martes, 12 de enero de 2016

¿Por qué Jesús quiso bautizarse?

«Un día, cuando se bautizaba mucha gente, Jesús también se bautizó». Con esta frase tan sencilla nos narra el evangelista Lucas el acontecimiento del Bautismo de Jesús cuya fiesta celebramos este Domingo. Un hecho que probablemente pasó desapercibido para muchos de los que estaban recibiendo el bautismo de conversión de manos de Juan y que, sin embargo, transformó ese gesto ritual en una realidad totalmente nueva y radicalmente distinta. Juan, el primo de Jesús, fue consciente de ello. Sabía que Jesús era “mas fuerte que él” y que administraría el bautismo con fuego y Espíritu Santo, que llevaría a plenitud lo que él realizaba como figura.
Jesús quiso participar del bautismo que impartía Juan como uno más entre la multitud. ¿Por qué hace esto Jesús? ¿Por qué Jesús quiso bautizarse? Desde los primeros siglos de la historia cristiana, la Iglesia ha dado respuesta a esta pregunta desde distintos y complementarios ángulos. Ciertamente Jesús no necesitaba ser purificado de pecado alguno. Y, sin embargo, se hace bautizar por Juan. San Ambrosio de Milán redondea una respuesta y explica: «Fue bautizado el Señor no para purificarse sino para purificar las aguas, a fin de que, purificadas por la carne de Jesucristo, que no conoció el pecado, tuviesen la fuerza para bautizar a los demás». Otros padres y autores explican cómo el Bautismo de Jesús lleva a su plenitud una serie de hechos de la historia del pueblo de Israel (el paso del Mar Rojo, el diluvio universal por ejemplo) que precisamente anunciaban la llegada de ese momento definitivo en el que Dios salvaría a la humanidad no ya del faraón y sus ejércitos sino de la plaga más terrible de todas, de la mayor de las rupturas, de su peor enemigo: del pecado.
Como cristianos formamos parte del devenir histórico de ese Cuerpo que nace de las aguas del Bautismo. El Papa Francisco lo describe como el eslabón de una cadena que nos une con todos los cristianos que han sido sumergidos en las aguas del Bautismo y han renacido a la vida nueva en Cristo: «En este Cuerpo, en este pueblo en camino, se transmite de generación en generación la fe de la Iglesia. Es la fe de María, nuestra Madre, la fe de San José, de San Pedro, de San Andrés, de San Juan, la fe de los Apóstoles y de los mártires, que llegó hasta nosotros, a través del Bautismo». ¡Qué hermosa y profunda realidad! Como bautizados somo parte de esa cadena initerrumpida de transmisión de la fe. Ante ello nos podemos una pregunta concreta: ¿Mi vida cotidiana es reflejo coherente de esa fe que he recibido en mi Bautismo? ¿Qué puedo hacer para ser cada día un poquito más coherente que el anterior?
Siempre descubriremos en nuestra conciencia y en nuestro actuar faltas y pecados que nos alejan del Señor, que nos hacen indignos del nombre de cristianos. No es motivo para desanimarse ni para profundizar las rupturas. El Señor Jesús, al ponerse en la “fila” para recibir el bautismo de Juan nos da una gran lección en este sentido. Él realmente se ha hecho uno más entre nosotros.  Aquél que no necesita conversión se pone en fila junto con los pecadores (con cada uno de nosotros que sí la necesitamos). Se pone —podríamos decir— de nuestra parte. «Jesús quiere ponerse del lado de los pecadores haciéndose solidario con ellos, expresando la cercanía de Dios. Jesús se muestra solidario con nosotros, con nuestra dificultad para convertirnos, para dejar nuestros egoísmos, para desprendernos de nuestros pecados, para decirnos que si le aceptamos en nuetra vida, Él es capaz de levantarnos de nuevo. Jesús se sumergió realmente en nuestra condición humana, la vivió hasta el fondo, salvo en el pecado, y es capaz de comprender su debilidad y fragilidad» (Benedicto XVI). ¡Qué bendición podernos experimentar comprendidos por Alguien justamente cuando nos descubrimos débiles y frágiles!
Esta fiesta del Señor Jesús es, pues, una celebración de esperanza para todos los que somos pecadores y reconocemos la ruptura y la tentación en nuestra vida. Tenemos esperanza porque Cristo, que se ha hecho uno de nosotros, camina a nuestro lado y nos vivifica. Cuando nos descubramos siendo incoherentes, cuando experimentemos la fuerza del pecado, cuando nos sintamos vulnerables, cuando nos falten las fuerzas, miremos a nuestro alrededor: somos parte de un Cuerpo del que Cristo es la Cabeza. No estamos solos. Profesamos la misma fe que María y los Apóstoles. Jesús nos sostiene y nos fortalece, nos levanta si caemos, nos da aliento si desfallecemos. En verdad Él es nuestro Salvador y su Rostro nos manifiesta la infinita misericordia y amor que Dios nos tiene.
Ignacio Blanco

Reflexiones sobre la Misericordia de Dios en Navidad. 3. ANDAR EL CAMINO

Pero los magos no se conformaron con ver la estrella, ni se sintieron satisfechos con conocer el lugar dónde estaba Jesús. Se pusieron en camino, buscaron y fueron al encuentro.

Podremos saber dónde se manifiesta Dios, dónde nace Jesús, pero no es suficiente ver ni saber. Hay un camino que realizar hacia el encuentro de la epifanía de Dios, para también abrir nuestros tesoros. El tesoro en Mateo es el corazón de la persona, porque “donde esté tu tesoro allí también estará tu corazón (afirma Jesús en Mt 6,21). Por ello no está demás preguntarnos por nuestros tesoros para caer en la cuenta de lo fundamental en nuestra vida, por lo que desgastamos nuestra existencia.

La presencia de Dios en nuestras vidas nos está repitiendo los imperativos a través del profeta Isaías de ese día 6: ¡levántate y brilla!” (Is 60,1) que llega tu luz, que ha terminado el tiempo del cansancio y de los lamentos, de la apatía y del conformismo, del mirar sin reaccionar. Es preciso salir de los individualismos y pesimismos, porque ha amanecido el tiempo de la fe, de la misericordia y de la esperanza, aparece la certeza de una vida nueva.

¡Levántate y brilla!” para continuar con el proyecto creador de Dios, pues cuando nos ponemos en camino, cuando estamos en ese proceso continuo de conversión la estrella que buscamos vuelve a brillar para guiarnos, para hacernos crecer en esa acogida de la luz que amanece, que aparece, que ha venido a nosotros como vida.

No es suficiente dejarse impresionar. Se sobresaltaron, se turbaron Herodes y toda la gente de Jerusalén al oír las palabras de los Magos diciendo: hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). Un sobresalto porque han de decidir qué tipo de rey quieren: Herodes o a quien Dios ha prometido, decisión que tomarán al final de la vida de Jesús.

Porque no es suficiente el saber, ni la emoción que sorprende, sino que también se nos pide a nosotros el adorarlo, la primera carta de Juan nos ayuda a concretar nuestra adoración, a abrir nuestros cofres y poder ofrecer lo que uno tiene (oro), lo que uno anhela y sueña (incienso) y lo que uno es (mirra), en los días anteriores a la Epifanía del Señor.
Hacer el camino, reconocer la manifestación de Dios, permanecer en la luz exige amar al hermano. En esto hemos conocido lo que es el amor, en que Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1Jn 3,16). Aquí se muestra la misericordia. El amor a los hermanos injerta a las personas en el reino de la vida. Pero no olvidemos a quiénes declara Jesús hermanos: a los últimos, a los pequeños. Por ello, continúa diciéndonos esa 1 carta de Juan que ese amor exige gestos concretos ante las necesidades del prójimo:
“Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17)

Adorar a Jesús, reconocer la manifestación de Dios en la vida, vivir la misericordia, que se abra la puerta de la justicia, conlleva dar y compartir con los más pobres, así como generar vida donde está ausente. Por ello, también esa misma carta en distintas ocasiones vincula el nacimiento de Dios con la justicia:Todo el que practica la justicia ha nacido de Dios” (1Jn 2,29, lectura del 3 de enero), “quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano, no es de Dio” (1Jn 3,10, de la lectura del 4 de enero). Pero no nos sorprende, pues durante todo el Adviento, el profeta Isaías nos ha expresado como la manifestación de Dios hará justicia a favor de los débiles (Is 11,4), “será la justicia el ceñidor de sus lomos” (Is 11,5), abriendo de este modo el mundo a la esperanza de un renovado paraíso terreal sin violencias ni sobresaltos.

A nosotros nos corresponde realizar esos signos que, como Jesús ante Juan Bautista, den testimonio de que la presencia de Dios entre nosotros construye una sociedad nueva, posibilita una vida digna a los que carecen de ella, transforma la desgracia y la injusticia, anuncia una Buena Nueva a todos los hombres y mujeres de nuestro mundo.

  • Tal vez pueda comprometerme personalmente, podamos asumir como familia, podríamos iniciar como comunidad, como parroquia pequeñas acciones o grandes proyectos que requieran esperanza, que estén clamando justicia; de personas que suplican una acogida, a quienes les baste tu servicio o tu misericordia, que estén necesitados de vida. Comprometámonos con cualquier cosa necesaria; todo, menos quedarnos pasmados como la gente de Jerusalén y menos aún con la sospecha y el miedo de que nos van quitar algo de vida, como Herodes.



Signos todos ellos que como a los Magos al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2, 10), también posibiliten a quienes experimenten estas señales del Reino como signos liberadores, una presencia de Dios capaz de transformar su tristeza en inmensa alegría. Y, de esta manera, continuemos anunciando “que por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, nos vista la Luz de lo alto”.
 Lorenzo DE SANTOS MARTÍN

Reflexiones sobre la Misericordia de Dios en Navidad. 2. ¿DÓNDE SE MANIFIESTA?

Al igual que los magos preguntan: ¿Dónde está el que ha nacido?” (Mt 2,2), también nosotros hemos de preguntarnos ¿dónde se manifiesta Dios? ¿Cuáles son los signos de la manifestación de Dios? Pregunta que se hicieron los magos, que se hizo Herodes y que continuamos haciéndonos nosotros hoy para poder descubrir la epifanía de Dios.

Las indicaciones de lugar narradas en el evangelio del día 6 de enero son dos ciudades: Belén y Jerusalén, y una casa. Por dos veces se nos menciona Belén refiriéndonosla como un pueblo: Jesús nació en Belén de Judea”, (Mt 2,1), En Belén de Judea” (Mt 2,5) respondieron los jefes de los sacerdotes y los escribas a Herodes, y la tercera ocasión nos especifica las características de este pueblo, con las palabras del profeta Miqueas:

“Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres, ni mucho menos,
la menor entre las ciudades
principales de Judá;
porque de ti saldrá un jefe,
que será pastor de mi pueblo, Israel” (Mt 2,6)

El cambio realizado por Mateo de la cita profética sirve para evidenciar la característica de ayer y hoy del lugar: la menor. Entre lo pequeño escoge siempre Dios para manifestarse, por lo que pasa de ser, gracias a su mirada, lo más insignificante a lo más importante. De ahí esas palabras proféticas afirmando como lo pequeño y lo último recobra el primer puesto, lo principal en la perspectiva divina.

Dios escoge Israel entre los más pequeños (Dt 7,7). Prefiere a Ábel a Caín, por ser el segundo y significar “soplo, álito” (Gn 4,4). Elige a David que es el más pequeño de los hermanos (1Sam 16,11). Dios escoge “lo pequeño y despreciable del mundo, lo que no es”, nos dice Pablo en su carta a los corintios (1Cor 1,28). Hoy también para continuar reconociendo la presencia de Dios es necesario mirar en la dirección adecuada.

En contraposición, la otra ciudad mencionada es Jerusalén. Allí se esconde la estrella. No hay signos de la presencia de Dios. Jerusalén, lugar que requiere el acercamiento a la Escritura para ayudar a entender lo que sucede. Jerusalén, la ciudad más importante, incluso religiosamente. La principal ante los hombres, donde habitan los que tienen todo el poder: económico, social y religioso. Lugar dónde deciden eliminar y acabar con quien encarna la manifestación definitiva de Dios: Jesús de Nazaret. El lugar de los importantes, de los poderosos, de los que aniquilan al Justo, de los que provocan la muerte de los inocentes, de los que crucifican al que ama, al que libera, al que cura, al que manifiesta a Dios, al Salvador. Pero donde no puede brillar la estrella, sino que se oculta; donde Jesús no hará ningún milagro según la tradición sinóptica. En Jerusalén no puede nacer la manifestación definitiva y plena de Dios.

En la casa, el tercer lugar mencionado en el texto mateano (“entraron en la casa” Mt 2,11). No en ninguno de los palacios de Herodes, ni en el templo de Jerusalén, sino en una casa está Jesús. Ya anunció el ángel a los pastores qué características tenía ese habitáculo: “encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12, del evangelio de la misa de medianoche del día de Navidad). Jesús no ha venido con el poder humano de majestad y fuerza, sino compartiendo la existencia humana de los más pobres y humildes, la suerte de los necesitados y últimos. Por ello serán los pastores los primeros en reconocerlo.

Después, los magos, los que están dispuestos a ir allí dónde se manifiesta, donde está. Y continúa estando entre los pequeños, sus hermanos, entre los últimos: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”, afirma el mismo Jesús en Mt 25,40. Hacia ellos han de ir dirigidas las obras de misericordia que se nos piden en este Año Jubilar. Por amor, gratuitamente, Jesús se identifica con ellos, al igual que por amor Dios se manifiesta, es luz y nace para nosotros en el que sufre, en el enfermo, en el que vive solo, en el hambriento, en el desnudo, en el que está en la cárcel, en el extranjero, en el refugiado, en las víctimas de la injusticia, de la violencia, en el necesitado.

Pongamos nombre a esas situaciones y personas que conocemos que pueden ser signos durante este Año Jubilar para indicarnos el encuentro hacia la presencia y manifestación del nacimiento de Jesús.

 Lorenzo DE SANTOS MARTÍN

Reflexiones sobre la Misericordia de Dios en Navidad. 1. ¿CÓMO ES LA MANIFESTACIÓN DE DIOS?

 ¿Cómo es esta manifestación de Dios que viene de lo alto, fruto de su misericordia? Por ello preguntémonos ¿cómo es esa epifanía, esa manifestación de Dios?

El texto evangélico del día 6 de enero nos ayudará a profundizar en los signos y anuncios de la presencia de Dios. El relato al que me refiero es el texto de Mateo, conocido comúnmente como “la adoración de los magos” (Mt 2, 1-12).

La epifanía de Dios es representada como LUZ. La luz de una estrella cuyo brillo interpela a los magos que la ven y les hace ponerse en camino. Es la luz que guía los pasos de todos los hombres y mujeres que buscan a Dios. Una presencia luminosa de Dios que irradia el centro de la vida. El profeta Isaías ese mismo día 6, en la primera lectura la vincula con la gloria de Dios, cuya luz resplandece y es el símbolo de la presencia dinámica de Dios que habita en medio de la ciudad:

Is 60, 1 ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz;
la gloria del Señor amanece sobre ti!

El lenguaje del profeta utiliza los símbolos y las imágenes para describir la manifestación de Dios entre su pueblo de manera luminosa. Pero no es una luz, una presencia, estática sino que indica la acción, el movimiento y la vida. Así, esa gloria, que es la presencia misericordiosa de Yahvé, se manifestará en numerosos lugares del AT como en la creación:

Sal 19, 2 Los cielos cuentan la gloria de Dios,
la obra de sus manos anuncia el firmamento;

En el camino del desierto del éxodo (Ex 16,2), en el Sinaí (Ex 19). Es la gloria que se manifiesta en los tiempos mesiánicos en medio del pueblo, reuniéndolo y devolviéndole la esperanza (Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos” Is 40,5).

Sin embargo, no es una luz que tenga que venir sino que ya ha llegado. Por ello no remitimos al futuro, como hace la traducción del texto litúrgico (“Sobre ti amanecerá el Señor y su gloria aparecerá sobre ti, Is 60, 2), siguiendo la traducción de la Vulgata que tiene detrás el texto de los LXX al reenviar al futuro, por la situación que están viviendo, lo que el profeta Isaías dice en presente en el texto hebreo:

“Sobre ti amanece el Señor
y su gloria aparece sobre ti” (Is 60, 2)

Pues esa luz se ha manifestado como vida para los hombres en la Palabra hecha carne, nos dirá el día de Navidad el evangelista Juan (Jn 1,4: “y la vida es la luz de los hombres”; Jn 1, 9: “Existía la luz verdadera, que con su venida a este mundo ilumina a todo hombre). Estamos en tiempo de cumplimiento, no hemos de esperar como Juan Bautista (como escuchábamos ayer en el evangelio, miércoles 3ª semana de Adviento).

Por ello los textos de la Palabra de Dios nos va encaminando hacia esa manifestación luminosa de Dios que se ha hecho realidad encarnada en Jesús de Nazaret, cuyo nacimiento hace humanidad la gloria de Dios que ilumina la noche de los pastores (“y la gloria del Señor los envolvió con su luz.” Lc 2,9). El nacimiento de un niño, la encarnación en el hijo que se nos ha dado es la gran luz que brilla en el pueblo que caminaba en tinieblas, (Is 9,2, nos anticipa Isaías en la misa del 24 por la noche).

Esta es la luz que trae la misericordia a todos los hombres y mujeres sin excepción, a todos los que quieran acogerlo. Este es el significado que el evangelista Mateo da a que sean los magos quienes busquen, reconozcan y adoren al Salvador. Es la presencia salvadora que brilla como estrella para interpelar nuestras vidas, como a los magos. Es la luz que se convierte en razón y motivo para buscar respuestas de vida donde la oscuridad y el desanimo son constantes. Es la manifestación de Dios que luce de manera gratuita, entregándose, donándose exponiéndose a que pueda ser tapada o recubierta para que no se vea.

Esta presencia de Dios aporta salvación, liberación, misericordia, luz ante los acontecimientos y avatares de la vida. La Palabra de Dios ayudó a los escribas, sacerdotes, Herodes y Magos a saber en qué dirección y dónde habían de buscar al Salvador. Los acontecimientos, las circunstancias vividas por muy lógicos y razonables que sean pueden encontrar nuevas respuestas, sentidos y esperanzas con la mirada del evangelio, desde la presencia misericordiosa de Dios.

Esta presencia encarnada de Dios recibe el nombre de Emmanuel: Dios-con-nosotros. Expresión que encontramos tanto al inicio como al final del evangelio de Mateo, ahora en boca de Jesús: “he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Por ello, toda la vida de Jesús, su palabra, su mensaje y actividad, desde el principio al final del evangelio es la manifestación encarnada de Dios con nosotros. Es el rostro misericordioso del Padre. Es la manifestación delamor ardiente del Señor(como nos dice Isaías en la misa de medianoche del día de Navidad, Is 9,6) que dará vida a una sociedad en la que habrá justicia, paz, alegría, esperanza de vivir. Ya brilla la luz verdadera escucharemos decir en la primera carta de Juan el día 29 de diciembre (1Jn 2,8).


 Lorenzo DE SANTOS MARTÍN

Les enseñaba con autoridad


Lectura del santo evangelio según San Marcos 1, 21-28
En la ciudadde Cafarnaún, el sábado entra Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
-« ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó:
-«Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos:
-«¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen.»
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Palabra del Señor.