La semana pasada celebramos el 60 aniversario de los Tratados de Roma, que sentaron las bases de la Unión Europea tal como hoy la conocemos. La reunión de los jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros, haciendo memoria y proyectando futuro, fue un gran acontecimiento en el que tuvieron un eco significativo las palabras que el Papa Francisco les dirigió. Un mensaje fraterno, lleno de amor y verdad, animándolos a seguir trabajando por la acogida y la inclusión para ser fieles a los ideales con los que nació el proyecto común. Son palabras claras y precisas para ir directamente a lo que ha de ser Europa en este momento, y no caer en «la tentación de reducir los ideales fundacionales de la Unión a las exigencias productivas, económicas y financieras», ni tampoco creernos que Europa sea «un conjunto de normas que cumplir o un manual de protocolos y procedimientos que seguir». Fue muy bella la forma en la que dijo: Europa, ¡vuelve a encontrarte!, apelando a las enseñanzas de aquellos «padres fundadores».
Es bueno recordar que la historia del continente europeo tiene una característica muy precisa: el influjo vivificante del Evangelio, que fue un factor primario de unidad entre los pueblos y las culturas, y un factor determinante de la promoción integral del hombre y sus derechos. De tal modo esto es así, que cuando Europa lo abandona, florecen los egoísmos que nos encierran y asfixian, olvidándonos de mirar más allá, y empobreciéndonos más y más. Europa acuñó valores fundamentales que dieron al mundo ideales democráticos y muestras claras de defender siempre todos los derechos humanos. Acabamos con un valor necesario y fundamental: la solidaridad. Solidaridad que implica defender todos los derechos del hombre sin ambigüedades, para mantener la unidad y ayudar a todos los hombres, estén donde estén.
Cuando olvidamos la solidaridad, caemos en esos populismos que nos dividen, que crean muros y derriban toda clase de puentes de comunicación, y que impiden, como decía el Papa Francisco a los jefes de Estado y de Gobierno, que se impulsen políticas «que hagan crecer a la Unión Europea en un desarrollo armónico, de modo que el que corre más deprisa tienda la mano al que va más despacio, y el que tiene dificultad se esfuerce por alcanzar al que está en cabeza». Si algo es necesario hoy para la humanidad, es recuperar con fidelidad creativa los valores fundamentales, aquellos que vuelvan a poner al ser humano en el centro. De tal manera que la afirmación de la dignidad trascendente de la persona humana, la razón, la libertad, la democracia, el Estado de Derecho y la distinción entre política y religión sean elementos esenciales que sustenten nuestra convivencia, y mostremos que ser acogedores y maestros de acogida es lo que enseña e ilumina a los pueblos en la necesaria tarea de construir la familia humana.
Nunca olvidemos a los pobres, a los necesitados, a los refugiados de hoy que no tienen alternativa. La solidaridad es verdadera cuando nace de la capacidad de abrirnos a los demás. Estemos atentos al peligro que engendra la falta de solidaridad hacia los hombres, mujeres, ancianos y niños que huyen de la guerra, del hambre, de la persecución, de no tener un horizonte de futuro. ¿Por qué no seguir haciendo hoy nosotros lo que en su momento hizo Europa, llevando a todos los pueblos de la tierra valores esenciales? La grave crisis migratoria no puede gestionarse solamente como si fuera un problema numérico, económico, cultural, de seguridad o de pérdida de ideales. Es urgente la reorientación de la cooperación internacional, con vistas a una nueva cultura de la solidaridad. Como subrayaba el Papa san Juan Pablo II, «decir Europa debe expresar apertura. Lo exige su propia historia, a pesar de no estar exenta de experiencias y signos opuestos. Europa no es un territorio cerrado o aislado; se ha construido yendo, más allá de los mares, al encuentro de otros pueblos, otras culturas y otras civilizaciones». Abiertos y acogedores. No podemos desentendernos de los pobres de este mundo. ¿Por qué no acometer iniciativas audaces ofreciendo a los más pobres la construcción de un mundo más justo y fraterno?
Quiero recordar a dos personas muy diferentes, y en posiciones existenciales muy distintas: Jacques Maritain, autor de Humanismo integral, quien en Cristianismo y democracia (1944) abordaba el fracaso de las democracias y con este la crisis de la civilización europea, incidiendo en que «la causa principal es de orden espiritual; reside en la contradicción interna y en el malentendido trágico del cual, en Europa sobre todo, han sido víctimas las democracias modernas. En su principio esencial esta forma y este ideal de vida común que se llama democracia, viene de la inspiración evangélica y no puede subsistir sin ella». Y a Albert Camus, que en artículos como «Hacia el diálogo» (1946) denunció el miedo y el silencio: «Lo que hay que defender es el diálogo y la comunicación universal entre los hombres. La servidumbre, la injusticia, la mentira, son los flagelos que acaban con esta comunicación e impiden el diálogo. [...] Pero se puede pretender luchar en la historia para preservar esa parte del hombre que no le pertenece».
¿Qué debemos hacer los cristianos para que Europa se encuentre, salga de sí y sea ella misma?
1. Ser una Iglesia en el mundo, y no frente al mundo: tenemos que ser no unos cristianos quejumbrosos, sino unos cristianos que tomemos la determinación clara y precisa de anunciar el amor de Dios en los que más lo necesitan, los pobres. El futuro se juega en mostrar la misericordia de Dios con el lenguaje de la misericordia. Lo primero son las personas, por eso lo primero es mirar el rostro del otro.
2. Abrirnos a las nuevas oportunidades, para que los hombres vuelvan su mirada a Jesucristo: estamos en una nueva época. Como decía Mounier, «el acontecimiento será tu maestro interior». Por eso, miremos lo que acontece en todos los órdenes de la vida del ser humano. Recordemos aquella pregunta que hacía el Papa Francisco en el comienzo del Sínodo de la Familia de 2014, cuando planteaba la situación de los jóvenes que prefieren convivir a casarse: «¿Qué debe hacer la Iglesia: expulsarlos de su seno o, por el contrario, acercarse a ellos?». Y a esto responde la Amoris laetitia. El mundo cambia, y hemos de ver, escuchar e interpretar con los ojos, el corazón y el pensamiento del Señor nuevas llamadas y nuevas oportunidades para acercarnos a los hombres y entregarles el rostro de Cristo de primera mano.
3. Vivir y salir desde un encuentro radical con Jesucristo: con una vivencia de Jesucristo tan fuerte que hagamos vivir la experiencia de Emaús a quienes nos encontremos. Dejemos que nos visite y entre Jesús en nuestra vida, e incorporemos su mirada, sus preferencias y sus prioridades. Tengamos una vida contemplativa para ver y escuchar la realidad, la que tuvo Jesús en el camino de Emaús. Quienes iban a su lado no lo reconocieron, pero sintieron los efectos de su presencia y por eso le dijeron: «Quédate con nosotros que atardece».
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid