El
Padre Ángel exigió a los políticos "humanidad y justicia ante la vergüenza
de los refugiados"
Ramos
y palmas por todos "los crucificados del mundo". Ésa fue la idea
principal que aglutinó la celebración del domingo de Ramos en la
madrileña iglesia de San Antón de Mensajeros de la paz. El presidente
de la eucaristía, monseñor Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, recordó
" a los millones de crucificados en los calvarios del mundo",
mientras el padre Ángel exigía "humanidad y justicia ante la vergüenza de
los refugiados".
La celebración comenzó con una procesión por las calles del barrio de Chueca de la borriquilla de
San Antón, entre palmas y ramos y música interpretada por la banda
de música de Morata de Tajuña. Tras la procesión, la eucaristía, en un templo a
rebosar. Una celebración sentida y profunda. Con llamadas a la conciencia de la
gente y del mundo tanto del padre Ángel como del obispo de Bangassou
(Centroáfrica).
El fundador de Mensajeros de la
Paz leyó una parábola actualizada del buen samaritano y, además
de exigir "justicia ante la vergüenza de los refugiados", aseguraba
que "su drama nos encoge el corazón y avergüenza a Europa". Y terminó
pidiendo a los políticos que "no pasen de largo ante los tirados en las
cunetas del exilio y que, como acaba de pedir el Papa, abran sus corazones y
las puertas de sus países a los refugiados que llaman a ellas".
En la misma línea se pronunció, en su
homilía, el obispo español, misionero en Centroáfrica.
"Vengo del corazón mismo de África, donde trabajo desde hace 28 años, en
la diócesis de Bangassou, que es como la mitad de Andalucía".
Y, para ilustrar sobre su diócesis a los
presentes, monseñor Aguirre explicaba que "allí vivimos todo el año las
llagas y la pasión de Cristo. Centroáfrica está crucificada durante
todo el año, con continuas experiencias de cruz y de resurrección, como las que
acabamos de escuchar en la lectura del Evangelio de la pasión".
El prelado señaló que "entre las personas que insultaban, maltrataban, pegaban y
crucificaban a Jesús no había ninguna mujer". Quizás porque
"la Iglesia, allá en mi diócesis africana y también aquí, está cimentada
en las mujeres". Por eso las mujeres son las primeras que acuden a la
llamada del misionero, para "escuchar la palabra de Dios bajo el árbol de
la comunidad, que une el cielo y la tierra".
Monseñor Aguirre también subrayó la idea
de que, en toda la pasión, de la boca de Jesús sólo salen
palabras de perdón. Y algo parecido sucede en Centroáfrica, donde
"hemos vivido y seguimos viviendo momentos de guerra civil, de muerte y de
sufrimiento". Pero con experiencias de perdón, como la de la mujer que no
quiso conocer al hombre que mandó matar a su marido, "para no tener que
odiarlo toda la vida".
También recordó el obispo comboniano la visita del Papa a Centroáfrica. "Una visita
mágica, que eliminó barreras e hizo caer líneas rojas, porque, como yo mismo le
aconsejé, nos habló mucho de perdón. De un perdón sin condiciones y
gratuito".
Huyendo de aquel infierno, algunos
centroafricanos "huyeron del país, cruzando el desierto, para llegar a
Europa". Pero sólo unos pocos, porque "la mayoría no tiene el dinero
suficiente para hacerlo". Y de ahí que la inmensa mayoría de los
refugiados africanos se queden en el interior africano, en los
países limítrofes de Sudán o del Congo. "Hay miles en Centroáfrica y los
acogemos a todos y les damos tierras para trabajar, a pesar de que somos el
segundo país más pobre del mundo".
Desde África y, hoy, desde Siria y desde
otro países, sigue llegando un rio de refugiados, a los que Europa les da con
la puerta en las narices y quiere
impedirles el paso. Ante este drama, monseñor Aguirre pedía dos cosas. Primero,
"¡que alguien haga algo para detener al Isis y a los miserables que
crearon ese monstruo que siembra muerte y destrucción!". Y, en segundo
lugar, solicitaba acogida total, con fronteras abiertas, sin concertinas ni
alambradas, para todos los refugiados.
Para los que vienen del Oriente Medio y
para los que llegan procedentes de África y se topan con las vallas de Ceuta y
Melilla y tienen que permanecer hacinados y en pésimas condiciones en los
alrededores de Tánger, como denuncia su arzobispo, monseñor Agrelo. "Hay sitio para todos. Tenemos
que acogerlos sin aspavientos y sin condiciones, porque son nuestros
hermanos", concluyó monseñor Aguirre.
Y la gente asentía desde los bancos de la
iglesia de San Antón, convertida para la ocasión en el templo de los ramos y
palmas levantados para reclamar justicia con los
refugiados y con los emigrantes, que buscan asilo en la rica Europa
sin entrañas de misericordia.
(José M. Vidal)