miércoles, 19 de abril de 2017

Una esperanza en medio de la tragedia humana


La confesión sorprendió a todos. «Ayer llamé por teléfono a un joven con una enfermedad grave para darle un signo de fe». Pero el Papa, que buscaba consolar, terminó conmovido por una simple constatación del enfermo: «A mí no me preguntaron si quería asumir esto». Ese episodio resumió todo el mensaje de Francisco en esta Pascua. Ante la tragedia del mundo, ante la violencia y la sinrazón, la Iglesia anuncia un mensaje sencillo pero poderoso a la vez: Jesús ha resucitado. Por ello existe un horizonte, existe esperanza
El Pontífice dijo palabras improvisadas el Domingo de Resurrección ante miles de personas congregadas en la plaza de San Pedro. No estaba previsto que predicase. Ya tenía preparada su bendición urbi et orbi, que pronunciaría después de la Misa. Pero algo lo impulsó a hablar y contó la anécdota de aquella llamada del Sábado Santo que lo conmovió. «Llamé para dar un signo de fe a un joven culto, un ingeniero. Le dije: “No existen explicaciones para lo que te sucede; mira a Jesús en la cruz, Dios hizo esto con su Hijo. No existe otra explicación”. Él me respondió: “Sí, pero preguntó a su Hijo, y su Hijo dijo sí. A mí no me preguntaron si quería asumir esto”. Esto nos conmueve. A ninguno de nosotros nos preguntan: ¿Estás contento con lo que ocurre en el mundo? ¿Estás dispuesto a llevar esta cruz? Pero la cruz sigue adelante. Y la fe en Jesús cae», constató.
Es el misterio del mal en el mundo. El mal que toca muy de cerca. Si Cristo ha resucitado, ¿cómo pueden suceder tantas desgracias, enfermedades, tráfico de personas, guerras, destrucciones, mutilaciones y odio?, cuestionó Francisco. Y él mismo respondió, advirtiendo que la resurrección «no es una fantasía», sino la historia de la piedra descartada que se convirtió en el fundamento de toda la existencia humana. Es la ambivalencia de la cruz: la muerte que da sentido a la vida.
Esa dualidad, muerte y esperanza, pareció marcar los oficios de Semana Santa presididos por el Papa. El mal y el bien se fundieron en la Misa in coena domini que celebró la tarde del Jueves Santo en la cárcel de Paliano, a las afueras de Roma. Allí, saludó, uno por uno, a cerca de 70 detenidos, dos de ellos en régimen de aislamiento y otros diez que padecen tuberculosis. La mayoría de ellos son «colaboradores de la justicia», es decir arrepentidos con beneficios judiciales. Muchos de ellos son exmafiosos.
Volvió a lavar los pies a mujeres
El Papa Francisco mantuvo la tradición que él mismo inauguró en 2013: lavó los pies también a las mujeres. En este caso fueron nueve hombres y tres mujeres. Durante la homilía aseguró que Cristo lavó los pies de sus discípulos para demostrar que él era Dios y estaba dispuesto a amar hasta el final.
«Hoy, cuando llegué, había mucha gente que saludaba. “Eh, que viene el Papa, el jefe de la Iglesia…”. Pero cuidado, el Jefe de la Iglesia es Jesús. Aunque el Papa es la imagen de Jesús y yo quisiera hacer lo mismo que Él hizo», aclaró. Las imágenes de Francisco con los encarcelados conmovieron. Este hombre de 80 años no tuvo problemas para arrodillarse, lavar, secar, besar y sonreír.
El mismo jueves el Papa tuvo tiempo de almorzar con diez sacerdotes de Roma en el apartamento del sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano, Giovanni Angelo Becciu. Después pasó a saludar al Papa emérito, Benedicto XVI, al convento Mater Ecclesiae, en el que reside. Le felicitó por partida doble: por la Pascua y por su 90 cumpleaños.
Esperanza y vergüenza
El Viernes Santo lo vivió con intensidad. Por la tarde, la adoración a la santa cruz comenzó con Francisco postrado en el suelo en gesto de humildad. Lo hizo de cuerpo entero, revestido de rojo. No tomó la palabra, tan solo escuchó al predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa. El sacerdote capuchino citó al Cristo de San Juan de la Cruz, obra del pintor surrealista Salvador Dalí, para explicar el impacto de la crucifixión también en la actualidad, en una «sociedad líquida», en el tiempo de la «nube atómica». «Hay esperanza, porque encima de ella está la cruz», apuntó.
Esperanza y vergüenza fueron las palabras clave del vía crucis en el Coliseo romano. Una ceremonia blindada por la Policía y el Ejército, como todas las que celebró el Pontífice en estos días santos. Con un fondo de sutil temor al terrorismo. Fue un vía crucis con toque femenino. La biblista francesa Anne-Marie Pelletier, encargada de redactar las meditaciones, introdujo nuevas estaciones en el texto del camino al Calvario. Así, aparecieron pasajes como Jesús es negado por Pedro, Jesús y las hijas de Jerusalén Jesús en el sepulcro y las mujeres.
Al final, el Papa clamó vergüenza por la sangre derramada cada día de mujeres, niños, inmigrantes y personas perseguidas por el color de su piel, por su pertenencia étnica yufragio. Por los hombres y mujeres «quebrados por la guerra». social, por su fe en Cristo. Vergüenza por las imágenes de devastación, de destrucción y de na
«Vergüenza por todas las veces que nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas escandalizamos y herimos tu cuerpo, la Iglesia […]. Vergüenza por nuestro silencio ante las injusticias, por nuestras manos perezosas al dar y ávidas de arrancar y conquistar. Por nuestra voz chillona al defender nuestros intereses y tímida al hablar de los intereses de otros. Por nuestros pies veloces en el camino del mal y paralizados en el del bien», precisó.
Pero también empujó a la esperanza. La esperanza de la cruz, capaz de transformar los corazones endurecidos y convertirlos en corazones de carne que sueñen, perdonen y amen. «Transforma esta noche tenebrosa de tu cruz en alba refulgente de tu resurrección», pidió.
Mujeres que sostienen el peso de la injusticia
Una noche tenebrosa que dio paso a la vigilia pascual, a la bendición del fuego nuevo en el atrio de la basílica de San Pedro y al cirio que iluminó el templo a oscuras. Durante la celebración, el Papa bautizó, confirmó y dio la comunión a once catecúmenos, seis varones y cinco mujeres, entre ellos la española Alejandra Cacheiro Bofarull, de 19 años.oscuras. Durante la celebración, el Papa bautizó, confirmó y dio la comunión a once catecúmenos, seis varones y cinco mujeres, entre ellos la española Alejandra Cacheiro Bofarull, de 19 años.
El Papa centró su reflexión en las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío. Mujeres abrumadas por la muerte de Jesús, pero que aguantaron y resistieron al sabor amargo de la injusticia como tantas madres de la actualidad, abuelas, niñas y jóvenes que resisten el peso y el dolor de la injusticia inhumana. «En ellas también vemos el rostro de aquellos que sufren el desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de familia; […] el rostro de tantas madres que lloran por ver cómo la vida de sus hijos queda sepultada bajo el peso de la corrupción, que quita derechos y rompe anhelos bajo el egoísmo cotidiano que crucifica y sepulta la esperanza de muchos, bajo la burocracia paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien», agregó.
Bendición urbi et orbi
Pero la resurrección trae esperanza, aclaró Francisco. Esperanza concreta para los lugares martirizados de la tierra y para las situaciones que atormentan al ser humano. De ellas pasó revista, en su bendición urbi et orbi del Domingo de Resurrección.
Asomado al balcón central de la basílica de San Pedro, instó a llevar alivio a Siria, «martirizada por la guerra y el horror». Apremió a buscar la paz en Ucrania, Sudán del Sur, Somalia y la República Democrática del Congo. Imploró por las víctimas de los trabajos inhumanos, del tráfico de personas, de la explotación y discriminación, de las graves dependencias y de quien tiene el corazón herido por las violencias que padece dentro de los muros de su propia casa.
Lamentó las tensiones políticas y sociales en América Latina que, en algunos casos, han sido sofocadas con la violencia. Y solicitó que «se construyan puentes de diálogo, perseverando en la lucha contra la plaga de la corrupción y en la búsqueda de soluciones pacíficas válidas ante las controversias, para el progreso y la consolidación de las instituciones democráticas, en el pleno respeto del estado de derecho».
Y concluyó: «Este año los cristianos de todas las confesiones celebramos juntos la Pascua. Resuena así a una sola voz en toda la tierra el anuncio más hermoso. Es verdad, ha resucitado el Señor. Él, que ha vencido las tinieblas del pecado y de la muerte, de paz a nuestros días. Feliz Pascua».
Andrés Beltramo Álvarez
Ciudad del Vaticano

Las cuatro pruebas de la resurrección de Jesús


El investigador Laureano Benítez ofrece las conclusiones de su trabajo en Resurrectio
«Jesús resucitó hace dos mil años, y sigue vivo entre nosotros»: Laureano Benítez es un investigador español que se ha dedicado en los últimos años a estudiar todo lo relacionado con la muerte y con la resurrección de Cristo. Fruto de ello son sus libros Crucifixio y Resurrectio, ambos en la editorial Sekotia, en los que aporta datos que prueban lo sucedido durante la pasión y la resurrección del Señor.
«La resurrección fue un hecho real avalado por datos históricos y científicos», afirma. Este jueves ofrece sus conclusiones en una conferencia en el Foro Juan Pablo II, de la parroquia de la Concepción de Nuestra Señora, en Madrid, a las 20 horas. Además de aportar pruebas que desmienten las «teorías descabelladas acerca del final de la vida terrena de Jesús –que no murió en la Cruz, que su tumba está en Cachemira…–», Laureano Benítez ofrece cuatro evidencias que demuestran la resurrección como un hecho cierto.
«La primera de ellas es el sepulcro vacío. Los mismos evangelios afirman que los judíos difundieron el bulo de que sus discípulos habían robado el cuerpo, lo cual evidencia de manera clara que el sepulcro estaba vacío y que este hecho estaba aceptado por todos, no lo negaba nadie», señala.
Además, «está la Sábana Santa. Algo le pasó al cadáver para que recibiera la impresión que muestra. Ahí hay una radiación extraña que se puede asociar con la resurrección. Y además, que la resurrección fue la de Jesús, no la de otra persona, al cotejar los datos que dan los evangelios sobre la pasión con las heridas que aparecen en el lienzo».
Junto a ello, «tenemos el cambio experimentado por los Apóstoles, un grupo de timoratos que de repente se lanza a comunicar al mundo la buena noticia de Jesús, hasta el punto de dar su vida. Algo muy fuerte les tuvo que pasar para que actuaran así».
Por último, hay que añadir «el triunfo de la Iglesia, que después de 2.000 años sigue aquí, señal que hay un energía viviente dentro de ella, un ser viviente que le da impulso».
Todas las evidencias muestran que Jesús resucitó, «y además sigue vivo, entre nosotros. Tantos mártires de ayer y de hoy lo prueban también. Jesús está vivo, y sigue con nosotros hasta el fin del mundo, una fuerza que vive dentro de cada uno por la gracia, una persona que lucha en nosotros contra las dificultades, contra el pecado. No es algo del pasado, es Alguien que vive con nosotros hoy».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Alfa y Omega

El fundamento de nuestra fe nace de un acontecimiento histórico, afirmó el Papa en la catequesis

En la liturgia de estos días de Pascua oímos a san Pablo presentar la resurrección de Jesús como el fundamento de nuestra fe y esperanza. En efecto, el apóstol aborda el tema de la Resurrección de Jesús, y lo hace a partir del testimonio apostólico de los primeros discípulos de Cristo:
“Nos encontramos hoy, en el contexto de la Pascua, que hemos celebrado y seguimos celebrándola en la liturgia, - dijo Francisco en nuestro idioma. Cristo resucitado es nuestra esperanza. El cristianismo es un camino de fe que nace de un evento, testimoniado por los discípulos de Jesús. Como nos dice San Pablo: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado, resucitó al tercer día y se apareció a Pedro y a los Doce. Si todo hubiese terminado con la muerte de Jesús, sólo tendríamos en él un ejemplo de entrega y generosidad, pero no sería suficiente para generar nuestra fe, porque la fe nace en la mañana de Pascua”.
En la Audiencia General del miércoles de la Octava de Pascua, al proseguir con el ciclo de catequesis sobre la esperanza cristiana, el Santo Padre meditó sobre el anuncio del gran pregonero de Jesucristo, y reiteró que la fe cristiana no es una ideología ni un sistema filosófico, fruto de una reflexión de algún hombre sabio, sino un acontecimiento concreto que tiene inicio en la mañana de Pascua con la tumba vacía, y, más tarde, con la aparición de Jesús resucitado:
“San Pablo, al relatarnos la experiencia de las personas que han entrado en contacto con el Resucitado, hace referencia primero a Cefas, luego a los Doce, después a más de quinientas personas, a Santiago y por último se cita a sí mismo. Jesús quiso salir al encuentro de Pablo, perseguidor de la Iglesia, cuando iba camino de Damasco, y para el Apóstol ese fue un acontecimiento que cambio su vida”.
Se trata de una cuestión de hecho, un acontecimiento concreto aquel relatado por el apóstol, quien nos posiciona históricamente junto a las personas que han entrado en contacto con Jesús resucitado, a partir de Cefas: “Jesús ha muerto, fue sepultado, resucitó y se apareció, es decir, Jesús está vivo. Éste es el centro del mensaje cristiano”, proclamó el pontífice.
“También el Señor quiere hacerse presente en nuestras vidas para conquistarnos y no abandonarnos jamás. Ser cristianos significa reconocer y abrazar el amor que Dios tiene por nosotros, que vence el pecado y la muerte”.
El Obispo de Roma explicó que el cristianismo no es sólo la búsqueda titubeante que nosotros hacemos de Dios, sino aquella que Él hace de nosotros, porque Jesús nos ha aferrado para no dejarnos jamás. Por eso el cristianismo es una gracia, una sorpresa, y presupone un corazón que sea capaz de maravillarse, porque “un corazón cerrado, un corazón racional, es incapaz de maravillarse y no puede comprender lo que es el cristianismo. El cristianismo en una gracia y la gracia sólo se percibe, es más, se encuentra, en el estupor del encuentro”.
Con la invitación a llevar en estos días de Pascua, el gozo de la resurrección del Señor, el Papa concluyó su catequesis augurando que “podamos comunicar con nuestra vida que él está aquí y vive en medio de nosotros”.
(Griselda Mutual - Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)

PASCUA 2017

Apertura oficial de la causa de beatificación del P. Jacques Hamel


El Arzobispo de Rouen (Francia), Mons. Dominique Lebrun, confirmó la apertura oficial de la causa diocesana de beatificación del sacerdote Jacques Hamel, asesinado por extremistas mientras celebraba la misa en la iglesia de St. Etienne du Rouvray, en Normandía. El arzobispo lo anuncio durante la Misa Crismal que presidió este Jueves Santo, en la Catedral de la ciudad.
Una causa que inicia gracias a la autorización que llega sea desde la Congregación por la causa de los santos, que desde el papa Francisco, que ha permitido de suspender la regla canónica que impone un tiempo de al menos cinco años antes de abrir el proceso de canonización.
Con el padre Hamel son tres los casos que en los tiempos recientes vieron la suspensión de los cinco años necesarios. La más rápida fue la de Juan Pablo II fallecido el 2 de abril de 2005, autorizada por Benedicto XVI 26 días después de su muerte. Siguiendo todos los pasos del procedimiento, la beatificación fue el 1 de mayo de 2011, seis años después, y la canonización el 27 de abril de 2014, 9 años después.
El otro caso se refiere a Madre Teresa fallecida el 5 de septiembre de 1997. Juan Pablo II autorizó el inicio de la causa a los 4 años. Otros dos años y Juan Pablo II la proclama beata. La canonización fue 19 años después de su muerte, el 4 de septiembre de 2016, durante el Jubileo de la Misericordia.
Por su parte la Conferencia Episcopal Francesa difundió la oración oficial para pedir la intercesión del P. Jacques Hamel
Padre Jacques Hamel,
¡Concédenos el favor de presentar nuestra oración a Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo!
Tú que consagraste tu vida a Él:
que Dios nos ayude a cumplir su voluntad,
simple y fielmente cada día.
Tú que le has ofrecido el pan y el vino:
que Dios nos ayude a abrir nuestras vidas para su gloria y la salud del mundo.
Tú que has desenmascarado a Satanás, el divisor:
que Dios nos ayude a repeler sus tentaciones
en acogida al espíritu de amor y de perdón.
Tú que has muerto en los hábitos de la oración:
que Dios nos ayude a dar testimonio de Jesús y de su Evangelio hasta el final.
También presenta a Dios
esta intención particular: (se menciona la intención).
Por último, presenta a Dios con insistencia la petición
de la diócesis de Rouen por la juventud
que consagra su vida a Él.
¡P. Jacques Hamel, ruega por nosotros!
Zenit

Tras la Comunión y la Unción exclamó con leve sonrisa: «Gracias, ahora me voy en paz»


Ginés, un enfermo al que atendí la víspera de su muerte, después de administrarle la Comunión y la Unción exclamó con leve sonrisa: «Gracias, ahora me voy en paz, porque me reencontraré con mis padres en el cielo». Eugenia, la esposa que estaba presente, me hizo después esta pregunta: ¿Qué es el cielo que él espera? Como respuesta le aporto estas sugerencias:
«Jesús, en la cruz, promete al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Evoca el sueño primigenio de Dios para la humanidad, inmersos en un ámbito gozoso donde se vive la plena comunión con Dios, con la naturaleza y con los otros seres humanos. Para Ginés se cumple la promesa de Jesús cuando se despide de sus discípulos: «No tengáis miedo, me voy a la casa del Padre, os prepararé sitio, volveré y os llevaré conmigo para que donde yo esté, me acompañéis vosotros para siempre».
El Apocalipsis anuncia la visión de una nueva ciudad bajada del cielo, del lado de Dios, como su morada entre los hombres. Él habitará en medio, enjugará las lágrimas de sus ojos y ya no habrá más muerte ni luto, ni llanto, ni pena, porque el mundo del dolor y del fracaso habrá desaparecido para siempre. Pablo reconoce que «ahora vemos, como por medio de un espejo, confusamente, junto a Dios le veremos cara a cara, de la misma manera que Dios nos conoce».
El cielo es Dios mismo que, en Cristo, se abajó de su cielo a nuestro suelo para, en su Ascensión, subir a la humanidad hasta el abrazo definitivo de todos los hijos pródigos en la casa del Padre que nos rehabilita, nos reviste y organiza una fiesta interminable de felicidad.
A esa gozosa realidad apuntabais, cuando en momentos de plenitud os decíais: «Tú eres un cielo para mí». Todos estamos convocados a la tarea de multiplicar rincones paradisíacos en los diversos ámbitos de nuestra vida como anticipo de ese cielo definitivo, donde todo es gratuito. La acción de gracias es la única acción que se cotiza y la única obligación es la caridad. Ten confianza, porque tu esposo ha tomado refugio en el regazo del amigo».
Jesús García Herrero
Capellán del tanatorio M-30. Madrid
Alfa y Omega

La sangre de los mártires y la ironía cristiana de construir la ciudad


La liturgia de la Semana Santa, que acabamos de celebrar, nos ha puesto delante de los ojos el hecho imponente de que la salvación del mundo no acontece mediante la victoria de una justicia o de un poder humano, sino mediante el sufrimiento del Justo, mediante la muerte y resurrección de Jesús. 
Para los apóstoles, que no andaban sobrados de filosofía, se trataba de algo a la vez sencillo y tremendo, que tuvo que cambiar radicalmente su modo de pensar. Ellos esperaban que el verdadero Reino de Israel fuese restablecido por la fuerza (evidentemente buena y justa) de un Mesías que habría tenido que abatir a sus enemigos en el campo de batalla, y se encontraron con la paradoja de que el Mesías era ejecutado en el infamante palo de la cruz. Así había de ser, como les había advertido el Maestro, y al verle resucitado, en medio de un estupor inenarrable, evidentemente recordaron aquella advertencia, lo cual no quita nada al hecho de que su mentalidad hubo de darse la vuelta como un calcetín.
La historia cristiana que arranca del acontecimiento de la Resurrección ha necesitado volver una y otra vez a este punto central, ciertamente paradójico: es la muerte y resurrección de Cristo la que realiza la única liberación radical, la única salvación personal e histórica verdaderamente sustancial, y ningún esfuerzo por establecer la justicia puede sustituir a ese hecho. Ahora bien, para los cristianos hubo de plantearse inmediatamente cómo moldeaba esta verdad central su forma de estar en el mundo, cómo habían de entender su relación con los diversos poderes de la época y con los ordenamientos de una ciudad de la que nunca quisieron segregarse (como bien revela la famosa Carta a Diogneto) y de la que siempre se han sentido protagonistas en la medida de sus posibilidades.
Dejando a un lado exageraciones unilaterales que siempre fueron adecuadamente corregidas y purificadas, la línea maestra del magisterio y del sentir eclesial fue siempre la de reconocer la autoridad civil constituida y colaborar con ella en cuanto fuera posible. Evidentemente no por instinto de sumisión, sino porque entendía que esa autoridad ocupaba un lugar en el designio de Dios para el hombre. Para los cristianos dicha autoridad nunca fue portadora del sentido de la vida, del bien y de la verdad, y por tanto no se le reconocía un valor sagrado, pero sí un valor relevante para el orden y la convivencia, como formularía de modo transparente San Agustín.
Bajo la guía de los grandes Padres y Maestros de la Iglesia antigua, con la experiencia viva de la fe encarnada en circunstancias históricas cambiantes, fue creciendo la conciencia eclesial de cómo habían de afrontar los cristianos todo tipo de vicisitudes: desde el asedio de los bárbaros a las leyes de la familia, la ayuda a los pobres, o la protección de las caravanas frente a los bandidos. Esto sucedió de un modo dinámico, nunca cerrado o completo; podríamos decir que se trataba de aproximaciones llenas de realismo y marcadas por una especie de ironía. Las leyes, las formas sociales o los ejércitos eran necesarios para la peregrinación terrena y debían ser continuamente plasmados y purificados por la experiencia de la fe, pero no eran una respuesta definitiva ni exhaustiva al problema del mal, de la inseguridad o de la infidelidad de los hombres. Sobre eso, el cristiano no se hacía ilusiones.
De hecho la centralidad de los mártires en la vida de las primeras comunidades cristianas recordaba siempre que sólo Cristo, que pasó por la muerte en cruz, es salvador del hombre y del mundo. La raíz del mal, tanto si anida en el corazón como si permea las entrañas de la convivencia social, es demasiado profunda como para ser vencida definitivamente con nuestro coraje y empeño, por otra parte siempre necesarios para intentar limitar sus consecuencias.
También hoy, ante la prepotencia del mal manifestado de tantas formas, los cristianos se sienten llamados a sumar brazos, inteligencia y corazón para establecer formas más adecuadas para la convivencia, para proteger a los inocentes y defender una ciudad más digna del hombre. Deben hacerlo apasionadamente y con toda la riqueza de sugerencias que fluye de la tradición cristiana, pero con la conciencia última de que sus intentos son siempre insuficientes y provisionales, porque sólo la potencia del Resucitado puede curar la enfermedad profunda que recorre la historia. Ambas dimensiones quedan ilustradas, por ejemplo, en la dramática circunstancia que viven ahora mismo las comunidades cristianas en Medio Oriente.
Joseph Ratzinger ha afrontado esta cuestión ampliamente y con profundo equilibrio. En su libro Fe, verdad, tolerancia, explica que los ordenamientos que podemos alcanzar son necesariamente relativos, y sólo en ese sentido pueden considerarse justos. Nuestra tarea en la construcción de la ciudad consiste en conservar el bien que ya se haya conseguido en cada momento, y en defendernos contra la irrupción de los poderes de la destrucción, que siempre vuelven. Al mismo tiempo, en sus catequesis del Año de la Fe, ya como Papa Benedicto XVI, subrayaba que «es la sangre de los mártires, el grito de la Madre Iglesia lo que hace caer a los falsos dioses» y permite así la transformación radical del mundo.
José Luis Restán/PáginasDigital.es

Papa Francisco en Lunes del Ángel: La última palabra no es sepulcro ni muerte sino vida



Al presidir el rezo de la oración mariana del Regina Coeli que en el tiempo de Pascua reemplaza al Ángelus, el Papa Francisco señaló que con la resurrección de Cristo, «la última palabra no es sepulcro, no es la muerte, sino la vida».
Así lo indicó el Santo Padre bajo un soleado mediodía de Roma en el llamado ‘Lunes del Ángel’, ante miles de personas reunidas en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
«Desde que, en la aurora del tercer día, Jesús crucificado ha resucitado, ¡la última palabra no es más de la muerte sino de la vida! ¡La última palabra no es el sepulcro, no es la muerte, sino la vida!», exclamó Francisco.
«Por esto repetimos tanto: 'Cristo ha resucitado'. Porque en Él el sepulcro ha sido derrotado y ha nacido la vida», agregó.
“En este lunes de fiesta, llamado ‘Lunes del Ángel’, la liturgia hace resonar el anuncio de la Resurrección proclamado ayer ‘¡Cristo ha resucitado, aleluya!’ En el hodierno pasaje evangélico podemos escuchar el eco de las palabras que el Mensajero celestial dirige a las mujeres que llegaron al sepulcro: ‘Rápido, vayan a decirle a los discípulos que ha resucitado de entre los muertos’».
Esta invitación, dijo el Papa, está dirigida «a nosotros también» a «‘hacer rápido’ e ‘ir’ y anunciar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo este mensaje de alegría y esperanza».
Ante la fuerza de la resurrección del Señor, «que constituye la verdadera y propia novedad de la historia y del cosmos, estamos llamados a ser hombres y mujeres nuevos según el Espíritu, afirmando el valor de la vida. ¡Esto ya es comenzar a resurgir!».
«Seremos hombres y mujeres de resurrección si, en medio de las pruebas que afligen al mundo, a la mundanidad que aleja de Dios, sabemos dar gestos de solidaridad y acogida, alimentar el deseo universal de la paz y la aspiración a un ambiente libre de deterioro».
Se trata, precisó el Pontífice, «de signos comunes y humanos pero que, sostenidos y animados por la fe en el Señor resucitado, pueden adquirir una eficacia muy superior a nuestras capacidades».
«Sí, porque Cristo está vivo y obra en la historia por medio de su Espíritu Santo: rescata nuestras miserias, llega a todo corazón humano y devuelve la esperanza a quien está oprimido y sufriendo».
El Santo Padre hizo votos para que «la Virgen María, testigo silencioso de la muerte y la resurrección de su Hijo Jesús, nos ayude a ser signos claros de Cristo resucitado entre las pruebas del mundo, para que cuantos están en tribulación y en dificultades no sigan siendo víctimas del pesimismo, de la resignación, sino que encuentren en nosotros muchos hermanos y hermanas que ofrecen su sostenimiento y consuelo».
«Que nuestra Madre nos ayude a creer fuertemente en la resurrección de Jesús, admirable misterio de salvación, y en su capacidad de transformar los corazones y la vida».
El Papa también pidió la intercesión de la Madre de Dios para que «interceda de modo particular por las comunidades cristianas que están llamadas hoy en nuestro mundo a un testimonio más difícil y valiente».
«A cada uno de ustedes les auguro que pasen en la serenidad estos días de la Octava de Pascua, en la que se prolonga la alegría de la resurrección de Cristo», dijo luego.
Finalmente exhortó a tomar «cada buena ocasión para ser testimonio de la paz del Señor resucitado. ¡Buena y Santa Pascua a todos! Por favor, no se olviden de rezar por mí».
ACI/Walter Sánchez Silva

Lo reconocieron al partir el pan




Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo:
- «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
- «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»

Él les preguntó: - «¿Qué?»

Ellos le contestaron:

- «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»

Entonces Jesús les dijo:

- «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.

Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:

- «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída,»

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:

- «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:

- «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»

Y ellos contaron lo que les habla pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.