“Te saludamos, Cruz santa, única
esperanza nuestra” Así lo decimos en la Iglesia en el tiempo de Pasión, tiempo
dedicado a la contemplación de los amargos sufrimientos de Nuestro Señor
Jesucristo.
El mundo está en llamas: la lucha
entre Cristo y el Anticristo ha comenzado abiertamente, por eso si te decides
en favor de Cristo, ello puede acarrearte incluso el sacrificio de la vida.
Contempla al Señor que ante ti
cuelga del madero, porque ha sido obediente hasta la muerte de Cruz.
Él vino al mundo no para hacer su
voluntad, sino la del Padre. Si quieres ser la esposa del Crucificado debes
renunciar totalmente a tu voluntad y no tener más aspiración que la de cumplir
la voluntad de Dios.
Frente a ti el Redentor pende de
la Cruz despojado y desnudo, porque ha escogido la pobreza.
Quienquiera seguirlo debe
renunciar a toda posesión terrena.
Ponte delante del Señor que
cuelga de la Cruz , con corazón quebrantado; Él ha vertido la sangre de su
corazón con el fin de ganar el tuyo. Para poder imitarle en la santa castidad,
tu corazón ha de vivir libre de toda aspiración terrena; Jesús crucificado debe
ser el objeto de toda tu tendencia, de todo tu deseo, de todo tu pensamiento.
El mundo está en llamas: el
incendio podría también propagarse a nuestra casa, pero por encima de todas las
llamas se alza la cruz, incombustible. La cruz es el camino que conduce de la
tierra al cielo.
Quien se abraza a ella con fe,
amor y esperanza se siente transportado a lo alto, hasta el seno de la
Trinidad.
El mundo está en llamas: ¿Deseas
apagarlas? Contempla la cruz: del Corazón abierto brota la sangre del Redentor,
sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno. Mediante la fiel
observancia de los votos, mantén tu corazón libre y abierto; entonces rebosarán
sobre él los torrentes del amor divino, haciéndolo desbordar fecundamente hasta
los confines de la tierra.
Gracias al poder de la cruz
puedes estar presente en todos los lugares del dolor a donde te lleve tu
caridad compasiva, una caridad que dimana del Corazón Divino, y que te hace
capaz de derramar en todas partes su preciosísima sangre para mitigar, salvar y
redimir.
El Crucificado clava en ti los
ojos interrogándote, interpelándote. ¿Quieres volver a pactar en serio con Él
la alianza? Tú sólo tienes palabras de vida eterna. ¡Salve, Cruz, única
esperanza!