jueves, 26 de enero de 2017

Gil Tamayo: "EE.UU. no puede convertirse en un Guantánamo colectivo"

 "EE.UU. no puede convertirse en un Guantánamo colectivo". El secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, lamentó ayer la decisión del nuevo presidente norteamericano, Donald Trump, de construir un muro de separación en la frontera con México y endurecer la llegada de inmigrantes.
"Las civilizaciones que se honran hacen puentes, no muros", recalcó Gil Tamayo, quien defendió la necesida de "acoger a las personas de forma legal, sin política barata de ningún signo", y defendió que "Europa no puede levantar barreras".
Sobre la supuesta violencia de los inmigrantes o refugiados en los países de asilo, el portavoz episcopal denunció que "las armas salen de los países desarrollados y los traficantes de personas. Hay que ser valientes para denunciarlo". Sobre el Estado Islámico, Gil Tamayo recordó que "las primeras víctimas son los propios musulmanes".
En una entrevista en Cope, el secretario general de los obispos habló del pacto educativo, insistiendo en que "hay que buscar el bien en nuestros niños y jóvenes y pensando el futuro de ellos. Un país es según la Educación de sus ciudadanos. Nuestros niveles de desempleo juvenil son insoportables en una sociedad solidaria".
"En la Conferencia Episcopal Española se trabaja al servicio de los obispos. La CEE se crea para ayudar al servicio de la comunión de los obispos para las diócesis", recalcó su portavoz, hablando de la financiación a través del IRPF. "La Iglesia es clara y ha optado por la transparencia porque pedimos para revertir en beneficio de los ciudadanos. Su destinatario es universal, sobre todo, obras sociales y caritativas de la Iglesia. Justo en la crisis se ha demostrado cómo la Iglesia ayuda a los más necesitados", señaló.
Finalmente, y preguntado por los populismos, Gil Tamayo subrayó que "son un fraude a las necesidades verdaderas de los ciudadanos, pues no dan respuesta a los problemas en realidad". "Esto da pie a soluciones simplistas que encandilan. Los populismos son un fraude a las necesidades reales de los ciudadanos. Proponen soluciones simplistas que fracturan", concluyó.
Jesús Bastante

26 de enero: santos Timoteo y Tito, obispos


Timoteo nació en Listra de Licaonia, hijo de padre gentil y de madre judía. Se da por hecho que San Pablo le conoció durante su primera estancia en Listra: allí le bautizó y desde ese momento le hizo partícipe de todos sus viajes por Oriente. San Pablo le dedicó dos cartas, de las que destacan recomendaciones como esta: «Que nadie te desprecie por tu juventud. Muéstrate en todo un modelo para los creyentes, por la palabra, la conducta, la caridad, la pureza y la fe». (1 Tim 4,12).
Y cumplió hasta el final, tanto en la ejemplaridad como en la fidelidad hacia san Pablo: cuando éste le llamó a Roma para que le ayudase en su últimos momentos –sabedor de que su martirio era inevitable y que, además, se sentía abandonado por todos–, Timoteo acudió inmediatamente. San pablo le pidió que siguiese con la predicación y la evangelización, tarea que Timoteo se dedicó con ahínco desde su cargo de obispo de Éfeso, antes de morir –probablemente martirizado– hacia el año 95.
Por lo que respecta a Tito, según la Tradición, san Pablo le llamaba «mi verdadero hijo». Poco se sabe acerca de su nacimiento aunque las investigaciones indican que este podría haber tenido lugar en Antioquía o en Grecia. Sí que consta, en cambio, su presencia junto al Apóstol en el famoso viaje de este último a Jerusalén. Allí, san Pablo se negó a que Tito fuese circuncidado, como símbolo de la de la libertad en relación con la Ley Mesiánica, ganada por Jesucristo para los gentiles. El mismo san Pablo, de paso por Creta, le escribió allí su carta, un documento de gran importancia para entender la vida interna de la Iglesia en aquella época.
J.M. Ballester Esquivias (@jmbe12)

Catequesis completa del papa Francisco


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Entre las figuras de las mujeres que el Antiguo Testamento nos presenta, resalta aquella de una gran heroína del pueblo: Judit. El Libro bíblico que lleva su nombre narra la grandiosa campaña militar del rey Nabucodonosor, el cual, reinando en Nínive, expande los límites del imperio derrotando y conquistando a todos los pueblos de su alrededor. El lector entiende que se encuentra ante un gran e invencible enemigo que está sembrando muerte y destrucción y que llega hasta la Tierra Prometida, poniendo en peligro la vida de los hijos de Israel.
El ejército de Nabucodonosor, de hecho, bajo la guía del general Holofernes, sitió una ciudad de Judea, Betulia, cortando las reservas de agua y debilitando así la resistencia de la población.
La situación se vuelve dramática, al punto que los habitantes de la ciudad se dirigen a los ancianos pidiendo rendirse ante los enemigos. Sus palabras son desesperadas: «Ya no hay nadie que pueda auxiliarnos, porque Dios nos ha puesto en manos de esa gente para que desfallezcamos de sed ante sus ojos y seamos totalmente destruidos. Han llegado a decir esto: “Dios nos ha abandonado”; la desesperación era grande en esa gente. Llámenlos ahora mismo y entreguen la ciudad como botín a Holofernes y a todo su ejército» (Jdt 7,25-26). El fin parece inevitable, la capacidad de confiar en Dios se ha terminado – la capacidad de confiar en Dios se ha terminado. Y cuantas veces nosotros llegamos a situaciones extremas donde no sentimos ni siquiera la capacidad de tener confianza en el Señor. Es una fea tentación. Y, paradójicamente, parece que, para huir de la muerte, no queda más que entregarse en manos de quien asesina. Ellos saben que estos soldados entraran a saquear la ciudad, a tomar a las mujeres como esclavas y luego matar a todos los demás. Esto es justamente “lo extremo”.
Y ante tanta desesperación, el jefe del pueblo intenta proponer un motivo de esperanza: resistir todavía cinco días, esperando la intervención salvífica de Dios. Pero es una esperanza débil, que les hace concluir: «Si transcurridos estos días, no nos llega ningún auxilio, entonces obraré como ustedes dicen» (7,31). Pobre hombre: no tenía salida. Cinco días les son concedidos a Dios – y está aquí el pecado – cinco días les son concedidos a Dios para intervenir; cinco días de espera, pero ya con la perspectiva del final. Conceden cinco días a Dios para salvarlos, pero saben que no tienen confianza, esperan lo peor. En realidad, ninguno más, entre el pueblo, es todavía capaz de esperar. Estaban desesperados.
Es en esta situación que aparece en escena Judit. Viuda, mujer de gran belleza y sabiduría, ella habla al pueblo con el lenguaje de la fe. Valiente, reprocha en la cara al pueblo diciendo: «Ustedes ponen a prueba al Señor todopoderoso, […]. No, hermanos; cuídense de provocar la ira del Señor, nuestro Dios. Porque si él no quiere venir a ayudarnos en el término de cinco días, tiene poder para protegernos cuando él quiera o para destruirnos ante nuestros enemigos. […]. Por lo tanto, invoquemos su ayuda, esperando pacientemente su salvación, y él nos escuchará si esa es su voluntad» (8,13.14-15.17). Es el lenguaje de la esperanza. Toquemos la puerta del corazón de Dios, Él es Padre, Él puede salvarnos. Esta mujer, viuda, arriesga de quedar mal ante los demás. ¡Pero es valiente! ¡Va adelante! Esta es mi opinión: las mujeres son más valientes que los hombres.
Y con la fuerza de un profeta, Judit convoca a los hombres de su pueblo para conducirlos a la confianza en Dios; con la mirada de un profeta, ella ve más allá del estrecho horizonte propuesto por los jefes y del miedo que lo hace aún más limitado. Dios actuará ciertamente – ella lo afirma – mientras la propuesta de los cinco días de espera es un modo para tentarlo y para someterse a su voluntad. El Señor es Dios de salvación – y ella lo cree –, cualquier forma esa tome. Es salvación librar de los enemigos y hacer vivir, pero, en sus planes impenetrables, puede ser salvación también entregar a la muerte. Mujer de fe, ella lo sabe. Luego conocemos el final, como terminó la historia: Dios salva.
Queridos hermanos y hermanas, no pongamos jamás condiciones a Dios y dejemos en cambio que la esperanza venza nuestros temores. Confiar en Dios quiere decir entrar en sus designios sin ninguna pretensión, también aceptando que su salvación y su ayuda lleguen a nosotros de modos distintos a nuestras expectativas. Nosotros pedimos al Señor vida, salud, afectos, felicidad; y es justo hacerlo, pero con la conciencia que Dios sabe traer vida también de la muerte, que se puede experimentar la paz también en la enfermedad, y que puede haber serenidad también en la soledad y alegría también en el llanto. No somos nosotros los que podemos enseñar a Dios aquello que debe hacer, de lo que nosotros tenemos necesidad. Él lo sabe mejor que nosotros, y debemos confiar, porque sus vías y sus pensamientos son distintos a los nuestros.
El camino que Judit nos indica es aquel de la confianza, de la espera en la paz, de la oración y de la obediencia. Es el camino de la esperanza. Sin fáciles resignaciones, haciendo todo lo que está en nuestras posibilidades, pero siempre permaneciendo en el surco de la voluntad del Señor, porque – lo sabemos – ha orado mucho, ha hablado al pueblo y después, valiente, se ha ido, ha buscado el modo para acercarse al jefe del ejército y ha logrado cortarle la cabeza, decapitarlo. Es valiente en la fe y en las obras. Y busca siempre al Señor. Judit, de hecho, tiene un plan, lo actúa con suceso y lleva al pueblo a la victoria, pero siempre en la actitud de fe de quien todo acepta de la mano de Dios, segura de su bondad.
Así, una mujer llena de fe y de valentía devuelve la fuerza a su pueblo en peligro mortal y lo conduce sobre la vía de la esperanza, indicándolo también a nosotros. Y nosotros, si hacemos un poco de memoria, cuántas veces hemos escuchado palabras sabias, valientes, de personas humildes, de mujeres humildes que uno piensa que – sin despreciarlas – fueran ignorantes. Pero son palabras de la sabiduría de Dios. Las palabras de las abuelas. Cuantas veces las abuelas saben decir la palabra justa, la palabra de esperanza, porque tienen la experiencia de la vida, han sufrido mucho, se han encomendado a Dios y el Señor les da este don de darnos consejos de esperanza. Y, recorriendo esas vías, será alegría y luz pascual encomendarse al Señor con las palabras de Jesús: «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Y esta es la oración de la sabiduría, de la confianza y de la esperanza.
Traducción del italiano: Renato Martinez/Radio Vaticano

«Judit nos enseña que, ante la dificultad y el dolor, el camino a seguir es el de la confianza en Dios»



El Papa ha afirmado que, desde su punto de vista, «las mujeres son más valientes que los hombres», al reflexionar durante la audiencia general de este miércoles sobre la figura de Judit, a la que ha definido como una persona de «gran belleza y sabiduría que habló al pueblo con el lenguaje de la fe».
«La valiente Judit –ha recordado durante la Audiencia General– se acercó al jefe del ejército y logró cortarle la cabeza, decapitarle. Fue valiente en la fe y en sus obras», ha referido en relación a Santa Juditheroína israelita del Antiguo Testamento.
Francisco ha aseverado que ella es el reflejo de una mujer «llena de fe y de valor, capaz de orientar a los hombres y mujeres de su tiempo, que se enfrentaban a una situación límite y desesperada, hacia la verdadera esperanza en Dios».
Así, ha puesto a Judit de ejemplo ante miles de fieles reunidos en el Aula Pablo VI del Vaticano a los que les ha invitado a mirar más allá de las cosas del aquí y el ahora y descubrir que Dios es un Padre bueno que sabe todo lo que le hace falta a los hombres, mejor que los propios hombres.
«Si hacemos algo de memoria cuántas veces hemos escuchado palabras sabias, valientes de personas humildes, de mujeres humildes, que uno piensa, sin despreciarlas, que son ignorantes. Pero son palabras de la sabiduría de Dios», ha afirmado.
Así, también ha aprovechado la catequesis para referirse a las abuelas, de las que ha destacado que «saben decir la palabra justa, la palabra de la esperanza, porque tienen la experiencia de la vida, han sufrido tanto». «Confiaron en Dios y el Señor les da este don de darnos este consejo de esperanza», ha agregado.
«Judit nos enseña que, ante las situaciones difíciles y dolorosas, el camino a seguir es el de la confianza en Dios, y nos invita a recorrerlo con paz, oración y obediencia, haciendo también todo lo que esté en nuestra mano para superar estas situaciones, pero reconociendo siempre y en todo la voluntad del Señor», ha concluido.
Agencias

Salió el sembrador a sembrar


Lectura del santo Evangelio según san Marcos 4, 1-20
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar.
Les enseñaba muchos cosas con parábolas y les decía instruyéndoles:
«Escuchad: salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
Y añadió:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando se quedó a solas, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
Él les dijo:
«A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que “por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados"».
Y añadió:
«¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a conocer todas las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
Palabra del Señor.

Conclusión de la semana de oración por la Unidad de los cristianos

Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Comentario de san Agustín.



El perseguidor transformado en predicador

      Desde lo alto del cielo la voz de Cristo derribó a Saulo: recibió la orden de no proseguir sus persecuciones, y cayó rostro en tierra. Era necesario que primeramente fuera abatido, y seguidamente levantado; primero golpeado, después curado. Porque jamás Cristo hubiera podido vivir en él si Saulo no hubiera muerto a su antigua vida de pecado. Una vez derribado en tierra ¿qué es lo que oye? «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón." (Hch 26,14). Y él respondió: «¿Quién eres, Señor?». Y la voz de lo alto prosiguió: «Yo soy Jesús de Nazaret a quien tú persigues». Los miembros están todavía en la tierra, es la cabeza que grita desde lo alto del cielo; no dice: «¿Por qué persigues a mis siervos?» sino «¿por qué me persigues?»

      Y Pablo, que ponía todo su furor en perseguir, se dispone a obedecer: «¿Qué quieres que haga?» El perseguidor es transformado en predicador, el lobo se cambia en cordero, el enemigo en defensor. Pablo aprende qué es lo que debe hacer: si se quedó ciego, si le fue quitada la luz del mundo por un tiempo, fue para hacer brillar en su corazón la luz interior. Al perseguidor se le quitó la luz para devolvérsela al predicador; en el mismo momento en que no veía nada de este mundo, vio a Jesús. Es un símbolo para los creyentes: los que creen en Cristo deben fijar sobre él la mirada de su alma sin entretenerse en las cosas exteriores... 

      Saulo fue conducido a Ananías; el lobo devastador es llevado hasta la oveja. Pero el Pastor que desde lo alto del cielo lo conduce todo le asegura: «No temas. Yo le voy a descubrir todo lo que tendrá que sufrir a causa de mi nombre» (Hch 9,16). ¡Qué maravilla! El lobo cautivo es conducido hasta la oveja... El Cordero, que muere por las ovejas le enseña a no temer.