«Una nueva estrategia. Un proyecto ambicioso». Así resume Vincenzo Paglia la misión de la Iglesia para la defensa de la vida y la familia en tiempos de Francisco. No se trata de renunciar a las luchas de siempre. Pero tampoco de fosilizarse en posiciones de retaguardia. En entrevista con Alfa y Omega, el presidente de la Pontificia Academia para la Vida y gran canciller del Instituto Juan Pablo II explica los porqués de un nuevo rumbo que ha desatado no pocas controversias
¿Qué desea el Papa Francisco con la reforma a la Academia para la Vida?
Hoy existe una cultura mayoritaria según la cual cualquier cosa es matrimonio, cualquier cosa es familia. Este horizonte cultural exige de parte de la Iglesia, según el Papa Francisco, una reflexión adecuada. Eso implica una reestructuración de organismos de la Curia Romana. La academia, que estaba concentrada en cuestiones relativas a la bioética, exige una ampliación de horizontes. Se trata de entender la vida como las edades de la vida. Tomar las dimensiones de la vida humana en su complejidad, en todos sus aspectos y condiciones, vinculada a la relación entre el hombre y la creación. Es la «ecología humana» de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Todo esto exige un rediseño, una ampliación de las perspectivas, una multiplicación de los temas, un recambio.
¿Se retira la Iglesia de la lucha en defensa de la vida no nacida?
No. Está claro que existen ciertos prejuicios sobre este tema; a veces se han convertido en batallas ideológicas situaciones muy delicadas y complejas que exigen una atención detallada. La vida, si la comprendemos en sentido global, requiere un abordaje mucho más articulado que simplemente repetir un principio llamado no negociable. Nadie quiere negociar nada, al contrario. Reivindico la necesidad de una mayor profundidad al defender la vida, una mayor eficacia e involucrar a la mayor cantidad de aliados posible. Es una nueva estrategia, mucho más compleja y extendida. Eso nos lleva a mar abierto, no nos cierra en posiciones a la defensiva, sino que nos da la responsabilidad de fermentar la cultura contemporánea. El proyecto es muy ambicioso: nosotros no queremos defender, queremos cambiar el mundo. Esto requiere un cuerpo a cuerpo, recorrer senderos nuevos, caminos polvorientos, a veces pasar entre las espinas. Este itinerario debe ser manejado, no sufrido. Las batallas deben ser afrontadas para ganarlas, no para ser derrotados.
¿Usted sabe que, para muchos católicos, lo que usted dice es percibido como una renuncia a luchar por los valores cristianos?
Yo pienso exactamente lo contrario. Estoy tan convencido de la fuerza de los valores cristianos que no los debo defender yo, se defienden solos. Con esa actitud no solo no silencio la identidad, al contrario, la vuelvo tan fuerte que es capaz de tocar a quien no cree. Sé bien que vivimos en un cambio de época dramático, pero justamente por eso o nos salvamos juntos, o no nos salvamos. Reivindico la fuerza del Evangelio, que es más que una ideología; reivindico la fuerza del diálogo, que no es diplomacia, es mucho más. Esta es la estrategia de quien piensa que la fe no tiene necesidad de fortines, la fe es mucho más fuerte que el príncipe de este mundo.
¿Este es el sentido de los cambios aplicados en la academia en los últimos tiempos? Como el cambio de los estatutos, donde se quitó el juramento obligatorio de los académicos.
Debo aclarar una cosa: sobre el cambio de los estatutos, yo solo recogí lo que se había decidido precedentemente.
¿Se estaba ya trabajando antes sobre eso?
Ya estaba todo listo antes de mi llegada. Eran propuestas de la administración anterior, yo solo recogí el material y se lo llevé al Papa. No es Paglia quien cambió todo, nosotros solo ampliamos la participación [entre los académicos] a algunos exponentes de otras religiones y confesiones, incluso no creyentes. Pero todos ellos deben estar dentro de un cuadro de defensa de la vida. No acepté a científicos favorables a la guerra, por poner un ejemplo. Algunas posiciones pueden ser un poco diferenciadas, pero con la certeza de que ninguno actuará contra el pensamiento católico.
¿Esto lo saben los académicos? El nombramiento de algunos generó encendidas polémicas.
Lo saben. El escenario es tan dramático que debemos tener el mayor número posible de científicos que reman en una misma dirección. El camino es ese. Algunos quizás están en el borde, pero están dentro del camino. Hoy está en juego la humanidad, hoy existe la tentación de poder crear la vida, de manipular el universo… Son desafíos gigantescos que nos piden alianzas lo más amplias posible.
¿Eso implica descartar las definiciones históricas de la Iglesia en bioética?
Al contrario. Pero si solo nos detenemos en una o dos batallas, estoy seguro de que perderemos incluso esas.
¿Están trabajando sobre una comisión para reformar la encíclica Humanae vitae?
No existe ninguna comisión, eso ha sido todo inventado. De todas maneras, estoy convencido de que uno de los temas centrales de nuestro tiempo, visto entonces por Pablo VI, es la procreación. ¿Cuál es el problema? Existe la tentación de querer cómo se genera vida: en China se obliga a tener solo un hijo. Luego el que puede engendrar no lo hace. El que no puede se vuelve loco por engendrar hasta bombardear su propio cuerpo. El crecimiento está descuadrado por los pocos nacimientos y la extensión de la vida anciana. Ante esto es miope plantear el problema en términos anticonceptivos sí o no, cuando hoy los hijos se hacen en probeta, existen los vientres de alquiler, la teoría de género… El riesgo es que, de tanto mirar para atrás, perdamos la batalla de la cultura. ¿Cómo anunciar el Evangelio de siempre a los hombres de hoy, individualistas, que pretenden controlar la procreación? Este es el gran desafío. Enorme. Y nosotros jugando a ver quién es más tradicionalista.
¿Y el Instituto Juan Pablo II sobre matrimonio y familia perderá su nombre? ¿Cerrará?
¡Es una locura! Estas son noticias falsas, una mentira dicha por quien no quiere entender. No solo conserva el nombre, el instituto necesita ser reforzado. Queremos ampliarlo, darle prestigio en el campo internacional. Nosotros enriqueceremos las enseñanzas, fortaleceremos académicamente el instituto y conservará su nombre, Juan Pablo II. No puede ser de otra manera.
¿Siente que existe una campaña mediática con todas estas informaciones falsas?
A mí me entristece que existan estas acusaciones, falsedades y detracciones. Lo que estoy diciendo es lo que se hará. He pedido a las conferencias episcopales que manden alumnos. Querían cerrar la sede australiana y yo me opuse, llamando a otro obispo para cambiarlo de diócesis pero para que continúe. Es más, propuse su apertura también en algún país de África.
Y utilizarlo para estudiar fenómenos como la poligamia, que tanto preocupa a los obispos africanos…
Para que se reflexione sobre todas estas situaciones. La Conferencia Episcopal de Mozambique me escribió porque quiere abrir una sección. Quisiera que nazca también en el África anglófona. Es indispensable reforzar el nivel cultural del instituto en su sede central, para que los afiliados puedan alzar ellos también el nivel y reflexionar así, en manera más detallada, las situaciones del mundo contemporáneo.
¿Qué responde a quienes cuestionan su compromiso en defensa de la vida?
Algunos amigos estadounidenses dudan de que yo defienda la vida. Yo les dije: la vida no solo la defiendo, faltaría más que yo estuviera a favor del aborto, ¿pero estamos locos? Lo que me pregunto es: ¿por qué ellos no están en contra de la pena de muerte? En estos últimos cinco meses 6.500 personas murieron por armas de fuego en Estados Unidos. ¿Alguien habla de ellos? La vida de estas personas, muchas veces jóvenes, ¿vale menos? ¿Tenemos que estar callados? ¿Por qué no las defendemos? Por esto acuso de no defender la vida. Pongamos todo sobre la mesa, eso quisiera yo.
Andrés Beltramo Álvarez
Ciudad del Vaticano