jueves, 22 de septiembre de 2016

El Papa a los periodistas: ‘No soplen sobre el fuego de la destrucción, promuevan la cultura del encuentro’



“Hay pocas profesiones que tienen tanta influencia en la sociedad como la del periodismo” con un rol de gran importancia y responsabilidad porque “escriben el primer borrador de la historia”. Lo indicó este jueves el papa Francisco al recibir hoy en el Vaticano a una delegación del Orden de los periodistas de Italia.
Deseó por ello que el periodismo “sea un instrumento de construcción, un factor de bien común, un acelerador de procesos de reconciliación, que rechace la tentación de fomentar el choque con un lenguaje que sople sobre el fuego de las divisiones, y más bien favorezca la cultura del encuentro”.
Y si bien reconoció que la critica es legítima, y añadió “también necesaria”, puntualizó que “el periodismo no puede volverse un arma de destrucción de personas o peor aún de los pueblos”. Añadió que tampoco “debe alimentar el miedo delante de los cambios o fenómenos, como las migraciones forzadas por la guerra o por el hambre”.
El Santo Padre si bien señaló que la prensa escrita y televisiva pierden relevancia ante los nuevos medios digitales, especialmente entre los jóvenes, “los periodistas cuando tienen profesionalidad permanecen una columna portante, un elemento fundamental para la vitalidad de una sociedad libre y pluralista”.
Un cambio el registrado en los medios digitales, explicó, que llevó también a la Santa Sede “a vivir un proceso de renovación del sistema comunicativo” y del cual “la Secretaría para la comunicación será el natural punto de referencia”.
El Santo Padre quiso compartir así una reflexión sobre el ‘qué y ‘cómo’ en la profesión de los periodistas puede mejorar la sociedad en al que vivimos.
Reflexiones merecerían una jornada de retiro, lo que reconoció “no es fácil en el ámbito periodístico, una profesión que vive continuos ‘tiempos de entrega’ y ‘fecha de cierre de edición’”.
Y ayudando a hacer una reflexión el Papa se detuvo en tres elementos: Amar la verdad, una cosa fundamental para todos, especialmente para los periodistas; vivir con profesionalidad, algo que va más allá de las leyes y reglamentos; y respetar la dignidad humana, que es mucho más difícil de lo que se puede pensar a primera vista.
Amar la verdad, quiere decir no solamente afirmar, pero vivir la verdad, dar testimonio de ella con el propio trabajo, dijo, y precisó que “la cuestión no es ser creyentes o no creyentes. La cuestión es ser honesto con sí mismo y con los otros”. Puntualizó además que “no siempre es fácil llegar a la verdad, o por lo menos acercarse a esa”. Y que en la vida “no todo es blanco o negro” y también en el periodismo “es necesario saber discernir entre los matices de gris en los eventos que es necesario narrar”. Y pidió “nunca decir o escribir en conciencia, algo que no sea verdadero”.
El segundo punto que señaló el Pontífice es vivir con profesionalidad, “más allá de lo que está escrito en los códigos de deontología, sin someterse a los intereses de parte. Por ello “la vocación del periodismo” es a través de la búsqueda de la verdad “hacer crecer la dimensión social del hombre, favorecer la construcción de una verdadera ciudadanía”.
El Pontífice en sus palabras indicó que es necesario para ello una sociedad democrática y recordó como las dictaduras de cualquier ‘color’, intentaron siempre apoderarse de los medios de comunicación e imponer nuevas reglas a la profesión periodística.
Y sobre el respetar la dignidad humana, lo que es importante en todas las profesiones, subrayó que es “de manera particular en el periodismo”, porque detrás de una simple narración “hay sentimientos, emociones, en definitiva, la vida de las personas”.
Recordó también como él ha hablado muchas veces de los chismorreos como ‘terrorismo’, y que esto vale para las personas individuales, en la familia o en el trabajo, y “mucho más para los periodistas”. Además porque “un artículo se publica hoy y mañana es sustituido por otro, pero la vida de una persona injustamente difamada puede ser destruida para siempre”.
(ZENIT – Ciudad del Vaticano)

El Papa: «la vanidad es la osteoporosis del alma»



«La vanidad es enmascarar la propia vida. Y esto enferma el alma, porque enmascara la propia vida para aparentar, para fingir», lo dijo el Papa Francisco en su homilía de la misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Dos inquietudes
El Evangelio del día presenta al rey Herodes inquieto porque, después de haber asesinado a Juan Bautista, ahora se siente amenazado por Jesús, dijo el Obispo de Roma. Estaba preocupado como el padre, Herodes el Grande, después de la visita de los Reyes Magos. «Existe en nuestra alma – afirmó el Papa – la posibilidad de tener dos inquietudes: una buena, que es la inquietud que nos da el Espíritu Santo y hace que el alma esté inquieta para hacer cosas buenas», y existe – agregó el Pontífice – «la mala inquietud, esa que nace de una conciencia sucia». Y los dos Herodes resolvían sus inquietudes matando, iban adelante pasando «sobre los cadáveres de la gente»:
«Esta gente que ha hecho tanto mal, que hace del mal y tiene la conciencia sucia y no puede vivir en paz, porque vive con una irritación continua, en una urticaria que no lo deja en paz… Esta gente he hecho del mal, pero el mal tiene siempre la misma raíz, cualquier mal: la codicia, la vanidad y el orgullo. Y los tres no te dejan la conciencia en paz; estos tres no dejan entrar la sana inquietud del Espíritu Santo, sino te llevan a vivir así: inquietos, con miedo. Codicia, vanidad y orgullo son las raíces de todos los males».
La vanidad, osteoporosis del alma
La primera Lectura del día es del libro de Eclesiastés aborda el personaje de Cohélet y habla de la vanidad: «La vanidad que nos infla. La vanidad que no tiene larga vida, porque es como una burbuja de jabón. La vanidad que no nos da una verdadera ganancia. ¿Qué ganancia obtiene el hombre por toda la fatiga con la cual se abruma? Se preocupa por aparentar, por fingir, por parecer. Esta es la vanidad. Si queremos podemos decir simplemente: “La vanidad es enmascarar la propia vida. Y esto enferma al alma, porque enmascara la propia vida para aparentar, para aparecer, y todas las cosas que hace son para fingir, por vanidad, pero al final ¿Qué cosa gana? La vanidad es como una osteoporosis del alma: los huesos desde afuera parecen buenos, pero dentro están todos corroídos. La vanidad nos lleva al engaño”».
La apariencia, pero la verdad es otra
Como los farsantes «marcan las cartas» para ganar – señaló el Papa – y luego «esta victoria es aparente, no es verdadera. Esta es la vanidad: vivir para fingir, vivir para aparentar, vivir para aparecer. Y esto inquieta al alma». San Bernardo – recuerda el Pontífice – dice una palabra fuerte a los vanidosos. «Piensa en aquello que tú serás. Serás alimento de los gusanos. Y todo este enmascarar la vida es una mentira, porque te comerán los gusanos y no serás nada». Pero, ¿Dónde está la fuerza de la vanidad? Animados por la soberbia hacia a las maldades, no permite una equivocación, no permite que se vea un error, cubre todo, todo se cubre:
«Cuanta gente conocemos nosotros que aparenta… ¡Pero qué buena persona! Va a Misa todos los domingos. Da grandes ofrendas a la Iglesia. Esto es lo que se ve, pero la osteoporosis es la corrupción que tienen dentro. Existe gente así – pero también ¡hay gente santa! – que hace esto. La vanidad es esto: te hace parecer con un rostro de “estampita” y luego tu verdad es otra. Y ¿Dónde está nuestra fuerza y la seguridad, nuestro refugio? Lo hemos leído en el salmo: “Señor tú has sido para nosotros un refugio de generación en generación”. ¿Por qué? Y antes del Evangelio hemos recordado las palabras de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Esta es la verdad, no la máscara de la vanidad. Que el Señor nos libere de estas tres raíces de todos los males: la codicia, la vanidad y el orgullo. Pero sobre todo de la vanidad, que nos hace mucho mal».
Renato Martinez/Radio Vaticano

A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 7-9
En aquel tiempo, el tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía:
«A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?».
Y tenía ganas de verlo.
Palabra del Señor.

Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del 21 de septiembre de 2016


El papa Francisco realizó la audiencia en la plaza de San Pedro y centró la catequesis en la misericordia de Dios. A continuación el texto completo.
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas (6,36-38) del cual es tomado el lema de este Año santo extraordinario: Misericordiosos como el Padre. La expresión completa es: «Sean misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (v. 36). No se trata de un slogan, sino de un compromiso de vida.
Para comprender bien esta expresión, podemos confrontarla con aquella paralela del Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: «Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (5,48). En el llamado discurso de la montaña, que inicia con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, cumplimiento de todos los preceptos de la Ley.
En esta misma perspectiva, San Lucas precisa que la perfección es el amor misericordioso: ser perfectos significa ser misericordiosos. ¿Una persona que no es misericordiosa es perfecta? ¡No! ¿Una persona que no es misericordiosa es buena? ¡No! La bondad y la perfección radican en la misericordia.
Seguro, Dios es perfecto. Entretanto si lo consideramos así, se hace imposible para los hombres alcanzar esta absoluta perfección. En cambio, tenerlo ante los ojos como misericordioso, nos permite comprender mejor en que consiste su perfección y nos impulsa a ser como Él, llenos de amor, compasión y misericordia.
Pero me pregunto: ¿Las palabras de Jesús son reales? ¿Es de verdad posible amar como ama Dios y ser misericordiosos como Él? Si miramos la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un incesante e inagotable amor de los hombres: Dios es como un padre o como una madre que ama con un amor infinito y lo derrama con abundancia sobre toda criatura.
La muerte de Jesús en la cruz es el culmen de la historia de amor de Dios con el hombre. Un amor talmente grande que solo Dios lo puede realizar. Es evidente que, relacionado con este amor que no tiene medidas, nuestro amor siempre será imperfecto.
Pero, ¡cuando Jesús nos pide ser misericordiosos como el Padre, no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos convertirse en signo, canales, testigos de su misericordia. Y la Iglesia no puede dejar de ser sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en todos los tiempos y hacia toda la humanidad. Todo cristiano, por lo tanto, está llamado a ser testigo de la misericordia, y esto sucede en el camino a la santidad.
¡Pensemos en tantos santos que se volvieron misericordiosos porque se dejaron llenar el corazón con la divina misericordia! Han dado cuerpo al amor del Señor derramándolo en las múltiples necesidades de la humanidad que sufre. En este florecer de tantas formas de caridad es posible reconocer los reflejos del rostro misericordioso de Cristo.
Nos preguntamos: ¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Y esto lo explica Jesús con dos verbos: “perdonar” (v. 37) y “donar” (v. 38). La misericordia se expresa sobre todo en el perdón: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados” (v. 37). Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, entretanto recuerda a los discípulos que para tener relaciones fraternas es necesario suspender los juicios y las condenas. De hecho, es el perdón el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana, porque en ella se manifiesta la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado primero.
¡El cristiano debe perdonar! Pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros que estamos aquí, hoy, en la Plaza, todos nosotros, hemos sido perdonados. No hay ninguno de nosotros, que en su vida, no haya tenido necesidad del perdón de Dios. Y porque nosotros hemos sido perdonados, debemos perdonar.
Y lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: “Perdona nuestros pecados; perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas, de tantos pecados. Y así es fácil perdonar. Si Dios me ha perdonado, ¿por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande que Dios? ¿Entienden esto?
Este pilar del perdón nos muestra la gratuidad del amor de Dios, que nos ha amado primero. Juzgar y condenar al hermano que peca es equivocado. No porque no se quiera reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe la relación de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que en cambio no quiere renunciar a ninguno de sus hijos.
No tenemos el poder de condenar a nuestro hermano que se equivoca, no estamos por encima él: al contrario tenemos el deber de llevarlo nuevamente a la dignidad de hijo del Padre y de acompañarlo en su camino de conversión.
A su Iglesia, a nosotros, Jesús nos indica también un segundo pilar: “donar”. Perdonar es el primer pilar; donar es el segundo pilar. «Den, y se les dará […] con la medida con que ustedes midan también serán medidos» (v. 38).
Dios dona muy por encima de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos aquí en la tierra serán generosos. Jesús no dice que cosa sucederá a quienes no donan, pero la imagen de la “medida” constituye una exhortación: con la medida del amor que damos, seremos nosotros mismos a decidir cómo seremos juzgados, como seremos amados. Si observamos bien, existe una lógica coherente: ¡en la medida con la cual se recibe de Dios, se dona al hermano, y en la medida con la cual se dona al hermano, se recibe de Dios!
El amor misericordioso es por esto la única vía que es necesario seguir. Tenemos todos mucha necesidad de ser un poco misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no “desplumar” a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos.
Tenemos que perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor y donar. Este amor permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida de Él, y de reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que ellos practican en la vida se refleja así aquella Misericordia que no tendrá jamás fin (Cfr. 1 Cor 13,1-12).
Pero no se olviden de esto: misericordia y don; perdón y don. Así el corazón crece, crece en el amor. En cambio, el egoísmo, la rabia, vuelve al corazón pequeño, pequeño, pequeño, pequeño y se endurece como una piedra. ¿Qué cosa prefieren ustedes? ¿Un corazón de piedra? Les pregunto, respondan: “No”. No escucho bien… “No”. ¿Un corazón lleno de amor? “Si”. ¡Si prefieren un corazón lleno de amor, sean misericordiosos!”.

Día mundial del Alzheimer. Cercanía y amor misericordioso: llamamiento del Papa

Hacer resonar en el mundo el eco del amor divino, para vendar las heridas de la humanidad con el bálsamo de su misericordia, alentó el Papa a los numerosos peregrinos que participaron en su audiencia general.
En el día dedicado en todo el mundo a las personas que padecen Alzheimer, a sus familiares y al personal sanitario que atiende a los pacientes, el Papa Francisco dirigió un llamamiento a expresar nuestra cercanía con la solicitud de María, la ternura de Jesús y los ojos del amor:
«Hoy es la XXIII Jornada mundial del Alzheimer, con el tema «Acuérdate de mí». Invito a todos los presentes a ‘acordarse’, con la solicitud de María y con la ternura de Jesús Misericordioso, de cuantos sufren esta enfermedad y de sus familiares, para hacerles sentir nuestra cercanía.
Oremos también por las personas que están al lado de los enfermos, sabiendo percibir sus necesidades, aún las más imperceptibles, porque las ven con los ojos del amor».
El Santo Padre alentó a los peregrinos jubilares a abrir sus vidas al don de la misericordia del Señor, para compartirlo con todos. Y saludó con especial alegría a los que llegaron desdeTurquía:
«Con especial alegría saludo a los peregrinos turcos: a los fieles de la Arquidiócesis de Esmirna, encabezados por su Pastor, Mons. Lorenzo Piretto. Queridos hermanos y hermanas, esta experiencia de gracia los ayude a permanecer firmes en la fe y a testimoniar el evangelio de la misericordia en la vida de cada día. Les aseguro mi oración y con afecto los bendigo a ustedes y a sus familias».
El Santo Padre renovó para todos su exhortación a las obras de misericordia:
«En este año de la Misericordia, acojamos con fe el amor del Señor en nuestra vida y caminemos con valentía por la senda del perdón y del don que Jesús nos propone.
Con sus obras de misericordia, hagan resplandecer cada vez más en el mundo el rostro misericordioso de Jesús.
Queridos amigos, ser misericordiosos quiere decir saber tender la mano, ofrecer una sonrisa, cumplir un gesto de amor hacia cuantos están en la necesidad. Cuando somos generosos, nunca faltan las bendiciones de Dios.»
El Papa reiteró su anhelo de que la peregrinación jubilar y el pasar por la Puerta Santa alimente la fe, dé un renovado impulso a la esperanza y haga fecunda la caridad, en especial hacia los hermanos más necesitados.
Antes de llegar a la Plaza de San Pedro, el Papa saludó y bendijo en el Aula Pablo VI a los enfermos, que debido a la lluvia siguieron desde allí la audiencia general.
En la fiesta de San Mateo, Apóstol y Evangelista, el Obispo de Roma recordó  su generosa respuesta a la llamada de Cristo y su ejemplo, en las palabras que dedicó a los jóvenes, a los enfermos  y a los recién casados:
«Hoy es la Fiesta de San Mateo, Apóstol y Evangelista. Que su conversión sea ejemplo para ustedes, queridos jóvenes, para vivir la vida con los criterios de la fe. Que su mansedumbre los sostenga a ustedes, queridos enfermos, cuando el sufrimiento parece insoportable: Que su seguimiento al Salvador, les recuerde a ustedes, queridos recién casados, la importancia de la oración en la historia matrimonial que han emprendido».
(CdM – RV)
(from Vatican Radio)