Cristo le enseña a
construir el presente mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero
valor de las cosas.
¿Cuál es el sentido de la vida
humana?
Es ésta una pregunta que todos nos hacemos cuando
vemos que no podemos lograr todo lo que queremos, cuando vemos que muere una
persona en el inicio mismo de su vida, cuando contemplamos el sufrimiento de
tantos seres humanos por culpa del egoísmo de los hombres, cuando vemos la
desesperación de tantas personas ante el sufrimiento propio o de un ser
querido. Y la realidad es que no podemos aceptar que todo se reduzca a nacer,
vivir si es que se puede llamar vivir a muchas vidas, para terminar en la nada.
El ser humano debe tener un fin más allá de las cosas que hace o que ve.
Marta representa para nosotros una forma de vivir.
Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de
pocas, o mejor, de una sola. Impresiona el cariño de Jesús por aquella mujer
que se desvivía por atenderle y procurarle bienestar. El hecho de repetir dos
veces su nombre es señal de cariño, de ternura y de reconocimiento a su labor.
Pero Jesús quiere prevenirla contra un gran escollo de la vida: el vivir sin más,
el irse tragando los días sin ver en el horizonte, el hacer muchas cosas, pero
no preocuparse de lo más importante.
Marta es el símbolo de una humanidad que ha dado
prioridad al hacer o al tener sobre el ser, a la eficacia sobre lo importante,
a la inmanencia sobre la trascendencia. Marta somos cada uno de nosotros cuando
en el día al día decimos: "no tengo tiempo para rezar, no tengo tiempo
para formarme, no tengo tiempo para pensar, no tengo tiempo para Dios".
Basta asomarse a la calle y a las casas para ver cuánto se hace, cómo se corre,
cómo se vive. Pareciera que estamos construyendo la ciudad terrena o que
hubiera que terminar cada día algo que mañana hay que volver a empezar.
El consejo de Cristo a Marta, santa después al fin
y al cabo, está lleno de afecto, de afecto del bueno. La invita a tomarse la
vida de otra forma, a respirar, a vivir serenamente, a preocuparse más de las
cosas del espíritu. Ahí va a encontrar la paz y la tranquilidad. Le enseña a
construir el presente mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero
valor de las cosas.
Sin duda, Marta aprendió aquella lección y, sin
dejar de ser la mujer activa y dinámica que era, en adelante su corazón se
aficionó más a lo verdaderamente importante. Marta, por medio de Cristo, había comprendido
que la vida tiene un sentido, que el fin del hombre está por encima de las
cosas cotidianas.