Don Félix de GuzGumán y Doña Juana de Aza fueron sus padres. Eran de los nobles de Caleruega, al sur de Burgos. Como el padre empleaba gran parte de su tiempo acompañando al rey en sus campañas, tuvo que ser la madre la que se ocupara de la formación de Domingo y debió de hacerlo muy bien poniendo las bases. Luego será su tío que es canónigo el que se encargará de enseñarle las primeras letras hasta que pasó al Estudio General de Palencia a estudiar Artes Liberales y Teología, familiarizándose de modo especial con los Santos Padres y con la Sagrada Escritura.
En el ambiente estudiantil se ha hecho notar por el apasionamiento que demuestra en los estudios y con los libros. Un día, algo raro ha pasado, porque los estudiantes cuentan y no paran expresando su extrañeza: Domingo vende los libros que tanto amaba, se desprende de los pergaminos y códices con sus minuciosas anotaciones que tanto le embelesaban porque, acabadas las reservas de su despensa, no hay ya otro modo de contribuir a aliviar la hambruna local causada por tanta interminable lucha contra los moros y entre los príncipes cristianos, y a los pobres hay que darles algo de comer.
Don Martín Bazán, obispo de Osma, anda buscando gente para su cabildo porque tuvo que desprenderse de algunos que no cumplían. Esa es la razón de ver a Domingo hecho canónigo, sacerdote, y encargado del culto en la catedral con mandato pastoral de predicar y atender tanto a los que se acercan como a los que viven por poblados cercanos. Es el hombre de confianza del obispo sucesor, Don Diego de Acevedo, y viajan juntos cumpliendo el mandato real de marchar a Dinamarca para concertar matrimonio –que, por cierto, nunca llegó a celebrarse– para Fernando, el hijo de Alfonso VIII.
Al pasar por Provenza detectan el terrible foco herético que hay allí. Es su primer contacto con los albigenses. Se quedan en el Languedoc intentando su conversión. Los príncipes ya han intentado hacerlo con la fuerza de las armas, pero él entiende que ha de ser con el ejemplo de la caridad y de la pobreza.
Notan que son más numerosos de lo que pensaron al principio; están por todas partes y tienen una jerarquía propia, incluso un papa llamado Nicetas, venido de Constantinopla, que llegó incluso a convocar un concilio. Son la carcoma de la Iglesia: niegan toda la fe católica, la unicidad de Dios, la redención de Cristo por la cruz, y los sacramentos; profesan la doctrina maniquea creyendo en la existencia de dos dioses –uno bueno y otro malo–, y predican la salvación por medio de una austerísima ascesis. Afirman que la Iglesia no practica lo que enseña y se presentan ante el pueblo como adalides de la austeridad, vistiendo de negro, sin comer jamás carne y viviendo en absoluta continencia.
Lo peor de todo es que el pueblo –menos entendido en teología que en moral– les hace caso, teniéndolos por auténticos; el éxito se debe a encontrar abonado el terreno; la cristiandad está aburrida, con un clero en gran número concubinario, con muchos obispos sin vocación fueron colocados en sus sedes nombrados por los reyes y con un pueblo harto de ver que los que mandan –clérigos y laicos– están más interesados por la riqueza y por ampliar sus ámbitos de poder que por la predicación auténtica y con obras del Evangelio.
Domingo es consciente de que solo con mucha oración, viviendo con caridad heroica, adoptando la pobreza que se ve frente a la tiranía de los príncipes, y muy bien dotados de ciencia podrán combatirse con éxito la plaga presente y servir en adelante a la Iglesia. Van juntándose en torno a él algunos clérigos que poco a poco crece. Toma cuerpo la Orden de los Predicadores, a pesar de que en el derecho de la Iglesia hay cuestiones difíciles que solventar; pero Inocencio III les da una aprobación verbal y, en 1216, es confirmada formalmente por Honorio III.
El modelo que ha tomado Domingo para sus Predicadores es el que usaron los Apóstoles. Serán sacerdotes de sólida formación intelectual, ligados con votos, viviendo en la pobreza y dedicados a la tarea de predicar y enseñar. El rezo difundido del santo Rosario será una de las principales armas para ganar. Se produce una difusión rápida por Europa y Domingo muere en Bolonia –extenuado– en el año 1221, teniendo ya iniciadas las tres ramas de la Orden: los dominicos conventuales, las mujeres con el mismo espíritu y los seglares.
Visten con el hábito blanco que recuerda la antigua condición de canónigo regular de san Agustín y el manto negro de predicador. Con esos colores aparecen en Florencia, en las pinturas de la Capilla de los Españoles de Santa María de Novella, como Domini canes –los perros del Señor–, que sirven, defendiendo con uñas y dientes la gloria de la iglesia peregrina y triunfante, de los lobos rapaces de las herejías que la asedian.
Fue canonizado por Gregorio IX en el año 1234