La Madre Teresa de Calcuta decía: No hay diferencia entre oración y amor.
No podemos decir que oramos, pero que no amamos o que amamos sin necesidad de
orar, porque no hay oración sin amor y no hay amor sin oración. Santa Teresa de
Jesús afirmaba: Orar es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a
solas con quien sabemos que nos ama (Vida 8, 5). No está la cosa en pensar
mucho, sino en amar mucho, y así lo que más os despertare a amar, eso haced. El
aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho.
Como vemos, orar es amar y cuanto más
amor haya en nuestra oración, ésta será mejor. Sin amor, la oración se puede
reducir a una repetición vacía de palabras de memoria o a la realización de una
serie de ritos vacíos. Hay quienes van a la iglesia por cumplir un compromiso y
no son capaces de decir en todo el tiempo que permanecen en el templo: Señor,
te amo. Están de cuerpo presente como espectadores a una ceremonia, sin
participar ni hablar con el Señor. Son como mudos o ciegos, que no oyen la voz
de Dios ni lo ven presente entre ellos, porque les falta fe. Y la fe es amor y
confianza en Dios; y es un regalo que podemos recibir en la medida que lo
deseemos y lo pidamos.
Sin amor, nada vale nada. Dice san
Pablo: Ya podría hablar lenguas de hombres y de ángeles, si no tengo amor, soy
como bronce que suena o címbalo que hace ruido... Ya podría repartir en
limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada
me sirve (1 Co 13, 1-3).
La oración verdadera debe estar llena de
amor a Dios. Debe ser una comunicación amorosa con Dios. Para ello, no
necesariamente hace falta hablar. Se puede amar con palabras o sin palabras. De
ahí que una de las más sublimes maneras de orar es la oración contemplativa, en
que el alma se queda como extasiada, contemplando a Dios y sintiendo su amor.
Es como una oleada de amor que envuelve el alma y la deja sin palabras,
respondiendo con un amor silencioso. Es un silencio amoroso o un amor
silencioso. Es como un fundirse dos en uno por el amor, donde sobran las
palabras o, a lo máximo, sólo puede repetirse constantemente: Te amo, te amo,
te amo...
Es la oración de aquel campesino de que
habla el santo cura de Ars. Iba a rezar todos los días a la iglesia y un día el
santo le preguntó:
– Tú ¿qué haces? ¿Cómo oras?
– Yo lo miro y él me mira.
Era una oración de simple mirada de
amor. O como aquella religiosa que, cuando se sentía cansada o enferma y no
podía orar, simplemente tomaba entre sus dedos el anillo de compromiso de sus
votos. Era como decirle constantemente a Jesús con ese gesto, que era su esposa
y que lo amaba, a pesar de no sentir nada ni ser capaz de nada. En una
oportunidad, vi a una mujer muy pobre de mi parroquia de Arequipa que encendía
una vela delante de una imagen de Jesús. Y se quedó mirando la vela hasta que
se apagó. Casi una hora mirando una vela, que para ella era como una oración
dirigida con amor a Jesús, que estaba en la imagen. No sabía rezar con bonitas
oraciones, pero sí sabía amar y, por eso, su oración fue del agrado de Dios.
En otra oportunidad, una mamá fue
llorando con su hijo enfermo delante de una imagen de la Virgen y lo colocó en
su altar. No rezaba, sólo lloraba. No sé si le diría algo, pero el gesto de
entregárselo era más que suficiente para decirle a la Virgen con todo su amor
de madre que le curara a su hijo. Y Dios se lo curó milagrosamente por medio de
María. Nunca me olvidaré tampoco de aquel campesino pobre que me pidió que le
pusiera el manto de la Virgen. Y yo le coloqué sobre su cabeza uno de los mantos
que ya no se usaban. ¡Qué felicidad para aquel hombrecito! Estoy seguro que no
dijo muchas palabras, estaba en silencio, disfrutando de sentirse protegido y
amparado por el manto de la Mamá Virgen María, pidiéndole por sus necesidades
sin palabras.
De libro “La oración
del corazón”, por el Padre Ángel Peña. Fuente: Tengo sed de Tí