfermo que no lograba creer y tal vez
caminaba un poco dudoso con su camilla sobre los hombros».
A este punto entraron en juego otros personajes: «Era sábado, ¿qué encontró ese
hombre? A los doctores de la ley», quienes le preguntaron: «¿Por qué llevas
esto? No se puede, hoy es sábado». Y el hombre respondió: «¿Sabes? Estoy
curado». Y añadió: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu
camilla”».
Sucede, por lo tanto, un hecho extraño: «esta gente en lugar de alegrarse, de
decir: “¡Qué bien! ¡Felicidades!”», se pregunta: «¿Quién es este hombre?». Los
doctores comienzan «una investigación» y discuten: «Veamos lo que sucedió
aquí... Debemos custodiar la ley».
Jesús «encuentra a este hombre más tarde y le dice: “Mira, has quedado sano,
pero no vuelvas atrás —es decir, no peques más— para que no te suceda algo
peor. Sigue adelante, sigue caminando hacia adelante”».
Y el hombre fue a los doctores de la ley para decir: «La persona, el hombre que
me curó se llama Jesús. Es Aquel». Y se lee: «Por esto los judíos perseguían a
Jesús, porque hacía tales cosas en sábado». De nuevo comentó el Papa Francisco:
«Porque hacía el bien también el sábado, y no se podía hacer».
Esta historia, dijo el Papa actualizando su reflexión, «se repite muchas veces
en la vida: un hombre —una mujer— que se siente enfermo en el alma, triste, que
cometió muchos errores en la vida, en un cierto momento percibe que las aguas
se mueven, está el Espíritu Santo que mueve algo; u oye una palabra». Y reacciona:
«Yo quisiera ir». Así, «se arma de valor y va».
Pero ese hombre «cuántas veces hoy en las comunidades cristianas encuentra las
puertas cerradas». Tal vez escucha que le dicen: «Tú no puedes, no, tú no
puedes; tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a la misa
del domingo, pero quédate allí, no hagas nada más». Sucede de este modo que «lo
que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, los cristianos con
psicología de doctores de la ley lo destruyen».
El Pontífice dijo que la Iglesia «es la casa de Jesús y Jesús acoge, pero no
sólo acoge: va a al encuentro de la gente», así como «fue a buscar» a ese
hombre. «Y si la gente está herida —se preguntó—, ¿qué hace Jesús?, ¿la
reprende? No, va y la carga sobre los hombros». Esto, afirmó el Papa, «se llama
misericordia». Precisamente de esto habla Dios cuando «reprende a su pueblo:
“Misericordia quiero, no sacrificios”».
«Estamos en Cuaresma, tenemos que convertirnos». Alguien, dijo, podría
reconocer: «Padre, hay tantos pecadores por la calle: los que roban, los que
están en los campos nómadas... —por decir algo— y nosotros despreciamos a esta
gente». Pero a este se le debe decir: «¿Y tú quién eres? ¿Y tú quién eres, que
cierras la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer, que tiene ganas de
mejorar, de volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha obrado en su
corazón?».
Incluso hoy hay cristianos que se comportan como los doctores de la ley y
«hacen lo mismo que hacían con Jesús», objetando: «Pero este, este dice una
herejía, esto no se puede hacer, esto va contra la disciplina de la Iglesia,
esto va contra la ley». Y así cierran las puertas a muchas personas. Por ello,
concluyó el Papa, «pidamos hoy al Señor» la «conversión a la misericordia de
Jesús»: sólo así «la ley estará plenamente cumplida, porque la ley es amar a
Dios y al prójimo, como a nosotros mismos».
(Papa Francisco, homilía en santa Marta del 17 de marzo de 2015)
Es decir, quien se presenta a Jesús es «un hombre derrotado» que «había perdido
la esperanza». Enfermo, pero —destacó el Papa Francisco— «no sólo paralítico»:
estaba enfermo de «otra enfermedad muy mala», la acedia.