martes, 26 de septiembre de 2017

"Los clérigos debemos estar razonablemente callados y no emitir opiniones que van más allá de la política"


La crisis en Cataluña ha llegado, para quedarse, a la Iglesia. El último en pronunciarse, hasta la fecha, ha sido el arzobispo de Toledo y primado de España, Braulio Rodríguez, quien ha criticado el escrito de más de 300 sacerdotes llamando al referéndum, y ha instado a los religiosos a "estar razonablemente callados" para no dividir a los fieles.
Así, antes de inaugurar el curso en el Seminario de Toledo, el prelado subrayó que "los clérigos debemos estar razonablemente callados y no emitir opiniones que van un poco más allá de la política, aunque ellos piensen que no, y que pueden dividir a los miembros de la Iglesia".
"Seguro que "ellos (los sacerdotes catalanes) dirán que son los problemas que están viviendo sus fieles, pero es que los demás fieles también estamos sufriendo lo mismo", añadió el primado, quien reconoció la necesidad de "ir resolviendo entre todos estas dificultades", recordando que España "es la nación más antigua de Europa".
Por otra parte, desde la Conferencia Episcopal, que este martes celebra su Comisión Permanente de otoño, en la que debatirán sobre la situación entre Cataluña y el resto de España, se sigue la cuestión con preocupación y prudencia. Ya el pasado viernes su presidente, Ricardo Blázquez, llamó a la "sensatez", en la línea de lo expresado por la Conferencia Tarraconense y por el cardenal de Barcelona, Juan José Omella, con motivo de la Mercè.
Un Omella que, según pudo saber RD, acudió este viernes a la sede de la CEE en Madrid para preparar la Comisión Permanente. Como es obvio, los obispos abordarán el referéndum del 1-O aunque fuentes oficiales no han sabido aclarar si finalmente habrá o no una nota pública durante la rueda de prensa de este jueves.
En todo caso, el portavoz de la CEE, José María Gil Tamayo, será preguntado sobre el particular, que ha sido incluido en el orden del día a últim ahora. La CEE tampoco ha querido opinar sobre la carta de los curas catalanes, considerando que "los sacerdotes dicen lo que quieren" y recuerdan que los curas pertenecen a una diócesis de la que el último y único responsable es su obispo, pero en ningún caso la CEE, informa Efe.
La Casa de la Iglesia tampoco ha querido pronunciarse sobre la queja remitida desde el Ministerio de Exteriores español al Vaticano por dicho comunicado, aduciendo que no la CEE como tal no ha recibido ningún cuestionamiento.
Jesús Bastante

Beato Pablo VI, 26 de septiembre


“Un pontífice, defensor de la verdad y de la vida humana, a menudo incomprendido. Sostuvo firmemente la barca de la Iglesia, a la que amó hasta el fin, dándole un renovado impulso con las directrices del Concilio Vaticano II”.
Hoy se celebra a san Cosme y san Damián, y también, entre otros, a Pablo VI. Giovanni B. Montini nació en Concesio, cercana a Brescia, Italia, el 26 de septiembre de 1897. Su padre Giorgio, de gran influjo en su vida, era abogado y periodista, y estaba implicado en la política. Su madre, Giuditta, comprometida en acciones sociales, pertenecía a la Acción católica. El beato fue un niño de frágil salud, sensible, tímido y juguetón, el mediano de tres varones que crecieron rodeados de cariño y de grandes valores espirituales. Muy pequeño escribió: «Mamá, seré siempre bueno, valiente y obediente; rezo a Dios por ti y quiero ser tu consuelo». Su familia fue un gran pilar para él.
Ingresó en el Seminario de Brescia a los 19 años, pero su delicada salud le obligó a estudiar como alumno externo. Fue ordenado en 1920 y partió a Roma para proseguir formándose. Tenía dotes diplomáticas y dos años más tarde se integró en la Secretaría de Estado. En 1923 lo nombraron secretario del nuncio de Varsovia, misión que su escasa salud le impidió culminar, y al regresar a Roma nuevamente volvió a la Secretaría de Estado, una responsabilidad que no deseaba para sí. En 1931 se ocupó de la cátedra de Historia Diplomática en la Academia Diplomática y fue asistente del futuro papa Pío XII, quien sucesivamente lo nombró director de asuntos eclesiásticos internos, Pro-secretario de Estado y arzobispo de Milán. En 1958 Juan XXIII lo ascendió al cardenalato y le eligió como asistente.
En estos años había configurado una recia personalidad, muy alejada de la tristeza e incertidumbre que a veces se le achacó. A su excelente formación filosófico-teológica se unía su interés por la poesía y las artes plásticas, la literatura, novela, ensayo, teatro…; era un gran lector y buen conocedor del pensamiento francés. Admiraba a Vito Fornari y a J. Herni Newman. Sus preferidos eran Pascal y Bernanos. Había difundido la cultura cristiana a través de publicaciones diversas, como la revista Studium, y había sido traductor de algunas obras. Estuvo directamente implicado en situaciones dramáticas; convivió con refugiados y presos de guerra a quienes ayudó: «Yo he sentido el doloroso problema de los refugiados; yo he sufrido la angustia de tantos seres desarraigados… ». Personas cercanas a él perdieron la vida combatiendo en el frente: «La guerra hace del mundo un sepulcro destapado». Conocía los problemas de los obreros y estaba al tanto de las sombras que internamente poblaban la Iglesia. Había experimentado instantes de soledad: «Atravieso días de tensión, en los que temo no saber conservar la calma ni responder a las crecientes llamadas de tantas, menudas, exigentes ocupaciones. Con frecuencia esto me pone triste y no siempre soy cortés… Mucho que hacer y pocos colaboradores», confió humildemente a sus padres en 1942.
Como Pastor de Milán había luchado por revitalizar el espíritu religioso y salido en busca de los alejados de la fe. Añadía la experiencia acumulada en los distintos viajes que había efectuado sumándose a la visión que le proporcionaba el Concilio Vaticano II. Así, cuando a sus 66 años el 21 de junio de 1963 fue elegido pontífice, pudo trazar un programa de acción en el que estaban presentes la paz y solidaridad sociales, la unidad de los cristianos y el diálogo con los no creyentes. En la Ecclesiam suam dejó claro por donde quería llevar la barca. Un itinerario con tres frentes: espiritual, moral y apostólico. Presente en ellos la conciencia, la renovación y el diálogo, los grandes capítulos de la encíclica.
A la muerte de Juan XXIII manifestó: «No miremos hacia atrás, no le miremos a él, sino al horizonte que él ha abierto delante del camino de la Iglesia y de la historia…». Y con esta visión el flamante pontífice asumía la grave responsabilidad que recaía sobre él, rubricando en la intimidad ese instante de su elección hecho un mar de lágrimas. De inmediato tomó las riendas del Concilio y llevó a buen puerto la herencia que el «papa bueno» le dejó. Su gobierno pontifical no fue fácil. Lo intuyó al ser elegido: «la predicción de Cristo hacia Pedro (‘Otro te ceñirá’) era un presagio de martirio, de dolor y de sangre…». En 1972 manifestó: «Tengo la sensación de que por cualquier grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios. Ahí está la duda, la problemática, la inquietud, la insatisfacción, la confrontación».
Debió contrarrestar fuertes respuestas de grupos tradicionalistas contrarios a las directrices emanadas del Concilio. Hubo disensiones, críticas feroces, sobre todo tras la publicación del Credo del Pueblo de Dios y de la Humanae vitae. En un momento dado se barajó su dimisión, pero se mantuvo firme. Defendió la verdad incansablemente y, entre otras acciones, renovó y modernizó la Iglesia, logró que los fieles colaborasen más activamente en la vida de la misma, contribuyó a la reestructuración de las instituciones vaticanas, prosiguió impulsando el diálogo ecuménico, visitó todos los continentes, y legó al mundo grandes encíclicas, como la Populorum progressio y la Evangelii Nuntiandi o la citada Humanae vitae. En 1975 publicó la exhortación apostólica Gaudete in Domino, señal de que la alegría anidaba en su corazón.
En abril de 1978 sufrió visiblemente por el secuestro y asesinato de su amigo, el político Aldo Moro. Su salud no era buena, y puede que este hecho contribuyera a minarla. Meditaba: «¿Quién soy? ¿Qué queda de mí? ¿ dónde voy?… Creo, Señor. Se acerca la hora… He amado a la Iglesia… Pero desearía que la Iglesia lo supiera, y que yo tuviese, a fuerza de decirlo, como una confidencia del corazón…». Y su corazón se detuvo el 6 de agosto de 1978, festividad de la Transfiguración. Juan Pablo II alabó «su prudencia y valentía, así como su constancia y paciencia en el difícil período posconciliar de su pontificado»; dijo que supo «conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial incluso en los momentos más críticos…». El papa Francisco lo beatificó el 19 de octubre de 2014.
Alfa y Omega

La falsa leyenda negra de Junípero Serra


El religioso franciscano fundó nueve misiones al otro lado del Atlántico y luchó para que la sociedad nativa avanzara. Sin embargo, hace poco una estatua erigida en su honor fue decapitada en California
Los héroes no son solo aquellos que, espada y escudo en mano, luchan una cruenta batalla sabedores de sus escasas posibilidades de victoria. En muchas ocasiones, los ídolos no necesitan armas ni armadura. El vivo ejemplo de ello fue Junípero Serra, un fraile franciscano que -allá por el siglo XVIII- dejó atrás a su querida España y recorrió casi 10.000 kilómetros en barco hasta México para versar a los nativos en las artes, las ciencias y el comercio.
Olvidándose de su seguridad y bienestar personal, Serra fundó además nueve misiones en el Nuevo Mundo dedicadas por completo a garantizar el bienestar de los indígenas. Fue, en definitiva, un gran hombre con un enorme listado de buenas acciones. Las mismas que, allá por el año 2015, le llevaron a ser canonizado por el Papa Francisco.
La de Junípero Serra es una historia de bondad. Aunque no debían opinar lo mismo los exaltados que, hace menos de una semana, decapitaron y pintaron de rojo una estatua levantada en su honor cerca de la Antigua Misión de Santa Bárbara.
Por desgracia, este denigrante asalto no ha sido una excepción. El pasado 23 de agosto, por ejemplo, fue también atacada una efigie del religioso ubicada en la ciudad de Los Ángeles (California). Otro tanto ocurrió en 2015 cuando, pocas jornadas después de que nuestro protagonista fuese canonizado, unos vándalos derribaron varias de sus esculturas y pintaron sobre su lápida las palabras «Santo del genocidio».
Y es que, a día de hoy son muchos los nativos que -tal y como explica José A. Sanz en «Cruces y flechas»- consideran que el religioso fue «un carcelero» que «construyó auténticos campos de concentración» y obligó «a los indios a convertirse al catolicismo». Todo falsedades, en palabras del mismo autor: «No hay evidencia alguna para afirmar que, en tiempos de Serra, hubiera conversiones forzadas de indios al catolicismo; no hay evidencia alguna que muestre que Serra fuera personalmente cruel con los indios; durante la presidencia de Serra no hubo tal destrucción de los pueblos indígenas».
La visión más cruel de este fraile contrasta también con el hecho de que, a día de hoy, este héroe patrio es el único honrado con una estatua en el Capitolio de Washington.
Triste salida de España
La villa de Petra, en la isla de Mallorca, fue la urbe que vio nacer al futuro evangelizador el 24 de noviembre de 1713. Así lo afirma el también religioso del XVIII Francisco Palou (amigo inseparable de nuestro protagonista) en su obra Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del V. P. Fray Junípero Serra.
El autor señala además que «fueron sus padres Antonio Serra y Margarita Ferrer, humildes labrados, honrados, devotos, y de exemplares costumbres» los que instruyeron a Miguel José (pues ese era su verdadero nombre) «en el santo temor de Dios». La infancia de nuestro protagonista, por tanto, se forjó en base a la religión. Así lo deja claro el cronista, quien señala que «desde luego que empezó a andar, [comenzó] a frequentar la Iglesia y Convento de San Bernardino».
Su paso por aquella escuela le granjeó, en palabras de Palou, grandes conocimientos en «la latinidad, de la que salió perfectamente instruido». Pronto quedó claro que poseía aptitudes más que claras para la filosofía y que se sentía atraído por la religión. Por ello, y a la edad de 15 años, empezó a asistir a las clases del convento de San Francisco de Palma.
«Sintiéndose llamado por la vocación religiosa, al año siguiente viste el hábito franciscano en el convento de Jesús, extramuros de la ciudad. El 15 de septiembre de 1731 emite los votos religiosos, cambiando el nombre de Miguel José por el de Junípero», explicaba el fallecido Salustiano Vicedo en su dossier Beato Junípero Serra (1713-1784), Apóstol de Sierra Gorda y California.
A partir de entonces se dedicó al estudio y a la docencia. Tarea en la que destacó sobremanera formando a decenas de discípulos. Y así permaneció hasta 1741.
Con todo, su paso por la tarima le duró poco. Ansioso de predicar en el Nuevo Mundo, Serra no pudo contener la alegría cuando le informaron de que, finalmente, se había aceptado su petición para cruzar el Atlántico y unirse al Colegio de Misioneros de San Fernando (en México). La felicidad inicial, no obstante, le duró poco. Y es que, aquello implicaba alejarse de sus padre. Al final nuestro protagonista no tuvo valor para decirles la verdad. «Visitó á sus ancianos padres, despidiéndose y tomado la bendición de ellos para volverse, respecto á haber concluido su tarea; á quienes; dexó asimismo ignorantes de su determinación, quedando por esto mas oculta», añade Palou.
Los horrores del viaje
El 13 de abril de 1749 Serra partió hacia Málaga rumbo a Cádiz. Este viaje ha sido, en cierto modo, olvidado por la historia. Sin embargo, fue más importante de lo que dejan entrever las crónicas. ¿La razón? Que, durante el trayecto, el fraile tuvo un enfrentamiento con el capitán del bajel que podría haber dado con sus huesos en el mar.
En palabras de Palou, presente en el viaje, aquel sujeto era un «hereje protervo» que no dudó en provocar a los religiosos durante las quince jornadas que estuvieron en el barco. Siempre según sus escritos, el marino atacó durante todo el trayecto a la religión «hablando inglés o algo de portugués» (pues no sabía español) y leyendo pasajes de la Biblia que consideraba inadecuados.
Serra, por su parte, no evitó el conflicto durante aquellas jornadas. «Como nuestro Fray Junípero era tan instruido y versado en el dogma y las sagradas escrituras, […] intentaba que percibiera su error», añade Palou. El enfrentamiento, en principio dialéctico, terminó desquiciando al capitán, quien llegó a «ponerle un puñal a a la garganta con intenciones (al parecer) de quitarle la vida». Sin embargo, parece que desistió cuando el español le señaló que «si no nos ponía en Málaga, nuestro rey pediría al de Inglaterra por nosotros, y su cabeza lo pagaría».
En cualquier caso, Serra arribó sano y salvo a Cádiz y, desde allí, partió hasta Veracruz (en México). A este lugar llegó tras una travesía de 99 jornadas.
Por desgracia, su suplicio no acabó cuando pisó México. Y es que, en su camino al Colegio de Misioneros de San Fernando tuvo un percance que le dejó marcado de por vida. «Se hincharon los pies a […] Junipero, de suerte que llegó á una Hacienda sin poderse tener; atribuyeronlo á picadas de zancudos por la mucha comezón que sentía, […] Le amaneció ensangrentado todo con cuyo motivo se le hizo una llaga […] le duró toda la vida», añade Palou. Ni eso podría con nuestro protagonista, decidido a continuar su labor evangelizadora y civilizadora.
Labor civilizadora
Como bien señala Vicedo en su dossier sobre este personaje, Serra permaneció seis meses en el Colegio de Misioneros de San Fernando. Pasado este tiempo dirigió sus pasos hacia la llamada Sierra Gorda (en Querétaro, México). Allí, según Palou, fueron recibidos calurosamente por los nativos de las diferentes misiones. Palabras que acaban radicalmente con la extendida idea de que los indígenas odiaban la labor de los cristianos.
Una vez en la zona, nuestro protagonista se dedicó en primer lugar a aprender la lengua de los lugareños y a dar a conocer entre ellos la religión cristiana. «Intentó imprimir en sus tiernos corazones la devoción al Señor», completa el cronista en su extensa obra.
Pero esa no fue su única labor. «Para que los indios tuviesen qué comer y vestir […] agenció por medio de sindico el aumento de bueyes, vacas, bestias, y ganado menor de pelo y lana, maíz, y frixol para poner en corriente alguna siembra, en lo qual se gastó no solo el sobrante de los 300 pesos […] que daba S. M. á cada Ministro para su manutencion, sino también la limosna que se podía conseguir por misas, y la que ofrecían algunos bienhechores», explica Palou.
En poco tiempo consiguió también aumentar las cosechas que daban de comer a los indios. Algo que logró, entre otras cosas, «aparatando [a los indios] de toda la ociosidad en la que se habían criado», organizándolos y enseñándoles técnicas avanzadas de cultivo. Por si fuera poco, también les ayudó a construir granjas y talleres.
La labor, sin duda, ayudó a los nativos a avanzar. «Fue tal la transformación realizada en aquella zona montañosa que, de un erial infructuoso, sus valles se transformaron en fecundo vergel. Y unos indios semisalvajes y ariscos, quedaron convertidos en sociables ciudadanos, instruidos en los diferentes campos de la actividad humana de aquellos tiempos», añade, en este caso, Vicedo.
El mayor defensor de la labor de Serra era Palou, pues entendía -en palabras de Sanz- que «era un modelo de misionero y que su plan de misiones era el único remedio para que los indios tuvieran un futuro».
Durante aquella vorágine civilizadora fue requerida la presencia de Serra en San Saba (Texas). Más concretamente, en una misión que había sido arrasada a base de flechas por los apaches. El fraile (para entonces «Presidente de los misioneros») aceptó, pero finalmente se canceló su partida. Por ello, y en palabras de Vicedo, «se dedicó a dar misiones populares por todo el Territorio de la Nueva España» durante un año.
Primera expedición
Mientras Serra evangelizaba medio México, la situación internacional se recrudecía. Ejemplo de ello es que, en 1767, los jesuitas fueron expulsados de todos los territorios españoles. Una decisión que dejó vacías sus misiones en la Baja California y obligó a franciscanos como Serra a asentarse en ellas. «Salimos el día 12 de marzo de dicho año, habiendo anochecido ya», añade Palou, quien viajó junto a Junípero.
Por si esta situación no fuese ya lo suficientemente peliaguda para España (la cual se arriesgaba a perder una buena parte de las misiones en la Baja California), un año después de que Serra arribara a su nuevo puesto llegaron informes de que los rusos buscaban colonizar el noroeste americano. Un desastre para los intereses de nuestra corona en la zona.
¿Cuál fue la solución ofrecida por los españoles? Adelantarse a sus competidores. «El Visitador Real José de Gálvez propuso al gobernador una expedición a Monterrey», explica Matt A. Casado en California hispana: Descubrimiento, colonización y anexión por los Estados Unidos. Sin embargo, sabía que le sería imposible colonizar solo con las armas, por lo que hizo llamar a Serra.
La expedición partió el 10 de abril de 1769 en dirección a Monterrey bajo el mando de Gaspar de Portolá. El viaje fue más duro que cualquiera de los anteriores en los que había participado Serra. Los episodios que vivieron aquellos hombres así lo atestiguan. El 28 de mayo, por ejemplo, los nativos trataron de detener el avance de los soldados españoles por las bravas a la altura de una zona llamada la Cieneguilla, aunque los nuestros los dispersaron a base de tiros al aire.
«Fray Junípero era entusiasta, pero no ciego. Sabía que en cualquier momento los indios se podían convertir en una amenaza», añade Sanz. Lo cierto es que no le faltaba razón. Y así que claro el 27 de junio cuando, de la nada, aparecieron dos grupos de nativos armados con arcos y flechas que se ubicaron en los flancos de la expedición. Los nuestros se pusieron en guardia pensando que les tocaría defenderse hasta la muerte. Pero no sucedió nada. Según explicó Serra en sus memorias, los indios se dedicaron a dar alaridos hasta que se cansaron y se marcharon.
A primeros de julio la expedición arribó al puerto de San Diego, donde nuestro protagonista fundó la primera misión de la Alta California, la de San Diego de Alcalá.
La estructura social y militar que se generó alrededor de esta misión sería más que revolucionaria. De esta forma lo explican, al menos, Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales en su obra Banderas Lejanas. La exploración, conquista y defensa por España del territorio de los actuales Estados Unidos: «[Allí] se hubo de destinar seis soldados. Así nació un sistema muy eficaz que luego fue copiado en toda California en aquellos lugares donde no había un presidio que diese protección inmediata a los misioneros. Consistía en dotar de una pequeña unidad militar a cada asentamiento en el que los religiosos y los indios cristianizados cultivaban la tierra y producían alimentos».
Vicedo recuerda en su dossier que las relaciones con los nativos no fueron todo lo amables que nuestro protagonista hubiera querido. Aunque ni las tensiones ni los robos perpetrados por los indios le impidieron continuar su labor civilizadora.
Tampoco se rindió cuando su campamento fue atacado ni cuando los alimentos se agotaron y Portolá ordenó la retirada.
«Sus ruegos lograron que se aplazara la retirada y, en el ínterin, llegó el barco con nuevos recursos», añade Vicedo. Al final, la tenacidad mostrada por Serra y sus deseos de cristianización hicieron que pudiese formar su segunda misión (la de San Carlos de Borromeo) en Monterrey allá por 1771. «Hizo la fundación del establecimiento con misa cantada y demás ceremonias de costumbre», añade Palou en su obra.
Otras misiones
Tras estas dos primeras, Junípero Serra fundó otras tres misiones más: la de San Antonio de Padua (1771), la de San Gabriel Arcángel (1771) y la de San Luis Obispo de Tolosa (1772).
La creación de la última de esta lista (auspiciada por el lugarteniente de Portolá, Pedro Fages) fue particularmente feliz para los nativos. «Serra convenció a Fages para que le dejara algunos hombres y así poder fundar una nueva misión, que recibió el 1 de septiembre de 1772 el nombre de San Luis Obispo de Tolosa. La amistad de los indios, agradecidos por [una] matanza de osos que Fages había llevado a cabo un año antes, garantizó el éxito del nuevo asentamiento», añaden Laínez y Canales en su obra.
En los años siguientes, el número de misiones creadas por Junípero Serra aumentó hasta un total de nueve. Así lo explica Palou en su libro, en el que se señala además que el fraile se desvivió para llevar víveres a las mismas con el objetivo de que ningún nativo pasase hambre.
Entre todas ellas destacó la creación de una misión ubicada a medio camino entre las regiones de Los Ángeles y San Diego. Su levantamiento comenzó en 1774, cuando el fraile Fermín Luasén y un comandante llamado Francisco Ortega fueron enviados a la actual zona de San Juan Capistrano con el objetivo de fundar un centro religioso.
La labor de los mismos, que en principio se desarrolló sin problema alguno, tuvo que ser detenida repentinamente cuando recibieron órdenes de regresar al punto de partida por culpa de un ataque nativo.
La misión (todavía sin fundar) quedó totalmente abandonada. Sin embargo, poco después partió hacia la zona Junípero Serra para continuar el trabajo. Lo hizo, además, junto a dos misioneros (fray Pablo Mugartegui y fray Gregorio Amurrio), un cabo y diez soldados.
«Llegaron al sitio en donde hallaron enarbolada [una] cruz [dejada por Ortega] y desenterraron las campanas, a cuyo repique acudieron los gentiles muy festivos de ver que volvían a su tierra los padres. Hizóse una enramada, y puesto el altar dijo en él el venerable padre presidente la primera misa. Deseoso de que se adelantase la obra, tomó el trabajo de pasar su reverencia a la misión de San Gabriel a fin de traer algunos neófitos para ayuda de la obra, algún socorro de víveres para todos y el ganado vacuno que ya estaba», añade Palou.
Debemos suponer que el monje pasó sus últimos días feliz por el buen trabajo realizado a lo largo y ancho del continente americano. «Cuando el misionero murió en la misión de Carmel [en 1784], las exequias fúnebres que se hicieron fueron impresionantes. Tras la muerte de fray Junípero, el padre Fermín Francisco Lasuén quedó como director de las misiones, y con él tuco que coordinarse Fages», completan los divulgadores históricos españoles.
A la tumba, nuestro protagonista se llevó también el odio de algunos gobernadores de California que le impidieron realizar más fácilmente su tarea y la leyenda negra que se generó a su alrededor. Un mito imposible de entender atendiendo a su currículum civilizador.
Falsa leyenda negra
La historia de Junípero Serra nos habla de bondad y de piedad. Así lo demuestra el que fuera beatificado por Juan Pablo II en 1988 y, posteriormente, canonizado por el Papa Francisco allá por 2015. Este último señaló durante una de sus homilías que el misionero había tenido que lidiar con la dura mentalidad de los conquistadores que viajaban hasta el otro lado del mundo.
«Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos», explicó hace dos años el Sumo Pontífice.
Sin embargo, ni su pasado misionero ni su reconocimiento internacional han servido para acallar a aquellos que creen que participó en el genocidio que los españoles cometieron en América. En 2015, por ejemplo, algunas asociaciones nativas cargaron frontalmente contra su memoria aprovechando su canonización.
Una de ellas fue «Mexica Movement», defensora de la «liberación americana de los europeos». Esta, a través de uno de sus representantes (Olin Tezcatlipoca) declaró a la cadena CNN que Junípero Serra había «planificado el genocidio». La afirmación es una de las más benévolas, ya que el grupo ha llegado a señalar que el religioso «era un racista que cometió crímenes inmorales y genocidas contra nuestra gente».
El grupo también ha tildado, a lo largo de los últimos años, a las misiones de Serra de ser realmente campos de concentración para los nativos. Una teoría que suscribió posteriormente Andrew Salas (presidente tribal de la nación Kizh) en la cadena BBC: «Eran campos de exterminio para mi gente. Ellos sirvieron de esclavos para erigir algunos de los ejemplos más bellos de la arquitectura del estado de California, que no eran más que una fachada de los insalubres campos de la muerte».
Estos grupos son partidarios también de que los nativos eran obligados a vivir en las misiones fundadas por los españoles en unas condiciones de absoluta insalubridad. Además, no señalan que los españoles repartían comida a diario entre los indios y les protegían de sus enemigos en estas instalaciones. Para contrarrestar esta muestra de solidaridad explican que muchos pueblos no tenían más remedio que alojarse allí debido a que eran las únicas zonas en las que había alimento.
Asociaciones como «Mexica Movement» también esgrimen que los misioneros (así como los soldados españoles) solían azotar a los nativos cuando se comportaban de una manera inadecuada. En este sentido, cargan contra Serra arguyendo que envió una carta en 1780 en la que afirmaba que no tenía problemas de conciencia por ello debido a que era «el método que se usa en todo el mundo, ha sido practicado por todos los santos misioneros, y es recomendado por las autoridades civiles».
Sin embargo, se olvidan de señalar que aquella era una práctica tristemente habitual y que, a su vez, también la sufrían los soldados españoles fugitivos. Por si fuera poco, no hay evidencias de que el mismo fraile fuera el que empuñara el cuero.
A fray Junípero también se le reprocha el haber fundado un sistema de misiones que acabó con una buena parte de la civilización indígena. En este caso, de lo que no se acuerdan los mencionados grupos es de episodios como el acaecido a mediados de julio de 1776. Durante aquellos días, Serra pidió clemencia para un grupo de nativos que había atacado un asentamiento español.
«Fray Junípero tenía buenas razones para pedir clemencia por los indios […] que habían destruido la misión de San Diego. Se lo dijo a Teodoro de Croix, primer comandante general de las Provincias Internas (carta del 22 de agosto de 1778): esos rebeldes y asesinos eran sus hijos, engendrados en Cristo».
Manuel P. Villatoro/ABC

Delicado estado de salud de la misionera colombiana secuestrada en Mali


Según informa la agencia AICA, el Grupo de Acción Unificada por la libertad personal (Gaula), de la Policía Nacional de Colombia, confirmó que la religiosa colombiana Gloria Cecilia Narváez, secuestrada hace siete meses por un grupo yihadista en Mali, África, se encuentra en delicado estado de salud. «Está viva pero su salud no está muy bien, tiene problemas en una pierna y un riñón», dijo el comandante del Gaula, general Fernando Murillo, por lo que el grupo de funcionarios colombianos enviado a Mali aúna esfuerzos para lograr la liberación de la religiosa.
La hermana Cecilia, de 56 años de edad, religiosa de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, fue secuestrada en una zona rural de la villa de Karangasso, el pasado 7 de febrero. Las autoridades de Mali capturaron a cuatro personas, que presuntamente habían participado en el secuestro.
Desde Colombia viajó una comisión de 25 policías para ayudar en las labores de búsqueda y rescate. Por su parte la policía internacional (Interpol) emitió una notificación amarilla – las que tienen por objeto localizar a personas desaparecidas – para dar con el paradero de la misionera. La religiosa colombiana trabaja desde hace seis años como misionera en la parroquia católica de Karangasso, en Mali, y vive en el país africano desde hace más de 25.
OMPRESS

Papa Francisco: ¿Formas parte de la familia de Jesús, o te has separado del Señor?

El Papa Francisco animó, durante la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, a reflexionar sobre qué significa formar parte de la familia de Jesús, e invitó a cultivar esa cercanía y familiaridad propia de los que son discípulos suyos.
En su homilía, el Papa afirmó que «aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» forman parte de «una familia más amplia que aquella en la que se viene al mundo», es la familia del pueblo de Dios.
En el Evangelio, Jesús afirma que su «madre», sus «hermanos», su «familia» son aquellos que le rodean y le escuchan. «Esto nos hace pensar en el concepto de familiaridad con Dios y con Jesús», apuntó.
En este sentido, se preguntó qué significa esa familiaridad a la que los padres espirituales en la Iglesia se han referido en tantas ocasiones.
Explica Francisco que, principalmente, significa «entrar en la casa de Jesús, entrar en aquella atmósfera, vivir en aquella atmósfera que es la casa de Jesús. Vivir allí, contemplarle, ser libre allí. Porque sus hijos son libres, aquellos que viven en la casa del Señor son libres, aquellos que tienen familiaridad con Él son libres. Los demás, usando una palabra de la Biblia, son los hijos de la esclava. Son cristianos, pero no se atreven a acercarse, no se atreven a tener esa familiaridad con el Señor. Siempre hay una distancia que los separa del Señor».
El Pontífice añadió más elemento que caracterizan esa familiaridad con Dios, y señaló que también implica «estar con Él, mirarlo, escuchar su Palabra, tratar de ponerla en práctica, hablar con Él».
Porque también se hace oración hablando, con la palabra, es «esa oración que se hace por la calle. Esa oración que los santos hacen. Santa Teresa decía que encontraba al Señor en todos sitios. Tenía esa familiaridad con el Señor allí donde estuviera, incluso entre las ollas de la cocina».
«Demos ese paso de familiaridad con el Señor», invitó el Papa. «Ese cristiano, con problemas, que va en el bus, en el metro, e interiormente habla con el Señor, o al menos sabe que el Señor le mira. Esa familiaridad, esa cercanía es sentirse parte de la familia de Jesús».
«Pidamos esa gracia para todos nosotros», concluyó. «Esa gracia de entender qué significa la familiaridad con el Señor».
ACI

26 de septiembre: san Cosme y san Damián, mártires



Dos hermanos santos desde los primeros tiempos; mártires y popularísimos patronos de médicos y boticarios. Dicen que curaban sin pedir dinero y que, después de muertos, repartieron salud a manos llenas sobre quienes recurrieron a su intercesión.
Una idea de la extensión de su devoción la dan los numerosos lugares de culto que llevan sus nombres casi siempre inseparables. De Oriente a Occidente fue pasando la veneración: Constantinopla, Panfilia, Matalasca en Capadocia, Jerusalén y Mesopotamia. Patronos del Hospital de Edesa, donde san Sabas transformó la casa heredada de sus padres en basílica en honor de los santos. En Egipto testifica su culto el calendario Oxyrhynco del año 535. También entre los coptos se extendió su devoción y en Tesalónica hay un mosaico con sus figuras. San Gregorio de Tours escribió sobre los dos hermanos en De gloria martyrum; San Fulgencio promueve su culto en Cagliari (Cerdeña); Rávena conserva mosaicos de ellos que se remontan hasta los siglos vi y vii y el santoral visigótico Veronense los incluye entre los santos que celebra la Iglesia en España. Más de diez templos llevan sus nombres en la ciudad de Roma. Una aclamación tan popular no podía menos de terminar con sus nombres incluidos nada menos que en el Canon de la Misa.
Cosme y Damián murieron, según parece, a finales del siglo III o comienzos del IV.
Remontando la historia hasta allá, se nota que la leyenda ha ido sedimentando en torno a su indudable existencia histórica y final martirial capas y más capas de afirmaciones y sugerentes posibilidades que llegaron a tomarse como verdades; se fueron contando de ellos anécdotas más o menos verosímiles y referencias prodigiosas que los devotos oyentes escuchaban gozosos entre la sorpresa y la admiración.
Era lógico que un culto tan ampliamente extendido acabara por crear en torno a las figuras de los supuestos médicos y hermanos una aureola formada por las respuestas que siempre alguien estuvo dispuesto a dar con la sana intención de saciar la curiosidad sana de los fieles seguidores de los santos. No intentaron mentir; sí hubo voluntad de ensalzar; la fantasía transmite lo posible como verdadero y de ahí no es difícil llegar a la exageración. Y más, todo eso se da en un tiempo y circunstancias en los que no importaba demasiado el actual criterio de historicidad.
¿Qué queda entonces de las lejanas figuras de estos santos?
Parece ser que los dos eran hermanos, que entendían cosas de la medicina de su tiempo y la ejercían, que conocieron el cristianismo y recibieron el don de la fe. Luego llega su bautismo y el martirio final.
No es ni mucho ni poco. A mí me parece suficiente.
Alguien se atrevió a describir su martirio diciendo que sufrieron diversos tormentos, que fueron cargados de cadenas, metidos en cárceles, pasados por agua hirviendo y fuego, crucificados y luego asaeteados sin que sufrieran daño alguno, hasta morir decapitados en el año 300. Pero estas Gesta Cosmae et Damiani no merecen mucho crédito por ser leyenda hagiográfica y conocerse bien su género.
El éxito de sus intervenciones posteriores, como son las milagrosas curaciones que se le atribuyen, está en dependencia del querer de Dios y de la fe de quien las pide. El siempre agobiante problema de la salud humana no está sometido a la evolución de la historia ni del tiempo. Como hubo enfermos siempre, y, como se cuenta que estos santos fueron médicos, entra dentro de la lógica humana que la riada de débiles-físicos-creyentes-verdaderos acudiera entonces a ellos y algunos se curaran.
La manía del escéptico de todos los tiempos se pregunta: «¿y por qué no se dan esas curaciones ahora?». Sin conceder la pregunta que supone negación, tengo una respuesta pronta y formulada a lo gallego: «¿Se pide con la fe de ayer, con agradecida disposición al cambio de vida, o se pone hoy más la confianza en el diagnóstico por imagen de los sofisticados medios técnicos de que disponen los médicos?».
Algún santo que difundía su devoción, sin negar las curaciones de las que hablaba sin miedo, puede sugerir otra pista sobre la salud que protegen los santos mártires desde el Cielo: daba el salto y afirmaba –por altura– que la salud verdadera que propician Cosme y Damián consiste en llevar a la conversión a quienes les rezan con fe. ¿O es que no es mejor vivir cerca de Dios, con alegría y sin salud, que vivir pletórico de fuerzas y lejos de Dios? Un cristiano está convencido de que vale más que el bien físico estar sano por dentro.
Bastan para creer los milagros del Evangelio: los ciegos que ven, los paralíticos que saltan, los leprosos que sanan, los endemoniados que empiezan a gozar y hasta los muertos que resucitan. Pero aún esos mismos –históricos– no son más que expresión imperfecta de la definitiva salud que Cristo trajo al hombre enfermo. Sí, ese que somos tú y yo, y el vecino, y la novia, y el abuelo.
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EVANGELIO DE HOY: LOS HERMANOS DE JESÚS SON QUIENES ESCUCHAN LA PALABRA DE DIOS Y LA ACTÚAN





Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,19-21):

En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta Él.
Entonces lo avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.»

Él les contestó: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.»

Palabra del Señor

Papa: El consuelo no es diversión, sino paz en el Señor

El Papa Francisco elevó una invocación al Señor para que nos enseñe la “tensión hacia la redención” en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el último lunes de septiembre.
Reflexionando a partir de la Primera Lectura del día, que relata el momento en el que el pueblo de Israel es liberado del exilio, el Santo Padre puso de manifiesto que “el Señor visitó a su pueblo y lo recondujo a Jerusalén”. A la vez que explicó que la palabra “visita” es “importante” en la historia de la salvación, puesto que “toda liberación, toda acción de redención de Dios, es una visita”:
“Cuando el Señor nos visita nos da la alegría, es decir, nos coloca en un estado de consolación. Este cosechar en la alegría… Sí, han sembrado en las lágrimas, pero ahora el Señor nos consuela y nos da esta consolación espiritual. Y la consolación no sólo sucedía en aquel tiempo, es un estado en la vida espiritual de cada cristiano. Toda la Biblia nos enseña esto”.
Por lo tanto, el Pontífice exhortó a “esperar” la visita de Dios a “cada uno de nosotros”. Y dijo que “hay momentos más débiles” y “momentos más fuertes”, si bien el Señor “nos hará sentir su presencia” siempre, con la consolación espiritual, colmándonos “de alegría”.
De manera que debemos esperar este evento con la virtud “más humilde de todas”: la esperanza, que “es siempre pequeña”, pero “muchas veces es fuerte cuando está escondida como las brasas debajo de las cenizas”. Del mismo modo el cristiano vive “en tensión” hacia el encuentro con Dios, hacia la consolación “que da este encuentro con el Señor”. Franciscoañadió que si un cristiano no está en tensión hacia ese encuentro, es un cristiano “cerrado”, “puesto en el depósito de la vida”, sin saber “qué hacer”.
Además, el Papa Bergoglio invitó a “reconocer” la consolación “porque están los falsos profetas que parecen consolarnos y que, en cambio, nos engañan”. Esa – dijo – no es “una alegría que se puede comprar”:
“La consolación del Señor toca por dentro y te mueve y te da un aumento de caridad, de fe, de esperanza y también te lleva a llorar por tus propios pecados. Además, cuando vemos a Jesús y su Pasión, a llorar con Jesús… Del mismo modo te eleva el alma a las cosas del Cielo, a las cosas de Dios y, asimismo, tranquiliza el alma en la paz del Señor. Ésta es la verdadera consolación. No es una diversión – la diversión no es algo malo cuando es buena, somos humanos, y debemos tener alguna –  pero la consolación te envuelve y precisamente la presencia de Dios se siente y se reconoce que éste es el Señor”.
El Papa Francisco recordó hacia el final de su homilía que hay que agradecer con la oración al Señor, “que pasa” para visitarnos, para ayudarnos “a ir adelante, para esperar, para llevar la Cruz”. Y pidió, por último, que se conserve la consolación recibida:
“Es verdad, la consolación es fuerte y no se conserva tan fuerte –  es un momento – pero deja sus huellas. Y conservar estas huellas y hacerlo con la memoria; conservar como el pueblo ha conservado esta liberación. Nosotros hemos vuelto a Jerusalén porque Él nos ha liberado desde allá. Esperar la consolación, reconocer la consolación y conservar la consolación. Y cando pasa este momento fuerte, ¿qué cosa queda? La paz. Y la paz es el último nivel de la consolación”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)