domingo, 4 de septiembre de 2016

Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa con Rito de Canonización de la Madre Teresa de Calcuta


«¿Quién comprende lo que Dios quiere?» (Sb 9,13). Este interrogante del libro de la Sabiduría, que hemos escuchado en la primera lectura, nos presenta nuestra vida como un misterio, cuya clave de interpretación no poseemos. Los protagonistas de la historia son siempre dos: por un lado, Dios, y por otro, los hombres. Nuestra tarea es la de escuchar la llamada de Dios y luego aceptar su voluntad. Pero para cumplirla sin vacilación debemos ponernos esta pregunta. ¿Cuál es la voluntad de Dios en mi vida?
La respuesta la encontramos en el mismo texto sapiencial: «Los hombres aprendieron lo que te agrada» (v. 18). Para reconocer la llamada de Dios, debemos preguntarnos y comprender qué es lo que le gusta. En muchas ocasiones, los profetas anunciaron lo que le agrada al Señor. Su mensaje encuentra una síntesis admirable en la expresión: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6; Mt 9,13). A Dios le agrada toda obra de misericordia, porque en el hermano que ayudamos reconocemos el rostro de Dios que nadie puede ver (cf. Jn 1,18). Y cada vez que nos hemos inclinado ante las necesidades de los hermanos, hemos dado de comer y de beber a Jesús; hemos vestido, ayudado y visitado al Hijo de Dios (cf. Mt 25,40): es decir, hemos tocado la carne de Cristo.
Estamos llamados a concretar en la realidad lo que invocamos en la oración y profesamos en la fe. No hay alternativa a la caridad: quienes se ponen al servicio de los hermanos, aunque no lo sepan, son quienes aman a Dios (cf. 1 Jn 3,16-18; St 2,14-18). Sin embargo, la vida cristiana no es una simple ayuda que se presta en un momento de necesidad. Si fuera así, sería sin duda un hermoso sentimiento de humana solidaridad que produce un beneficio inmediato, pero sería estéril porque no tiene raíz. Por el contrario, el compromiso que el Señor pide es el de una vocación a la caridad con la que cada discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cada día en el amor.
Hemos escuchado en el Evangelio que «mucha gente acompañaba a Jesús» (Lc 14,25). Hoy aquella «gente» está representada por el amplio mundo del voluntariado, presente aquí con ocasión del Jubileo de la Misericordia. Vosotros sois esa gente que sigue al Maestro y que hace visible su amor concreto hacia cada persona. Os repito las palabras del apóstol Pablo: «He experimentado gran gozo y consuelo por tu amor, ya que, gracias a ti, los corazones de los creyentes han encontrado alivio» (Flm 1,7). Cuántos corazones confortan los voluntarios. Cuántas manos sostienen; cuántas lágrimas secan; cuánto amor derraman en el servicio escondido, humilde y desinteresado. Este loable servicio da voz a la fe - ¡da voz a la fe! y expresa la misericordia del Padre que está cerca de quien pasa necesidad.
El seguimiento de Jesús es un compromiso serio y al mismo tiempo gozoso; requiere radicalidad y esfuerzo para reconocer al divino Maestro en los más pobres y descartados de la vida y ponerse a su servicio. Por esto, los voluntarios que sirven a los últimos y a los necesitados por amor a Jesús no esperan ningún agradecimiento ni gratificación, sino que renuncian a todo esto porque han descubierto el verdadero amor. Y cada uno de nosotros puede decir: ‘Igual que el Señor ha venido a mi encuentro y se ha inclinado sobre mí en el momento de necesidad, así también yo salgo al encuentro de él y me inclino sobre quienes han perdido la fe o viven como si Dios no existiera, sobre los jóvenes sin valores e ideales, sobre las familias en crisis, sobre los enfermos y los encarcelados, sobre los refugiados e inmigrantes, sobre los débiles e indefensos en el cuerpo y en el espíritu, sobre los menores abandonados a sí mismos, como también sobre los ancianos dejados solos. Dondequiera que haya una mano extendida que pide ayuda para ponerse en pie, allí debe estar nuestra presencia y la presencia de la Iglesia que sostiene y da esperanza’ Y hacer esto con la memoria viva de la mano tendida del Señor sobre mí, cuando estaba caído.
Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada. Se ha comprometido en la defensa de la vida proclamando incesantemente que «el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre». Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes - ¡ante los crímenes! - de la pobreza creada por ellos mismos. La misericordia ha sido para ella la «sal» que daba sabor a cada obra suya, y la «luz» que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni siquiera lágrimas para llorar - para llorar - su pobreza y sufrimiento.
Su misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los más pobres entre los pobres. ¡Hoy entrego esta emblemática figura de mujer y de consagrada a todo el mundo del voluntariado: que ella sea vuestro modelo de santidad! Pienso, quizá, que tendremos un poco de dificultad en llamarla Santa Teresa: su santidad está tan cerca de nosotros, tan tierna y fecunda que espontáneamente la seguiremos llamando: ¿madre Teresa’... Esta incansable trabajadora de la misericordia nos ayude a comprender cada vez más que nuestro único criterio de acción es el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión. Madre Teresa amaba decir: «Tal vez no hablo su idioma, pero puedo sonreír». Llevemos en el corazón su sonrisa y entreguémosla a todos los que encontremos en nuestro camino, especialmente a los que sufren. Abriremos así horizontes de alegría y esperanza a toda esa humanidad desanimada y necesitada de comprensión y ternura.


El Papa Francisco canonizó a la Madre Teresa de Calcuta: en toda la Iglesia sea venerada entre los Santos

 El Amén de la numerosísima asamblea en la Plaza de San Pedro y un intenso aplauso emocionado se elevó al cielo, en acción de gracias a Dios, uniéndose a los corazones llenos de fervor de todo el mundo, cuando el Papa Francisco pronunció la fórmula de canonización en latín e inscribió en el Libro de los Santos a la Madre Teresa de Calcuta. Y el canto gozoso y solemne del Jubilate Deo subrayó el momento en que las reliquias de la nueva Santa se colocaban al lado del altar.
Fórmula de la canonización de Teresa de Calcuta que pronunció el Papa Francisco:
«En honor de la Santísima e Indivisible Trinidad, para exaltación de la Fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la Nuestra, después de la debida reflexión y la oración frecuente implorando la asistencia divina, y después de haber oído el parecer de muchos de nuestros hermanos en el episcopado, declaramos y definimos Santa
a la Beata Teresa de Calcuta
y la inscribimos en el Libro de los Santos, decretando que en toda la Iglesia ella  sea venerada  entre los Santos. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
 (CdM – RV)
(from Vatican Radio)

Madre Teresa, una santa para todos


 Miles de peregrinos serán testigos este domingo de la canonización, en la plaza de San Pedro, de Anjeze Gonxhe Bojaxhiu, más conocida como Madre Teresa de Calcuta. Asimismo, 600 periodistas de todo el mundo darán cobertura a este gran evento del Año de la Misericordia. El Vaticano ha informado que han sido 100 mil las entradas repartidas para la misa, aunque se prevé que  acudirán muchas más personas. 
El día anterior, el Santo Padre celebrará en la plaza de San Pedro la audiencia general y dará la catequesis para el mundo del voluntariado y los trabajadores de Misericordia. Y posteriormente, el lunes 5 de septiembre, por primera vez se celebra la fiesta de santa Teresa de Calcuta y el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, presidirá una misa en la plaza de San Pedro.
Además, con ocasión de la canonización, la Secretaría para la Comunicación implementará, en cooperación con MC360PHOTO, el proyecto “Yo estuve allí”, una foto panorámica de altísima resolución de la plaza de San Pedro que, partiendo de la visión completa de la plaza repleta de fieles, permitirá hacer zoom sobre el rostro de cada participante. Se podrá visitar, desde el día después de la ceremonia, en la página webwww.motherteresasaint.com. Lo ha anunciado el director de la oficina de prensa de la Santa Sede, Greg Burke, durante la rueda de prensa de presentación de la canonización.
En la rueda de prensa ha participado también sor Mary Prema Pierick, M.C., superiora general de las Misioneras de la Caridad, quien ha recordado los momentos compartidos con la futura santa. “Era siempre muy humilde con nosotras”, ha señalado. Asimismo ha explicado que la Madre Teresa “aceptaba todo, también las cosas difíciles” y “nos alentaba a continuar”.
Por otro lado ha asegurado que las llevaba “cada vez más cerca a Jesús, a la Virgen María”. No hacía nada para unir a la gente a ella –ha observado– pero con su ejemplo lo conseguía.
La superiora también ha querido recordar que a la oración de las 5 de mañana, Madre Teresa era la primera en llegar. Y después de la misa “estaba lista para ayudar a todos”. Y ha añadido: “su sonrisa era el mejor regalo para Jesús y para nosotras”. Sor Mary ha recordado también que la futura santa, de origen albanés, era siempre muy obediente. Si el médico la recomendaba ciertas medicinas, ella obedecía.
Su visión del mundo y de las personas –ha recordado– estaba inspirado en el amor infinito por el Señor. Y su trabajo con los más pobres deriva “de este profundo amor por el Señor”. Finalmente ha querido precisar que “tenemos que continuar su ejemplo y herencia”.
En segundo lugar ha participado el padre Brian Kolodiejchuk, M.C., superior general de los padres Misioneros de la Caridad y postulador de la causa de canonización de Madre Teresa. Él ha observado que le parece justo que sea canonizada en el año de la misericordia porque “era muy consciente de la necesidad de la misericordia”. Por otro lado ha hablado también de la pobreza interior que Madre Teresa reconocía en sí misma, “la Calcuta de mi corazón” que la llevaba a decir “Calcuta está en todos lados”. El postulador ha asegurado que Madre Teresa es “una santa para todos”, porque compartió el sufrimiento de Jesús.
Finalmente, ha tomado la palabra Marcílio Haddad Andrino, de Brasil, quien recibió el milagro por intercesión de la beata Teresa de Calcuta, que ha permitido la canonización. Marcílio, acompañado por su mujer, ha narrado cómo fue el proceso de la curación inexplicablemente en diciembre del 2008, cuando sufrió una infección bacteriana en el cerebro que le generó ocho abscesos cerebrales graves y un dolor de cabeza insoportable. Todo comenzó cuando un amigo sacerdote animó a Marcílio, recién casado, y a su esposa a orar pidiendo la intercesión de la Madre Teresa. Por su parte, su esposa, ha recordado que “cuanto más difícil era la situación, más rezábamos”. Cuando la medicina ya no podía hacer nada –ha recordado– he rezado mucho y he pedido a Madre Teresa que intercediera para curar a su marido, si era la voluntad de Dios.
¿Te has preguntado alguna vez por qué yo?, le ha preguntado una periodista a Marcílio. “Dios es misericordioso con todos, sin distinción”, ha aseverado Marcílio.

Francisco pide imitar el ejemplo de Madre Teresa para realizar una revolución de la ternura


El ejemplo de vida de Madre Teresa como “testigo privilegiado de caridad y de generosa atención a los pobres y a los últimos” contribuya a llevar cada vez más a Cristo “al centro de la vida” y a vivir generosamente su Evangelio “en el continuo ejercicio de las obras de misericordia para ser constructores de un futuro mejor, iluminado por el esplendor de la verdad”.
Este es el deseo del papa Francisco, que expresa en un telegrama –firmado por el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin– enviado al padre Bernardo Cervellera, director de AsiaNews.
El mensaje lo ha enviado con ocasión del congreso internacional que la agencia ha organizado en Roma, en la Universidad Pontificia Urbaniana, dedicado a Madre Teresa “como icono de la Misericordi hacia Asia y el mundo”.
Finalmente, el Papa reza para que los devotos de Madre Teresa, “imitando el ardor apostólico” puedan realizar “esa revolución de la ternura iniciada por Jesucristo con su amor de predilección a los pequeños”.
Zenit

Realismo responsable



Los ejemplos que emplea Jesús son muy diferentes, pero su enseñanza es la misma: el que emprende un proyecto importante de manera temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas para lograr lo que pretende, corre el riesgo de terminar fracasando.
Ningún labrador se pone a construir una torre para proteger sus viñas, sin tomarse antes un tiempo para calcular si podrá concluirla con éxito, no sea que la obra quede inacabada, provocando las burlas de los vecinos. Ningún rey se decide a entrar en combate con un adversario poderoso, sin antes analizar si aquella batalla puede terminar en victoria o será un suicidio.
A primera vista, puede parecer que Jesús está invitando a un comportamiento prudente y precavido, muy alejado de la audacia con que habla de ordinario a los suyos. Nada más lejos de la realidad. La misión que quiere encomendar a los suyos es tan importante quenadie ha de comprometerse en ella de forma inconsciente, temeraria o presuntuosa.
Su advertencia cobra gran actualidad en estos momentos críticos y decisivos para el futuro de nuestra fe. Jesús llama, antes que nada, a la reflexión madura: los dos protagonistas de las parábolas «se sientan» a reflexionar. Sería una grave irresponsabilidad vivir hoy como discípulos de Jesús, que no saben lo que quieren, ni a dónde pretenden llegar, ni con qué medios han de trabajar.
¿Cuándo nos vamos a sentar para aunar fuerzas, reflexionar juntos y buscar entre todos el camino que hemos de seguir? ¿No necesitamos dedicar más tiempo, más escucha del evangelio y más meditación para descubrir llamadas, despertar carismas y cultivar un estilo renovado de seguimiento a Jesús?
Jesús llama también al realismo. Estamos viviendo un cambio sociocultural sin precedentes. ¿Es posible contagiar la fe en este mundo nuevo que está naciendo, sin conocerlo bien y sin comprenderlo desde dentro? ¿Es posible facilitar el acceso al Evangelio ignorando el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿No es un error responder a los retos de hoy con estrategias de ayer?
Sería una temeridad en estos momentos actuar de manera inconsciente y ciega. Nos expondríamos al fracaso, la frustración y hasta el ridículo. Según la parábola, la «torre inacabada» no hace sino provocar las burlas de la gente hacia su constructor. No hemos de olvidar el lenguaje realista y humilde de Jesús que invita a sus discípulos a ser «fermento» en medio del pueblo o puñado de «sal» que pone sabor nuevo a la vida de las gentes.
José Antonio Pagola

El Papa en la Audiencia Jubilar: "los voluntarios sois artesanos de la misericordia"

Hemos escuchado el himno de la caridad que el apóstol Pablo escribió a la comunidad de Corinto, y que constituye una de las páginas más hermosas y más exigentes para el testimonio de nuestra fe (cf. 1 Co 13,1-13). San Pablo ha hablado muchas veces del amor y de la fe en sus escritos; sin embargo, en este texto se nos ofrece algo extraordinariamente grande y original. Él afirma que el amor, a diferencia de la fe y de la esperanza, «no pasará jamás» (v. 8), y para siempre. Esta enseñanza debe ser para nosotros una certeza inquebrantable; el amor de Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida ni en la historia del mundo. Es un amor que permanece siempre joven, activo y dinámico, y que atrae hacia sí de un modo incomparable. Es un amor fiel que no traiciona, a pesar de nuestras contradicciones. Es un amor fecundo que genera y va más allá de nuestra pereza. En efecto, de este amor todos somos testigos. El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida que nos arrolla pero sin aniquilarnos; más bien, es condición de vida: «Si no tengo amor, no soy nada», dice san Pablo (v. 2). Cuanto más nos dejamos involucrar por este amor, tanto más se regenera nuestra vida. Verdaderamente deberíamos decir con toda nuestra fuerza: soy amado, luego existo.
            El amor del que nos habla el Apóstol no es algo abstracto ni vago; al contrario, es un amor que se ve, se toca y se experimenta en primera persona. La forma más grande y expresiva de este amor es Jesús. Toda su persona y su vida no es otra cosa que una manifestación concreta del amor del Padre, hasta llegar al momento culminante: «la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores» (Rm 5,8). Esto es amor, ¿eh?. No son palabras, ¿eh? ¡Es amor! Del Calvario, donde el sufrimiento del Hijo de Dios alcanza su culmen, brota el manantial de amor que cancela todo pecado y que todo recrea en una vida nueva. Llevemos siempre con nosotros, de modo indeleble, esta certeza de la fe: Cristo «me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Esta es la grandeza de la certeza: Cristo me ha amado, y se ha entregado así mismo por mí, por tu, por todos, ¡por cada uno de nosotros! Nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios (cf. Rm 8,35-39). Por tanto, el amor es la expresión más alta de toda la vida y nos permite existir.
            Ante este contenido tan esencial de la fe, la Iglesia no puede permitirse actuar como lo hicieron el sacerdote y el levita con el hombre abandonado medio muerto en el camino (cf. Lc 10,25-36). No se puede mirar para otro lado y dar la espalda para no ver muchas formas de pobreza que piden misericordia. Y esto de girarse hacia el otro lado para no ver: el hambre, las enfermedades, las personas explotadas… ¡Esto es un pecado grave! También, es un pecado moderno, ¡es un pecado de hoy! Nosotros cristianos no podemos permitirnos esto. No sería digno de la Iglesia ni de un cristiano «pasar de largo» y pretender tener la conciencia tranquila sólo porque se ha rezado ¡o porque hemos ido a Misa el domingo! No.  El Calvario es siempre actual; no ha desaparecido ni permanece sólo como un hermoso cuadro en nuestras iglesias. Ese vértice de com-pasión, del que brota el amor de Dios hacia la miseria humana, nos sigue hablando hoy, animándonos a ofrecer nuevos signos de misericordia. No me cansaré nunca de decir que la misericordia de Dios no es una idea bonita, sino una acción concreta: no hay misericordia sin concreción; la misericordia no es hacer el bien de paso. Es involucrarse ahí donde existe el mal, donde hay enfermedad, donde hay hambre, donde hay tantas explotaciones humanas. La misericordia humana no será auténtica –es decir humana-  hasta que no se concrete en el actuar diario. La admonición del apóstol Juan sigue siendo válida: «Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,18). De hecho, la verdad de la misericordia se comprueba en nuestros gestos cotidianos que hacen visible la acción de Dios en medio de nosotros.
            Hermanos y hermanas, vosotros representáis el gran y variado mundo del voluntariado. Entre las realidades más hermosas de la Iglesia os encontráis vosotros que cada día, casi siempre de forma silenciosa y oculta, dais forma y visibilidad a la misericordia. Vosotros sois artesanos de misericordia: con vuestras manos, con vuestros ojos, con vuestro escuchar, con vuestra cercanía, con vuestras caricias… Artesanos…Vosotros manifestáis uno de los deseos más hermosos del corazón del hombre: hacer que una persona que sufre se sienta amada. En las distintas condiciones de indigencia y necesidad de muchas personas, vuestra presencia es la mano tendida de Cristo que llega a todos. Sois la mano tendida de Cristo: ¿habéis pensado esto? La credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a través de vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin comida ni trabajo, los ancianos, los sintecho, los prisioneros, los refugiados y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las catástrofes naturales... En definitiva, dondequiera que haya una petición de auxilio, allí llega vuestro testimonio activo y desinteresado. Vosotros hacéis visible la ley de Cristo, la de llevar los unos los pesos de los otros (cf. Ga 6,2; Jn 13,24). Queridos hermanos y hermanas, vosotros tocáis la carne de Cristo con vuestras manos: no olvidéis esto. Vosotros tocáis la carde de Cristo con vuestras manos. Sed siempre diligentes en la solidaridad, fuertes en la cercanía, solícitos en generar alegría y convincentes en el consuelo. El mundo tiene necesidad de signos concretos, de signos de solidaridad, sobre todo ante la tentación de la indiferencia, y requiere personas capaces de contrarrestar con su vida el individualismo, el pensar sólo en sí mismo y desinteresarse de los hermanos necesitados. Estad siempre contentos y llenos de alegría por vuestro servicio, pero no dejéis que nunca sea motivo de presunción que lleva a sentirse mejores que los demás. Por el contrario, vuestra obra de misericordia sea la humilde y elocuente prolongación de Jesucristo que sigue inclinándose y haciéndose cargo de quien sufre. De hecho, el amor «edifica» (1 Co 8,1) y, día tras día, permite a nuestras comunidades ser signo de la comunión fraterna.
            También, hablad al Señor de esto. Llamadle. Haced como ha hecho Hermana Preymar, como nos ha contado la Hermana: ha llamado a la puerta del tabernáculo. Así con coraje, ¿eh? El Señor nos escucha: ¡llamadle! Señor, ¡mira esto! Mira cuanta pobreza, tanta indiferencia, tanto mirar hacia el otro lado: “Esto a mí no me toca, a mí no me importa”. Habladlo con el Señor: “Señor por qué? Señor, ¿por qué? Por qué soy tan débil y tú me has llamado para hacer este servicio? Ayúdame, y dame fuerza. Y dame humildad”. El centro de la misericordia es este diálogo con el corazón misericordioso de Jesús.
            Mañana, tendremos la alegría de ver a Madre Teresa proclamada santa. ¡Y se lo merece! Este testimonio de misericordia de nuestro tiempo se añade a la innumerable lista de hombres y mujeres que han hecho visible con su santidad el amor de Cristo. Imitemos también nosotros su ejemplo, y pidamos ser instrumentos humildes en las manos de Dios para aliviar el sufrimiento del mundo, y dar la alegría y la esperanza de la resurrección. Gracias.
Y antes de daros la bendición, os invito a todos a rezar en silencio por todas aquellas personas, tantas personas que sufren; por todo el sufrimiento, por todos aquellos que viven descartados en la sociedad. Rezad también por todos aquellos voluntarios como vosotros, que han encontrado la carne de Cristo por tocarla, curarla, sentirla cerca. Y rezad también por todos aquellos que delante de tanta misericordia miran hacia otro lado y en el corazón escuchan la voz que les dice: A mí no me toca, a mi no me importa”. Recemos en silencio.
Y lo hacemos también con la Virgen. Ave María…. 

(from Vatican Radio)

Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.



Evangelio según san Lucas 14, 25-33 

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, sí echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:

"Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar."

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?

Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Palabra del Señor.