domingo, 25 de septiembre de 2016

Omella, a los líderes catalanes: "Unidos podremos más que separados"


El arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, ha pedido unidad a los líderes sociales y políticos catalanes este sábado en la homilía de su primera misa por la patrona de la capital catalana, La Mercè, a la que han asistido unas 1.000 personas y en la que ha pedido tender puentes: "Unidos podremos más que separados".
Omella ha defendido una sociedad más fraterna y humana y ha explicado que muchas personas le preguntan su opinión sobre la situación social y política de Catalunya, ante lo que pide que las personas que tienen alguna responsabilidad e influencia social y política "trabajen por el bien común y por una sociedad más unida, más libre y más justa".
"Y para conseguirlo hace falta unir fuerzas", ha defendido, dirigiéndose tanto a los gobernantes como a la sociedad civil, empresarios, intelectuales, educadores y juristas, en una misa a la que ha asistido el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont; el expresidente Artur Mas; los consellers Santi Vila y Jordi Jané; la delegada del Gobierno en Catalunya, Llanos de Luna, y el inspector general del Ejército de Tierra, Ricardo Álvarez Espejo.
En representación del Ayuntamiento de Barcelona han asistido el segundo teniente de alcalde, el socialista Jaume Collboni, aunque no ha asistido la alcaldesa, Ada Colau, en una misa en la que no estaba previsto que acudiera ningún edil de BComú pero finalmente ha asistido la concejal de Movilidad, Mercedes Vidal, que no se ha sentado en el banco de autoridades.
También ha presenciado la misa el exalcalde y líder municipal de CiU, Xavier Trias; la de C's, Carina Mejías; el de ERC, Alfred Bosch, y el del PP, Alberto Fernández, entre otras autoridades militares y políticas, ante las que Omella ha pedido a la Mercè que proteja a todos los barceloneses y todos los catalanes.
"No deberíamos excluir a nadie en la tarea de crear puentes, de atender las demandas sociales, empezando por los pobres y necesitados, de establecer ámbitos de cultura, de formación en valores morales", ha expresado Omella, en una homilía que ha dedicado a los dirigentes, a los jóvenes y a la familia, a los que ha dirigido sus deseos y peticiones.
La familia
"Hace falta, asimismo, que los que dirigen los destinos de las naciones e influyen con sus ideas en la sociedad, valoren y ayuden a las familias con auténticas políticas sociales y económicas", por ser para Omella un medio para lograr los demás ámbitos de la vida cotidiana.
Ha observado que hay familias que lo pasan mal y no solo económicamente, "sino, sobre todo, porque les falta la unión, la estima", y ha destacado que es imprescindible que las familias tomen conciencia de su importancia en la sociedad y la Iglesia.
También se ha mostrado "impresionado" por la participación de los jóvenes de Barcelona y Catalunya en la Jornada Mundial de la Juventud, en la que ha dicho que participaron casi un millar de jóvenes. (RD/EP)

AVISOS PARA LAS FIESTAS

En el mes de septiembre y en los primeros días de octubre, muchos pueblos celebran sus fiestas patronales, por la tradición de que se terminaban las tareas del campo la recolección de las cosechas. Es una manifestación necesaria en todas las comunidades.
Sin embargo, según las Sagradas Escrituras, no es bueno entregarse a la diversión descontrolada, en la que por abuso de bebida y de comida, de charangas y festejos, se llegue a perder el sentido de la solidaridad, y caigamos en cierto embrutecimiento. “¡Ay de los que se fían de Sión y confían en el monte de Samaria! Os acostáis en lechos de marfil; arrellanados en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de José” (Am).
La fiesta es una dimensión esencial del ser humano, y la comida y la bebida son elementos que entrañan relaciones familiares y amigas. El Señor nos ha dado el mejor testimonio al participar de una boda o comiendo en casa de muchos pecadores, y, sobre todo, al dejarnos el banquete de la Eucaristía. El salmista profetiza los gestos de Jesús: “Él da pan a los hambrientos. Sustenta al huérfano y a la viuda”.
El consejo de San Pablo es oportuno: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza”. Todo en su medida es bueno, mientras con los excesos se vuelven contra uno mismo.
Jesús presenta una parábola que denuncia el modo insolidario de vida, y también para explicar cuándo debemos hacer el bien. El texto evangélico parece que contradice el principio de la misericordia y del perdón al impedir que el pobre Lázaro alivie la sed del rico Epulón, quien está arrojado al abismo de los tormentos. Pero lo que desea exponer la enseñanza evangélica es cuál es el tiempo oportuno para hacer el bien: mientras vivimos en esta vida.
Mientras vivimos es el momento de la hospitalidad, de dar pan al hambriento y bebida al sediento. Hay más dicha en dar que en recibir, y al final de la fiesta y de toda acción humana, la paz interior y la felicidad dependen de la generosidad del propio comportamiento.
Los musulmanes, en la fiesta del cordero, tienen el precepto de dar parte de las viandas a los pobres. Los cristianos tenemos el ejemplo de Jesús y siguiéndolo, tenemos que darnos a nosotros mismos, por amor, en todo lo que hacemos por los demás.
Ángel Moreno de Buenafuente

No ignorar al que sufre

El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Solo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir solo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Solo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.
Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.
La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, a través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.
- José Antonio Pagola

Recibiste bienes y Lázaro males: ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
- «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas".
Pero Abrahán le dijó:
"Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros".
El dijo:
"Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos:que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también vengan ellos a este lugar de tormento".
Abrahán le dice:
"Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen".
Pero él de dijo:
"No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán"
Abrahán le dijo:
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto"».
Palabra del Señor.