viernes, 30 de marzo de 2012

HUMILDAD

También «humildad» es una palabra clave del Evangelio, de todo el Nuevo Testamento.
En la humildad nos precede el Señor.

En la carta a los Filipenses, san Pablo nos recuerda que Cristo, que estaba sobre todos nosotros, que era realmente divino en la gloria de Dios, se humilló, se despojó de su rango haciéndose hombre, aceptando toda la fragilidad del ser humano, llegando hasta la obediencia última de la cruz (cf. 2, 5-8).

«Humildad» no quiere decir falsa modestia -agradecemos los dones que el Señor nos ha concedido-, sino que indica que somos conscientes de que todo lo que podemos hacer es don de Dios, se nos concede para el reino de Dios.

Trabajamos con esta «humildad», sin tratar de aparecer. No buscamos alabanzas, no buscamos que nos vean; para nosotros no es un criterio decisivo pensar qué dirán de nosotros en los diarios o en otros sitios, sino qué dice Dios.
Esta es la verdadera humildad: no aparecer ante los hombres, sino estar en la presencia de Dios y trabajar con humildad por Dios, y de esta manera servir realmente también a la humanidad y a los hombres. (Benedicto XVI, "Lectio divina", Jueves 10 de marzo de 2011)

Padre, ayúdanos a ser humides, a preocuparnos sólo de trabajar con humildad para Tí y tener en cuenta sobre todo tú Amor.

La nueva Alianza


“Haré con ellos una alianza de paz, alianza eterna pactaré con ellos.
Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
Y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre.”

"Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo”.

Estamos llegando al final de la cuaresma. Durante este tiempo, la Palabra nos ha confirmado de forma reiterada el proyecto de Dios de establecer la alianza definitiva, de ofrecernos la mayor prueba de amor. Si el Dios revelado en el Antiguo Testamento es Dios de paz, de vida, de salvación, en el Nuevo Testamento se consuma la revelación del amor divino, en Jesucristo, quien con su sangre sellará el pacto perpetuo por el que queda redimida la humanidad.

«Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía». (Santa Teresa, Relaciones 35)