El Santo Padre se asomó ayer a mediodía al balcón del patio interior de
Castel Gandolfo para rezar el Ángelus con los fieles allí reunidos.
El
Papa comentó el evangelio de San Marcos que narra que un hombre que no era
discípulo de Jesús expulsaba a los demonios en nombre suyo. El apóstol Juan
quiere impedirlo pero Cristo no permite que lo haga, al contrario, “aprovecha
esa ocasión para enseñar a sus discípulos que Dios puede obrar cosas buenas e
incluso prodigiosas también fuera de su círculo y que se puede colaborar en la
causa del Reino de Dios de muchas formas”.
“Por eso los miembros de la
Iglesia -continuó el pontífice- no deben tener celos, sino alegrarse cuando
alguien, externo a la comunidad, obra el bien en nombre de Cristo siempre que lo
haga con intención recta y respeto.
También, dentro de la misma Iglesia puede
suceder que a veces cueste trabajo valorar y apreciar, en espíritu de comunión
profunda, las cosas buenas debidas a varias realidades eclesiales. En cambio,
todos tenemos que ser siempre capaces de apreciarnos y estimarnos unos a otros,
alabando al Señor, por la infinita fantasía con que actúa en la Iglesia y en el
mundo”.
Después, Benedicto XVI, comentó la carta de Santiago en que
“resuena la invectiva del apóstol contra los ricos deshonestos que depositan su
seguridad en las riquezas acumuladas a fuerza de abusos (...) Sus palabras,
mientras nos alertan del vano afán por los bienes materiales, constituyen un
fuerte llamamiento a usarlos en perspectiva de la solidaridad y del bien común,
obrando siempre con equidad y moralidad en todos los ámbitos”.