Mt 20, 1-16
A lo
largo de su trayectoria profética, Jesús insistió una y otra vez en comunicar
su experiencia de Dios como “un misterio de bondad insondable” que rompe todos
nuestros cálculos. Su mensaje es tan revolucionario que, después de veinte
siglos, hay todavía cristianos que no se atreven a tomarlo en serio.
Para
contagiar a todos su experiencia de ese Dios Bueno, Jesús compara su actuación
a la conducta sorprendente del señor de una viña. Hasta cinco veces sale él
mismo en persona a contratar jornaleros para su viña. No parece preocuparle
mucho su rendimiento en el trabajo. Lo que quiere es que ningún jornalero se
quede un día más sin trabajo.
Por eso
mismo, al final de la jornada, no les paga ajustándose al trabajo realizado por
cada grupo. Aunque su trabajo ha sido muy desigual, a todos les da “un
denario”: sencillamente, lo que necesitaba cada día una familia campesina de
Galilea para poder vivir.
Cuando
el portavoz del primer grupo protesta porque ha tratado a los últimos igual que
a ellos, que han trabajado más que nadie, el señor de la viña le responde con
estas palabras admirables: “¿Vas a tener envidia porque yo soy
bueno?” ¿Me vas a
impedir con tus cálculos mezquinos ser bueno con quienes necesitan su pan para
cenar?
¿Qué
está sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los criterios de justicia e
igualdad que nosotros manejamos? ¿Será verdad que Dios, más que estar midiendo
los méritos de las personas como lo haríamos nosotros, busca siempre responder
desde su Bondad insondable a nuestra necesidad radical de salvación?
Confieso
que siento una pena inmensa cuando me encuentro con personas buenas que se
imaginan a Dios dedicado a anotar cuidadosamente los pecados y los méritos de
los humanos, para retribuir un día exactamente a cada uno según su merecido. ¿Es
posible imaginar un ser más inhumano que alguien entregado a esto desde toda la
eternidad?
Creer
en un Dios, Amigo incondicional, puede ser la experiencia más liberadora que se
pueda imaginar, la fuerza más vigorosa para vivir y para morir. Por el contrario,
vivir ante un Dios justiciero y amenazador puede convertirse en la neurosis más
peligrosa y destructora de la persona.
Hemos
de aprender a no confundir a Dios con nuestros esquemas estrechos y mezquinos.
No hemos de desvirtuar su Bondad insondable mezclando los rasgos auténticos que
provienen de Jesús con trazos de un Dios justiciero tomados del Antiguo
Testamento. Ante el Dios Bueno revelado en Jesús, lo único que cabe es la
confianza.
José Antonio Pagola