Hizo un examen de conciencia a los políticos y les presentó el manual del buen gobernante
El único traspiés que tuvo el Papa en Usa fue
subiendo al avión, por culpa de su ciática. En todo lo demás, su periplo fue un
paseo triunfal por el corazón del imperio americano. América rendida a
sus pies. Y sus potentes medios de comunicación haciéndole la ola. No se puede
tener más éxito en menos tiempo. Nadie como Francisco supo conquistar a los de
arriba y a los de abajo. A las élites, a los pobres y a la siempre olvidada
clase media. La "tierra de los libres y la patria de los valientes"
le proclamó líder global.
Se paseó Francisco por las tres ciudades-símbolo del Este
americano (Washington,
Nueva York y Filadelfia, la cuna de América). Estuvo en sus lugares más
emblemáticos. En la Casa Blanca, con Obama, que lo llamó "emperador de la
paz", y lo recibió a pie de escalerilla de un pequeño Fiat negro.
Entró
en el Capitolio, sancta sanctorum del Estado americano, y puso en pié a los
congresistas. Y eso que se temían protestas de algunos neocon. Ni eso. Con un
discurso antológico hizo vibrar sus cimientos morales, mirando al Moisés, que
campa en su interior, y de la mano de sus cuatro 'santos' americanos: Lincoln,
Luther Kinh, Dorothy Day y Thomas Merton. Y cosechó 36 ovaciones y hasta las lágrimas
del presidente de las Cámaras, John Boehner, uno de los pesos pesados
republicanos.
Algo
parecido le ocurrió en Naciones Unidas, el templo laico de la democracia
globalizada, que lo agasajó como el profeta de la paz mundial. Y
como auténtico profeta tiró de "parresía" y, con suma humildad y con
todo la ternura que desprende, no dejó de romper el jarro de las denuncias.
Porque,
tanto en el Capitolio como en el Palacio de cristal, Francisco hizo hacer a los
grandes políticos de Estados Unidos y del mundo (desde Obama a Putin, pasando
por Merkel, Castro o Maduro) un auténtico examen de conciencia. Y les presentó el manual del buen gobernante.
Les
puso ante el espejo del Evangelio y les pidió un nuevo sistema político
mundial. En nombre de los empobrecidos del planeta, que abarrotan las cunetas
de la vida. Y en nombre de la "casa común" planetaria, a punto de
morir asfixiada.
A los
grandes y poderosos de la tierra, Francisco les pidió, en nombre de los gritos
de los pobres que llegan a los oídos de Dios, una nueva diplomacia: la del diálogo. Y un
nuevo sistema político: el ecopersonalismo. Un uevo modelo de
desarrollo, basado en la persona humana y en la naturaleza como centros de todo
el sistema. La buena gobernanza de los ricos, para que los pobres no mueran en
medio de la 'globalización de la indiferencia' y de la 'cultura del descarte'.
La voz
de los sin voz. Todo en nombre de los pobres. Papa paráclito, le llaman algunos. Es decir,
el Papa defensor de los excluidos. Su abogado. El líder creíble, sin
trampa ni cartón, que no lucha por sus propios intereses, ni siquiera por los
de su Iglesia, que ya no la quiere como un poder entre otros, sino como un
simple 'hospital de campaña'. El líder humilde, que contagia ternura y
compasión, y ríe y llora con la gente. Y besa al niño con parálisis cerabral y
se abraza a un preso en la cárcel de Filadelfia, mientras reconoce que
"todos necesitamos limpiarnos, el primero yo".
Un
Papa que arrastra hasta a la contracultural, moderna y esquiva Nueva York, que
terminó cantándole el 'I love you'. Un Papa que seduce porque predica con el
ejemplo. Y, por eso, pide a la potente Iglesia norteamericana que deje de
mostrar su potencia, que hable quedo, que baje a la calle, que abrace las
heridas del mundo, que salga de sus despachos lujosos y sus ricas catedrales, que reconozca la peste de la pederastia y pida perdón y pague por
ella y llore por ella, como "llora Dios".
Que
sus obispos y cardenales dejen de ser príncipes y se conviertan al Evangelio.
Porque, como dijo Jesús, "el que quiera ser el primer entre vosotros, que
sea vuestro servidor". Un Papa que hace milagros. A la vista están los
acuerdos de paz en Cuba y Colombia. O la seducción de la Gran Manzana. Un Papa milagro. El Papa de la primavera. El Papa de la esperanza.
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