lunes, 28 de septiembre de 2015

‘La pequeña voz’ de Teresa de Lisieux



Se acerca la fiesta de santa Teresita del Niño Jesús, y hoy se ha publicado este video, que recoge la realización de una obra pictórica por parte de la Hna. Marie Anastasia, de la Comunidad de las Bienaventuranzas. En ella, la artista resume la enseñanza de la santa carmelita Teresa de Lisieux (1873-1895) sobre su “caminito” hacia la santidad. Se acompaña con un sugerente canto.
Reproducimos el texto de Teresita, que pertenece a su “Historia de un alma”:

El ascensor divino 

Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente.
Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección.
Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí.
Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré».
Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más.
Tú, Dios mío, has rebasado mi esperanza, y yo quiero cantar tus misericordias: «Me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas, y las seguiré publicando hasta mi edad más avanzada». Sal. LXX.
Teresa de Lisieux, Historia de un alma
Fuente: Blog para Vos Nací

Balance del viaje histórico y triunfal del Papa a Estados Unidos. América proclama a Francisco líder moral planetario

Hizo un examen de conciencia a los políticos y les presentó el manual del buen gobernante


 El único traspiés que tuvo el Papa en Usa fue subiendo al avión, por culpa de su ciática. En todo lo demás, su periplo fue un paseo triunfal  por el corazón del imperio americano. América rendida a sus pies. Y sus potentes medios de comunicación haciéndole la ola. No se puede tener más éxito en menos tiempo. Nadie como Francisco supo conquistar a los de arriba y a los de abajo. A las élites, a los pobres y a la siempre olvidada clase media. La "tierra de los libres y la patria de los valientes" le proclamó líder global.

Se paseó Francisco por las tres ciudades-símbolo del Este americano (Washington, Nueva York y Filadelfia, la cuna de América). Estuvo en sus lugares más emblemáticos. En la Casa Blanca, con Obama, que lo llamó "emperador de la paz", y lo recibió a pie de escalerilla de un pequeño Fiat negro.
Entró en el Capitolio, sancta sanctorum del Estado americano, y puso en pié a los congresistas. Y eso que se temían protestas de algunos neocon. Ni eso. Con un discurso antológico hizo vibrar sus cimientos morales, mirando al Moisés, que campa en su interior, y de la mano de sus cuatro 'santos' americanos: Lincoln, Luther Kinh, Dorothy Day y Thomas Merton. Y cosechó 36 ovaciones y hasta las lágrimas del presidente de las Cámaras, John Boehner, uno de los pesos pesados republicanos.
Algo parecido le ocurrió en Naciones Unidas, el templo laico de la democracia globalizada, que lo agasajó como el profeta de la paz mundial. Y como auténtico profeta tiró de "parresía" y, con suma humildad y con todo la ternura que desprende, no dejó de romper el jarro de las denuncias.
Porque, tanto en el Capitolio como en el Palacio de cristal, Francisco hizo hacer a los grandes políticos de Estados Unidos y del mundo (desde Obama a Putin, pasando por Merkel, Castro o Maduro) un auténtico examen de conciencia. Y les presentó el manual del buen gobernante.
Les puso ante el espejo del Evangelio y les pidió un nuevo sistema político mundial. En nombre de los empobrecidos del planeta, que abarrotan las cunetas de la vida. Y en nombre de la "casa común" planetaria, a punto de morir asfixiada.
A los grandes y poderosos de la tierra, Francisco les pidió, en nombre de los gritos de los pobres que llegan a los oídos de Dios, una nueva diplomacia: la del diálogo. Y un nuevo sistema político: el ecopersonalismo. Un uevo modelo de desarrollo, basado en la persona humana y en la naturaleza como centros de todo el sistema. La buena gobernanza de los ricos, para que los pobres no mueran en medio de la 'globalización de la indiferencia' y de la 'cultura del descarte'.
La voz de los sin voz. Todo en nombre de los pobres. Papa paráclito, le llaman algunos. Es decir, el Papa defensor de los excluidos. Su abogado. El líder creíble, sin trampa ni cartón, que no lucha por sus propios intereses, ni siquiera por los de su Iglesia, que ya no la quiere como un poder entre otros, sino como un simple 'hospital de campaña'. El líder humilde, que contagia ternura y compasión, y ríe y llora con la gente. Y besa al niño con parálisis cerabral y se abraza a un preso en la cárcel de Filadelfia, mientras reconoce que "todos necesitamos limpiarnos, el primero yo".
Un Papa que arrastra hasta a la contracultural, moderna y esquiva Nueva York, que terminó cantándole el 'I love you'. Un Papa que seduce porque predica con el ejemplo. Y, por eso, pide a la potente Iglesia norteamericana que deje de mostrar su potencia, que hable quedo, que baje a la calle, que abrace las heridas del mundo, que salga de sus despachos lujosos y sus ricas catedrales, que reconozca la peste de la pederastia y pida perdón y pague por ella y llore por ella, como "llora Dios".
Que sus obispos y cardenales dejen de ser príncipes y se conviertan al Evangelio. Porque, como dijo Jesús, "el que quiera ser el primer entre vosotros, que sea vuestro servidor". Un Papa que hace milagros. A la vista están los acuerdos de paz en Cuba y Colombia. O la seducción de la Gran Manzana. Un Papa milagro. El Papa de la primavera. El Papa de la esperanza.

El más pequeño de vosotros es el más importante.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 46-50
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante.
Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo:
-«El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mi; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado.
El más pequeño de vosotros es el más importante.»
Juan tomó la palabra y dijo:
-«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.»
Jesús le respondió:
-«No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro. »

Palabra del Señor

El amor se manifiesta en pequeñas cosas que hacen que la vida tenga sabor a hogar, dijo Francisco a la familias

Hoy la Palabra de Dios nos sorprende con un lenguaje alegórico fuerte que nos hace pensar. Un lenguaje alegórico que nos desafía pero también estimula nuestro entusiasmo.
En la primera lectura, Josué dice a Moisés que dos miembros del pueblo están profetizando, proclamando la Palabra de Dios sin un mandato. En el Evangelio, Juan dice a Jesús que los discípulos le han impedido a un hombre sacar espíritus inmundos en su nombre. Y aquí viene la sorpresa: Moisés y Jesús reprenden a estos colaboradores por ser tan estrechos de mente. ¡Ojalá fueran todos profetas de la Palabra de Dios! ¡Ojalá que cada uno pudiera obrar milagros en el nombre del Señor!
Jesús encuentra, en cambio, hostilidad en la gente que no había aceptado cuanto dijo e hizo. Para ellos, la apertura de Jesús a la fe honesta y sincera de muchas personas que no formaban parte del pueblo elegido de Dios, les parecía intolerable. Los discípulos, por su parte, actuaron de buena fe, pero la tentación de ser escandalizados por la libertad de Dios que hace llover sobre «justos e injustos» (Mt 5,45), saltándose la burocracia, el oficialismo y los círculos íntimos, amenaza la autenticidad de la fe y, por tanto, tiene que ser vigorosamente rechazada.
Cuando nos damos cuenta de esto, podemos entender por qué las palabras de Jesús sobre el escándalo son tan duras. Para Jesús, el escándalo intolerable consiste en todo lo que destruye y corrompe nuestra confianza en este modo de actuar del Espíritu.
Nuestro Padre no se deja ganar en generosidad y siembra. Siembra su presencia en  nuestro mundo, ya que «el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero» (1Jn 4,10). Amor que nos da una certeza honda: somos buscados por Él, somos esperados por Él. Esa confianza es la que lleva al discípulo a estimular, acompañar y hacer crecer todas las buenas iniciativas que existen a su alrededor. Dios quiere que todos sus hijos participen de la fiesta del Evangelio. No impidan todo lo bueno, dice Jesús, por el contrario, ayúdenlo a crecer. Poner en duda la obra del Espíritu, dar la impresión que la misma no tiene nada que ver con aquellos que «no son parte de nuestro grupo», que no son «como nosotros», es una tentación peligrosa. No bloquea solamente la conversión a la fe, sino constituye una perversión de la fe.

La fe abre la «ventana» a la presencia actuante del Espíritu y nos muestra que, como la felicidad,  la santidad está siempre ligada a los pequeños gestos. «El que les dé a beber un vaso de agua en mi nombre –dice Jesús– no se quedará sin recompensa» (Mc 9,41). Son gestos mínimos que uno aprende en el hogar; gestos de familia que se pierden en el anonimato de la cotidianidad pero que hacen diferente cada jornada. Son gestos de madre, de abuela, de padre, de abuelo, de hijo. Son gestos de ternura, de cariño, de compasión. Son gestos del plato caliente de quien espera a cenar, del desayuno temprano del que sabe acompañar a madrugar. Son gestos de hogar. Es la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo. El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida tenga siempre sabor a hogar. La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida se hace fe.
Jesús nos invita a no impedir esos pequeños gestos milagrosos, por el contrario, quiere que los provoquemos, que los hagamos crecer, que acompañemos la vida como se nos presenta, ayudando a despertar todos los pequeños gestos de amor, signos de su presencia viva y actuante en nuestro mundo.
Esta actitud a la que somos invitados nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo estamos trabajando para vivir esta lógica en nuestros hogares, en nuestras sociedades? ¿Qué tipo de mundo queremos dejarle a nuestros hijos? (cf. Laudato si’, 160). Pregunta que no podemos responder sólo nosotros. Es el Espíritu que nos invita y desafía a responderla con la gran familia humana. Nuestra casa común no tolera más divisiones estériles. El desafío urgente de proteger nuestra casa incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar (cf. ibid., 13). Que nuestros hijos encuentren en nosotros referentes de comunión. Que nuestros hijos encuentren en nosotros hombres y mujeres capaces de unirse a los demás para hacer germinar todo lo bueno que el Padre sembró.
De manera directa, pero con afecto, Jesús dice: «Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11,13) Cuánta sabiduría hay en estas palabras. Es verdad que en cuanto a bondad y pureza de corazón nosotros, seres humanos, no tenemos mucho de qué vanagloriarnos. Pero Jesús sabe que, en lo que se refiere a los niños, somos capaces de una generosidad infinita. Por eso nos alienta: si tenemos fe, el Padre nos dará su Espíritu.
Nosotros los cristianos, discípulos del Señor, pedimos a las familias del mundo que nos ayuden. Somos muchos los que participamos en esta celebración y esto es ya en sí mismo algo profético, una especie de milagro en el mundo de hoy. Ojalá todos fuéramos profetas. Ojalá cada uno de nosotros se abriera a los milagros del amor para el bien de todas las familias del mundo, y poder así superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás.
Qué bonito sería si en todas partes, y también más allá de nuestras fronteras, pudiéramos alentar y valorar esta profecía y este milagro. Renovemos nuestra fe en la palabra del Señor que invita a nuestras familias a esa apertura; que invita a todos a participar a la profecía de la alianza entre un hombre y una mujer, que genera vida y revela a Dios.
Todo el que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer al mal –una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante– encontrará nuestra gratitud y nuestra estima, no importando el pueblo, la región o la religión a la que pertenezca.
Que Dios nos conceda a todos, como discípulos del Señor, la gracia de ser dignos de esta pureza de corazón que no se escandaliza del Evangelio.


“Todos tenemos algo de lo que ser limpiados y purificados", el Papa a los carcelados

Queridos hermanos y hermanas, Buenos días:
Yo voy a hablar en español porque no sé hablar inglés, pero él habla muy bien inglés y me va a traducir. Gracias por recibirme y darme la oportunidad de estar aquí con ustedes compartiendo este momento. Un momento difícil, cargado de tensiones. Un momento que sé que es doloroso no solo para ustedes, sino para sus familias y para toda la sociedad. Ya que una sociedad, una familia que no sabe sufrir los dolores de sus hijos, que no los toma con seriedad, que los naturaliza y los asume como normales y esperables, es una sociedad que está «condenada» a quedar presa de sí misma, presa de todo lo que la hace sufrir. Yo vine aquí como pastor pero sobre todo como hermano a compartir la situación de ustedes y hacerla también mía; he venido a que podamos rezar juntos y presentarle a nuestro Dios lo que nos duele, y también lo que nos anima y recibir de Él la fuerza de la Resurrección.
Recuerdo el Evangelio donde Jesús lava los pies a sus discípulos en la Última Cena. Una actitud que le costó mucho entender a los discípulos, inclusive Pedro reacciona y le dice: «Jamás permitiré que me laves los pies» (Jn 13,8).
En aquel tiempo era habitual que, cuando uno llegaba a una casa, se le lavara los pies. Toda persona siempre era recibida así. Porque no existían caminos asfaltados, eran caminos de polvo, con pedregullo que iba colándose en las sandalias. Todos transitaban los senderos que dejaban el polvo impregnado, lastimaban con alguna piedra o producían alguna herida. Ahí lo vemos a Jesús lavando los pies, nuestros pies, los de sus discípulos de ayer y de hoy.
Todos sabemos que vivir es caminar, vivir es andar por distintos caminos, distintos senderos que dejan su marca en nuestra vida.
Y por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere sanar nuestras heridas, curar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos que cada uno tuvo que transitar. Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no nos interroga qué estuvimos haciendo. Por el contrario, nos dice: «Si no te lavo los pies, no podés ser de los míos» (Jn 13,9). Si no te lavo los pies, no podré darte la vida que el Padre siempre soñó, la vida para la cual te creó. Él viene a nuestro encuentro para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en la fe y la confianza. Quiere que volvamos a los caminos, a la vida, sintiendo que tenemos una misión; que este tiempo de reclusión nunca no ha sido y nunca será sinónimo de expulsión.
Vivir supone «ensuciarse los pies» por los caminos polvorientos de la vida, y de la historia. Y todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados. Todos. Yo, el primero. Todos somos buscados por este Maestro que nos quiere ayudar a reemprender el camino. A todos nos busca el Señor para darnos su mano. Es penoso constatar sistemas penitenciarios que no buscan curar las llagas, sanar las heridas, generar nuevas oportunidades. Es doloroso constatar cuando se cree que solo algunos tienen necesidad de ser lavados, purificados no asumiendo que su cansancio y su dolor, sus heridas, son también el cansancio, y el dolor, las heridas, de toda una sociedad. El Señor nos lo muestra claro por medio de un gesto: lavar los pies y volver a la mesa. Una mesa en la que Él quiere que nadie quede fuera. Una mesa que ha sido tendida para todos y a la que todos somos invitados.
Este momento de la vida de ustedes solo puede tener una finalidad: tender la mano para volver al camino, tender la mano para que ayude a la reinserción social. Una reinserción de la que todos formamos parte, a la que todos estamos invitados a estimular, acompañar y generar. Una reinserción buscada y deseada por todos: reclusos, familias, funcionarios, políticas sociales y educativas. Una reinserción que beneficia y levanta la moral de toda la comunidad y la sociedad.
Y quiero animarlos a tener esta actitud entre ustedes, con todas las personas que de alguna manera forman parte de este Instituto. Sean forjadores de oportunidades, sean forjadores de camino, sean forjadores de nuevos senderos.
Todos tenemos algo de lo que ser limpiados, y purificados. Todos. Que esta esa conciencia nos despierte a la solidaridad entre todos, a apoyarnos y a buscar lo mejor para los demás.
Miremos a Jesús que nos lava los pies, Él es el «camino, la verdad y la vida», que viene a sacarnos de la mentira de creer que nadie puede cambiar, la mentira de creer que nadie puede cambiar. Jesús que nos ayuda a caminar por senderos de vida y de plenitud. Que la fuerza de su amor y de su Resurrección sea siempre camino de vida nueva.
Y así como estamos, cada uno en su sitio sentado, en silencio pedimos al Señor que nos bendiga. Que el Señor los bendiga y los proteja. Haga brillar su rostro sobre ustedes y les muestre Su Gracia, les descubra Su Rostro y les conceda la paz. Gracias.
Palabras al terminar el encuentro:
La silla que han hecho, muy linda, muy hermosa. Muchas gracias por el trabajo.