sábado, 26 de marzo de 2016

Sábado Santo: Descendió a los infiernos

Parece un día plano, sin más emoción que la muerte ya pasada, sin liturgia cristiana (hasta la gran vigilia de pascua, esta noche, puesto ya el sol, a la luna llena de la primavera).
Y sin embargo, en este preciso día, la confesión pascual del NT y la liturgia de la Iglesia incluye la certeza de que Jesús fue sepultado y bajó a los infiernos (es decir, al abismo de la muerte, que los antiguos llamaban Hades o Sheol), como indican de formas convergentes la tradición paulina (1 Cor, 15, 4) y los evangelios (cf. Mc 15, 42-47 par).
Pues bien, avanzando en esa línea, el Credo de los apóstoles añade que descendió a los infiernos (en griego: katelthonta eis ta katôtata; en latin: descendit ad inferos), conforme a una palabra clave de la tradición cristiana que dice:

«Padeció bajo el poder de Poncio Pilato.
Fue crucificado, muerto y sepultado.
Descendió a los infiernos.
Al tercer día resucitó de entre los muertos».

Voy a fijarme hoy en la ante-última frase, una palabra que a veces tendemos a olvidar, como si no formara parte del Credo, nosotros que apenas creemos en “un infierno eterno” (condena total) que vendría de Dios, pero que vamos creando multitud infierno de condena, de exclusión y muerte en ese mismo mundo.
El infierno al que bajó Jesús:
- es, en primer lugar la muerte eterna que tiende a dominarlo todo, la destrucción sin salida, el frío cósmico...
- pero es, en segundo lugar, la muerte histórico que tiende a dominarlo todo, la muerte que viene del pecado, de la injusticia, de la indiferencia, de la prepotencia y violencia de algunos (de muchos)
- esa muerte aparece más clara en las tierras dominadas por ISIS o por los traficantes de la vida, pero también en Lesbos y Eidumene..., en los hambrientos, refugiados, trabajadores del hambre..
- esa muerte está en la gran política de Europa o de la Gran América, de aquellos poderes que no acogen, sino que expulsan de su tierra a los emigrantes del miedo, del hambre...
- es la muerte fabricantes de armas, de los violadores y asesinos...La muerte de las cárceles, de las casas sin pan, de los caminos sin salida, de los hospitales...
El infierno está en todos los lugares donde tiende a dominar el odio y la prepotencia... el desinterés, la envidia... Pues bien, en ese contexto debemos añadir:
sin la bajada de Cristo a los infiernos de la historia humana no existe redención cristiana, no se puede hablar de muerte verdadera, ni de auténtica pascua; si no ayudamos a los condenados al infierno de nuestro mundo no podremos entender al Cristo.

A lo largo de toda su vida, y de un modo especial a través de su muerte en Cruz (con los expulsados y condenados de la humanidad), Jesús “descendió a los infiernos”. Al proclamar esa palabra, el credo venerable de la Iglesia expresa un misterio de muerte (de encarnación en la miseria y sufrimiento de los hombres) y de victoria sobre la muerte, que pertenece a la experiencia más honda del evangelio (Imagen: Icono de Jesús que baja con su cruz al "infierno" de Adán, para liberar a los cautivos de la opresión y de la muerte).
Xabier Pikaza Ibarrondo

Para rezar en el silencio del Sábado Santo. Santa María la de Cleofás

Indudablemente que, en la vida diaria, uno ve cómo Dios llama a hombres y mujeres a tener un papel protagónico en la vida de las familias, de las comunidades y de los pueblos. A su vez, hay otros muchos hombres y mujeres que hacen el camino de la vida siendo "del montón", es decir, viven en lo cotidiano su fidelidad a Dios, a su familia, a la Iglesia y al pueblo.

Esas personas y comunidades son las que, en el Jueves Santo, se inclinan a lavarle los pies a los necesitados -sin manto de dignidad y con toalla de sirvientes-. Esas personas "de a pie", sin protagonismo, del montón, son la mayoría de la Iglesia y, en un altísimo por ciento, son mujeres. Por eso la comunidad católica es creíble, porque "los del montón" ofrecen "en la base" un testimonio de lo que es y de lo que puede el amor que se hace vida a través de sencillos gestos.

El Viernes Santo, en la lectura de la Pasión, sale a relucir el nombre de María la de Cleofás (Jn. 19,25) quien "junto a la cruz acompaña a María, la madre de Jesús, y a María Magdalena".

Esta mujer que estuvo presente en El Calvario, junto al sepulcro vacío en la mañana de Resurrección y en el Cenáculo en Pentecostés acompañando a María, la madre de Jesús, como miembro de la comunidad, fue capaz de sobrellevar a su marido Cleofás, el único que San Lucas identifica por su nombre de los dos peregrinos de Emaús que, de acuerdo a las características de la narración, tendrían que haber sido insoportables, analizándolo todo desde lo terrenal, a partir del juicio humano, y también un poco distante de la figura de la mujer, cuando dice: "Aunque algunas de nuestras mujeres nos han sorprendido, porque fueron temprano al sepulcro y no encontraron el cuerpo" (Lc. 24,22).

María la de Cleofás, en aquel momento fue del montón, pero al cabo de dos milenios, hay que reconocer que por su fidelidad y permanencia durante el histórico Triduo Pascual, también fue protagonista del cambio producido por Aquel que acostumbraba decir: "Han oído que se dijo:... pero yo les digo:..." (M.5, 27). 
Por eso, es justo y es bueno que, al igual que a la Virgen la tratamos con el título de "Santísima Virgen María", y de San José y de San Juan Bautista e, incluso, de Santa María Magdalena, ¿por qué no hacerlo con María la de Cleofás diciéndole: Santa María la de Cleofás?

Es más, ella puede ser el modelo a imitar por tantas mujeres de nuestras comunidades que son amas de casa y lo dejan todo preparado para ir a ocupar su tarea en la comunidad; que muchas veces aguantan al marido palabras, gestos, juicios muy lejanos de la fe que ellas profesan, enseñan y testifican; mujeres que, a pesar de lo que muchos digan, son incluyentes y saben acoger a las caras nuevas que se integran a la comunidad e incluso, son capaces de llamarlas "hermanas" sin riesgo a que nadie emita ningún juicio, porque todo el pueblo conoce bien cuál ha sido la trayectoria de cada una de ellas.


En este Santo Triduo Pascual, al fijarnos en las múltiples acciones que se realizan en nuestras comunidades, destaquemos la presencia de tantas seguidoras de "Santa María la de Cleofás". Y lo podemos hacer a modo de letanía. Miremos el ejemplo de ellas y recemos dando gracias.

Porque siempre están prontas para compartir el sufrimiento y dar una palabra de consuelo...
Porque continúan estando dispuestas a sonreírle a "los Pedros", acoger "a las Magdalenas", acompañar a los jóvenes "Juanes", no hacerle casos ni a "los Pilatos, ni a los Anás ni a los Caifás" porque ellas "no están en eso", sino que están "en los de ellas".
¡Gracias, Santa María la de Cleofás, porque laicas como tú son también las que necesitamos, capaces de hacer crecer en sus familias y comunidades, a los otros laicos capaces de también aportar su granito de sal, la luz de su vela y la pizca de levadura para que nuestro mundo se transforme desde adentro y cambie!.
Un día, a esos laicos se les llamará "protagonistas", mientras que ustedes seguirán siendo "del montón". No importa: ¡Cristo resucitó para todos y nos brinda su paz!
Amén.
(Emilio Aranguren, obispo de Holguín).

En la Cruz vemos el amor divino y la injusticia humana, el sacrificio por amor y el egoísmo extremo por necedad, dijo el Papa

Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz. Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.

(Mireia Bonilla, para Radio Vaticana)

Descenso del Señor a los infiernos

"¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. «La tierra temió sobrecogida» porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios en la carne ha muerto y el Abismo ha despertado.

Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar «a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte». El, que es al mismo tiempo Hijo de Dios, hijo de Eva, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: Mi Señor esté con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: Y con tu espíritu. Y tomándolo por la mano le añade: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz».

Yo soy tu Dios que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo: tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: Salid; y a los que se encuentran en las tinieblas: iluminaos; y a los que dormís: levantaos.

A ti te mando: «despierta tú que duermes», pues no te creé para que permanezcas cautivo en el Abismo; «levántate de entre los muertos», pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al Abismo; por ti me he hecho hombre, «semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos»; por ti que fuiste expulsado del huerto he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado. Contempla los salivazos de mi cara que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas que he soportado para reformar de acuerdo con mi imagen tu imagen deformada.

Contempla los azotes en mis espaldas que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados que habían sido cargados sobre tu espalda. Contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero; por ti los he aceptado, que maliciosamente extendiste una mano al árbol.

Dormí en la cruz y la lanza atravesó mi costado por ti, que en el paraíso dormiste y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del costado. Mi sueño te saca del sueño del Abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilará; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.


El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y las moradas, los tesoros abiertos y el reino de los cielos que existe antes de los siglos está preparado. "

De una homilía antigua sobre el grande y santo Sábado (PG 43, 439. 451. 462-463)

Dolor de la Virgen


"Llegan pues el mismo día sobre aquella tarde aquellos dos santos varones, José y Nicodemus, y arrimadas las escaleras a la cruz descienden en brazos el cuerpo del Salvador.

Como la Virgen vio que, acabada la tormenta de la cruz, llegaba el sagrado cuerpo a tierra, aparéjase ella para darle puerto seguro en sus pechos y recibirlo de los brazos de la cruz en los suyos. Pide, pues, con grande humildad a aquella noble gente, que pues no se había despedido de su hijo, ni recibido de Él los postreros abrazos en la cruz, al tiempo de su partida la dejan ahora llegar a Él si no quieren que por todas partes crezca su desconsuelo, si habiéndosele quitado por un cabo los enemigos vivo, ahora los amigos se le quitan muerto.

¡Oh por todas partes desconsolada Señora! Porque si te niegan lo que pides, desconsolarte has, y si te lo dan como lo pides, no menos te desconsolarás. No tienen tus males consuelo, sino en sola tu paciencia. Si por una parte quieres excusar un dolor, por otra parte se dobla. Pues ¿qué haréis santos varones? ¿Qué consejo tomaréis? Negar a tales lágrimas y a tal Señora cosa que pide es acabarle la vida. Teméis por una parte desconsolarla, teméis por otra, no seáis por ventura homicidas de la Madre, como lo fueron los enemigos del Hijo.  Finalmente vence la piadosa porfía de la Virgen y pareció a aquella noble gente, según eran grandes sus gemidos, que sería mayor crueldad quitarle el hijo que quitarle la vida, y así se lo hubieron de entregar.

Pues cuando la Virgen lo tuvo en sus brazos ¿qué lengua podría explicar lo que sintió? Angeles de paz, llorad con esta Sagrada Virgen, llorad cielos, llorad estrellas del cielo y todas las criaturas del mundo acompañad el llanto de María. Abrázase la madre con el cuerpo despedazado Virgen y pareció a aquella noble gente, según eran grandes sus gemidos, que sería mayor crueldad quitarle el hijo que quitarle la vida, y así se lo hubieron de entregar., apriétale fuertemente en sus pechos (para esto sólo le quedan fuerzas), mete su cara entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con rostro, tiñese la cara de la madre con la sangre del Hijo, y riégase la del Hijo con las lágrimas de la madre"
Fray Luis de Granada