lunes, 5 de enero de 2015

“El papa Francisco está armando la que había que armar”

Carlos Osoro, el hombre elegido por el papa Francisco para liderar en España la primavera eclesiástica, escenificó ayer su primer golpe de mano al frente de la archidiócesis de Madrid. Cada año por estas fechas, desde el 2007, su predecesor, el cardenal Antonio María Rouco, reunía en la plaza de Colón a cientos de miles de fieles en manifestación contra el Gobierno de turno, con la pretensión de imponer la moral católica al resto de la sociedad. La disculpa era la Jornada de la Familia con motivo de la Navidad. Osoro, en el cargo desde hace apenas dos meses, ha suprimido aquella manifestación y la ha sustituido por una jornada diocesana de oración y bendiciones.
Se ha desarrollado en la catedral de La Almudena, convertida durante 24 horas en hogar de familias numerosas a las que el arzobispo ha atendido sin prisas, una a una. Con los mayores conversaba; a los niños les iba regalando una artística estampa dibujada por él mismo, además de medallas de chocolate. A todos apretó la mano efusivamente, abrazos o besos incluidos. Es una de sus características, no pequeña: la campechanía. En la terminología al uso, ya existe una definición. “Osoro no tiene mano de obispo”. Hace referencia a cómo dan la mano la mayoría de los prelados, acostumbrados a que los fieles se la besen con reverente y sumisa inclinación.
La Iglesia no está perseguida en España, lo he dicho muchas veces
No está siendo fácil el cambio en Madrid después de dos décadas de pontificado de Rouco. Osoro no suelta una mala palabra sobre sus pasos hasta ahora, pero deja algunas claves. Sobre la supresión de la ruidosa jornada de la familia, presume de que muchos obispos le han agradecido la medida. “Podrán dedicarse a su diócesis sin sentirse obligados a venir a Madrid”, dice. También cuenta, como de pasada, que recibió en su despacho y conversó durante cuatro horas con Kiko Argüello, el fundador del Camino Neocatecumenal, los famosos kikos, auténtico jaleador de las jornadas. En otro momento de la entrevista, cuando se le pregunta por la economía de la diócesis (más de 60 millones de euros de presupuesto anual), reconoce que la polémica jornada “la pagaba entera la diócesis y costaba un dineral”.
Las polémicas que no cesan
El arzobispo Osoro no se sale del guión oficial al abordar tres temas que queman en la Iglesia católica española, perpleja por la creciente secularización y abrumada por las encuestas que reflejan que es una de las instituciones peor valoradas.
»Abuso de menores. Francisco quiere acabar con la teoría de que la ropa sucia se lava en casa. Lo ha demostrado en el caso del joven sometido a abusos por sacerdotes de Granada. Osoro reconoce que la Conferencia Episcopal ha tratado el tema. “Es tan evidente que no se puede tolerar abuso alguno”, dice. No todos los obispos cumplen. Ha ocurrido con los llamados miguelianos, la orden desautorizada por el obispo de Tuy-Vigo. Allí se les ha tolerado incluso después de las primeras denuncias. Osoro, en cambio, cuando se trasladaron a Madrid, resolvió condenarlos en apenas una semana.
»Acuerdos de 1979. Los obispos son conscientes de que más pronto que tarde algún Gobierno va a pedir renegociar los privilegios que España concede al Estado vaticano. Osoro justifica: “Con ese dinero hacemos mucho bien”. ¿Piensa que los ciudadanos harían el mal si tuvieran su mismo privilegio fiscal? Asume la ironía, pero insiste en que España y el Vaticano tienen relaciones desde 1480.
»Inmatriculaciones. La ley permite a los obispos poner a su nombre cualquier bien sin propietario. Algunas diócesis han llegado a registrar jardines o la casa del maestro. Osoro reconoce que él también ha ordenado inmatriculaciones. La Conferencia Episcopal ha tratado el tema, preocupada por la mala imagen que dan esos sucesos. “Nos perjudican, pero tenemos derecho a inmatricular lo que siempre ha sido de la Iglesia, como los templos”. ¿También las casas de los maestros? “De esas exageraciones no estoy de acuerdo”.
Hay una pregunta que permite este vulgarismo: ¿la que está armando el papa Francisco, no? Osoro está de acuerdo. Y más. “Es la que había que armar. Nos está diciendo que debemos salir al mundo desde Jesús. Se nota que ha trabajado mucho el libro de los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Está haciendo posible que gente que estaba mirando hacia otra parte, vuelva la vista hacia la Iglesia con un cariño especial y con curiosidad. Nos dice que tenemos que ser audaces y que el Evangelio es alegría y encuentro, no la condena o la derrota del otro. Y todo sin miedo”.
Vive en un hogar de ancianos, visita cárceles y recorre poblados chabolistas.
La Conferencia Episcopal ha repetido estos años que la Iglesia romana está perseguida en España y que aquí se vive con miedo, en un ambiente casi pre bélico, como el que precedió al golpe de Estado militar de 1936. Osoro niega con energía. “Desde luego, no estoy de acuerdo. He dicho muchas veces que la Iglesia no está perseguida en España, ni está arrinconada, ni tiene miedo a salir al encuentro de la gente. Pero, desgraciadamente, sí que hay persecuciones en otros lugares”.
Osoro vive en un hogar de ancianos en Aravaca, a 20 kilómetros de Madrid, visita cárceles, ha recorrido —¡sin prensa!— poblados chabolistas y se presentó un día en la parroquia de san Carlos Borromeo, que Rouco quiso cerrar por díscola. También acudió a rezar con los curas del Foro de Curas, siempre perseguidos. Es el modelo Francisco. “No hago nada extraordinario. Cumplo con mi misión, que es la de Jesús. Como él, estoy abierto a todo el mundo, sin descartar a nadie”.
Se va sabiendo cómo decidió Francisco elegir a Osoro como su hombre en España. Lo sugirió en público, cuando se reunió con los obispos españoles llegados a Roma para rendir cuentas, el 3 de marzo pasado. Francisco dijo ese día a Osoro: “Le voy a cambiar el nombre; voy a llamarle el Peregrino”. Osoro, efectivamente, antes de llegar a Madrid, ha peregrinado por tres diócesis (Orense, Oviedo y Valencia), además de haber mandado mucho en Cantabria como vicario y rector del Seminario.
No hago nada extraordinario. Estoy abierto a todo el mundo
Al pontífice argentino debió llamarle la atención esa movilidad, siempre ascendente. Lo habitual es que los obispos se retiren en su primera diócesis aunque lleven décadas en el mismo destino. Pero Osoro sigue pensando que el sucesor natural de Rouco habría sido otro cardenal, en concreto Antonio Cañizares. “Si he de decir verdad, y debo decirla, no sé por qué me eligió. Nunca esperé estar aquí. Es la primera vez en mi vida que he hecho un acto de obediencia absoluta”.
Parece evidente que, al colocarlo en la archidiócesis de Madrid, tan enorme en cifras y en influencia, Francisco señala a Osoro como el próximo líder del catolicismo español y, ahora mismo, como el encargado de remover las resistencias de la Iglesia española a los cambios que exige el Vaticano. El arzobispo no está tan seguro. “Lo que se me pide es que sea el obispo de esta iglesia y que lo sea con la manera y el estilo que Francisco nos ha regalado en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, es decir, que me entregue a los fieles con la alegría del Evangelio, sin miedo, sin recelos, abierto a todos”.


"No hay futuro sin proyectos de paz", el Papa a la hora del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Bello domingo nos regala el año nuevo. ¡Bella jornada!

San Juan dice en el Evangelio que hemos leído hoy: «En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron». «La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn. 1,1-18).Los hombres hablan tanto de la luz, pero a menudo prefieren la tranquilidad engañadora de la oscuridad. Nosotros hablamos mucho de la paz, pero a menudo recurrimos a la guerra o elegimos el silencio cómplice o no hacemos nada concreto para construir la paz. De hecho, San Juan dice: «Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Porque el juicio es éste: la luz - Jesús - ha venido al mundo, pero los hombres prefirieron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Cualquier persona, de hecho, que hace el mal, odia la luz. Y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas. Así dice el Evangelio de San Juan. El corazón del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la luz descubre sus malas obras. ¡Quien hace el mal, odia la luz! ¡Quien hace el mal, odia la paz!

Hemos iniciado hace pocos días el año nuevo en el nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada Mundial de la Paz, sobre el tema “No esclavos, sino hermanos”. Mi auspicio es que se supere la explotación del hombre por parte del hombre. Esta explotación es un plaga social que mortifica las relaciones interpersonales e impide una vida de comunión marcada por el respeto, la justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tiene hambre y sed de paz; cada hombre y cada pueblo tiene hambre y sed de paz…por lo que es necesario y urgente construir la paz.

La paz no es solamente la ausencia de guerra, sino una condición general en la cual la persona humana está en armonía consigo misma, en armonía con la naturaleza y en armonía con los demás. Ésta es la paz. Sin embargo, silenciar las armas y apagar los focos de guerra sigue siendo la condición inevitable para dar inicio a un camino que conduce al logro de la paz en sus diferentes aspectos. Pienso en los conflictos que todavía ensangrientan demasiadas regiones del planeta, en las tensiones en las familias y comunidades: ¡en cuántas familias, en cuántas comunidades también parroquiales hay guerras! Así como también en los contrastes encendidos en nuestras ciudades, nuestros países, entre grupos de diferentes estratos culturales, étnicos y religiosos. Tenemos que convencernos, no obstante todas las apariencias en contrario, que la concordia es siempre posible, en todos los niveles y en todas las situaciones. ¡No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz! ¡No hay futuro sin paz!

Dios en el Antiguo Testamento hacía una promesa. El profeta Isaías decía: «Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra» (Is 2, 4). ¡Es bello! La paz es anunciada como don especial de Dios en el nacimiento del Redentor: «Paz a los hombres que amados por Él». (Lc 2, 14)Ese don debe ser incesantemente implorado en la oración. Recordemos, aquí, en la plaza, aquel cartel: “En la raíz de la paz está la oración”. Este don tiene que ser implorado y tiene que ser recibido cada día con compromiso, en las situaciones en las que nos encontramos. En los albores de este nuevo año, todos nosotros estamos llamados a reavivar en el corazón un impulso de esperanza, que debe traducirse en obras concretas de la paz. “¿Tu no estás bien con esto? ¡Haz la paz! En tu casa, ¡haz la paz! En tu comunidad,  ¡haz la paz! En tu trabajo, ¡haz la paz! Obras de paz, de reconciliación y fraternidad. Cada uno de nosotros debe cumplir gestos de fraternidad hacia su prójimo especialmente hacia quienes están extenuados por tensiones familiares o disidencias de diversa índole. Estos pequeños gestos tienen mucho valor: pueden ser semillas que dan esperanza, puede abrir caminos y perspectivas de paz.


Invoquemos ahora a María, Reina de la Paz. Ella, durante su vida terrena, conoció no pocas dificultades, relacionadas con la fatiga diaria de la existencia. Pero nunca perdió la paz del corazón, fruto del abandono confiado en la misericordia de Dios. A María, nuestra tierna Madre, le pedimos que indique al mundo entero el camino seguro del amor y de la paz. Ángelus domini...

Los Magos maestros de humildad, no confiaron en su sabiduría



Los Magos fueron los primeros de la larguísima fila de aquellos que han sabido encontrar a Cristo en su propia vida y que han conseguido llegar a Aquel que es la luz del mundo, porque tuvieron humildad y no confiaron sólo en su propia sabiduría.

A Belén, no los poderosos y los reyes de la tierra, sino unos Magos, personajes desconocidos, quizás vistos con sospecha, en todo caso indignos de particular atención.


Estos personajes procedentes de Oriente no son los últimos, sino los primeros de la gran procesión de aquellos que, a través de todas las épocas de la historia, saben reconocer el mensaje de la estrella, saben caminar por los caminos indicados por la Sagrada Escritura y saben encontrar, así, a Aquél que es aparentemente débil y frágil, pero que en cambio es capaz de dar la alegría más grande y más profunda al corazón del hombre.


En Él, de hecho, se manifiesta la realidad estupenda de que Dios nos conoce y está cerca de nosotros, de que su grandeza y poder no se expresan en la lógica del mundo, sino en la lógica de un niño inerme, cuya fuerza es sólo la del amor que se nos confía.


Los dones de los Magos, acto de justicia


Los Magos llevaron en regalo a Jesús oro, incienso e mirra. "No son ciertamente dones que respondan a necesidades primarias", en aquel momento la Sagrada Familia habría tenido ciertamente mucha más necesidad de algo distinto que el incienso y la mirra, y tampoco el oro podía serle inmediatamente útil.


Estos dones, sin embargo, tienen un significado profundo: son un acto de justicia.


Según la mentalidad oriental, representan el reconocimiento de una persona como Dios y Rey: es decir, son un acto de sumisión.


La consecuencia que deriva de ello es inmediata. Los Magos no pueden ya proseguir por su camino. Han sido llevados para siempre al camino del Niño, la que les hará desentenderse de los grandes y los poderosos de este mundo y les llevará a Aquel que nos espera entre los pobres, el camino del amor que por sí solo puede transformar el mundo.


No sólo, por tanto, los Magos se han puesto en camino, sino que desde aquel acto ha comenzado algo nuevo, se ha trazado una nueva vía, ha bajado al mundo una nueva luz que no se ha apagado.


Esa luz, no puede ya ser ignorada en el mundo: los hombres se moverán hacia aquel Niño y serán iluminados por la alegría que solo Él sabe dar.


La importancia de la humildad


Sin embargo, aunque los pocos de Belén que reconocieron al Mesías se han convertido en muchos a lo largo de la historia, los creyentes en Jesucristo parecen ser siempre pocos.


Muchos han visto la estrella, pero son pocos los que han entendido su mensaje.


¿Cuál es la razón por las que unos ven y encuentren, y otros no? ¿Qué es lo que abre los ojos y el corazón? ¿Qué les falta a aquellos que permanecen indiferentes, a aquellos que indican el camino pero no se mueven?


El obstáculo que lo impide, es la demasiada seguridad en sí mismos, la pretensión de conocer perfectamente la realidad, la presunción de haber ya formulado un juicio definitivo sobre las cosas volviendo cerrados e insensibles sus corazones a la novedad de Dios.


Lo que falta es la humildad auténtica, que sabe someterse a lo que es más grande, pero también el auténtico valor, que lleva a creer a lo que es verdaderamente grande, aunque se manifieste en un Niño inerme.


Falta la capacidad evangélica de ser niños en el corazón, de asombrarse, y de salir de sí para encaminarse en el camino que indica la estrella, el camino de Dios.


El Señor sin embargo tiene el poder de hacernos capaces de ver y de salvarnos,


Pido a Dios que nos de un corazón sabio e inocente, que nos consienta ver la estrella de su misericordia, nos encamine en su camino, para encontrarle y ser inundados por la gran luz y por la verdadera alegría que él ha traído a este mundo.


Benedicto XVI, Solemnidad de la Epifanía del Señor

ACOGER A DIOS

Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban «cerrados». Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.

Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: «Ojalá rasgaras el cielo y bajases».

Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.

Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.

Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.

Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.

Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.


No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual, tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.

José Antonio Pagola